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Psicoauditación - Blanca |
Sección Psicointegración y Psicoauditación - Índice de la sección - Explicación y guía de lectura de la sección |
Si bien la Psicoauditación es la técnica más idónea para erradicar los engramas conceptuales del Thetán o Yo Superior de la persona, la mayoría de las veces se psicoaudita a thetanes que habitan en planos del Error y sus palabras pueden no ser amigables y/o oportunas para ser tomadas como Mensajes de orientación, algo que sí se da cuando se canaliza a Espíritus de Luz o Espíritus Maestros.
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Sesión del 20/05/2020 Aldebarán IV, Diana Sesión del 26/05/2020 Aldebarán IV, Diana Sesión del 05/06/2020 Aldebarán IV, Diana Sesión del 13/06/2020 Aldebarán IV, Diana Sesión del 26/06/2020 Ran II, Trinidad Sesión del 27/06/2020 Ran II, Trinidad Sesión del 03/07/2020 Aldebarán IV, Diana Sesión del 10/07/2020 Ran II, Trinidad Sesión del 11/07/2020 Sol III, Betsabé Sesión del 14/07/2020 Sol III, Betsabé
Sesión 20/05/2020 En Aldebarán IV los reyes derrocaban a otros para absorber su reinado. La entidad era joven pero estaba bien preparada, y tenía ideales. Relata cómo reunió un pequeño ejército para ayudar a su rey caído.
Entidad: Mi nombre es Maradel, estoy en el plano 4 subnivel 1, un plano donde no se sufre por uno, se sufre por el otro, donde no caben los roles del ego porque son un lastre que te jalan para bajo. Pero sí, hay bastantes engramas implantados de otras vidas que quizá, tal vez son tan inconscientes, tan dentro de mi núcleo conceptual, tan dentro del interior de mi 10% encarnado, Blanca, que a veces pueden condicionar de una forma tan subliminal... Pero condicionan, y a veces la persona no se da cuenta.
Había encarnado en Umbro con el nombre de Diana. Mis padres eran nobles. Papá Desmon, mamá Mildred me criaban con amor. La gente que trabajaba para ellos era muy bien tratada, tenían metales, podían independizarse pero no querían, querían seguir con mi familia, trabajando.
Mi padre Desmon era muy amigo del rey Bryce, un rey magnánimo, amable, quizás algo falto de carácter. Hasta que fue derrocado por Derian, que se proclamó rey, y obviamente con el rey Bryce cayeron todos los nobles que lo apoyaban. A mis padres los despojaron de sus tierras, de sus títulos. Y lo poco que se pudieron llevar antes de que vinieran los soldados del rey Derian, en una carreta partimos para un poblado, un poblado incógnito, pequeño.
Lo bueno que tanto padre Desmon y madre Mildred, si bien eran nobles nunca le hicieron ascos a trabajar manualmente. Con los metales que les quedaban pudieron comprar una vivienda con terreno en ese pueblo incógnito, y labraron la tierra, compraron animales. Y yo me crié en la humildad. De todas maneras aún cuando vivíamos en el palacete conversaba con los sirvientes, con la gente de la feria. A veces madre me retaba, que me decía: "Diana, compórtate, guarda tu compostura". Chapoteaba en el barro, no es que me gustara ensuciarme, pero total, luego tenía la tina con agua tibia. Lo cual ya no lo tuve más, en la vivienda que teníamos con el terreno y los animales teníamos lo más precario, pero por lo menos no estábamos solos, estábamos dentro de un poblado. Ya no podía chapotear en el fango, y menos en invierno porque en verano te bañabas en las aguas del arroyo cercano, pero en invierno imposible. Teníamos adelante una bomba de agua que extraía agua de la tierra, y uno medianamente se higienizaba.
Pero no me sentía mal, entendía que la vida te estaba mostrando distintas facetas: de la tina tibia al arroyo helado, de tener una cama mullida a dormir en un catre. Pero te adaptas. Como dice un gran maestro, no te acostumbras porque el acostumbrarse es bajar los brazos, te adaptas a la espera de algo mejor y vives alerta, atenta. Me sentía orgullosa de mis padres porque he visto otros nobles que tocaban un rosal se clavaban un espina en el dedo y chillaban como si les hubiesen clavado una lanza en el cuerpo. Mis padres no le hacían asco al trabajo y yo tampoco, los ayudaba en todo lo que podía a medida que iba creciendo.
Cuando cumplí doce años conocí a Aiken, que se había mudado al poblado con su familia. Aiken era un experto con la espada y no tenía problemas en tratar conmigo, porque generalmente los varones no trataban con las mujeres salvo cuando eran más grandes. Y me enseñaba, me enseñaba tarde tras tarde a practicar con la espada.
Y pasó el tiempo. Cumplí dieciséis años y era tan buena como él, pero siempre manteniendo perfil bajo. Mi ropa había cambiado, me vestía con ropa de cuero que era más resistente, con botas gruesas. Me calzaba un cinto y al costado colgaba mi espada.
Aiken me contó que su familia trabajaba para un noble y que lo mataron. Mataron a la esposa y a los dos hijos por orden del rey Derian porque simpatizaban con el derrocado rey Bryce. Le comenté que nosotros tuvimos suerte porque también simpatizábamos pero pudimos huir, si bien nos despojaron de las tierras y nos quitaron el título. Aiken me dijo: -No te preocupes por eso, Diana, un título no te hace mejor persona. Los hechos, lo que demuestras, lo que eres te hacen mejor persona. Lo demás es relativo.
Vino a comer varias veces a casa, invitamos a sus padres, temerosos, humildes. Tanto padre Desmon como Mildred les dijeron: -Tratémonos de tú, por el nombre. -Pero señor, vosotros sois nobles. -Y padre, como repitiendo las palabras del joven Aiken, dijo: -Son títulos. Los títulos es un artificio, no te hacen ni mejor ni peor. -Y la familia de Aiken se trató de tú con mi familia.
A mis dieciocho años las conversaciones eran de que Bryce, el rey derrocado, había juntado un ejército. Hablé con Aiken y le dije: -Tú ya tienes veintiún años, ayudemos a Bryce a recuperar su trono porque el rey Derian es un tirano, somete a la gente, inventa traiciones para matar a la persona de quien sospecha, se alucina complot por doquier. Aiken me dijo: -Diana, tenemos que vivir en la realidad. ¿Qué podemos hacer nosotros dos?, el rey derrocado ya está juntando un ejército.
Por la noche me quedaba pensando "¿A qué vine a este mundo? A tratar de ayudar, a tratar de que triunfe el bien a costa de lo que fuera". Al día siguiente se lo comenté a Aiken y me dijo: -No, tampoco se trata de organizar una misión suicida, no te sirve a ti, no me sirve a mí y no le sirve a los demás. -Y tenía razón. Normalmente no suelo ser reactiva sino todo lo contrario, bien analítica. Pero me causaba, ¿por qué no decirlo?, me causaba ira la injusticia. Mi anhelo era que el mundo fuera mejor, que se empapara de amor. Aiken me volvía a la realidad-: ¿Has caído en cuenta del mundo en que nos encontramos?, los bárbaros del norte saqueando aldeas, violando mujeres y niñas, los bandidos de más allá del desierto también asolan territorios. No es un mundo perfecto, es un mundo de humanos. -No -negué. -¿No es un mundo de humanos? -Quedó intrigado. -Sí, Aiken. No quise decir no por eso, quise decir no en el sentido de que todavía tengo esperanzas de que hay gente buena. Tú eres bueno, yo trato de dar lo mejor, el derrocado rey Bryce me parece una persona buena.
Cada día éramos más independiente, ya nuestros padres no precisaban tanto de nosotros. Partimos a otros poblados, hablamos con distintas personas, había muchos jóvenes dispuestos cuyos padres también había sido o maltratados o sus madres violadas por los secuaces del rey Derian. No lo podía creer que en menos de noventa amaneceres ya teníamos como treinta personas que sabían usar la espada y cada uno con su equino. Estaba entusiasmada. Y por el otro lado con una tremenda ansiedad, que el corazón me latía tan fuerte... Le dije a Aiken: -Tal vez el entusiasmo me hizo precipitar y ahora es como que estoy con temor. Aiken me miró a los ojos y me dijo: -Diana, es lo mejor que he escuchado. -¡Perdón!, ¿qué tenga temor es lo mejor que has escuchado? -Sí. Eso habla de que no eres inconsciente, eso habla de que vas a ser cauta, prudente.
Pasaron treinta días más y ya teníamos cuarenta voluntarios, prácticamente nada para combatir contra un ejército. Marchamos hacia el norte. Uno de ellos, un tal Glaxton, quizá muy egoico, muy pagado de sí mismo, muy vanidoso nos dijo: -¿Por qué sois vosotros los que nos conducís? Aiken dijo: -Porque el que conduce es el que mejor sabe manejar la espada. Si tú, Glaxton, o alguno de vosotros tiene alguna duda intercambiemos el cruce de metales a primera sangre, para no lastimarnos. -Glaxton hizo un gesto de desdén y bajó de su equino y sacó su espada. Fue bastante intenso pero Aiken lo hirió en el brazo y en un muslo y logró apoyar su espada en el cuello-. ¿Te es suficiente? -La vanidad de Glaxton se había ido como agua entre los dedos. Bajó la cabeza y dijo que estaba bien. Y luego me señaló a mí. -¿Y ella por qué? Le dije: -Porque soy tan buena como él. Un segundo voluntario dijo: -Habría que verlo. -¿Cómo te llamas? -Osmon. -Desmonta, te lo probaré. -El ensayo de combate fue más rápido que el de Aiken con Glaxton, en segundos lo pude herir en un hombro y le apoyé mi espada en la garganta-. ¿Te basta con eso? -Sí, señora. -No soy señora, apenas una niña. Llámame Diana.
Y avanzamos. Pensar que años atrás siendo pequeña la mayor de las aventuras era saltar en un charco y embarrarme para que mi madre Mildred me rete y me diga "Vete ya a la tina" y ahora montando en un hoyuman, como le llamábamos a los equinos... Y a lo lejos en una colina vimos que nos vigilaban. Nos acercamos cautelosamente e hicimos un gesto de paz levantando la mano derecha sin ningún arma. Nos dejaron pasar, eran diez veces más que nosotros, como cuatrocientos hombres. Y se acercó un hombre, quizá con rostro de poco carácter pero algo canoso, lo reconocí enseguida. -¡Mi rey! -le dije. Frunció el ceño. -¿Quién eres? -Tú me conocías de pequeña, la pequeñita Diana, hija de Desmon. -¡Vaya, cómo has crecido! ¿Qué haces tú y esta gente armada? -Si no te lo tomas a mal, mi rey, venimos a apoyarte. -Miró a mi gente. -¿Saben manejar bien la espada? -Doy fe, mi rey -dijo Aiken. -¿Y tú quién eres? -Dio su nombre y dijo que era mi amigo-. Si eres amigo de Diana eres bienvenido.
Nos juntamos con el resto de la tropa, los cuarenta mercenarios con los cuatrocientos soldados. Intercambiamos impresiones, tácticas, estrategias. Porque en un mundo donde prima la barbarie, donde lo salvaje es cotidiano ¿cómo puedes hacer el bien si no es luchando por tus ideales?
Por eso digo que no era tan fácil, por eso tantos engramas implantados de impotencia, de no tener un lugar de pertenencia, de sentirte segregada, desplazada, despreciada..., porque pasaron muchas cosas. Esa noche dormimos en el campamento y pensaba para mí misma "Mañana será otro día".
Sesión 26/05/2020 Aún con los soldados prestos para una posible batalla tenía grandes dudas acerca de la conveniencia de que la guerra fuera para procurar paz, que matar fuera para que otros vivieran.
Entidad: Mi nombre es Maradel, del plano 4 subnivel 1. En mi rol de Diana, en Umbro, me preguntaba cómo podemos hacer el bien sin perder la armonía, cómo podemos ayudar a otros sin perjudicar a terceros. Y me di cuenta de que hay tareas que son posibles, pero a su vez imperfectas.
El rey Derian nos había despojado de nuestras tierras cuando yo era niña y le había quitado los títulos de nobleza a mi padre Desmon y a mi madre Mildred. Conocí de causalidad -porque nada es casualidad-, a Aiken, quien me ayudó a perfeccionar el arte de la espada. Aiken también era una víctima del rey Derian, que había derrocado a un justo rey, Bryce.
Recuerdo que juntamos cuarenta mercenarios y, otra vez por causalidad, nos encontramos con la tropa del rey derrocado. Y nos unimos a los cuatrocientos soldados de Bryce. Y teníamos que luchar, y eso era algo que me incomodaba sobremanera. ¿Por qué el mundo es tan injusto? O era yo la que iba a contramarcha del resto. No quería causar daño a nadie pero te preguntas, ¿y si no lo haces y en base a ello ocurre un daño mayor, no es peor? Claro, sucede que a veces no queremos participar de esos hechos de violencia ni siquiera para salvar otras vidas inocentes. Mis dos mentes batallaban. La mente analítica que me decía "Seguramente vamos a causar un daño para evitar un daño mayor", y mi mente reactiva, que normalmente es la que no razona, en este caso decía "No tienes porque comprometerte, busca la armonía de otra manera". Pero como decís vosotros, ¿de esa manera no cometería un pecado por omisión?
