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Psicoauditación - Edgar Martínez |
Sección Psicointegración y Psicoauditación - Índice de la sección - Explicación y guía de lectura de la sección |
Si bien la Psicoauditación es la técnica más idónea para erradicar los engramas conceptuales del Thetán o Yo Superior de la persona, la mayoría de las veces se psicoaudita a thetanes que habitan en planos del Error y sus palabras pueden no ser amigables y/o oportunas para ser tomadas como Mensajes de orientación, algo que sí se da cuando se canaliza a Espíritus de Luz o Espíritus Maestros.
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Sesión del 05/05/2017 Aldebarán IV, Aranet Sesión del 29/05/2017 Aldebarán IV, Aranet Sesión del 01/08/2017 -1- Aldebarán IV, Aranet Sesión del 01/08/2017 -2- Aldebarán IV, Aranet Sesión del 23/08/2017 Aldebarán IV, Aranet Sesión del 04/09/2017 Aldebarán IV, Aranet Sesión del 07/09/2017 Aldebarán IV, Aranet Sesión del 13/09/2017 Aldebarán IV, Aranet Sesión del 12/10/2017 Aldebarán IV, Aranet Sesión del 30/01/2018 Aldebarán IV, Aranet Sesión 05/05/2017 Regresando a casa pasó por el reino de su amigo Anán, quien vivía momentos de soledad. Aranet le habló de que no debemos privarnos de ser felices, pero respetando a todos. Hablaron de cómo resolverlo. Llegando a su palacio le avisaron que había una mujer dentro.
Entidad: Íbamos al paso. Demasiado calor, demasiada humedad. Habíamos parado tres veces a refrescarnos, ya no había más arroyos hasta llegar al palacio de Anán. No quería apresurar la marcha, no era necesario tampoco.
Salieron soldados de la guardia a recibirnos, dos de ellos me escoltaron. Dejé órdenes para que cuiden, por sobre todas las cosas, a Salvaje, mi hoyuman. Me recibió Anán estrechándome en un fuerte abrazo. Me dijo: -¡Tengo tantas cosas para contarte!, pero sé que no es el momento. Preparé comida y bebida para todos, en lo posible bebida liviana porque sé que al amanecer parten para la fortaleza Belicós. -Así es -le respondí, bastante escueto. ¿Y Marga? -En sus aposentos -me respondió. ¿Están bien? -Anán se encogió de hombros. -¡Estamos! -¡Ajá!, no están bien. Bueno, ya me contarás. ¿Me has preparado cien hombres de la exguardia Belicós? -Sí. Yo también iré con vosotros. -¿Para qué? Levantó la mirada y me dijo: -Necesito ir contigo, quiero despejar un poco la mente. -¿Quién queda a cargo? ¿A quién dejas? No sabemos lo que va a pasar. -Pero no hubo caso, Anán quería venir conmigo.
De verdad que tenía bastante hambre, me comí dos platos hondos de guisado y también tomé bebida liviana con apenas una pequeña cantidad de alcohol, no teníamos que estar desatentos. Conversamos hasta bastante tarde de cosas triviales, no me contó lo que le pasaba. Yo sí le puse al tanto de todo lo que pasaba con Snowza, que para mí fue un alivio que se fuera de las tierras Baglis porque de alguna manera me hacía perder autoridad y no era mi idea combatir contra ella mano a mano. Apenas amaneció ya estaban los hoyumans ensillados, comidos y bebidos. Y marchamos, Anán y yo a la cabeza. El pequeño Gualterio nos saludó. Me contó Anán que nuestro conocido Donk lo había rescatado de una muerte segura, seguramente sería un gran guerrero más que un gran monarca cuando creciera.
Fuimos a una marcha apresurada, llevamos pocas mulenas, poca carga. La idea no era ir a la guerra, la idea era ir a ver qué pasaba. Mi cabeza era un torbellino, aún pensaba en Mina, la joven dulce, la joven por la que había organizado una batalla, la joven por la que estuve a punto de morir. La misma joven que luego me vio con otros ojos. Y luego Snowza, indescifrable, incoherente, diría. Se justificaba por su niñez donde había sido raptada, del pueblo turanio, criada por los bárbaros del norte. No, no se justificaba, había sido bien instruida al punto tal de ser una de las mejores espadas del norte. No era excusa para su comportamiento tan errático, irónico, sarcástico, no, no lo era. Sí, yo me sentía descolocado también, me acuerdo cuando intimamos y que luego se fue como si hubiéramos tenido una conversación sobre... sobre el clima. He conocido posaderas, meseras, lugareñas, campesinas..., eran sencillas -no confundir con simples, yo no discrimino jamás a nadie-, cuando digo sencillas me refiero a una conversación normal, no complicada y si bien yo no soy un sabio de la zona ecuatorial, la misma vida me ha enseñado mucho, bastante, bastante.
