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Psicoauditación - Sansón - Ra-El-Dan

Grupo Elron
Sección Psicointegración y Psicoauditación - Índice de la sección - Explicación y guía de lectura de la sección

Si bien la Psicoauditación es la técnica más idónea para erradicar los engramas conceptuales del Thetán o Yo Superior de la persona, la mayoría de las veces se psicoaudita a thetanes que habitan en planos del Error y sus palabras pueden no ser amigables y/o oportunas para ser tomadas como Mensajes de orientación, algo que sí se da cuando se canaliza a Espíritus de Luz o Espíritus Maestros.
El hecho de publicar estas Psicoauditaciones (con autorización expresa de los consultantes) es simplemente para que todos puedan tener acceso a las mismas y constatar los condicionamientos que producen los implantes engrámicos.
Gracias a Dios, esos implantes son desactivados totalmente con dicha técnica.


Atte: prof. Jorge Olguín.

 

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Sesiones

18/10/11

19/10/11

05/12/11


Sesión 18 de Octubre de 2011
Médium: Jorge Olguín
Entidad que se presentó a dialogar: Raeldan

 

Tenía un carácter impulsivo pero era listo y su pueblo estaba en guerra con los filisteos. Sansón quedó prendado de Sara, pero no estaba seguro de haber elegido bien.

 

Sesión en MP3 (1.865 KB)

 

Entidad: Hay épocas que te dejan marcado como espíritu, épocas de batallas, de amores, de impulsos.

 

Nací en la tribu de Dan. Mi padre se llamaba Manoa. Como se diría en aquella época, mi nacimiento fue un milagro porque decían que mi madre era estéril y ya era bastante grande en aquella época para quedar embarazada. Para ellos fui un sol, por eso me pusieron Gemesh (Shemesh). Era un nombre que se utilizaba mucho en los pueblos semitas.

 

De pequeño siempre era muy impulsivo pero listo. Sabía que mi pueblo era oprimido por los filisteos y de pequeño me inclinaba ante ellos porque no me interesaba que me apalearan. Pero, a medida que fui creciendo, todo eso cambió. Me di cuenta de que mi fuerza era descomunal, era superior a la de muchos hombres, pero a su vez era inmaduro. Había conquistado a muchas jóvenes, no solamente de mi tribu, sino filisteas.

 

Madre estaba enojada conmigo porque me había prometido a una joven llamada Miriam, delgada, morena, bonita, pero me había encandilado de una filistea un poco más carnosa, de cabello rubio, que la habían prometido a un filisteo pero yo no tenía miedo ya de adulto ni a lanzas, ni a espadas. ¡A nada!

 

Respetaba por supuesto la religión, las enseñanzas bíblicas, pero no me tomaba las cosas tan en serio. A veces me comportaba como un joven y vivía conquistando una joven tras otra hasta que conocí a esta niña filistea con la cual galanteaba. Su padre me tenía un tremendo respeto, a pesar de que no era filisteo. La iba a visitar a su casa. Nunca entraba por la puerta pues sabía que la joven estaba en el fondo, y me subía por el muro y le decía poemas inventados por mí. La joven sabía de mis andanzas pero veía también en mí cierto atractivo.

 

Nunca contaba mis cosas pero los mismos varones, tal vez por celos a mi persona. Decían: "Lo vimos con una prostituta". Eso llegó a oídos de mis padres. Mi padre es como que, quizá con poco carácter o quizá por temor a enfrentarme, no dijo nada pero madre, madre...

 

-¿Qué haces, hijo? Vas a una ciudad enemiga, te acuestas con una prostituta...

 

-Madre -le respondía yo-, ¿cómo puedes hacer caso de las habladurías? ¡Yo no haría eso!

 

Pero me sentía solo, me sentía segregado, me sentía como apartado del resto de la gente, incomprendido por mi propia tribu, la tribu de Dan. Enemistado de los filisteos me respetaban porque me temían pero no porque me apreciaran. Cansado de andar y andares es ahí cuando me deslumbro -no me enamoro- de la hija del filisteo, hasta que la pido en compromiso. Ella se llamaba Sara.

 

Me caso con ella y yo mismo no me entendía si me casaba porque la quería poseer, porque me deslumbraba su rostro, para enfadar al filisteo que había sido su prometido... Verdaderamente yo mismo no me entendía, yo mismo no entendía el porqué. Quizá, tal vez, había una lucha dentro de mí, por un lado ese guerrero, ese espíritu guerrero que me poseía me hacía desafiar al mundo.