Pasaban los amaneceres y mientras planificábamos cómo sitiar el castillo del rey Derian practicábamos con la espada. El propio rey destronado, Bryce, vio mi agilidad, y me dijo: -¿Dónde has aprendido? -Porque tenía tanta celeridad con el manejo de la espada, equilibrio a su vez, jamás trastabillaba. Llamó a un soldado, uno de los mejores en el arte de la espada. Primero probó con mi amigo Aiken, el soldado lo venció enseguida. Yo no quería practicar con el soldado, tenía temor de herirlo. Bryce dijo: -No, no, quédate tranquila, ni siquiera es a primera sangre, es cambiar un par de golpes. -Estuvimos minutos enteros simulando un combate, le paraba todos los golpes como por reflejo. Bryce detuvo la pelea simulada y dijo-: Diana, has parado infinidad de golpes pero no he visto que hayas atacado. ¿Por qué? -No quería lastimarlo. -Por favor, prueba de vuelta. -Probamos de vuelta y esta vez ataqué. Lo tocaba de plano con la espada en el hombro, lo tocaba de plano con la espada en el muslo, lo tocaba de plano con la espada en el brazo evitando el filo para no cortarlo, para no lastimarlo. Finalmente el rey destronado, Bryce, me preguntó-: Daría la impresión como que supieras qué lances va hacer tu rival, qué golpes va a dar tu enemigo. -Es cierto; a mi mente acude instantes antes el golpe que va a lanzar. El rey me dijo: -Muy para el este y también cerca del océano del oeste hay una raza de humanos llamados mentos, que tienen una habilidad mental extraordinaria. Tú, por las dudas, ¿no tendrás algo de esa habilidad? -No, no, mi rey; mi padre Desmon y mi madre Mildred son personas normales. Simplemente, cómo explicarlo, vosotros habláis de aquel que está más allá de las estrellas... -Correcto -dijo Bryce. -Pero no es tan así. -¿No creéis en él, acaso? -Por supuesto, mi rey -le expliqué-, pero no lo denominaría así porque ese que vosotros decís que está más allá de las estrellas, está también aquí, somos parte de él y da la impresión como que mi mente abreva de él para que yo tenga los reflejos que tengo. -Aiken se rascaba la nuca, los soldados me miraban como no entendiendo, el rey frunció el ceño. -Lo que dices es ilógico, Diana, aquel que está más allá de las estrellas es inalcanzable. -¿Por qué? -pregunté-, yo lo siento dentro mío. -¡Aaah! Es imposible hablar contigo, Diana, es una creencia tuya. Pero está bien, no dañas a nadie pensando así.
Y yo creía que era el revés, yo creía que eran ellos los que no me entendían y lo que yo pensaba era cierto. Aquel que está más allá de las estrellas también está aquí en nosotros, en las plantas, en el bosque, en los animales, en todo. Incluso en los bárbaros del norte que saquean aldeas. ¿Y por qué si esa esencia es amor puro? ¿Por qué los bárbaros del norte igual que otros bandoleros que saquean en los caminos tienen libre albedrío y su alma está torcida? Y conozco muchos, muchísimos que se justifican diciendo "Yo no soy el responsable. Aquel que está más allá de las estrellas no debe ser tan bueno que me permite cometer esos actos". ¡Ja! Eso sí que es hipocresía. Tremenda hipocresía. Como si la decisión no fuera de los seres humanos de cometer actos hostiles o ser magnánimos. Y tenía una lucha en mi interior sobre la batalla que se aproximaba. Amaba la espiritualidad, amo la espiritualidad. ¿Y por qué tenía que combatir? Y como antes, mi parte analítica me decía "Si el rey Bryce recupera la corona exiliando o castigando de otra manera al rey Derian, muchas regiones se verán beneficiadas, no habrá esclavitud ni explotación y la gente será más feliz". Entonces valía el esfuerzo.
Una vez hablé con Aiken y le dije: -A veces tengo recuerdos que no son de esta vida. -Diana -me respondió-, quizá tu mente no funcione bien. -No, no -negué-, funciona muy bien. Creo que he vivido otras vidas, y a veces tengo como flashes de recuerdos. -No, no te entiendo, ¿qué es eso de otras vidas? -Me sumí en mis pensamientos.
Me sentía de alguna manera como sola, porque ni siquiera mi amigo Aiken, tampoco el rey Bryce entendían lo que quería decir. Aparte, mi forma de entender, captar a aquel que está más allá de las estrellas era distinta al resto de los habitantes de Umbro, yo lo sentía dentro mío, yo lo sentía en mi interior, yo sentía que él obraba a través mío. Pero sí él era amor, ¿por qué tenía que ejercer yo la violencia? Esa era mi lucha interna. Pero si era en beneficio de miles de personas tenía que hacerlo.
Llegamos a las cercanías del castillo de Derian con los cuatrocientos soldados de Bryce y los cuarenta mercenarios que habíamos juntado con Aiken. Estábamos bien armados con ballestas, arco y flechas, espadas, lanzas pero no teníamos grandes catapultas para lanzar enormes piedras con ese fuego ardiente que se alimentaba empapado en aceite. Sólo nos quedaba sitiar el castillo para que los soldados no vayan a la feria de la región, porque el error de Derian era no tener una feria feudal dentro de la fortaleza, y se le acabarían los alimentos y tendrían que salir.
Hablé con Bryce. -Mi rey, los soldados simplemente obedecen a Derian para no ser castigados o condenados a muerte, quizá sean inocentes. Lo ideal sería evitar la mayor cantidad de muertes posibles. El rey me miró y dijo: -Si combaten los exterminaremos. -Sentí como un dolor dentro mío, no esperaba esa respuesta de Bryce, pero seguía pensando que evitaríamos un mal mayor.
Mi mente batallaba. Mi interior era contradictorio, amaba hacer el bien, amaba poder ayudar, quisiera tener brazos de miles de líneas de tamaño para abrazar a todo el mundo y no tener que empuñar una espada. Pero era lo que había, la crudeza de la vida en pos de un futuro mejor.
Gracias por escucharme.
Sesión 05/06/2020 La entidad se pregunta si la gente cambia o siempre ha sido así. Tiene una enorme decepción sobre una persona que admiraba.
Entidad: Os agradezco el permitirme comunicar. Conceptúa Maradel, plano 4, subnivel 1. El hecho de poder conceptuar a través de este receptáculo al lenguaje hablado ya me permite hacer cierta catarsis. Si bien en el plano 4 no nos afectan los roles del ego, sí, seguimos condicionados por engramas de diversas vidas.
Mi rol, Diana, va a continuar relatando lo que podría ser una ayuda a un rey derrocado, pero entra en conflicto consigo misma porque no le gusta la violencia, las batallas. Pero lo relaciona en esa vida con alguien que tuvo una infección muy grande en la pierna y ni con alguna savia salvadora puede mejorarla, pues entonces tiene que coger una sierra y cortar esa parte de la pierna para que el resto del cuerpo pueda estar libre de esa infección, de esa gangrena, etcétera. El que ve de afuera y no entiende eso pensaría "Esta persona está mutilando a ese pobre hombre", pues no entendería que lo hace en función de salvar a todo el ser. Si trasladamos una parte del cuerpo humano que está infectada a una región donde una parte contamina el resto, analíticamente podría justificarse la batalla, pero así y todo, así y todo eso mismo provoca engramas.
Recuerdo que había crecido en la humildad. Recuerdo que el rey Derian despoja a mis padres, Desmon y Mildred, de nuestras tierras en el momento que derroca al rey Bryce. Como para mí no existe la casualidad sino que todo es causalidad, mi encuentro con Aiken, que me ayuda a perfeccionarme en el arte de la espada y junto con cuarenta mercenarios nos encontramos con los cuatrocientos soldados de Bryce y planificamos atacar al castillo, en este momento usurpado por el rey Derian.
Acampamos a menos de quinientos metros sin ocultarnos. Los vigías dieron el estado de alerta, pero no salieron a nuestro encuentro. Teníamos la ventaja del tiempo, pues teníamos víveres y estábamos bien pertrechados. Ellos tenían la desventaja de que su feria feudal estaba afuera de la fortaleza y los víveres eran pocos.
Prácticamente se evitó una batalla. Salieron varios jinetes con una bandera blanca de rendición y salieron a su vez varios granjeros humildes, mal vestidos que estaban dentro de palacio para servicios esenciales como limpieza, cocina y otros quehaceres. El principal de la guardia habló con Bryce diciendo que se rendía incondicionalmente, pero que respete la vida de los soldados. Quedó a la espera. Bryce se reunió con los suyos. Participamos por supuesto de la conversación. Muchos decían que tenían que dar ejemplo y liquidar a los soldados que apoyaban a Derian. Por primera vez hablé y dije: -Mi rey, no veo que eso sea una forma de ejemplo, te pondrías a nivel de quien te derrocó. -Me miró con rostro serio, muy serio. Pensé que me iba a amonestar por atreverme a hablar, pero hizo una mueca que similaba una sonrisa. Y dijo: -Tienes razón, Diana. -Habló con el principal de la guardia y le dijo-: Los soldados que se unan con nosotros deberán jurarme lealtad. Aquellos que quieran irse podrán hacerlo sin que los ataquemos.
Y así lo hicieron. Me sorprendió que el hecho de que se derrocara a Derian no mostraran júbilo. Los aldeanos que estaban dentro del castillo haciendo distintos quehaceres quizá tendrían miedo de los familiares, de que paguen las consecuencias, pero Bryce les explicó que estarían incluso en mejores condiciones que con Derian. Algunos soldados se fueron, algunos que hacían tareas o quehaceres en el castillo se marcharon.
Y entramos. Lo primero que dijo Bryce es: -Necesito gente que sepa construir, albañiles. Vamos a agrandar bastante las paredes de la fortaleza para que la feria, la feria feudal principal quede adentro de la misma, no sea cosa que a otros se les ocurra lo mismo, de sitiarnos y no tengamos víveres. Haremos torres más elevadas para vigilar más a la distancia. Será un trabajo no de días, un trabajo de meses. Pero lo haremos.
El capitán de la guardia, el oficial al mando, se postró poniendo una rodilla en el piso y entregando su espada al rey Bryce, diciéndole que le juraba lealtad y que le diera el puesto que quisiera. El exderrocado y ahora nuevo rey le respondió: -Yo tengo capitán de guardia, pero tú serás un oficial, es importante que aumentemos la tropa. Advierto, eso sí, al menor gesto de deslealtad hago ejecutar el traidor en la plaza mayor adelante de todos. -Me miró por si decía algo pero bajé la cabeza.
Finalmente el rey ocupó el castillo y su tropa aumentó en un cien por ciento, puesto que Derian tenía cerca de novecientos soldados de los cuales quinientos se marcharon y cuatrocientos quedaron, por lo que los actuales soldados de Bryce llegaron a ser ochocientos más nuestros cuarenta mercenarios. Como algunos de los que se marcharon conservaban la amistad con los que se quedaron, a estos últimos Bryce les dijo: -Quienes quieran volver tienen las puertas abiertas, deberán jurar lealtad a mi corona. Si vienen para espiar no tendrán éxito porque el que entre se queda dentro. Para hacer diligencias saldrá el que yo elija, no es que alguien venga a espiar y por cualquier excusa al día siguiente salga. No. Eso lo tengo cubierto.
De parte mía me sentía satisfecha. Y le dije a mi amigo Aiken: -Evitamos derramamiento de sangre, y para eso es lo más importante.
Pero había pasado un día entero y buscamos rincón por rincón, habitación por habitación, las cuadras donde estaban los caballos, la parte de las cocinas, el patio de armas: el rey Derian no estaba por ningún lado.
Bryce era muy reactivo y se sentía extremadamente nervioso, hasta que se acercó uno de los oficiales y le dijo: -Hablé con un hombre anciano, un hombre anciano muy muy mayor que apenas podía hablar. -Quiero verlo -dijo Bryce. -¿Me permites, mi rey, que os acompañe? -pregunté. -Adelante. -Por alguna razón el rey Bryce tenía como cierta condescendencia conmigo que me permitía estar a su lado. El anciano dijo: -Repito lo que le dije a uno de vuestros oficiales, mi rey. Lo vimos al tirano Derian despojándose de sus prendas finas y vistiéndose de un humilde trabajador, y seguramente se fue del castillo camuflado con alguno de los que hacían quehaceres. -El rey Bryce empalideció, Derian se había escapado.
Pasaron los días. Me sentía contenta, exultante de poder ayudar porque mi misión era poder brindar. Tenía algunos conocimientos de hierbas y ayudé a mucha gente muy humilde de la feria feudal, algunos que tenían cólicos, otros que sufrían problemas hepáticos, otros que tenían obesidad. Y podía saber qué planta era para cada síntoma, no había una solución mágica pero la gente mejoraba y me hacía sentir útil. Y por las mañanas, a primera hora, entrenaba con mi espada en el patio de armas. Los soldados de Bryce ya me conocían. Los que se habían agregado, que pertenecían a Derian, se asombraban de mi habilidad y me preguntaban: -¿Cómo tienes tanto reflejo? Les respondía: -Es como que adivinara el pensamiento y sé el golpe que van a dar décimas de segundos antes y lo puedo parar, y sé como desarmar vuestra defensa. Uno de ellos me preguntó lo mismo que ya me había preguntado algún soldado de Bryce: -¿Eres una de raza mento? -La raza mento era una raza especial, que eran humanos con dones mentales especiales. Le respondí: -No, no, no tengo ningún don, solamente la intuición de saber el movimiento de esgrima que va a hacer la persona. Nada más. -Entonces eres una persona común. Lo corregí. Le dije: -Sencilla. Común, no creo.
Pero no se trata de vanidad porque he conocido gente vanidosa que dice "Yo no soy una persona común". Yo lo decía en otro sentido. Estaba fuera del común denominador pero no porque me sintiera especial sino por la tarea que estaba tratando de desarrollar, que era el servicio, y para hacer servicio no se es común, tampoco especial..., digamos distinta. Y me sentía cómoda
Los mercenarios que contratamos con Aiken, para sentirse seguros de su futuro juraron lealtad a Bryce como soldados. El mismo Aiken tuvo un puesto de oficial de categoría y se sentía orgulloso. Yo me alejé de la parte central del palacio y me instalé en un ala del mismo, en una habitación pequeña, común, tratando de incomodar lo menos posible. Ayudaba también en las tareas de la feria feudal. Bryce me quería dar una cuota. -No, mi rey, no es necesario. -Pero tú eres noble. -Me pasó un pergamino, por escrito, lacrado-. Estas son tus tierras de las que te han despojado, son vuestras nuevamente. -Me incliné haciendo una reverencia. -Mi rey, eternamente agradecida, pero me quedaría un tiempo más en el castillo. -Y pensaba "Quizás esta es una señal de Dios haciendo que sirva en la feria feudal".
Pero nada es lo que parece. El rey continuaba reactivo, de mal talante, de mal humor, tenía poca paciencia con sus soldados cuando se equivocaban en algo. Y eso que estábamos en paz, no teníamos cerca un reinado que nos aceche. A veces se molestaba cuando la gente se retrasaba con los impuestos, se ponía irascible, se ponía de muy mal talante. Y ya no tenía esa cercanía para conmigo, al contrario, cualquiera hasta el más cercano que intentara aconsejarlo le respondía de mala manera en el mejor de los casos. He llegado a ver que le daba latigazos incluso a oficiales bajo su mando por haber desobedecido una orden que no alteraba nada. Y empecé a notar un rey caprichoso, demandante. No tirano al nivel del exrey Derian, pero sí muy demandante, demasiado demandante quizá.