Llegamos a la fortaleza Belicós, un paso liviano. Mi segundo me dijo: -Deja que vaya con mi sobrino, tú y el rey quédense atrás, no os arriesguéis. -Ve, adelántate, a ver si percibes algo, no veo ningún tipo de vigilancia en los alrededores, no veo que nadie nos esté esperando. -El resto de nosotros avanzó más lentamente. Mi segundo volvió con su sobrino. -No hay nadie en las torres, no veo a nadie. -Algo no está bien, es una trampa. Vamos a dividirnos en tres. Vosotros, el grupo que está a mi derecha, avance. El grupo que está a mi izquierda vaya por atrás de la fortaleza. Cincuenta hombres sigan conmigo a la entrada principal.
Estaba abajo el puente levadizo, el gigantesco portón estaba abierto. Estaba desconcertado. Entramos, no se veía a nadie, el propio Anán estaba desconcertado. Finalmente entramos todos: mis hombres, los bárbaros y los cien hombres, los cien guardias de la misma fortaleza de donde estábamos ahora. Recorrimos todo. Nada, nadie. En el ante palacio donde estaba la feria con los campesinos estaba todo vacío. Desmonté, Anán también, igual que mi segundo y su sobrino. Los cuatro, con precaución entramos al salón principal. Había un pergamino sobre la mesa. Yo sabía leer perfectamente, estaba escrito con una tinta de una planta oscura, la escritura era de Snowza. "Aranet, en el momento en que estés leyendo esta misiva para ti, estaremos muy, muy al norte. Toda la gente del poblado fueron con nosotros en calidad de prisioneros, hombres, mujeres, niños. No matamos a nadie, nos serán más útiles en el norte. Nos llevamos todas las mulenas, cargamos toda la mercadería y bastante bebida para el camino. No te esperabas esta sorpresa, te imaginabas una batalla. No es así, necesitamos fortalecernos. Los hombres que mandé llamar pasaron por tres poblados, poblados que estaban bastante indefensos así que junto con la gente que nos llevamos de aquí, de esta fortaleza, recogeremos más gente por el camino en calidad de prisioneros al punto tal de que al menos trescientos seres humanos entre hombres, mujeres y niños se sumaran como servidumbre en nuestra población del norte. Ahora es verano, pero no significa que no acumulemos víveres para cuando llegue el invierno, y está bien que llevemos niños y mujeres, que serán útiles. Los hombres se utilizarán para trabajos forzados y si hay alguno que quiera servir como guerrero, será bienvenido. En este momento yo soy la que coordino todo y en este momento soy la ama del norte. Si deseas visitarme no serás bien recibido, el norte no es mi tierra original, es mi tierra adoptiva, pero es mi tierra, y la pongo por encima de cualquier hombre. ¿Si has significado algo? Seguramente me has importado, me quedé con las ganas, con el deseo de sacarte de las casillas y combatir contigo, sé que te hubiera vencido. ¡Nadie me vence con la espada! ¡Ningún ser vivo en este mundo me vence con la espada! No tengo más que decirte. Espero no vernos nunca o tendré que matarte. Snowza."
Le pasé la carta a Anán, la leyó. -¡Ah!, es una delirante -me dijo-. Bueno, vuelve a ti. -¿Qué cosa? -Esta fortaleza. -Yo me vuelvo a Baglis con mis hombres. La guardia que me has prestado, provisoriamente, déjala aquí. -Se quedó pensando. -Una moneda de cobre por tus pensamientos. Anán rió. -Mis pensamientos valen más que eso. -Y luego agregó-: No tengo ganas de dividirme, prefiero abocarme a defender el palacio que fue heredado de mis padres. -Yo estoy cómodo en Baglis, en el medio de la isla, tampoco sirve dejar la fortaleza Belicós abandonada. Déjame pensar -le dije-. Mira, hagamos una cosa, deja los hombres acá. Total, ya saben. -El tema es que todas las fortificaciones son feudales, tienen gente que trabaja, que o bien paga sus impuestos o bien ayuda con el comercio, la feria, el pequeño poblado que está delante del castillo está vacío, y es cierto, los soldados solos no se van a poder abastecer. -Hay un poblado -le comenté a Anán-, pasando el arroyo grande, apenas un poco al norte, un poblado bastante atestado de gente. Es más, hay comercios que compiten entre ellos y les va mal, es demasiada población para un lugar quizá no tan grande. Podrían establecerse aquí bajo las órdenes de tus soldados. -Está bien -asintió Anán-, enviaré una pequeña tropa. De todas maneras esto tardará entre diez y veinte amaneceres en establecerse correctamente. Dejaré vigilancia para que no vengan intrusos. De todas maneras tenemos provisiones, tenemos velas, hoy acamparemos aquí, si te parece bien, Aranet. -Correcto -asentí-. Mañana volverás a tu palacio y yo volveré a la isla. Y aprovecha para contarme cómo estás.