 

Yo era famoso. Mi pueblo me conocía como Shemesh, que significa Sol. Los filisteos me llamaban por otro nombre; me llamaban por el nombre de Sansón, hijo de Manoa.

 

Viví con Sara en la ciudad de Timnat. Mis padres amargados preferían a Miriam pero no les iba a hacer caso. A veces sentía como cierto malestar dentro de mí, no estaba conforme con lo que había elegido, y no es la primera vez que me pasaba. Y dentro de mí sentía recuerdos, tenía recuerdos como que alguna vez también elegí a un gran amor que no era así -era simplemente un espejismo- y poseí ese amor, cuando en otra comarca estaba mi verdadero amor esperándome. Pero no me acordaba haberlo vivido como Shemesh -o Sansón, como me llamaban los filisteos-. Quizás en alguna otra vida me pasó lo mismo esta inconformidad, esta manera de coger las cosas, de elegir lo que no me hacía bien, de llevarle la contraria a todos. Pero a mis padres, ¿cómo podía caber en un solo ser tamaña fortaleza y tamaña inmadurez o hacer cosas que molestaran a otros? ¿Por qué? ¿Cuál era el objetivo? ¿Que me habían hecho a mí para querer desquitarme de esa manera? ¡Tuve una infancia feliz! Yo estaba acostumbrado a la opresión filistea. Madre me trató perfectamente. Padre es como que siempre me quiso como ese hijo y miraba sus ojos en profundidad y veía como Manoa estaba orgulloso de mí. Y en el fondo yo mismo decía: ¿Cómo me mira mi padre con ese orgullo si yo mismo no estoy orgulloso de mí? Yo mismo veo que mi elección afectiva no es lo que yo quería.

 

La poseí, la tuve a Sara, pero yo sabía que no era una joven muy estable. Lo lógico hubiera sido que contrajera enlace con Miriam pero es como que los problemas me llamaban. Me hubiera quedado en Zora, donde nací, pero no. ¡No! Me gustaba provocar. ¡Me sentía invulnerable! Una vez un filisteo me desafió, me arrojó una lanza a mi cuerpo y la cogí con mi mano derecha, sin un parpadeo, la tomé con las dos manos y la doblé y se la tiré. El filisteo podía ver salido corriendo y no, nada, nada. Quedó paralizado. Me acerqué, lo miré y con una sonrisa burlona le dije: "vete". Quizás otro día le hubiera partido el cuello pero me hacía mal esa suficiencia que yo tenía, me hacía mal a mí mismo esa suficiencia. Sentía que no era así la vida pero no conocía otra cosa, por ahora, no conocía otra cosa.

Sesión 19 de Octubre de 2011
Médium: Jorge Olguín
Entidad que se presentó a dialogar: Raeldan

 

Relata el enfrentamiento con un león, al que venció, y cómo luego tuvo que demostrar su fuerza con soldados. Los filisteos, por venganza, quemaron la casa de Sara y su familia.

 

Sesión en MP3 (2.264 KB)

 

Entidad: Recuerdo la vida como Shemesh; los filisteos me decían Sansón. Había contraído enlace con Sara, contradiciendo a mis padres, que preferían a una joven israelita, Miriam. Sara era una mujer que nunca se cansaba de pedir. Su padre estaba resignado a verla casada con alguien no filisteo.

 

Recuerdo que organizan los filisteos un grupo con varios carros para cazar un león que estaba en las colinas y Sara me dice, desafiante:

 

-¡Demuéstrales quién eres! ¡Cogemos las mejores lanzas y cazas al animal antes que ellos!

 

La miro a Sara y le digo:

 

-¡No preciso lanzas para matar un león!

 

Cogimos un carro, azucé los caballos y partimos al desierto rocoso. Tomamos un atajo y luego de una hora de recorrido vimos un león gigantesco en las rocas.

 

-Quédate en el carro.

 

-¡Iré contigo!

 

-¡Quédate en el carro!

 

Bajo y le grito al león. El león retrocede. Quizás el animal no entiende cómo un humano lo puede enfrentar y no corre porque el instinto del animal es saltar sobre él cuando huye, no cuando alguien lo enfrenta. Hasta que finalmente se enardece y salta sobre mí y luchamos cuerpo a cuerpo. Mis muñecas cubiertas con cuero me protegían de todas las mordidas. De todas maneras, el animal me rasgaba los brazos y las piernas con sus uñas. Una lucha de casi quince minutos, donde lo tomo por detrás al animal, lo ahorco y cuando el animal estaba extenuado le quiebro el cuello. Sara conocía mis hazañas pero nunca había visto que alguien matara un león con sus manos. Llegan, minutos después, cuatro carros de filisteos y Sara, jactándose, les dice:

 

-Sansón mató al león con sus manos. ¡Nadie puede hacer eso!