Lo hablé con Aiken, mi amigo, al que habían nombrado teniente. Era el segundo del capitán principal. Y me dijo: -Mira, Diana, puedo coincidir con tu pensamiento de que el rey quizás esté un poco alterado, pero es por todo lo que ha pasado en el tiempo que estuvo derrocado. Y te recomiendo que no me comentes más nada porque le juré lealtad, y ya he denunciado a más de uno que ha hablado mal del rey. -Aiken -le respondí-, no estoy hablando mal del rey Bryce, estoy diciendo que lo veo alterado. -No, Diana, has hablado mal. Verlo alterado significa que no confías en su sapiencia, en su discernimiento. Esta vez te lo dejo pasar porque somos amigos de antes. Ya no podemos ser amigos, soy oficial de la guardia, el segundo al mando. Si quieres que siga teniendo tu confianza no me comentes más nada porque la próxima vez deberé denunciarte, por más noble que seas y por más que el rey te haya repuesto tus tierras.
Me sentí como... no frustrada, tenía un nudo en el estómago quizá de nervios, y un nudo en la garganta quizá de angustia. Pensaba que el hecho de no haber derramado sangre era la panacea pero veía que las personas cambiaban. Aiken no era un noble, simplemente era el segundo jefe de la guardia, y como que había montado en vanidad, como que su lealtad era lo máximo. Y no estoy hablando mal de la lealtad, la lealtad es una virtud quizá de las más grandes, pero toda lealtad debe llevar discernimiento, si no no es lealtad, es ceguera. La misma ceguera que estaba teniendo el rey cuando mandó a la mitad de su tropa a recorrer los alrededores en muchos kilómetros a la distancia a ver si había gente que se sublevaba. La comarca estaba tranquila, la región también, en su mente se imaginaba que complotaban contra él como alguna vez lo hizo Derian.
Si bien las paredes de las habitaciones son muy gruesas, figurativamente hablando, muy figurativamente hablando parecían paredes de papel, porque yo me enteraba de los rumores de que por la noche el rey gritaba, de que decía que lo iban a volver a atacar, de que estaba rodeado de traidores, de gente taimada, mala. Una vez un hombre de mediana edad de la feria se atrevió a mirarlo a los ojos y lo mandó a ejecutar. Pensé "Ese no es el Bryce que yo conocía". Pero después entré en mi ser más profundamente y me dije a mí misma "¿A qué Bryce conocí yo cuando lo vi tan cerca, cuando traté personalmente con él, para saber cómo era antes y cómo es ahora? Y si siempre fue igual".
De Derian ya tenía un concepto sin justificativo; nos despojó de nuestras tierras. De Bryce mi concepto era elevado, pero ahora veía un ser inestable, inseguro. Aparte de enviar gente a vigilar los alrededores envió a Aiken con cuarenta soldados a reclutar más voluntarios para reforzar la seguridad del castillo, que ya era bastante más grande porque las paredes, las murallas principales se habían ampliado para que la feria feudal quede dentro. Ya estaba terminado el proyecto que había ideado Bryce pero era una tortura para la gente de la feria, eran vigilados, nadie podía murmurar.
Había ayudado de alguna manera a expulsar al rey Derian. Me caían las lágrimas por la mejilla porque -lo tengo que decir-, me dio la impresión como que había remplazado un tirano por otro tirano. Y mi voluntad, mi deseo, mi anhelo de poder servir a todo ser humano no había dado frutos. No hasta ahora, por lo menos.
Sesión 13/06/2020 Recién había participado en una batalla para restablecer un reinado pero interiormente no estaba satisfecha, dudaba haber hecho lo correcto. De viaje a otros lugares lo comentó con un guerrero bueno, alguien que también estaba afligido. Podrían haber conectado, pero eran caminos paralelos.
Su thetán, Maradel, va a relatar vivencias a través de su rol de Diana.
Entidad: Me sentía muy mal, me encontraba desolada. Cuando de repente tú visualizas una figura y la idealizas, pero luego la conoces a fondo y te sientes como defraudada fue lo que me pasó con el rey Bryce.
Mi anhelo, proyecto, idea, como queráis llamarlo, siempre fue el tender una mano, el poder ayudar, el sentirme plena. Y una de las ideas era derrocar al rey Derian, que había despojado a mis padres de sus tierras. Y lo logramos prácticamente sin derramar sangre. El rey Derian logró huir y el rey Bryce volvió a su trono que legítimamente le correspondía. Pero empezó a mostrar una faceta que yo pensaba que era inusual, pero tal vez, ingenua de mí, ingenua de mí no lo conocía bien: caprichos infantiles, cambios de humor, demandas sin sentido... Incluso empezó a mostrarse algo despótico con sus súbditos.
Me firmó un pergamino reconociendo que nuestras tierras volvían a ser realmente nuestras. Aceptó nuestros consejos, amplió la capacidad de su castillo fortaleza dejando la feria feudal adentro para evitar posibles asedios futuros. Pero claro, la feria empobreció, los impuesto se elevaron. En algún momento el rey aceptó mi orientación -por reconocerme como noble por la ayuda, pequeña ayuda que le prestamos con mi amigo Iken y sus cuarenta mercenarios-, pero luego hizo una amenaza velada: "No me gusta que me presionen". Y lo mostró. Ha llegado a castigar nobles; imaginaos entonces con los plebeyos.
Y Iken es como que mostró su verdadero interior. Ahora estaba en la guardia del rey, hasta le daba consejos, pero no consejos reales, consejos que lo alababan, que inflaban su ego. Y cuando yo me quejé más de una vez con Iken, me dijo: -Mira, por nuestra amistad te lo dejo pasar, pero si sigues te veré como una traidora. -Le dije que no era mi intención, que era leal al rey Bryce.
¡Ah! ¿Pero qué es la lealtad? Uno puede tener lealtad a un ser amado, a una idea, a una causa, pero si luego vemos que esa causa no es la correcta -por lo menos no la que nosotros creíamos-, si ese ser que creíamos creer nos damos cuenta de que no era como lo habíamos proyectado en nuestra mente, ¿a qué le vamos a ser leal? La lealtad es una de las virtudes más importantes del ser humano, pero tiene que ir acompañada de dignidad. Tiene que ir acompañada de dignidad, si no no tiene sentido, es sembrar en tierra yerma.
Y como noble tenía permiso para entrar y salir de la fortaleza las veces que quisiera. Tenía dinero, llené mis alforjas y monté un buen equino y me marché, comentándole a Iken que iba a recorrer mis tierras.
Pero fui pueblo tras pueblo. He tenido un par de choques desagradables en un poblado, donde fui a una posada a tomar una bebida caliente con un trozo de pan cuando se acercaron dos hombres indeseables. Uno intentó -me da hasta pudor comentarlo-, intentó manosearme y le dije que no lo haga porque le cortaría la mano con mi espada.- Se burlaron y me manoseó de manera más profunda todavía. Me paré, y si bien no le corté la mano le hice un tajo muy grande en el antebrazo. El compañero me retó a salir a la calle. Obviamente usé ese instinto que me permitía percibir por décimas de segundo lo que iba a hacer, y lo vencí fácilmente. Cuando el compañero con su mano izquierda quiso atacarme lo volví a lastimar en el mismo brazo de manera más profunda. Le quise pagar con un par de metales al posadero lo que había consumido y me dijo: -No, no, no; lamento la molestia que te ocasionaron estos inútiles.
Monté y me marché para otro poblado. En el camino me encontré con un guerrero y ya es como que se me erizaron los vellos. Me sentí, ¿cómo puedo decirlo?, me sentí como en peligro: era un guerrero corpulento, alto, de rostro duro. Me vio pero no me prestó atención, estaba sentado meditando a un costado del camino, su hoyuman pastando al lado. Lo saludé inclinando la cabeza y seguí con mi equino al paso, cuando en ese momento me dijo: -Es muy peligroso que una mujer vaya sola por este camino que conduce hacia las montañas, y hay mucho peligro. Estaba tan decepcionada con lo del rey Bryce que no medí mis palabras. Y lo lamento mucho, pues le dije: -¿Y cómo sé que tú no eres un maleante más? Disculpa, disculpa por haber dicho eso -le dije casi inmediatamente. Sonrió con un gesto duro y me dijo: -Mujer, si te hubiera querido atacar ya lo hubiera hecho. Mi mente está en otro lado. De nuevo le pedí disculpas y desmonté. -De verdad, mi mente también estaba en otro lado. Sufrí una decepción. Levantó las cejas. -¿Amorosa? -No, no, no; aposté por alguien. -¿En un torneo? -No, no, no; quiero decir, con otra gente. Ayudamos a un rey a recuperar su trono y resultó que no era lo que esperábamos. No sé si no era peor que el que lo había derrocado. -¿Sus nombres? -Al que ayudamos se llama Bryce y al que derrocamos, rey Derian. -Se encogió de hombros el guerrero. -No, no los conozco, no los conozco. Le dije: -Son de más al norte. ¿Tú de dónde vienes? Disculpa -al instante dije-, no debo meterme en tu vida. -No hay problema, mujer. ¿Cómo te llamas? -Me llamo Diana, soy noble. -¡Ah! Bueno, ¿debo tratarte entonces como mi lady? -No, por favor, sé que lo dices en tono de burla, no, no. Estoy acostumbrada a la humildad, no... no creo que un título te haga mejor persona. -Bien, empiezas a caerme bien. -Y lanzó una carcajada pero no me molestó, no era con esa burla sádica, era una carcajada quizá de desahogo. Me dijo-: Mi nombre es Ligor y vengo de más al sur. Soy amigo del rey Anán. -No... no lo escuché nombrar. -Pero habrás escuchado de la batalla de Villarreal, se involucraron muchísimos reinados. -Sí, sí, de eso sí escuché hablar, pero ni el rey Bryce ni el rey Derian participaron. Y tú, ¿de qué parte estabas? -Por supuesto de la ganadora. -Lo miré. -Al decir "por supuesto" es como que lo dabas por hecho. -Sí, por varias razones: con nosotros había mentos y yo montaba dracons. -Lo miré un poco incrédula. -Explícame eso de los mentos, primero. -Es una raza de... de personas que tienen un don especial, mental que pueden manejar la mente de otros, dominar la mente de otros, incluso lastimar la mente de otros, pero la mayoría son muy buena gente. -¿Y cómo lo logran? -No sabría decirte. -Lo pregunto porque mis amigos pensaban que yo era una mujer de raza mento. -¿Y lo eres? -No, no tengo dones, lo dijeron porque soy muy rápida con la espada. -¿Y eso te calificaría como mento? -Quiero decir que puedo percibir la intención y el movimiento del adversario décimas de segundo antes de que haga el movimiento; entonces puedo parar el golpe tranquilamente y puedo herir a la persona porque ya sé qué movimiento puede hacer para defenderse. -¡Vaya, es una intuición extraordinaria! -dijo el guerrero. -¿Y tú tienes algún don? -le pregunté. -Sí, tengo el don del rayo. -¿Del rayo, hablas como los que caen cuando hay tormenta? -No a ese extremo, pero una parte de mi organismo evidentemente es como que despide ese tipo de electricidad por alguna razón, como algunas serpientes de los mares. -¡Vaya!, ¿es tan así? -Pon tu mano. -No. Está bien. -Mujer, no te haré daño. -El guerrero me tocó apenas con sus dedos sobre los míos y sentí como una muy pequeña descarga incómoda. -¡Uf! ¿Es esto? -No, esto es apenas el uno por ciento. -¿Y lo otro -pregunté-, lo de los dracons? He escuchado, son como bichos voladores que lanzan fuego. -No mujer, no lanzan fuego. Hay animales muy grandes, marinos, que tienen su parte de respiración, su órgano respiratorio en el lomo y lanzan vapor, por ahí respiran. Los dracons tienen una temperatura corporal muy elevada y lanzan un vapor casi a la temperatura de ebullición del agua y puede llegar a quemar. Pero claro, la leyenda dice que lanzan fuego cuando no es así. -¿Y se dejan montar? -No, no por cualquiera, al menos. -Y ahora estoy -continué explicándole al guerrero Ligor- en una disyuntiva porque estoy arrepentida de haber ayudado al rey Bryce, pero intentar derrocarlo sería entrar en batalla. El guerrero preguntó: -¿Acaso no la habéis hecho cuando derrocaron al rey Derian? -No, porque él quería tener el palacio en exclusividad y dejó fuera de sus paredes a la feria feudal. Sitiamos el lugar y como quedó sin alimentos tuvieron que rendirse. Prácticamente no hubo batalla, pero les llevó amaneceres y amaneceres y amaneceres el derribar esas paredes, ampliarlas y dejar la feria feudal adentro para que si los vuelven a sitiar no queden sin abastecimiento. El problema es que ese rey carismático, amoroso tuvo como un cambio. El guerrero me dijo: -Quizá no cambió, quizás era tu manera de verlo, Diana, quizá mostró su verdadero rostro. -Pienso que es así, pero no es que sea perverso es infantil, indeciso, caprichoso, castiga al que lo contradice. Y tenía un amigo que éramos prácticamente casi hermanos, de la amistad que teníamos, pero es tan leal, tan ciegamente leal que me amenazó que si yo volvía a criticar al rey me denunciaba. Pero bueno, no tiene sentido derramar sangre, no tiene sentido. No me gustan las batallas, me defiendo únicamente cuando hay un riesgo para mí. -Eres noble. ¿Tienes tierras? -me preguntó el guerrero. -Sí, me las repuso el rey Bryce porque el rey Derian nos había despojado a mis padres y a mí. Yo crecí en la humildad, prácticamente me llegué a vestir con harapos, no recuerdo mi infancia noble, prácticamente, no sabía lo que era bañarme con una tina con agua templada. Mi interés es hacer el bien. -Quizás eres muy ingenua Diana, vivimos en un mundo muy muy muy negativo. -¿Y a ti qué te pone mal, Ligor? -Luego que vencimos a una persona muy negativa, en Villarreal, tuvimos que combatir contra una persona muchísimo más peligrosa, un tal Zizer, que era un mento muy muy peligroso, tan peligroso que llegaba a dominar con su mente a masas enteras. Y tenía una cómplice llamada Randora, que no tenía ningún poder más que el seducir, de engañar, de intentar dar falso amor para luego cortar la garganta de sus amantes. Hasta perdí mi esposa. -¿La mataron? -No, nos separamos. La unión matrimonial quedó disuelta. Quizá sea yo el que cambié, obstinado por buscar a esa zorra. Y disculpa mis palabras por hablar así. Pero mujer, si tú ya no quieres derrocar a Bryce porque no te interesa una batalla, ¿qué será de ti? -Buscaré lugares de enseñanza. No recuperé la fortuna pero tengo algo de metales. -Y ya que eres tan buena con la espada por qué no participas de torneos y ganas dinero con eso. -No, no, no; porque si mi intuición me permite vencerlos sin esforzarme es como que les estaría quitando dinero. Me sentiría mal íntimamente, como que estaría haciendo trampa. -¡Pero es que no haces trampa! -Sí, sí, mi moral no me lo permitiría. -Vamos por caminos opuestos, tú vas para el sur, yo para el norte -dijo el guerrero-. Me resultas agradable. -Tú también. A pesar de tu rostro hosco me pareces muy buena persona. -Gracias por tu aliento -dijo el guerrero-, porque últimamente tuve una conducta cuyo fin era la venganza, y me hizo alejar de muchos.