Y así lo hizo. Durante la cena me contó los problemas que tenía con Marga, que prácticamente lo ignoraba en la parte conyugal. Pero que había una joven que había sido acompañante de la anciana Belicós, una doncella, él sentía como que estaba enamorado de la joven y la joven le correspondía. Me preguntó mi parecer. Le dije: -Mira, Anán, he conocido reyes de cerca, de lejos. Sé que muchos tienen amantes a la vista de todos y un rey no tiene porqué dar explicaciones. Sé de reyes que han matado a sus propios hijos por miedo a que les quiten la corona, como si fueran a vivir siempre. Obviamente tú no eres así, vienes de origen humilde y tienes conciencia, pero la conciencia también exige respeto, respeto por tu propia persona, el respeto no pasa solamente por portar una espada y mostrarte como el más fuerte, el respeto pasa también por tu dignidad. Si Marga está pasando por una crisis, le preguntas, lo tratas de solucionar, pero si no te da explicaciones no puedes hacer más nada y no te puedes privar de ser feliz. Anán me dijo: -¿Y qué le digo a Gualterio? -En realidad, como rey, no tienes porque dar explicaciones, sí como padre. No tienes porqué decirle -si es todavía un joven-, la verdad cruda- le dices que tú y su madre están distanciados y que tú te has fijado en otra persona. Esto que te estoy diciendo no lo hace ningún monarca, pero tú tienes origen humilde, como dije antes, así que haz eso. -Te haré caso, voy a abogar por mi felicidad. ¿Y tú que harás? -Te lo dije, volveré a Baglis. Seguramente vendrá más gente porque saben que todo el campo y toda la parte de la isla producen bastante, tanto alimento vacuno, porcino, peces... No hay problema con el sembradío, tenemos pan, y aparte en la misma isla desde la montaña caen dos arroyos con agua cristalina, de la más transparente que he visto, que nutren el lago. Anán me miró y me dijo: -Pero qué harás en la parte afectiva. -Siempre estuve solo. La mayoría de mis hombres han conseguido pareja, las mismas mujeres de distintos poblados se han acercado y se sienten cómodas con ellos. Independientemente de eso, amanecer tras amanecer, salvo que llueva mucho o granice los hago practicar. No quiero que se achanchen y críen panza, quiero que sigan siendo los guerreros bárbaros que conocí en una oportunidad y no que se echen a reposar, y el ejemplo vivo soy yo que practico amanecer tras amanecer aún en el más crudo invierno. Y ya encontraré una pareja.
Al amanecer nos despedimos. Le recordé: -Cuida Belicós, cada tantos días que vaya y venga un hombre a ver cómo está todo. -Y marché con mi gente.
El encargado de las barcazas me dijo: -Señor, hay una mujer que lo espera en la isla, dice que lo conoce.