 

Van varios filisteos a mirar el cuerpo del animal y ven que no tenía ninguna herida de lanza ni manaba sangre de su cuerpo.

 

-¡Es un truco! -gritó uno.

 

El que comandaba tenía detrás un soldado gigante de piel oscura, de poco más de dos metros, musculoso.

 

-A ver, muéstrame, Sansón, tu fuerza. Brucal, ve a él.

 

Dije: -¡No tengo nada contra él, no tengo porqué lastimarlo!

 

Se rieron varios filisteos.

 

-¿Lastimarlo? ¡Brucal acabará contigo! ¡Sus manos pueden aplastar una cabeza!

 

Se acercó Brucal, me abrazó con sus brazos potentes, cogí los mismos y se los abrí con toda facilidad, lo cogí del cuello y del bajo vientre, lo levanté sobre mí y lo tiré a casi 6 metros de distancia, golpeándose contra las rocas y cayéndose desmayado.

 

-No me interesa matarlo.

 

Todos se quedaron boquiabiertos, hasta que el que comandaba dijo:

-Bueno, vamos a brindar entonces por el león, salvo que no quieras tomar vino con nosotros.

 

-¿Por qué no? Al fin y al cabo son filisteos como mi esposa.

 

Y fuimos y bebí. El hombre, no sé si por querer saber más de mí, porque no creo que yo le cayese en gracia -a ningún filisteo le interesa verse en ridículo- me dijo:

 

-¿Y qué tal tu fiesta de boda?

 

-¡Oh! Fue algo sencillo con muy poca gente.

 

-¡Oh, no, no, no! ¡Permíteme que te organice algo importante! A la semana me hicieron una gran fiesta. Bebí lo necesario, siempre estando en guardia.

 

Los filisteos eran listos en los acertijos. Lo hablamos con Sara al oído y nos pusimos de acuerdo en un acertijo tonto, nada que ver con lo que cuentan las historias en el presente. Me recosté a descansar y que ellos resolvieran el acertijo: si lo resolvían les daría treinta piezas de lino, del más delicado; si no, ellos me harían el mismo regalo a mí.

 

No lo pudieron resolver. Esa noche dormí mal. Quería estar alerta. Cuando hay mucha gente en un lugar y que no todos son amigos tuyos tú no puedes dormir bien. Vi que dos de los filisteos hablaban con mi mujer. Ella, llorando, me contó que amenazaron a su familia con incendiar la casa con ella y su padre dentro si no les daba la solución al acertijo.

 

-¡Quédate tranquila, Sara! ¡Dales la respuesta! Y ella se la dio.

 

Me sentí molesto. Podía haber arrancado la cabeza de varios pero me contuve. Bajé a uno de los pueblos bajos, Ascalón. La leyenda dice que maté a muchos hombres a los que les robé las piezas de lino. No fue así; directamente las pagué a un comerciante. Pero me sentí mal. Es como que estando yo soltero no tenían de dónde cogerme; al estar casado, tanto Sara como su padre, eran un punto vulnerable para mí.

 

Le dije a Sara que me iba a alejar unos días. Contrariado, me fui y viajé a casa de mi padre. Me quedé un tiempo. Madre pensó que me había separado y le dije: -¡No!

 

Pero no me sentía conforme con mi vida. Al poco tiempo regreso y me entero de que su padre había ofrecido a Sara a aquel que la pretendía de un comienzo a cambio de algunas piezas de plata. La quise ver y mi suegro se negó, pero me dijo:

 

-¡Mira! Tú eres un hombre fuerte, noble y Sara ya la has conocido. Creo que te va a gustar más Istea.

 

Istea era más joven pero se trataba de no satisfacer el capricho de los demás, aunque Istea fuese más joven. La rechacé y me fui.

 

Ideé un plan y nadie lo iba a saber. Me llevó tiempo. Cogí a un montón de zorros -no la cantidad que dice la historia, muchísimo menos- y los até por el rabo de dos en dos, poniendo una tea entre ambos animales. Solté a los animales por el campo haciendo arder todas las cosechas enemigas. Eso era en contra de mi suegro. Los filisteos, no entendiendo mi acción, creyeron que Sara y su padre habían sido los responsables, quemaron finalmente la casa con ellos dentro, muriendo Sara, Istea y el padre de ambas.