Nos dimos la mano. Me miró a los ojos, sus ojos decían la verdad, era una persona con una tristeza oculta. Y él vio en mí una mujer con una frustración a flor de piel. Los dos necesitábamos curar heridas, pero él no podía curar las mías, yo tampoco las suyas.
-¿Nos volveremos a ver? -dijo el guerrero. Asentí con la cabeza.
Monté otra vez a mi equino y seguí viaje. Gracias por escuchar.
Sesión 26/06/2020 La entidad relata cómo era en Ran II el trato con la gente mayor de edad en lugares residenciales, afuera de su casa, lejos de su familia. Aunque estaba regulado había debates acerca de las normas internas y el tipo de vida que podían llevar. Ella estudiaba el tema.
Entidad: Mi nombre es Maradel, encarné en un mundo situado a poco más de diez años luz del Sistema Solar, el segundo planeta de la estrella Ran.
Mi nombre era Trinidad Cabello, neuróloga y genetista, amaba mi trabajo. Aparte, independiente de mi labor, donde daba cátedra, conferencias, me gustaba mucho el humanismo, el respeto por la gente, por la sociedad. Ran II era un mundo atípico, más avanzado a nivel tecnológico de lo que hoy es Sol III, pero su sociedad evitaba la superpoblación y cada matrimonio no podía tener más de dos hijos salvo que ya tuvieran un hijo y la esposa tuviera mellizos o trillizos, es el único caso que se contemplaba. ¿Si estaba bien o estaba mal? A diferencia de Sol III, en Ran II no había superpoblación, no había los atrasos que ocasionó la religión en Sol III. Eso no significa que todos estuvieran de acuerdo, por supuesto que no, había regiones que no compartían su sistema social o económico con otras regiones.
Yo seguía estudiando a pesar de ser profesora de neurología y en genética porque el tema me apasionaba muchísimo. Mi profesor había sido una de las mayores eminencias del planeta, Estanislao Navarro, que fue maestro de dos grandes genetistas como Raúl Iruti y Alexis Anasio. La hija del profesor, Estela Navarro, también era neuróloga y genetista. Estudiamos juntas, nos hicimos amigas. La misma materia de neurología hablaba también de gerontología, de las personas mayores.
Recuerdo que hicimos una conferencia donde debatimos sobre las personas mayores que quedan en residencias especiales -nada comparables a las de Sol III, hablamos de residencias donde había jardines, tenían holovisores, el cuidado de la salud era lo primordial-, y si bien había muchas personas mayores que tenían su mente tan aguda como el más sano de los jóvenes, a pesar de que nuestra medicina y nuestra genética estaba más avanzada que en Sol III, todavía no podíamos impedir el deterioro mental de algunas personas. Y tanto sus hijos como sus nietos, unos trabajan, otros estudiaban y de común acuerdo con los mayores sabían que entre tener una médica o una enfermera exclusivamente para ellos en la casa, en la residencia podían tener un grupo de médicos de distintas especiales que podían ocuparse. Ese punto era completamente a favor.
Había más o menos unas trescientas personas en el auditorio y levantaban la mano para preguntar nuestro punto de vista. Respondimos como doscientas preguntas entre mi amiga, la hija del profesor, Estela Navarro, y yo, Trinidad. El punto en común que de alguna manera podía incomodar era que muchas personas mayores, varones o mujeres, hacían amistad, tenían actividades sociales, pero claro, el estar lejos de sus seres queridos, de su familia, podía de alguna manera afectarles su parte emocional, y sabemos que lo psíquico y lo físico es una sola unidad. Algunos sufrían de estrés, otros de ansiedad, otros de depresión aún teniendo todo. La mayoría recibía visitas cada siete días, otros día por medio, depende. No había un horario dentro de lo prudente, ningún familiar iba a visitar a una persona mayor a media noche, se entiende, pero no había un régimen de visitas o un día. De todas maneras era todo muy ordenado, podían recibir a su familia en la habitación, que no era una habitación como las de Sol III, un ventanal enorme, al costado en una de las paredes un gigantesco holovisor que podía transmitirle noticieros o películas de ficción. Las actividades tampoco tenían horario, los únicos horarios eran para desayuno, almuerzo, merienda, cena y hora de acostarse.
Pero sí, nada de esa tecnología reemplazaba la compañía afectiva, nada. Había muchas personas mayores que se sentían solas, no voy a decir al extremo de abandonadas porque no lo eran así, no era ningún abandono; además, la mayoría de las personas mayores eran lúcidas, tenían holomóviles para poder contactarse en cualquier momento, obviamente respetando las reglas de a determinada hora dejar de llamar a la familia, porque había personas que de repente tenían angustia pasada media noche tomaban el holomóvil y llamaban para ver cómo estaban o conversar, y seguramente sus parientes estaban durmiendo en ese horario. Entonces por una cuestión de comodidad para la familia que estaba fuera de esas residencias especiales, los que supervisaban a los residentes se quedaban con los móviles después de la cena. Y de alguna manera eso se sentía como una violación de los derechos. Y eso despertó muchas polémicas en la conferencia sobre las personas que quedaban en las residencias especiales, no tenían como en Sol II el nombre de geriátricos porque en realidad no lo eran, eran otras las costumbres, otra la manera, otro el trato, no se consideraba a la persona mayor como un material de deshecho, no se las segregaba para nada.
Es más, nuestro profesor, el papá de mi amiga Estela, Estanislao Navarro, era un hombre tanto o más grande que muchos de los residentes especiales y sin embargo seguía dando cátedra, tan lúcido como cualquiera de nosotras. Pero las cátedras que daba eran cátedras especiales y por amor a la universidad no cobraba sus créditos, y si bien tenía el profesor sus ahorros no es que era una persona rica.
Volviendo al tema de los residentes. Sí, esa conferencia dio muchísima polémica: "Les quitan el holomóvil, se sienten más solos, están depresivos". Otros decían. "Pero bueno, ¿en la casa quién los atendía?". Era muy cruda, muy cruda la polémica. Algunos decían: "Bueno, tampoco les pueden cortar la libertad a los hijos, de no poder salir por tener que estar con los padres para que no se queden solos, porque la enfermera o la doctora de turno, para ellos era una desconocida". Y entonces lo que hacían era descartarlos en una residencia. Y nosotras, tanto Estela Navarro como yo Trinidad Cabello, ¿por qué opinión debíamos tomar partido? Entendíamos perfectamente que lo mejor para las personas que quizá no se podían desenvolver solas era mejor estar en una residencia especial donde tenían todo menos los afectos familiares, a pesar de que sí podían lograr afectos con otros residentes. Es más; muchos eran viudos, al igual que el mismo profesor Estanislao Navarro que hace tiempo que había quedado viudo, y los residentes podían formar pareja. Lo que no se permitía era parejas extraoficiales, si formaban pareja se declaraba y podían hacerlo de manera oficial, lo que en Sol III se llamaría casamiento.
Ahora, ¿esas personas mayores que se casaban dentro de la residencia, podían salir de la misma y vivir en un apartamento solos? Eso se conversaba con los familiares de cada una de las partes para ver si ambos se podían desenvolver solos. En algunos casos bastaba con que tuvieran dos personas en la casa, una que les preparara la comida, les hiciera las compras por el holovisor y le trajeran las compras a su apartamento y otra persona que cuidara de su salud, entonces podrían irse de la residencia a vivir juntos. Era todo un tema. De mi parte yo me sentía muy identificada, con mucha empatía por el profesor Estanislao Navarro.
Mi amiga Estela decía que su padre estaba perdiendo sus facultades, como que ya no tenía la lucidez de antes. Le digo: -Pero que raro lo que dices, lo escuché la semana pasada en una disertación y fue inspiradora. -Porque no convives con él. -¿Tú convives con él, Estela? -No, pero lo veo todos los días. A propósito, hoy voy a visitarlo un rato. ¿Quieres acompañarme? La miré y le dije: -¿No hay problema que te acompañe?, ¿el profesor Navarro estará de acuerdo? -Le encanta estar con gente. -Bueno, está bien. -Y la acompañé y fuimos a la casa.
Sesión 27/06/2020 El tema espinoso era si permitir que la gente mayor viva su vida como adultos o fiscalizar sus movimientos tratándola como niños. Como los seres humanos son distintos, había opiniones distintas. Se llevó una sorpresa.
Entidad: Mi nombre es Maradel y estaba relatando una experiencia en Ran II el segundo planeta de un sistema a poco más de diez años luz del Sistema Solar.
Mi nombre era Trinidad Cabello, neuróloga y genetista. Y tenía una muy buena amiga, Estela Navarro, también genetista y neuróloga como yo. Ella tenía el lujo de que su padre era el ilustre profesor Estanislao Navarro, un hombre muy muy mayor, maestro de dos grandes genetistas como Alexis Anasio y Raúl Iruti.
Habíamos estado en una conferencia donde hablamos de los mayores que quedaban en residencias especiales, lo bueno, lo malo, lo negativo, lo positivo, los lujos que había en las residencias, nada que ver con los llamados geriátricos de Sol III. Pero también los invadía la soledad. Y tanto mi amiga Estela como yo, Trinidad, éramos fervientes defensores de las personas mayores porque quizás en alguna cosa, si bien Ran II era más avanzado tecnológicamente en todos los aspectos que Sol III, de alguna manera es como que también se segregaba a las personas mayores que perdían un poco de su lucidez, y lo peor es que tenían la costumbre de que cuando les pasaba eso los trataban como niños, como que fueran incapaces de pensar, siendo que justamente esas personas mayores fueron los que enseñaron a toda la generación actual. Eso defendíamos. Y mi amiga Estela Navarro era una gran defensora del derecho de la gente mayor.
Recuerdo que esa tarde la acompañé a la casa de su papá. Me sentía extasiada de hablar personalmente, fuera de la facultad, con Estanislao Navarro. Me sentía como apabullada quizá de estar ante una eminencia. Me dio la mano y me dio un cálido abrazo luego. -Te recuerdo, tu eres la alumna Cabello. -Así es, profesor. -No me digas profesor, dime Estanislao directamente.
Me daba como cierto pudor tratarlo con esa confianza, para mí era una eminencia a pesar de que su hija Estela decía que ya no tenía la lucidez de tiempo atrás, lo cual a mí no me parecía. En determinado momento hubo como una especie de intercambio de palabras entre ellos. El profesor Navarro tenía dos colegas de cátedra, más jóvenes que él, ambos neurólogos y también genetistas, no de la fama de Navarro pero muy buenos, y al igual que el profesor Navarro también eran viudos y tenían pocos amigos. Entonces pensaron salir de la región y aprovechar el verano de ese hemisferio y tomarse unos días de vacaciones. Me sentí muy incómoda porque no deberían haber debatido delante mío, no me parecía correcto, pero la desubicación no pasaba por el profesor Estanislao Navarro, pasaba por su hija Estela. -¿Y se van a arreglar los tres? -El padre la miraba. -No entiendo. -Claro, los tres sois mayores. ¿Alquilaréis habitaciones en un hotel, encargaréis comida, iréis a la playa? ¿No se os pasará algo por alto, olvidaréis la tarjeta magnética, llevaréis consigo el holomóvil para comunicar por cualquier emergencia? -Estela, no somos críos, me parece que es demasiada demanda la tuya. Por otro lado no contamos con tantos ahorros. -¿Cuántos créditos te van a salir esas vacaciones? El lugar que has elegido no es barato para nada. -Hija -exclamó el profesor-, sé que soy una persona mayor y de edad avanzada a pesar de mi lucidez, no sé cuánto tiempo me queda, pero ¿ahorrar, ahorrar créditos para que quizá dentro de poco tiempo ya no esté más con vosotros? -No se trata de eso, papá, se trata de que hay que medir los créditos, no tenemos tantos. -No te entiendo Estela, tú estás trabajando bien, eres una afamada profesora tan buena como tu amiga Trinidad Cabello. -Lo sé papá, pero tú siempre me has dicho que nunca tenía que ayudarte, que tú te podías mantener solo. El profesor se molestó y le dijo: -¿Alguna vez te he pedido algo? -No. -Entonces no entiendo tu... tu diálogo, no lo entiendo. -Entiendo que últimamente estuviste dando cátedras gratuitas para la universidad y los gastos siguieron corriendo. -¡Pero estoy cobrando el derecho de vejez! -Sí, lo estás cobrando y no es tanto. Y el lugar que has elegido con tus dos colegas para vacacionar no es exclusivamente barato. Creo que dos días o tres días en uno de esos hoteles de la costa cuesta tanto como para mantener durante treinta días un apartamento. -Hija, al fin y al cabo es mi plata y quiero disfrutar. No sé cuánto tiempo más voy a vivir.