Instintivamente toqué mi espada, no estoy de humor para soportar otra broma de Snowza. Si esta vez quiere combatir adelante de todos la lastimaré seriamente, no tendré contemplación. No, no esta vez, ya basta. Estaba ansioso y no sabía por qué. Cuando llego hasta mi vivienda, se acerca un anciano, me pidió permiso para entrar. -Está bien -le dije-, has hecho bien. -Abro la puerta-: ¡Mina, me sorprendes!, no te esperaba. -Se acercó a mí y me abrazó. -Esperaba verte y el señor mayor me dijo que habías salido con tu gente. Me rogó que me quedara, que te esperara. Tenía temor de estar aquí... En realidad no estoy sola: ¡Mira! -Largué una carcajada, atrás estaba Dolencia, pero no estaba sola, conversaba con uno de los herreros. -Mira tú. Mira, Dolencia, ten cuidado, Dolencia, con Rafael que es muy rápido de manos. -Sonrió y se sonrojó. Volví a mirar a Mina: -Te escucho. -¿Que quieres que te diga? -Quiero que me digas qué pasa por tu cabeza, cuál es tu idea, qué proyectos tienes. En fin, a qué has venido. -Si no te parece mal he venido a quedarme. -¿A quedarte? -Contigo. -¿Y qué pasa con tu impresión?, ¿qué pasa con lo que has visto? Sabes cómo soy yo, sabes que la espada es parte de mi brazo. -Lo sé, seguramente era algo que tenía dentro, no sé como describirlo, algo que me causó mucha impresión cuando vi esa cabeza arrancada de su tronco, me causó una tremenda impresión por algo que no sé definir, algo que tengo adentro, como si yo ya hubiera vivido eso en una vida distinta a esta. -Entiendo lo que quieres decir, son como recuerdos de algo que nunca has vivido, lo entiendo. ¿Y ya pasó? -Eh... Te seré sincera, me da como cierta aprensión o angustia la violencia, pero te amo y espero que no me rechaces porque me despedí de mis padres, les dije que me quedaría contigo. -Bien, dentro de tres amaneceres haremos un festejo, comeremos bien, encenderemos una gran fogata y anunciaremos a todos nuestro compromiso. -Se quedó pálida. -¿Mientras tanto estaré en otra vivienda?, ¿no contigo? -La miré y me reí. -No, estarás conmigo, el compromiso es solamente una ceremonia para los demás, pero si has venido te quedas conmigo en mi vivienda. -Y acerqué mi boca a su oído-, y en mi lecho. -Sonrió, también se sonrojó-. Pero aquí, Dolencia, no va a estar, se quedará con Rafael, o hasta que se decida le daré una vivienda. Aquí son todos bárbaros, pero yo les enseñé a respetar a las mujeres. -Me abrazó-. ¿Tienes hambre? -Le pregunté: -Sí -me dijo, pero me miró a los ojos y me tomó de la mano-, pero no quiero comer ahora.
Y entramos a la vivienda cerrando la puerta, poniendo la tranca por dentro.
Sesión 29/05/2017 Era tiempo de paz en Baglis. Aranet siempre practicaba con los guerreros a la vez que enseñaba a luchar al hijo de su amigo, el rey Anán.
Entidad: Nosotros no elegimos las circunstancias, creo que es al revés, las circunstancias nos eligen a nosotros. La vida es impredecible, las acciones son impredecibles, las personas son impredecibles. Y muy pocos elegidos están excluidos del común denominador, de ese común denominador que por más conocimiento que tenga es imposible que pueda anticipar lo que va a hacer el otro.
Como Aranet disfrutaba una tranquilidad que hacía mucho tiempo que no gozaba. Es más, no sé si alguna vez, en lo que había pasado de vida, había tenido más de mil amaneceres de tranquilidad. Mi tranquilidad no era estar con Mina, yacer con ella en mi habitación, mirar el amanecer, no; para mi carácter, mi temperamento, mi manera eso era mediocridad. Salíamos con Mina a galopar con dos buenos hoyumans.
Apenas amanecía tomaba una jarra de agua cristalina y hacía mis ejercicios matutinos, que eran hablar con Otar y con el resto de los bárbaros y empezar la práctica, porque el hecho de que hubiera más de mil amaneceres de paz no significa que no tenga a la gente entrenada. Es más, yo los miraba, algunos regañaban porque los levantaba muy temprano pero luego disfrutaban de esa práctica. Al terminar la práctica le decía a Otar: -Prepárense algo bien caliente, coman, alimenten a los animales, no sólo a sus hoyumans, que serían su mano izquierda porque la mano derecha es la espada o el hacha, sino también al resto de los animales, los animales de ordeñe. Y a veces nos íbamos de la isla. Dejábamos, obviamente, guardias de seguridad en la fortaleza Baglis y nos íbamos de excursión o de caza. Nunca matábamos animales por matar, los llevábamos como presa para comer.
Recuerdo que el joven Gualterio, el hijo de mi amigo Anán, se quedó conmigo durante sesenta amaneceres. Ya había cumplido dieciséis de vuestros años, es más, había pasado casi medio de vuestros años diciéndole a su padre que quería venir conmigo, conocer lo que es el mundo de los bárbaros, la cacería, la vida fuera de palacio y el joven se adaptó bien. Lo único que le dije: -Cambia de hoyuman, tienes un hoyuman pequeño, tú ya eres alto como tu padre. Se trajo un hoyuman robusto. Gualterio me decía: -Pero Aranet, es fuerte pero es lento. -En batalla, únicamente precisas un hoyuman rápido si tienes que huir, necesitas un hoyuman fuerte para que en batalla te sostenga. Obviamente, si le clavan un par de flechas te deja tirado como cualquier montura.