 

¿Cómo explicarlo? No sentía ese dolor de una pérdida, no lo sentía, de verdad que no lo sentía. Sentía frustración pero porque tomé ese incendio como un desafío a mi persona. Me dirigí a un campamento donde había decenas de filisteos y los ataqué, hiriendo a la mayoría y matando a varios incluso con mis manos. Mis manos estaban manchadas de sangre pero no estaba calmado, de verdad que no estaba calmado. ¡Quería más sangre todavía! Pero no había nada, nada que me calmara en ese momento.

 

Quería volver a casa, quería descansar. Lo que ignoraba es que los filisteos, en venganza de lo que yo hice a ese grupo de soldados, iban a invadir la tierra de Judá, y si así lo hicieran yo sería responsable. Pero estaría preparado porque yo era más listo que ellos. ¡Mucho más listo!


Sesión 05 de Diciembre de 2011
Médium: Jorge Olguín
Entidad que se presentó a dialogar: Raeldan

 

Fue manejado por fuerzas negativas que le proporcionaban poder. Cegado por su gran ego tenía el favor de Jehová, que junto con fuerzas negativas le proporcionaban poder. Pero dejó de tener esos apoyos y sus enemigos lo tomaron. La encarnación como Sansón difiere de la historia conocida.

 

Sesión en MP3 (2.306 KB)

 

Entidad: Mi nombre, como thetán, es Raeldan. Todo lo que fui relatando históricamente en el rol de Sansón es cierto pero voy a dar un giro a la historia y lo voy a relatar de otra manera, de algo que mi rol como Sansón no percibió.

 

Mi rol como Sansón era devoto de Jehová. Jehová, rodeado de espíritus del error que alababan, engrosaban su ego, su enorme ego no sólo me daba más fuerza haciendo foco energético sino que debilitaba a mis rivales. Por eso se cuenta en las historias de que derrotaba a cientos de rivales a la vez, lo cual es incoherente, pero sí a decenas, lo cual es cierto.

 

Reconozco que cometí crueldades injustas, exhibiendo mi gallardía ante pobres, quedando mal en algunos poblados, al punto tal de que el padre de mi esposa no quería saber nada conmigo y, en venganza, destruí una de sus propiedades y amigos que lo vinieron a defender los exterminé con mis propias manos.

 

Una de las leyendas cuenta de que Dalila era hermana de la mujer a la que yo había esposado, algo que incluso a mi rol le hicieron creer hasta que averigüé la verdad. Dalila era una visita que se había quedado por interés económico, sabía cómo engatusar, sabía cómo enamorar, sabía cómo provocar, sabía cómo engañar, sabía cómo encandilar con su mirada, lo cual hizo conmigo. Quedé prendado de sus ojos, de su labia, de su manera de ser, de como contorneaba su figura pero en mi cuerpo sentía como cierta incomodidad.

 

Dalila, y esto seguramente no lo cuenta la historia, no era devota de Jehová pero yo estaba tan obnubilado que me enamoré igual, por encima de mis creencias, por encima de mi devoción, por encima de todo. ¿Acaso los Maestros de Luz no dicen que el plano físico es un pozo gravitatorio, que el poder de la carne puede más que el poder del espíritu? Por lo menos, en mi rol como Sansón podía más y me gustaba aparentar, mostrarme, mostrar mi fuerza. Pero Dalila solamente se enamoraba de sí misma. Era absolutamente egoica, absolutamente interesada en el dinero y el poder, poder que yo no le iba a dar. Ella apuntaba más alto -como dirías vosotros ahora-; se vendía al mejor postor.

 

No voy a negar, al comienzo no fue mandada. Ella se interesó por mí y por mi figura, por mi forma de ser pero yo estaba ciego, no de vista -eso fue posterior- sino de entendimiento y no entendía que ella había cambiado a lo largo del tiempo pero ella sabía disimular muy bien, como zorra que era. Siempre me preguntaba cuál era el secreto de mi fuerza. En realidad yo mismo no lo sabía porque me parecía algo ilógico. Yo era devoto de Jehová y no creía en los dioses griegos, por ejemplo, no creía en lo sobrenatural salvo en los milagros de mi Dios. Y quizás el origen de mi fuerza era un milagro de mi Dios y no estaba errado: Jehová, Eloah, podía hacer foco sobre mi cuerpo, como unidad biológica, y considerablemente aumentaba mi fuerza, así como los espíritus del error y los demonios, haciendo foco energético sobre el aura de mis enemigos, les debilitaba pero, claro, como yo tenía el cabello largo Dalila, acariciándomelo, me dice:

 

-¿Por qué tan largo?