No se pusieron de acuerdo. A mí me dolía el estómago de escuchar esa conversación, porque aparte lo tenían que haber hablado a solas. El profesor, sin perder la compostura, cuando nos fuimos me saludó. Es más, me dio un beso en la mejilla y me dijo: -Sigue así, sigue así, Trinidad, no tantas personas como mi hija y como tú llevan dos carreras a la vez y las dos con éxito, neurología y genética. De verdad, es para felicitarte. -Profesor -le respondí-, todo eso me lo enseñó usted. -Acuérdate lo que te dije: Estanislao. -Me da como pudor llamarlo por su nombre profesor, por favor, es la primera vez que lo trato en persona. -Lo volví a saludar y nos marchamos.
Fuimos a tomar una bebida en un bar y le dije a Estela: -No estoy de acuerdo contigo. -Explícate -me dijo. -Claro, en la conferencia donde debatimos habría como trescientos espectadores, debatimos sobre el derecho de las personas mayores. Es más; tú eras una ferviente defensora de esos derechos, participabas más que yo del debate. Si bien yo acuerdo contigo, hoy me dio la impresión que borraste con el codo todo lo que has escrito con la mano. -No entiendo, Trinidad. -Claro -le dije-, hablábamos de que los mayores se sentían solos en las residencias. -¿Y? Mi padre no está en ninguna residencia, vive en su apartamento. -Claro, pero le has hecho problema cuando dijo que iba con dos colegas más de vacaciones, si podían arreglarse solos, si estarían bien… Lo trataste como si fuera una de aquellas personas poco lúcidas, residentes especiales. -Bueno, he notado que últimamente ha perdido un poco de lucidez. -Pero no es para que le estés encima. Aparte lo otro, lo del dinero, que se va a gastar sus créditos. Tiene razón en su respuesta, el año que viene quizá no esté vivo. -Trinidad -me dijo Estela-, eso es un problema personal y es un problema familiar, tú no tienes derecho de opinar del mismo. -En realidad sí lo tengo. -No, no lo tienes. -Sí lo tengo, Estela, lo tengo por la sencilla razón de que tú me invitaste a casa de tu padre y debatiste de ese tema estando yo cuando lo tenías que haber debatido a solas con él. Yo fui una invitada y me sentí incómoda pero tengo oídos, escuché la conversación, por eso mi derecho a opinar. Y el hecho de ser tu amiga también me brinda ese derecho. No me parece justo que lo prives en lo que le queda de vida de disfrutar con sus camaradas. -Primero y principal, Trinidad -me dijo Estela-, no lo estoy privando porque él hace lo que quiere, él no me va a hacer caso, es un viejo caprichoso. -¿Te escuchas a ti misma Estela? Has dicho viejo caprichoso a una eminencia como el profesor. -Claro, para ti es una eminencia, yo lo veo como mi padre y sé las cosas que tiene, hay que convivir. -¡Pero tú no convives! -No, pero lo veo a diario.
¡Ah! La miré a Estela y no la entendía, honestamente, no la entendía, defensora de las personas mayores, del derecho de disfrutar de la vida. Y le decías "Estás dando cátedras gratis. Lo que te dan por ser una persona mayor y te depositan en la cuenta de créditos, las vacaciones que te vas a tomar que te vas a gastar el dinero de treinta días en dos días". No nos pusimos de acuerdo. Estela me terminó diciendo: -Va a gastar mucho más, porque van a estar entre una semana y diez días, y se va a gastar prácticamente lo que gastaría en tres meses estando en su apartamento. -Y qué -exclamé-, es su vida, se lo ganó, es viudo, no tiene que rendirle cuentas a nadie. Tú eres independiente, ni el vive de ti ni tú vives de él. Tú ganas tanto como gano yo, tenemos un buen pasar, ambas somos solteras, ¿por qué le quitarías el placer de disfrutar con sus camaradas?, quizá sea el último año que pueda estar de vacaciones. -Porque me parece que malgasta la plata, me parece que es un capricho de viejo, me parece que no es momento.
La miré a Estela y "Será posible", pensé para mí, está sacando a relucir un egoísmo que desconocía, un egoísmo que no entendía. La defensora de los derechos de la gente grande... ¿Dónde quedó esa defensora? O era una apariencia o al estar reactiva le salía de adentro ese egoísmo. No, no lo compartía para nada, no lo compartía para nada. Me sentía mal. Nos despedimos amablemente, quedamos en vernos al día siguiente en la facultad porque ambas, a pesar de ser doctoras, seguíamos estudiando distintos cursos de postgrado, porque nunca se terminaba de aprender.
Cuando llegué a mi apartamento encendí el holovisor pero lo dejé sin volumen. Me preparé un té de hierbas, algo que me calmara la parte estomacal, porque me sentía muy muy mal de conocer a la verdadera Estela Navarro, es como que me hubieran clavado una daga en el pecho, del dolor que sentía, un dolor emocional. Y encima enojada conmigo porque en mi trabajo como neuróloga, entendía que uno tiene el don de poder frenar ese dolor emocional. Pero era demasiado, era demasiado.
Tanto Estela como yo bogamos por ayudar a la sociedad, a mejorar la sociedad y apuntábamos justamente a la gente mayor, pero esta Estela que vi hoy en la casa de mi ilustre profesor, Estanislao Navarro, no la conocía. Y me la habían cambiado, me parece que ésta Estela era la verdadera y la amiga que yo tenía era la apariencia. ¿Con qué cara le enseña a sus alumnos, con qué cara atiende a sus pacientes diciéndoles frases consoladoras si su pensamiento no es ese? ¿Hipocresía, o ella misma no se daba cuenta que tenía un doble rostro? Eso es más grave todavía, eso era más grave todavía. Contra mi voluntad me tuve que tomar un calmante, no me bastó con el té de hierbas de tan mal que me sentía, y me acosté a dormir sin cenar.
Sesión 03/07/2020 La entidad comenta que siempre hay alguien mejor que uno en todos los aspectos. Que no se trata de ser el mejor sino de hacer lo mejor, lo mejor que pueda para ayudar a los demás. Presenció un torneo a espada y entendió que competir no era su objetivo.
Entidad: Mi nombre es Maradel, plano 4, subnivel 1. Rememoro el rol de Diana, en Umbro, buscando la manera de poder ayudar sin crearse frustraciones, sin tirar monedas al vacío, entendiendo de que la palabra es útil pero sin la obra puede ser casi estéril, porque la gente vive al día con sus necesidades y a veces una palabra de aliento no cubre esas necesidades. Mi rol: Diana.
Seguía caminando, andando por el sendero llevando de las riendas mi equino y llegué a un pequeño poblado escuchando bullicio, exclamaciones. Me entró la curiosidad. Vi que habían montado un cuadrado rodeado de gente y en el centro dos personas cambiando golpes con su espada. Me sorprendió. Hablé con un señor, uno de los desconocidos. Y le digo: -¿Qué está pasando? -Ya estamos entrando en las semifinales del torneo. -¡Torneo! -El hombre se dio vuelta y no me prestó más atención.
Había una joven guerrera, me acerqué a ella-. Discúlpame que interrumpa tu atención. -Me miró con mirada serena y me dijo: -Por favor, eres una recién llegada, seguro que quieres saber qué está pasando. -Un señor me dijo que había un torneo -le conté. -Sí, y ahora me toca a mí. -Pero vi hombres, ¿cómo te vas a enfrentar con ellos? -¡Ja, ja, ja! Es muy difícil que un hombre me pueda vencer con la espada. -En ese momento se acercó un hombre corpulento con una niña. La miró y sonrió. Le pregunté: -¿Te conoce? -Estuve un tiempo saliendo con él, pero los caracteres de ambos era disímiles y me alejé. -¿Y esa niña está a su cuidado? -Sí, se llama Reda. -¿Pero él es el padre? -No, mataron a sus padres, creo que en un incendio murieron y la niña estaba por morir a manos de unos perros muy grandes que habitan más para el suroeste, unos perros llamados guilmos, y este hombre, Sturgion, la salvó. La niña se encariñó con ambos pero le dije que la visitaría de tanto en tanto. -¿Y este examigo tuyo también participa? -Justamente ahora le toca a él en cuartos de final. -Explícame eso. -Claro. Dime tu nombre... -Diana. -Te cuento, Diana, mi nombre es Kena. Participan sesenta y cuatro y van combatiendo treinta y dos contra treinta y dos, los treinta y dos que quedan luego combaten dieciséis contra dieciséis, finalmente ocho contra ocho. Los ocho que quedan van por eliminatorias hasta que quedan cuatro, cuatro es la semifinal, dos sería la final. Estoy por entrar a semifinal igual que Sturgion, al que sigo considerando mi amigo pero no como pareja. ¿Y tú que tal eres con la espada?, veo que portas una. -Tengo un instinto muy especial, es muy difícil que pueda entrarme un golpe. -Explícame lo de instinto -preguntó Kena. -Claro, es como que mi instinto me hace visualizar décimas de segundos antes el movimiento que va a hacer la persona, la intención que va a tener, y es imposible que me pueda llegar. Y me anticipo a sus golpes. -¡Vaya!, ¡pero eres muy buena! -No, no tengo tanta práctica como una guerrera como tú, simplemente es un instinto que tengo. -Vaya. Tienes aspecto de noble. -Soy noble -expliqué-, pero es una historia muy larga. Ayudé a derrocar a un rey, y el rey al que ayudé luego me decepcionó, pero mucho. Entonces me alejé y ahora estoy buscando la manera de poder ayudar... -¿Ayudar en este mundo? -preguntó Kena-, es muy difícil.
En ese momento se acercó una joven delgada, morena. Me sorprendieron sus orejas como puntiagudas, sus ojos rasgados. Se acercó a nosotras. -¿Vais a participar? Kena dijo: -Me toca a mí ahora. -¿Y tú? -No -le dije-, no. Entiendo que por ganar dinero..., pero no, no me interesa participar de eso. ¿Y a ti? La joven dijo: -No, sería quitarles el dinero. Kena le dijo: -¿Tan buena eres? -No, no soy buena, soy la mejor. -¿Cómo te llamas? -le pregunté. -Elefa. -Esa forma de tus orejas y tus ojos rasgados... -Soy una elfa. -¡Vaya! Hace poco me sorprendí que me hablaron de una raza llamados mentos, pensé que eran una leyenda. Y lo mismo las elfas. -Veo que no has conocido mundo. -No. Teníamos unas posesiones que un rey tirano nos dejó sin nada, hasta que el nuevo rey nos devolvió las posesiones y los títulos. Pero a mí no me interesa nada de eso, un título no hace a la persona.
En ese momento fue al cuadrado Sturgion. Kena dijo: -Es muy bueno, es muy difícil que lo venzan. En ese momento Elefa dijo: -¿Es tu amigo? -Kena asintió-. Dalo por perdido, su rival es la mejor espada de todo Umbro. Kena frunció el ceño. -Parece un joven inexperto. -Eso es lo que piensa la gente cuando lo ve a Rebel. Una alumna mía, que era muy buena, no pudo hacer nada contra él.
Y así fue. Miré el combate y era a primera sangre. Apenas un corte, apenas una marca, la persona ganaba. Sturgion, por lo poco que conozco era muy bueno, pero Rebel era algo fuera de lo común. Nunca había visto una espada como la de él. En menos de cinco minutos lo tocó en el brazo y lo venció. Kena quedó sorprendida. -Ahora me toca a mí -dijo Kena. Fue al cuadrado. Se topó con Sturgion y le dijo-: Lo lamento, me hubiera gustado una final contigo. -Sturgion hizo un gesto de impotencia y se abrazó con la niña Reda. Le tocaba un guerrero muy muy grande, muy robusto. Le dije a Elefa, a la elfa: -Kena va a estar en apuros. -No, no, Diana, es grande pero torpe, no creo que... No creo que el combate dure más de dos minutos. -Y fue así. Lo marcó en un muslo, lo marcó en el estómago, el hombre quería seguir pero Kena ya había ganado.
Fuimos a tomar algo a la posada. Comí con un apetito voraz y tomé una bebida caliente. Finalmente llegó la final: uno contra uno. La guerrera Kena, que era muy buena, contra Rebel. Kena se acercó a Elefa y le dijo: -¿Tan bueno es? -El mejor -dijo Elefa-, es casi tan bueno como yo. -Vaya, vaya qué humos. Ahora veréis. -Rebel, sonriente, bromista jugaba con su espada. Kena atacaba una y otra vez. Rebel no atacaba, se defendía, paraba un golpe, paraba el otro. Kena trastrabilló un par de veces, quedó sorprendida y en un momento Rebel le tocó con la espada la muñeca derecha, le hizo soltar su espada. Había ganado. Kena lo saludó respetuosamente, salió como desconcertada. Nos dijo a nosotras: -He estado con las amazonas, me considero mejor que cualquiera de ellas y ellas tienen fama de ser las mejores guerreras. Y este joven lanzó un sólo golpe, yo lancé como veinte, uno sólo y me marcó la muñeca. -Trató de no lastimarte -dijo Elefa.
El joven cobró su premio y se acercó a nosotras. La miró a Elefa: -¿Tú otra vez? ¿Por qué no has participado? -Porque no me interesa ganar dinero en un juego. -Y menos estando yo -dijo Rebel. -Eres el mejor -dijo Elefa-, el mejor de los varones. Yo sé que te puedo vencer. -Rebel se encogió de hombros. -Mientras no probemos va a quedar la duda. Kena le dijo a Elefa: -Esta joven, Diana, dice que nunca la han tocado, que tiene un instinto. -Elefa frunció el ceño. -Explícate... Le dije: -Cuando ayudé al rey Bryce a recuperar su trono tenía sus mejores soldados, no pudieron tocarme ni una sola vez, y era lo mejorcito de la comarca. -Pero has entrenado desde cuándo... -No, es instinto. Por supuesto que entreno, pero es como si le adivinara el pensamiento a la persona antes de que haga el movimiento, y sé cómo frenarlo, y sé como contraatacar. Elefa hizo la pregunta de rigor: -¿Pero entonces eres una joven de raza mento? -No, no, ni yo ni mi familia, es instinto. -Vaya. Por la tarde Elefa me dijo:- Hagamos una pequeña prueba con espadas de madera para no lastimarnos, quiero ver ese instinto tuyo. -Está bien, con espadas de madera acepto.