No sólo le enseñé el arte de la espada, que conocía pero de manera primaria, le enseñé a luchar, lucha cuerpo a cuerpo. Se molestaba como todo crío porque quería ganarme. Vosotros les tiraríais de las orejas yo los amarraba de los hombros. -No, Gualterio, no te empaques como un mulo. -Se molestaba más. -¿Me comparas con una mulena? -Sí, porque te empacas. No busques ganarme, busca aprender de tus fallas, de las debilidades que yo encuentro para vencerte. Tienes que tener la mente lúcida, fría, atenta porque te pones furioso y es una lucha amistosa. En una batalla de verdad la ira te cegará y el metal de la espada se clavará en tu pecho. -Lúcido, atento, libre de emociones, ¿cómo hago? Tengo pasión por lo que hago. -Esa pasión vuélcala, dirígela a que no te nuble la mente. -¿Y cómo? -¡Ay!, pequeño. -¡No soy pequeño! -Te lo digo a propósito, tienes que domar esa parte reactiva que tienes adentro, tienes que domarla, domarla,
Pero me costaba horrores, me costaba horrores. Era más fácil que me entendiera Otar, el jefe de los bárbaros, mi segundo, que el joven Gualterio. No porque no fuera inteligente, el hecho de que sea todavía un niño reaccionaba como tal, se empacaba como una mulena, exigía, pedía, necesitaba. Pero de apoco iba sacándose todas las costras, las bajas pasiones -bajas pasiones no le llamo al deseo, le llamo a sentir rencor, a sentir ira-. A veces le hacía practicar con otro bárbaro, que no eran sutiles, por ahí él era más hábil con la espada y le daban un puntapié en los genitales y lo golpeaban haciéndole sangrar la boca, y se quería levantar a combatir de verdad y ahí me metía yo, le ponía el pie haciéndole una zancadilla y caía de bruces en el barro. Se enojaba conmigo. -Me humillas adelante de estas bestias -en voz alta. Los bárbaros no se ofendían, sabían que era un crío, o sea, eran bastante maduros en ese sentido. Yo le decía: -Tú no te puedes humillar, nadie te puede humillar, solamente tú puedes humillarte a ti mismo. Ellos saben que eres un aprendiz, saben todo lo que te falta recorrer, lo entienden. Es como si tú a un bebé le exigieras caminar, da sus primeros pasos y se da de bruces: ¿tú te burlarías? -Obvio que no -dijo enojado Gualterio. -Perfecto, por eso ellos no se burlan de ti. -¿Y cómo se ríen? -Es su manera, pero se ríen sanamente, no se están burlando, entienden todo lo que te falta. -Ya verán cuando aprenda más. -No tienes que demostrar nada a nadie, Gualterio, no tienes que demostrar, tienes que crecer. -Estoy creciendo. -No, no estás creciendo no, no estás creciendo, no estás entendiendo, me cuesta horrores hacerte entender. Mira que nadie me hace perder la paciencia, nadie me perturba, tú solamente. -Y sonrió, sonrió como diciendo "en algo le puedo". Pero claro, él no sabía con quien estaba-. Ven, te cambio de hoyuman. -¿Me prestas tu hoyuman negro? -Sí, te presto a Salvaje, yo me quedo con esta bestia tuya. -¿Para? -Vamos a hacer una carrera, pequeña, desde aquí hasta aquella roca, son más o menos doscientas líneas. -Despídete de mí, Aranet.