 

Y algo me dictó y le dije: -¡Porque es el secreto de mi fuerza!

 

Y yo mismo me convencí, sabiendo que no era así. La leyenda cuenta que me engatusó, que me puso un soporífero en el vino y dormido me cortó el cabello. Otra leyenda dice que hicimos el amor toda la noche y, agotado, fue cuando me le cortó. El cabello no tuvo nada que ver. Ofendí el ego de Jehová, ofendí el ego de Jehová. Dejó de apoyarme. Sintió como que lo traicioné estando con una mujer que no lo adoraba. Acordaos del primer mandamiento: "Me adoraréis a mí, Jehová, por sobre todas las cosas".

Se alimentaba -o alimentaba su ego- con la adoración de los demás. Dalila no lo adoraba; era una enemiga. Yo, su devoto discípulo, por así llamarlo, lo traicioné por una mujer según la estrecha, la estrechísima comprensión del Eloah. ¡Es una estupidez creer que un corte del cabello puede sacarte la fuerza!

 

Dejé de tener el apoyo de Jehová, el apoyo de los demonios y espíritus del error para debilitar a mis enemigos. Me aprehendieron; yo mismo me sorprendía de la poca fuerza que tenía. Lo último que vi antes de que me desmayara a garrotazos fue a Dalila llorando, y no lo entendía, o tal vez algo se le había ido de las manos a ella. Me quemaron los ojos con un hierro candente. Relatar ese dolor es inenarrable, INENARRABLE... Días y días con un dolor intenso. Estuve a punto de morir por una tremenda infección interna -a punto de ser septicemia- cuando de repente una energía sentí en mi cuerpo y volvía a tener la fuerza.

 

Cuenta la leyenda que me volvió a crecer el cabello y volvió mi fuerza. ¡Suma tontería! Jehová, percibiendo que aquellos que me habían apresado tenían falsos ídolos fingiendo ser judíos devotos, otra vez me apoyó energéticamente dándome fuerza. Lo demás es historia conocida. Dalila, en el fondo, me amaba aunque ella misma quizás no lo sabía de antes.

 

Derribé las columnas del templo. Murió infinidad de gente, incluyéndome. Caí sepultado.

 

Ya desencarnado, espíritu 100%, entendí cabalmente lo que había pasado: Jehová no es que me apoyase solamente por ser su fiel devoto sino también porque vibraba en sintonía con él por el tremendo ego que tenía en el rol de Sansón, tanto ego como fuerza: la fuerza, ficticia, provocada exteriormente; el ego, real. Cuando desencarné como Sansón estaba en el plano 2 subnivel 8, un plano de crueldad. Mucho mal había causado, no importa lo que cuente la historia. Cuentan que las batallas el que gana cuenta su verdad y es la que va a quedar en los libros de historia; el que pierde no va a relatar nada y lo que relate va a ser esparcido como hojas en el viento.

 

Ese gran amor o ese gran espejismo que fue Dalila desencarnó después y nos hemos encontrado en distintas vidas, a veces con nuevas traiciones, con grandes amores, con traiciones nuevamente, con desdén. Y me doy cuenta de que el espíritu que animó a Dalila es un espíritu inseguro.

 

El ser humano encarnado es variable cuando su decodificador tiene trastornos pero, sí, hay espíritus variables. El espíritu que animó a Dalila es un espíritu que me sigue a lo largo de las vidas, a veces con fidelidad, a veces con traición. En este momento he levantado mi nivel suprafísico pero sigo sin entender a ese espíritu que ahora es thetán, y hoy su 10% está encarnado nuevamente como femenino.

 

Y hay grandes maestros que se preguntan: ¿es necesario entender o basta con amar, con ponerse en lugar del otro? Pero, bueno, también hay otros maestros que dicen: -Tú tiendes la mano. Si el otro no la quiere coger ya no es tu problema. Pon tu energía en aquella persona que quiera coger tu mano tendida para que la eleves; si no gastas las energías en vano".

 

¿Qué aprendizaje tuve en la encarnación como Sansón? Que pasé a la historia, más como un mito, como un personaje, como una leyenda, que como una persona que buscaba y creía y que fue embaucada por su propio Dios. ¡Je! Pavada de vida ¿no? Ser embaucado por un Dios, un Dios egoico que no era un Dios de amor.

 

Tuve vidas en las que salvé planetas, mundos enteros, pero la ley del karma es así: si en una vida cometes torpezas todo lo anterior queda borrado porque rindes materias vida a vida. ¡Vida a vida!

 

Y en la vida actual todavía sigo aprendiendo.

 

Gracias por escucharme.