Estaba Rebel, Kena. Se había acercado Sturgion con la niña Reda y miraban. Y mucha gente se acercó. Cambiamos golpes con una rapidez que eran prácticamente movimientos invisibles a los espectadores, hasta que en determinado momento Elefa me tocó el estómago con su espada de madera. Quedé absolutamente desconcertada. -¿Y? -me dijo Elefa-, ¿qué pasó? -No sé, siempre es como que adivino, adivinar es una manera de decir, es como que intuyo lo que va a hacer la persona, pero a ti no te puedo percibir tu movimiento, y no entiendo por qué. La elfa explicó: -Porque cuando combato dejo la mente en blanco. Al dejar la mente en blanco ni yo misma pienso el movimiento que voy a hacer, me sale automáticamente.
Estaba desconcertada, era la primera vez que alguien me vencía. Por suerte eran espadas de madera. Rebel aplaudió sonriendo. -Eres muy buena, Elefa, eres muy buena, casi tan buena como yo. -Elefa me señaló. -A ver si tú puedes hacer lo mismo con Diana. -No -negué-, estoy cansada, ya está. -Son dos minutos nada más -dijo Rebel-. Probemos. -Elefa le alcanzó su espada de madera.
Probé con Rebel. Intercambiamos golpes una y otra vez, traté de percibir sus movimientos pero era tan difícil... Hasta que en un momento Rebel me tocó el hombro. Sonrió. -¡Vaya! -Estaba más desconcertada todavía. En un instante una Elfa y un hombre a los que no conocía me habían vencido. A ninguno de los dos les pude percibir o intuir el movimiento. Le pregunté-: ¿Tú también, Rebel, dejas la mente en blanco? -Se encogió de hombros. -No sé, me sale el movimiento. En ese momento no pienso, me sale el movimiento que me tiene que salir. Los miré a los dos. -Verdaderamente sois los mejores.
Kena estaba como desmoralizada por haber perdido con Rebel, y me dijo: -¿Una más conmigo? -Acepté. Tomamos la espada de madera y cambiamos golpes. Kena se esforzaba; lanzaba, frenaba, volvía a lanzar, hasta que la toqué dos veces en el muslo, en el brazo. Kena dice: ¿Pero cómo puede ser? -Porque a ti sí te leí tu mente, a ti sí te percibí tu intención. -Vaya. Seguramente si Rebel me venció en la final, reconozco humildemente que Elefa también me vencería. Y tú también, Diana. Hasta ahora me consideraba la mejor y ahora quedo en cuarto lugar. -En cuarto o en quinto -dijo Sturgion-, no hemos cambiado golpes entre nosotros. -Pensé que Kena se iba a molestar pero sonrió. -Hay que descansar un poco. ¿Te quedas, Diana? -Me quedo. -Descansaré un poco. Pero a la noche juntémonos en la posada a conversar. -Se fueron todos: Kena, Elefa la elfa y el joven Rebel. Sturgion levantó a la niña Reda y me saludó: -Nos vemos a la noche, conversamos mientras cenamos.
Fue una experiencia extraña. Jamás había visto un torneo, jamás había visto nada de todo esto, jamás me habían vencido. Por suerte fue con espadas de madera. Y me doy cuenta que siempre hay alguien mejor que uno en todo lo que puedas hacer. Nadie es el mejor guerrero, nadie es el mejor carpintero, nadie es el mejor espadachín, siempre hay alguien mejor. Además, hay alguien mejor que todos los que compiten: el tiempo. Quizá dentro de mil amaneceres pierda Rebel, pierda Elefa.
El tiempo. El tiempo nos desgasta, por eso no me interesa ninguna competencia. Me interesa poder ser útil, poder servir. Entiendo que esta gente hermosa que conocí tiene su mente en otro lado, luego me enteré que participaron de batallas, de combates, que han salvado gente. Y aprendí que no hay una sola manera de servir, el servicio es ilimitado y no precisa de recursos; precisa de voluntad, de ganas, de anhelos, de poder tender una mano, de poder ayudar.
Y ahora como thetán, como Maradel, recuerdo el concepto de un... una Jerarquía Maestra que conceptúo: "No puedes tender una mano a nadie si no estás tú de pie primero". Y como Diana me faltaban muchas cosas por aprender todavía para poder seguir tendiendo manos.
Gracias.
Sesión 10/07/2020 La entidad deseaba ayudar a otros, pero distinguiendo quién quiere ser ayudado y quién no. Pero entiende que no hay que gastar energías que pueden servir para otros si alguien necesitado no acepta la ayuda y desea seguir con sus roles del ego.
Entidad: Mi nombre es Maradel, del plano 4 subnivel 1, continuaré el relato de mi rol como Trinidad Cabello en Ran II. El thetán de quien es mi amiga Estela Navarro es una alta entidad a la que respeto muchísimo, pero debo ser fiel a mis recuerdos, que lo va a relatar en la forma del rol de Trinidad.
Habíamos tenido un cambio de palabras de la forma como Estela trataba a su padre, el profesor Estanislao Navarro, un hombre al que yo admiraba, profesor de nada menos de dos eximios genetistas como Anasio e Iruti. Estela estaba distinta, por momentos la veía contenta, por momentos la veía cabizbaja, meditabunda. Y había días que nos citábamos a tomar algo y faltaba. La llamaba por el holomóvil y marcaba "No disponible". Pasaron como treinta días y me comenta de que estaba en relación con una persona. Le pregunté: -¿A qué le llamas relación, estás de novia? -No, no -se aclaró la garganta y continuó-, estamos conviviendo. -Me asombró sobremanera. -¿Conviviendo, de buenas a primeras? -Sí, es un hombre maravilloso, amable, atento. Se llama Joaquín, estudió en otra región pero sabe muchísimo también de neurología y de genética. -¡Bueno, pero esto ha sido una grata sorpresa! -le comenté-, te felicito.
Un día de semana me llama y me dice: -Estoy aburrida... -Qué precisas, dime. -Verte, conversar. -Pero por supuesto -le dije. Y nos encontramos en el bar de costumbre. Nos sentamos en unos boxes apartados y me dice: -Me siento tan sola... Mi mente estaba en ebullición. Le digo: -¿Cómo sola, no entiendo, no estás conviviendo con este señor, Joaquín? -Sí, lo que pasa que lo veo los fines de semana. -Entonces no estás conviviendo. -¡Cómo no! Tiene ropa en casa, en los placares, prácticamente vive conmigo. -No... no especificas. No eres clara, Estela. Prácticamente vive contigo pero me dices que está los fines de semana. ¿Y en la semana qué, trabaja, viaja, está en otra región? -No, está con su familia. -Me quedé helada. -¿Cómo con su familia? -Sí, tiene esposa y tiene dos hijos. -Me quedé segundos sin palabras. Digo: -¿Pero qué clase de relación es esa? -Él me ama, y yo también. -Pero no entiendo, te ama pero tiene su familia. -No se lleva bien, quiere a los hijos pero a la mujer no la soporta. -Mira, no me gusta dar consejos, no los doy, sí puedo orientarte por el hecho que tú me has dado pié al contarme la historia. ¿Pero qué hubiera hecho yo?, salvo que tú no sabías que tenía familia. -Sí, sí, lo sabía, lo sabía. Compartimos un par de cátedras y empezamos a vernos, y me contó que no se llevaba bien y bueno, pasó lo que tenía que pasar. -Estela -le dije-, antes de que pasara lo que tenía que pasar, ¿lo correcto no era que él aclare las cosas con la que es su esposa, se separen, se divorcien y luego inicie una vida contigo? -Sí, lo que pasa que tienen negocios en común. -¿Pero ella también es neuróloga? -No, no, pero el padre de ella aparentemente tiene bastante plata. Y bueno, se casaron jóvenes, el padre le pagó los estudios a Joaquín... -O sea que durante un tiempo Joaquín vivió de su suegro -argumenté-, y ahora es como que tiene temor de quedarse sin nada. Estela se puso mal y me desafió: -Qué fácil que es para ti, tú resuelves todo, tú eres la sabia. Lo mismo con mi padre. -No entiendo por qué te pones así -le dije. -Claro, ¿te crees que es fácil dejarla un día para el otro? -¿Pero él no tiene sus ahorros? -pregunté. -Sí, por supuesto, por supuesto, lo que pasa que no lleva tanta gente a las cátedras como tú o como yo. No alcanza, digamos, a vivir con lo que gana y si se separan, encima tiene que pasarle créditos a ella porque los chicos son menores, y no le alcanzaría ni siquiera para rentar un apartamento de un ambiente. -¡Aaah! Estela, ese no es tu problema, es problema de él. -Pero a mí no me molesta, yo sé que él me ama a mí.
A veces cuando uno dice las cosas con la verdad y el otro tiene muchos roles del ego se molesta, se ofende, no quiere escuchar. Pero yo no podía callarme. -¿Él qué problema tiene? -le dije-, él está cómodo, te ve a ti, se acuesta contigo, el fin de semana te dice "Nos vemos", Vuelve con la familia, a la familia le inventa que irá a otra región a dar cátedras. O sea, que vive en una mentira. Y tú no vives en una mentira, tú te has formado una mentira, lo has idealizado, a una persona que verdaderamente no se lo merece. -Me imaginé, me imaginé que ibas a decir eso, estoy arrepentida de habértelo contado. Joaquín es lo mejor que me pasó en mi vida, es una excelente persona, sufre en la familia, la mujer lo maltrata y conmigo tiene un desahogo. -Pobre... -Ahora estás siendo irónica, Trinidad. -Honestamente sí, estoy siendo irónica, porque intuyo que no es así. Honestamente, no le creo nada. -Se paró, se estaba por ir-. ¿Qué haces? -No eres buena amiga. Nos sentamos en un reservado, trato de desahogarme contigo y en este momento tengo deseos de llorar. Me censuras, me criticas, dices que hago mal las cosas. -Cálmate, hablemos de otra cosa. -Y hablamos de mil cosas. Hablamos de investigaciones, hablamos de astronomía. La semana siguiente iríamos a ver una conferencia de Nando Flagan, un astrónomo pero de los más destacados, incluso estaban ya por hacer con empresas privadas viajes para los asentamientos en el satélite.
Nos vimos recién diez días después. Yo soy una persona que me gusta tender una mano, me gusta ayudar... ¿La dignidad es mala?, porque yo entiendo que la dignidad es no permitir que el otro te haga lo que tú no le harías a él. Como Maradel eso lo escuché de mi maestro. Pero hay otro tipo de dignidad: si la persona no quiere ser rescatada, que se hunda, allá ella. Porque insistir, insistir, insistir en tender la mano y que del otro lado no quieran ser rescatados, ¿en qué te transforma?, en una persona necia. Y la dignidad y la necedad jamás, jamás van de la mano, jamás. No son opuestas pero son distintas, no se pueden mezclar como el agua y el aceite, pueden estar en un recipiente pero van a ser substancias separadas.
Pero a la semana yo me ponía a pensar: ¿Por qué la gente a veces pide ayuda y cuando se la das se empaca como una mula y busca tener razón aún? Yo creo que inconscientemente, sabiendo que está equivocada, apuesta todas las fichas en la persona sabiendo que la persona le da una gotitas de amor, si se puede llamar así. Es cierto que de afuera las cosas se ven distintas que de adentro, yo ni siquiera lo conocía a Joaquín, lo he visto un par de veces en reuniones de facultad o en un par de museos que fuimos pero estaba con la familia, y Estela no podía presentármelo porque oficialmente no lo conoce. Es decir, lo puede saludar como una compañera de cátedra, nada más.
Diez días después cuando nos volvimos a juntar me dice: -Este fin de semana no vino. -Bueno, no habrá podido tener una excusa, por eso no vino. -Intenté tranquilizarla. -No, no... -Explícate, porque no entiendo. -Le conté que tuve una falta en mi periodo. -¿Estás embarazada? -Sí. -¿Y se lo dijiste? -Sí. -Y no vino. -No. No atiende a su holomóvil. Trato de llamar de un holoteléfono pero tampoco atiende las llamadas anónimas. -¿Sabes dónde vive? -¿Me estás diciendo que vaya a la casa a hacerle problemas? Jamás haría eso, jamás, él tiene muchos contactos por parte de su suegro, contactos políticos, me haría trizas, diría que invento para sacarle dinero. -Estela, -exclamé-, yo también tengo contactos y muy buenos, te aseguro que lo puedo hacer pedazos, figurativamente hablando. -No quiero lastimarlo, pero verdaderamente me desilusionó. -Espera hasta la otra semana, tal vez de verdad no pudo venir. -Me falta la carpeta con mi nueva tesis de neurología y él la estuvo leyendo y dijo que era muy buena. -¿La has registrado? -No. -¿Me estás contando que te la robó? O sea, te abandonó y se llevó tu tesis de neurología. -Es más, esta semana escuché a dos profesores que estaban comentando la tesis que presentó Joaquín. -¡Pero eso es un robo! -¿Y qué pruebas tengo?, está escrita con la holocomputadora. -¿Pero tu holocomputadora no tiene registro de identificación? -Sí. -Cada hoja que se imprime o cada hoja digital tiene un... lo que en el pasado se llamada sello de agua, imperceptible, y un número de código. -Pero seguramente se tomó el trabajo de copiar en su holoordenador las ochocientas páginas. -Pero espera, espera, espera; tú me dijiste que tenías una carpeta de papel, pero tienes el original en tu holoordenador. -Entré y no está, está deleteado, y la carpeta Delete está vacía. -Entonces lo hizo todo a propósito, se enteró que estabas embarazada, huyó y encima te robó una tesis que le va a dar prestigio. Y tú... ¿Por qué no le comentas a tu padre, al profesor Navarro? -La vez pasada discutí con padre, se puso muy muy mal. Finalmente se fue con los colegas de vacaciones pero cuando volvió dijo que no disfrutó nada, estuvo un par de días descompuesto en el hotel, y cuando vino estaba desanimado sin ánimos de comer. Lo veo demacrado, bajó de peso... ¿Y te piensas que le voy a ir con este problema? -¿Y? Pero el embarazo no lo puedes ocultar, ¿qué vas a decir cuando sea el momento? -Cuando sea el momento ya veré. Pero esto fue una decisión mía. Y no me digas "Trinidad, yo te advertí", no te hagas la sabionda. -Estela, no dije nada. -Pero lo pensaste. -No soy hipócrita, obvio que lo pensé, claro que lo pensé. Qué quieres que te diga, ¿quieres una amiga que te diga a todo que sí, que te mienta o alguien que te diga la verdad aunque te duela? -Se levantó llorando y me abrazó. -¿Qué hago? -Tú tienes bastantes créditos, tienes un buen apartamento... Puedes contratar a una niñera y seguir trabajando perfectamente. -¿Y el amor? -En tu caso no fue amor, fue un espejismo. Te has encandilado. -¿Y de parte de él? -¡Je, je! De parte de él fuiste un escape de fines de semana. -O sea, fui un objeto. -No lo digas de esa manera, no te ataques a ti misma, a ti no te puedo decir nada porque lo hiciste de buena fe. A veces una persona se ciega, a todos nos pasa, somos humanos, somos seres humanos, no somos infalibles, no somos Dios. -Me abracé. Le digo-: De parte mía no me gusta la palabra venganza porque mi forma de ser, como me conoce todo el mundo, "Mira Trinidad Cabello, que buena esencia que tiene, qué carismática", soy amable, amigable, pero mi otra fase creo que ni tú, Estela, la conoces, soy implacable con el error, pero no esos errores cometidos sin querer como has hecho tú, los errores crueles. Esta persona, Joaquín, de alguna manera lo tiene que pagar. -¿Pero de esa manera Trinidad, no te estarías poniendo del lado del mal actuando con las mismas armas? -¿Y dejarlo impune? Piénsalo, Estela, dejándole impune, ¿no estaría siendo cómplice del mal? Piénsalo tú. Mi misión en esta vida es ayudar, extender la mano a todo aquel que quiera ser ayudado, y lo hago con genética, y lo hago con neurología, pero en la vida cotidiana en el común denominador también lo tengo que hacer.
Nos abrazamos y quedamos en volvernos a ver la semana siguiente. Antes de irme le dije: -Por la noche pongo mi teléfono en vibra, pero tengo un oído finísimo y lo escucho. -Está bien, cualquier cosa que surja te llamo a tu holoteléfono, y si no atiendes a tu holomóvil. -Nos abrazamos de vuelta y me marché compungida, cabizbaja, con un dolor tremendo en el pecho.
Dicen que el que ama no puede odiar porque el amor cubre todo, pero el amor no ama las injusticias, yo odio las injusticias. Gracias por escucharme.
Sesión 11/07/2020 La entidad relata una vida en Sol III, en tiempos en que el Maestro Jesús esparcía la Palabra del Padre. No eran tiempos buenos para la mujer en aquella civilización de hombres. Dialogó con Él, quedó reconfortada.
Entidad: Me encuentro aquí reunido con vosotros, mi nombre es Maradel, plano 4 subnivel 1. Hay emociones que son positivas y no tienen raíz en el ego, de lo contrario no estaría en el plano 4, son emociones sentimentales aunque a veces las vivencias puedan ser tristes, aunque a veces las vivencias puedan ser crudas, densas.
Mi nombre era Betsabé, vivía en la ciudad de Sícar, la actual Nablus en Jordania. El relato es de hace dos mil años atrás. Tenía diecisiete años y tenía una prima que más que prima era amiga, Miriam. A veces es como que uno se acostumbra a la vida que tiene. Nuestra costumbre, la ley de la Torá, hacía que la mujer fuera un suplemento del varón, por decirlo de una manera cruda, comíamos después que comían los varones. Y los padres de mi prima Miriam eran más desapasionados, fríos, llamémosles de alguna manera. De pequeña, entre los nueve y los dieciséis años le dejaron crecer el cabello hasta cintura. Lo veía a mi tío comiendo el cordero chorreándose todo el pecho, la ropa, las manos con la grasa, con el jugo y en lugar de utilizar un papel luego para limpiarse las manos... -¡Miriam, ven aquí! -Y se secaba las manos en el cabello de mi prima-. Ahora vete y haz la limpieza ya. Mira como está el piso lleno de huesos. -Huesos que había tirado mi tío.
Los varones no, no hacían nada. Iban al templo con la biblia a estudiar, a estudiar la palabra de un dios que a mi punto de vista era cruel al punto tal que... al punto tal que el Testamento terminaba: "Portaos bien, no sea que vuelva otra vez e hiera la tierra con maldiciones". Un dios que maldice, un dios que castiga.
Pero claro, la condición de mujer era... Pero a veces teníamos las tardes libres o a veces la acompañaba a Miriam al pozo de Jacob. Yo tenía un año menos que ella, diecisiete, ella dieciocho, y por el camino hablábamos. Me contaba que Nazaret había estado alborozada porque había un nuevo mesías y que se dirigía a Sícar, nuestra ciudad, camino a Jerusalén. Le dije: -Hay tanta gente que habla en nombre de Dios amenazando, "¡Respeta la ley, respeta el Pentateuco o Dios te abrasará -con 's' no con 'z'-, te abrasará y te convertirá en cenizas!". No, no quería escuchar esos falsos profetas, pero Miriam me decía: -Escuché que este Maestro es distinto, que habla del amor y que es el hijo predilecto del verdadero Dios. -Sonreí tristemente. -Verdadero Dios... El Dios en el que yo creo es un Dios que es amor sublime, infinito, un amor que te envuelve y que te transforma en Luz. -¡Pero Betsabé -exclamó mi prima-, justamente eso es lo que predica!
Al día siguiente cargó al hombro las vasijas y salió sin decir nada. Qué raro que no quiere que la acompañe, qué raro. Y la seguí a distancia. Me sentía mal porque espiar, para mí, es un acto hostil, pero ella estaba prometida con un hombre que no quería, Jacobi -le decían Cobi cariñosamente, un hombre despreciativo para la mujer, la enorme dote que le tenía que dar mi tío para que acepte a Miriam-, y Miriam estaba como resignada. Pero ahora veo su rostro iluminado, distinto.
Aparentemente se había corrido la voz que el Maestro y uno de los discípulos, venían por el camino y cuál es mi sorpresa cuando veo un hombre acompañado de un joven y se encuentran en el aljibe y le dice: -¿Cómo te llamas? -Mi nombre es Miriam, tú debes ser el Maestro del que hablan. -Niña, todos somos maestros, pero tú tienes una mirada que encandila -le dijo el hombre. Mi prima le dice: -¿Pero tú, tú, Maestro, puedes ver mi interior?, porque la mirada es interna. -Estoy viendo todo en ti. Eres como fosforescente, como una luz. ¿Tienes tu familia cerca? -Sí, pero me sorprende que me den tanta conversación porque generalmente con los samaritanos nadie habla. -¡Ja, ja! No, no es así, el espíritu interno no tiene género, no es varón, no es mujer. Te había preguntado por tu familia. -Van a orar al templo del monte Gerizim. ¿Acaso tú irás a predicar a Jerusalén? -Pequeña, es cierto que muchos de mis familiares está en Jerusalén pero mi Padre es una esencia espiritual, no hace falta que se le ore en el monte o en el templo de Jerusalén. Aquí -Y se tocó el pecho-, aquí dentro de cada uno también está mi Padre. ¿Y tú, pequeña, cómo no has ido a orar? -¡Ah! Estoy triste Maestro, estoy prometida con un hombre llamado Jacobi, y no, no lo amo, pero para mi familia no soy más que una vaca del rebaño. Hace poco me he cortado el cabello, hasta tiempo atrás mi padre usaba mi cabello para limpiarse las manos, como si mi cabello fuera un trapo, y se limpiaba la grasa del cordero y del cerdo que comía. -Estaba detrás de una gran roca escuchando eso y me caían las lágrimas porque yo fui testigo de todo eso de esa familia.
Mis padres... En fin, eran más benévolos. Es cierto que por costumbre comía después con mi madre, pero el trato de mi padre con mi madre era más de pareja, mi madre no era servil como mi tía con mi tío. Sentía como piedad, sentía como piedad por Miriam. Miriam en un arrebato le dijo: -Discúlpame Maestro que te confíe esto, pero es como que está mal el rechazo que siento por Cobi porque Dios se va a enojar conmigo. El hombre le dijo: -No, mi Padre no juzga, juzga solamente la impiedad, los sentimientos son del libre albedrío. Pero claro, tú debes respetar la costumbre de tu familia. -Hablaron de temas personales en voz más baja.
Al lado del Maestro había un joven de muy buena presencia que tendría aproximadamente mi edad también. Por la forma de hablar de ese Maestro me di cuenta de que no era uno de estos que amenazaban con infiernos de fuego, predicaba el amor. Predicaba el verdadero amor, un amor distinto, un amor tan puro... Por las pocas palabras que escuché a la distancia, me di cuenta de que este Maestro, por alguna razón de conexión espiritual sentía un afecto muy especial por mi prima, y mi prima en su corta edad lo entendió de manera distinta diciéndole: -Sin conocerlo, Maestro, también tengo un afecto tremendo por ti, al punto tal de dejar a Jacobi y escaparme contigo. -No, no -le dijo el Maestro-, no, tengo una misión. Tengo una misión. -El joven lo llamó al Maestro a un costado, como reprochándole, quizá malentendiendo el afecto del Maestro y diciéndole que era muy joven para él.
Yo lo entendí. Entendí que era un afecto distinto pero quizá como el joven lo conocía mejor habrá pensado que al Maestro le pesaba enormemente su soledad. Y eso suele pasar cuando tú predicas el amor y los demás se burlan, cuando tú predicas la hermandad y los demás se ríen, cuando tú predicas el abrazarse con el otro y los demás, ¡je!, te dan la espalda. Porque sí, te dan la espalda. Es como que la gente rechaza el verdadero amor por la hipocresía, rechaza el afecto en pos de la falsedad, rechaza la luz, el resplandor, el arco iris y buscan lo material, lo tangible, lo cual no está mal mientras hubiera una armonía entre lo tangible y lo intangible. Pero en el templo decían: "Dios proveerá". Lo cual no está mal. Lo que omitían decir es que si uno es la herramienta de Dios, uno tenía que hacer el esfuerzo. Uno tenía que hacer el esfuerzo. Pero la gente común eso no lo entiende, la gente común eso no lo razona, la gente común vive la vida de una manera materialista despreciando enormemente el rol de la mujer, no la tienen como su igual.
Recuerdo que cuando yo nací, eso me lo contó mi madre, cuando yo nací mi padre lloró una semana. Ya siendo más grande, porque madre me lo recordaba y me lo recordaba y me lo recordaba... -Ahora soy más grande y puedo entenderte. ¿Por qué el llanto de padre? -No entiendes, Betsabé, no entiendes. Tu padre esperaba un varón y naciste tú, una gran decepción. Lo mismo el tío cuando nació Miriam. -¿Pero por qué, madre? -Porque nosotras, las mujeres, somos una "carga". -Y era cierto. Para que Jacobi se case con Miriam había que darle un campo, ganado como indemnización por llevarse la "carga", que era la hija. Y lo estoy contando de manera liviana porque era mucho peor todavía, era mucho peor.
Recuerdo que el Maestro antes de irse comentó que los estados de ánimo se contagian, la felicidad se contagia, la vibración de Luz se contagia. Pero no solamente entre los seres humanos, se contagia en la plantas, en las flores, en el aire. Pero a quién se lo vas a contar, ¿a los escribas en el templo? Pero si siendo mujer ni siquiera tenía la condición de poder dirigirles la palabra. No, no, era imposible. Fui criada en una religión absolutista donde el hombre no era que tenía la última palabra, directamente tenía la palabra. La mujer podía hablar si se le daba permiso.
Y nos permitían, con Miriam, escaparnos hasta el pozo porque todavía éramos niñas. Luego teníamos que ir acompañadas de un pariente, solas no podíamos ir. Pero no lo veíamos como algo negativo, en el sentido de que estábamos resignadas. Y sé que está mal porque mi Maestro, mi Maestro espiritual dice que uno debe adaptarse, no resignarse.
Pero mujer, niña en esa época, con esa crianza, ¿a qué te vas a adaptar si no puedes hacer otra cosa más que lo que tienes designado, señalado? Te eligen a alguien que aunque tu padre pague la dote, es alguien que puede mantenerte sin quejarte. Eso sí, más vale que le des hijos varones, de lo contrario te va a despreciar, de lo contrario se va a quejar a tu familia diciendo que le han "vendido", porque es una venta, una mujer inútil que solamente da hijas mujeres. ¡Qué difícil, qué difícil todo eso!
Recuerdo que mi prima se despidió del Maestro y del joven que era su discípulo. Y quedé tan petrificada de lo que escuché que no tuve tiempo de esconderme. Y Miriam me vio. -¿Has escuchado? -Me encogí de hombros. -Sí, he escuchado parte. Sé que iban ahora para la posaba. ¿Este es el profeta del que hablabas? -Se llama Jesús, y su discípulo se llama Juan. Tiene más discípulos pero les llevaron provisiones a su familia. Da sermones y junta más de cien personas. Pero la gente del templo está muy alerta porque en Roma quieren que Judea sea la provincia que pague más impuestos, y lo que menos quieren es un alborotador.
Pasaron dos días y marché para la posada que me había dicho que iban a estar mi prima Miriam. Y ahí estaban a una mesa tomando una bebida y comiendo algo. El hombre con una barba y el joven con su rostro lampiño con una cara delicada vieron que me acercaba. -Disculpad mi intromisión, sé que es una falta de cortesía que una mujer se dirija a vosotros. -No, pequeña -dijo el Maestro-. De verdad te digo, todo lo que se dice con amor no puede ser descortesía. Cuéntame. -Mi nombre es Betsabé, soy la prima de aquella joven que habéis conocido en el pozo de Jacob. -¡Oh! Es un gusto conocerte. -¿Cómo te llamas, Maestro? -Mi nombre es Ieshu y él es Juan, mi discípulo amado. Marchamos para Jerusalén. -¿Puedo sentarme con vosotros unos minutos? -Eres bienvenida a tomar asiento. -Se acercó el posadero, me pedí una infusión caliente. Y hablamos: -¿Quién eres, Maestro? -Soy el que vengo a dar la palabra de mi Padre. -¿Quién es tu Padre? -Mi Padre es el que abarca todo. El que abarca el amor, el que abarca el interior de los seres humanos. De verdad te digo, de verdad te digo, pequeña, que son pocos los que entraréis al reino de mi Padre. -¿Dónde está ese reino? -Levantó la mano y señaló hacia arriba. -Allí. -¿En el cielo? -En el cielo y más allá, pequeña. Son incontables las moradas que tiene el reino de mi Padre. Me dirigí al joven: -¿Y tú? -Mi nombre es Juan, he tenido la dicha de que Dios hiciera que mi Maestro se cruce en mi vida. -Pero cuando leo la biblia veo castigos, amenazas, represalias, muertes... -Pequeña mía -dijo el Maestro-, ese no es mi Padre. -¡Cómo, tú estás en contra de la ley? -No pequeña, vengo a enriquecer la ley, vengo a corregir los errores. Mi Padre no es vengativo, mi padre es todo amor. Si tú tuvieras un hermanito pequeño, muy pequeño que comete un error, ¿lo castigarías? -No, Maestro, jamás haría eso. -Entonces, Betsabé, cómo piensas que mi Padre que es todo amor te castigaría a ti si cometieras un error. -¿Pero entonces, todo lo que está escrito, todas las escrituras son falsas? -Pequeña, respeta las escrituras y tómalas de una manera simbólica. -No entiendo... Habló Juan, el joven: -Lo que te dice el Maestro es que no tomes todo literalmente, toma lo que te hace bien; el cantar de los cantares, los salmos..., toma de las escrituras lo que te haga bien. -¿Y qué pasa con los sacrificios? Habló de vuelta el Maestro: -De verdad te digo, pequeña, Dios no quiere sacrificios, mi Padre sólo quiere Servicio. -Me tranquilizo, Maestro, me tranquilizan tanto tus palabras porque creo que nací para hacer Servicio, pero mi temor es que el día de mañana mi padre tome la decisión, como la tomó mi tío, que obliga a mi prima a casarse con Cobi, y me case con alguien a quien yo no ame. Amo a Dios pero soy un ser humano, Maestro, y también mi idea es poder amar a alguien a nivel personal. -Son pocos pequeña, los que conocen el camino de mi Padre, los designios de mi Padre, la Luz de mi Padre. Ten fe.
En ese momento nos despedimos y volví como hipnotizada para mi casa. Había escuchado verdaderamente al Maestro, al que predicaba ser hijo del Dios verdadero. Había estrechado su mano y la de su discípulo Juan. Y me sentía dichosa y a la vez triste porque me hubiera gustado seguir el camino de ellos y no estar prisionera de las tradiciones.
Sesión 14/07/2020 Estuvo presente en el Sermón del Monte. El Maestro habló para muchos, pero ella lo incorporó a su adentro, iluminándola. Necesitaba escucharlo de nuevo, necesitaba más.
Entidad: Mi nombre es Maradel, voy a continuar el relato de Betsabé.
Me sentía como perdida no sólo por lo que había escuchado de Miriam, mi prima, hablando con el Maestro y su discípulo sino por todo lo que me relató después. Y verdaderamente lo que decía el Maestro era lo que yo pensaba desde el fondo de mi corazón, de que no puede haber un Dios castigador, vengativo, egoico, acaparador, el Dios que nos mostraba en nuestro corazón el Maestro era un Dios de amor. Pero es como cuando tú te has acostumbrado a beber un brebaje amargo y de repente te dan un néctar, y no es que ese néctar te haga adictiva porque la adicción no es buena, la dependencia tampoco es buena, pero te acostumbras al néctar del amor y es como que te inunda una Luz por fuera y por dentro. Y como yo no tenía compromisos me decidí en ir a acompañar al Maestro y a su discípulo a Jerusalén. Sí, pero aún era una niña de diecisiete años. Pero ¿existen los milagros?
Estaba de visita en casa el tío Mótale con su hijo Iósale y hablé con mi primo, le comenté lo del Maestro, lo de su discípulo. Iósale no era burlón como otros varones y me dijo: -Siempre creí que mi Dios era un Dios de amor. Soy un estudioso de la ley, respeto los escribas, pero ¡je!, soy inquieto y muchas cosas me las callo porque papá Mótale es tan estructurado... Y encuentro que tú, Betsabé y la prima Miriam no son así. Lo lamento por la prima porque su prometido Cobi debe ser tan estructurado como casi toda la familia. -Le respondí: -Mira, mira, Iósale, papá y mamá no son tan estructurados como los tíos, como los papás de Miriam, pero acompáñame. -¿Adónde? -A Jerusalén. -¿Y cómo? -En el corral tenemos varios borricos. Cojamos dos borricos, carguemos las alforjas con agua y nos vamos. -Yo no tengo problemas con papá Mótale, ¿pero tú qué les dices a tus padres? -No sé, que vamos al monte Gerisim, que vamos a hacer una penitencia. -Te van a preguntar, ¿penitencia por qué? -Por pensamientos de adolescente... -Y nos marchamos.
Cuando llegamos a Sícar nos dijeron: -¿Buscáis a Ieshu y a Juan? -Sí, ¿qué camino tomaron para Jerusalén? -Disculpa, no fueron para Jerusalén, fueron para el norte. -¿Cómo para el norte? -Dijeron que iban para Cafarnaúm. -Me quedé helada. -¿A Cafarnaúm?, ¿a la ciudad que está en el mar de Galilea? ¡Pero se alejan, es para el lado opuesto de Jerusalén! -La persona se encogió de hombros. -Es lo que les puedo decir. El primo Iósale me miró y me dijo: -Betsabé, decídete. -Vamos entonces para Cafarnaúm. -Y marchamos para Cafarnaúm.
Un borrico no era lo mismo que un caballo y el viaje fue lento, cansador, agotador. Paramos en el camino varias veces. Llevábamos dinero, por supuesto. Comimos en una posada pero era caro para quedarnos a dormir, dormimos a la intemperie, el tiempo nos acompañaba. Y al amanecer marchamos de vuelta para el norte. Era muy agotador el viaje. Habían bastantes hierbas, los borricos podían comer, no había ningún problema, habían pequeños arroyos, podían beber y cargábamos nuestras cantimploras y seguíamos viaje. Un viaje largo, hasta que llegamos por fin a Cafarnaúm. Era sorprendente, una ciudad enorme. Acostumbrada yo a la ciudad de Sícar, Cafarnaúm era cuatro veces más grande. Estábamos como perdidos, no sabíamos con quien hablar, aparte teníamos que ser prudentes. El que habló fue Iósale con un señor mayor, y le dijo: -Estamos buscando un peregrino que estaba con su discípulo. -Se encogió de hombros. -Por aquí no pasó. Preguntamos en unos almacenes: tampoco. Hasta que un joven, un pequeño de catorce años dijo: -Vi un hombre y un joven en borricos que iban para el monte de las Bienaventuranzas. -¿Un monte? -Por aquel lado. -Señaló para el oeste y marchamos. Había una elevación al noroeste del mar de Galilea. -Debe ser ese el monte de las Bien... ¡Espera! ¡Mira, Iósale! -Miramos, estábamos bastante lejos pero se veía una multitud-, hay más de cien personas. -Y arriba se veía a un hombre y a su costado un muchacho-. ¡Es el Maestro!
Dejamos atados nuestros borricos, nos pusimos al hombro las alforjas con las cantimploras, pero era imposible pasar entre la multitud, había más de cien personas. Rodeamos todo y fuimos por un costado y nos pudimos acercar a menos de veinte metros. Como si el Maestro hubiera tenido intuición miró para nuestro lado. Me miró, me pareció ver una pequeña sonrisa en el Maestro. Había más gente que lo rodeaba, que estaban cerca de Él, ¿serían los discípulos que le habían llevado provisiones a su familia y habían vuelto? Pero por qué Cafarnaúm, por qué no Jerusalén.
Todos hicieron silencio y escuché las palabras que mi rol actual las conoce tan bien: -Bienaventurados, bienaventurados los pobres de espíritu porque de ellos es el Reino de los Cielos. -Bienaventurados los que lloran, los que aman, los que piensan en el otro, porque ellos serán los primeros en ser consolados. -Bienaventurados los humildes, porque ellos heredaran la tierra. -Los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados. -Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán la misericordia. -Los que son puros interiormente, porque ellos estarán junto a mi Padre.
Escuchaba las palabras de Maestro y estaba extasiada. Lo miré al primo Iósale, tenía sus ojos abiertos con lágrimas. Y me dijo: -Gracias. -Gracias, tú -le dije-, porque yo sola no hubiera podido.
El Maestro seguía hablando: -Alegraos, regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en el reino de mi Padre. Miraos a vosotros mismos tomados de la mano unos con los otros, sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué se salará?, no vale sino para tirarla afuera y que la gente la pisotee. No. Vosotros sois la luz del mundo, no puede ocultarse una ciudad situada en lo alto de un monte ni se enciende una luz para ponerla debajo de un celemín sino sobre un candelero a fin de que los alumbre a todos los de la casa. Alumbre así vuestra luz entre los hombres para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen al Padre. -Mi pecho estallaba de gozo, mi pecho palpitaba escuchando al Maestro.
-En verdad os digo: no penséis que he venido a abolir la ley sino a darles la plenitud de la ley. Mi Padre es amor, mi Padre es amor, mi Padre es la Luz que alumbra vuestros pechos, mi Padre es la Luz que inunda vuestros corazones. El que cumpla el amor, el que enseñe el amor, ese será grande en el reino de mi Padre. Entended esto.
Me sentía un nuevo ser, una nueva persona. Y por fin entendía que mi vida no era en vano, entendía que lo que estaba enseñando el Maestro era lo que toda mi vida había presentido, toda mi vida. Eran las palabras que me acercaban a la Luz, eran las palabras que enseñaban a no ser hipócrita.
El Maestro no era fácil de entender, decía: -Si tu mano derecha te escandaliza, córtala, arrójala de tu lado porque más te vale que se pierda uno de tus miembros, y que no todo su cuerpo, del que cometió ese error, sea consumido por el mal".
Después lo entendí, después lo entendí. Hablaba de la gran hipocresía de aquellos que dan sermones de rasgándose la ropa, ¡je, je!, para tratar de hacerles creer a todos su falso sufrimiento.
El Maestro encandilaba, pero no con esa Luz que te enceguecía, al revés, era una Luz que te hacía ver, una Luz que te mostraba el camino, una Luz que... que te mostraba la verdad. Presté atención. -De verdad os digo: Os han enseñado ojo por ojo, diente por diente. Pero no, no repliquéis al malvado, no repliquéis al malvado.
Y lo entendía. Entendía que si te ofendían era tu ego el que se ofendía porque si las palabras del otro te llegaban y tú te ponías mal, al fin y al cabo le estabas dando la razón al que trataba de ponerte mal. No. No. No.
El Maestro hablaba de la misericordia: -De verdad os digo: Cuando deis limosna no lo vais a pregonar por todos lados como hacen los hipócritas en las sinagogas, en las calles con el fin de ser alabados. De verdad os digo: Dad en secreto, lo demás es vanidad. -Y entendí eso también, y entendí eso también. -De verdad os digo: Cuando deis limosna, que tu mano izquierda no sepa lo que hace tu mano derecha, para que tu limosna quede en lo oculto. Mi Padre verá lo que está en lo oculto y te recompensará.
Tampoco entendía esa frase, tardé tiempo en entenderla; no hacía falta mostrarse, no hacía falta aparentar, la misericordia no se predica con pancartas, se hace desde el corazón, desde adentro.
Y el Maestro me dio la razón diciendo: -De verdad os digo: Cuando oréis no seáis como los hipócritas que son amigos de orar puestos de pie, en las esquinas, en las plazas para exhibirse.
Claro. Entra en tu aposento, cierra la puerta, habla con el Padre, porque tu Padre te verá aunque estés encerrada, aunque estés en un claustro. Por qué orar delante de los demás rasgándote las vestiduras. Me quedé de verdad satisfecha. Estaba llena, plena de luz, plena de amor, plena de un sentimiento que me agobiaba. Y le dije al primo Iósale: -Si estoy contenta, ¿por qué tengo esa angustia en la garganta? Y me dijo: -No, estás conmovida. Como yo, mira mis lágrimas. ¿Te piensas que lloro de dolor? Lloro de alegría, lloro de bendición. -Me abracé con mi primo Iósale, me di cuenta de que él también entendía al Maestro.
Presté atención cuando dijo: -De verdad, de verdad os digo: No prejuzguéis de antemano y no seréis prejuzgados. Porque de esa manera, si prejuzgáis, otro puede prejuzgarte a ti también. Y con la medida que midáis se os medirá. -También entendí esa parte.
-De verdad os digo: ¿Por qué te fijas en la mota del ojo de tu hermano y no adviertes la viga que hay en el tuyo? ¡Hipócrita! Saca primero la viga de tu ojo y entonces podrás ver cómo sacar la mota del ojo de tu hermano.
¡Claro! Y eso lo entendí muchísimo después, porque cuando tú señalas al otro con el dedo índice, sacando el pulgar tienes tres dedos que te señalan a ti. ¡Claro!
-De verdad os digo: No deis cosas santas a los perros, ni echéis perlas a los cerdos, no sea que las pisoteen con sus patas y revolviéndose os despedacen.
Eso también lo entendí. No todo el mundo quiere ser rescatado, prefieren estar revolcándose en las sombras antes que uno le dé la mano para llevarlo a la Luz. Porque hay palabras que caen en saco roto cuando aquellas personas que uno trata de rescatar les interesa seguir en el fango. Y eso hace tanto daño, eso hace tanto daño...
-De verdad os digo: Entrad por la puerta angosta, porque amplia es la puerta y el camino que conduce a la perdición. Qué angosta es la puerta y estrecho el camino que conduce a la vida y que pocos la encuentran.
Y también entendía esa frase. Entendí que la tentación hasta te pone alfombra para que entres, pero el camino de la Luz es arduo, es como la rosa, que tiene espinas. ¿Eso significa que la Luz es sufrimiento? No, no, aprendes a sufrir por aquel que no quiere seguir ese camino, que prefiere el camino ancho el de la ambición, el de la lujuria. Y lo entendí perfectamente.
La multitud fue creciendo, nos empujaron hacia un costado. Quería hablar con el Maestro y con los discípulos, pero Iósale me dijo: -Betsabé, se amontona mucha gente, fijémonos si están los borricos. -Es cierto. -Fuimos retrocediendo, se habían desatado. Por suerte los encontramos. Nos quedamos a un costado comiendo una hogaza de pan y tomando agua de la cantimplora.
La multitud se marchó, el monte de las Bienaventuranzas quedó vacío. Perdimos de vista al Maestro, al joven discípulo y a los otros discípulos. Me había quedado con sed, pero no con sed de agua, con sed de Luz. Quería más, quería mucho más.
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