Y arrancamos. Y me ganaba, obviamente. Salvaje era la mejor montura, era rápido y fuerte a la vez. Cuando estaba llegando a la roca lanzo un silbido: Salvaje se para en dos patas, Gualterio cae al piso, se golpea el hombro. Llego trotando a la roca. -Te gané. Se levanta furioso, arremete contra mí, choca su rostro contra mi puño, cae otra vez sentado. Se toca, tenía sangre. -¡Me has lastimado! -Niño, te preocupas por un golpe. He visto cuerpos abiertos con las tripas afuera en batalla y tú te preocupas por un golpe que te sangra un poco el labio. -¡Has hecho trampa! -Sí, he hecho trampa. ¿Cómo te crees que uno gana? -Pero tú no eres así, tú no precisas eso, eres el mejor con la espada, el mejor guerrero, no precisas hacer trampa. -¿Por qué no? Si estoy perdiendo voy a hacer trampa. -¿Me explicas, por favor, Aranet, esa lección? -La lección es que no siempre se gana con el mejor caballo. -No es cierto, tu hoyuman es invencible pero tú lo tienes amaestrado, has silbado y él me ha derribado. -Sí, ya sabía. -Entonces sabías que así no podía ganar. Vuelvo a insistir: ¿Y cuál es la lección? -La lección es que nunca te confíes en nadie. -¿Qué, tampoco en mis amigos? ¿Y dónde está la lealtad? -¡Ay, Dios! Mira, Gualterio, el tema es así, tú puedes confiar en mí, puedes dejar tu vida en mis manos, pero cuando estoy practicando contigo, cuando te estoy enseñando hazte cuenta que no soy yo, no confíes en nadie. -¿Tú no confías en nadie? ¿No confías en mi padre? -Depende. Se puso pálido. -¿No confías en mi padre? -Depende cómo esté. Tiene altibajos, tiene altibajos con tu madre, dice que tu madre lo descuida. -Es cierto -dijo el muchacho-, ahora está deslumbrado con una joven muy bella. -La he visto. -¿Para ti también es bella? -Sí. -¿Y no es bella tu pareja? -Sí. -¿Pero la engañarías? -No, no tengo necesidad. -Entonces por qué te parece bella la otra. -El que me parezca más linda o menos linda no tiene que ver con engañar a nadie, yo digo lo que es. Escaleras de mármol de color beige son de color beige, tierra de color rojo es de color rojo, el cielo tirando a color naranja es tirando a color naranja. Estoy describiendo algo. Me salió con una pregunta extraña: -¿Y cuándo tendrás hijos? -Me dejó por unos segundos asombrado. -No sé, cuando aquel que está más allá de las estrellas lo disponga. -¿Y tu pareja se adapta con los bárbaros? -Se lleva bien. Entendió. Al comienzo era como tú, no quería comer con ellos, que no le gustaba el guisado, que quería que le cocinara un ave con semillas y un poco de verdura... Aprendió a comer guisado, aprendió a tomar bebida espumante. -¿Y a mí por qué no me das? -Porque todavía eres un crío. Aparte, la bebida espumante te nubla la razón. -¿Y cómo los bárbaros toman? -No les permito tomar demasiado, siempre tienen que estar alerta.
Y seguíamos día tras día practicando y practicando con la espada, al galope con los hoyumans. Me pedía de vuelta a Salvaje. Le digo: -No ya está, fue simplemente mostrarte algo. Mi hoyuman no lo presto.
Fuimos de cacería y en medio del bosque nos encontramos con dos gigantescos lobos, pero en medio había una hembra, una hembra que no era loba, era de raza guilmo, era incluso más corpulenta, negra -los lobos eran grises-, más grande que ellos, amenazantes. Los salvajes prepararon sus arcos y dispararon. Gualterio me preguntó: -Han muerto los tres, pero acá te contradices. -¿Por qué? -le pregunté al muchacho. -Porque dices que cazas animales para comer, ¿vas a comer los lobos, la guilmo? -Sí, no desperdiciamos nada y utilizaremos la piel. -¿Los salvajes comen todo tipo de animal? -Y te enseñaré a ti también, hasta reptiles puedes comer, bien cocidos. -¡Es un asco! -¡Ay! Te has criado en palacio, no has pasado hambre nunca ¿No extrañas la tina con agua tibia? -Quizá no porque es temporada de calor, me baño en el lago, pero en invierno sí, obviamente. Quisiera ya estar en palacio. -Me gustaría que estuvieras un invierno aquí, verías lo que es, no te alcanzaría con un par de abrigos de piel. Tienes que curtirte por fuera y por dentro, hasta que no entiendas eso no vas a ser un hombre. -Yo soy un hombre. -¿Has estado acostado con alguna mujer? Se puso colorado, me dijo: -Hay una ayudante de cocina que le gusto. -Sí, me habías comentado, me habías comentado. Le hablé a una de ti. -¿Y? -Quería acostarse conmigo. -¿Ves?, ¿ves?, y hablas de lealtad. -Oye crío, dije que quería acostarse conmigo. Obviamente que me negué. Yo respeto a Mina. -Se quedó tranquilo.
Se escuchó como un pequeño gemido. -¡Esperad, quietos todos! -Una cría de guilmo que apenas caminaba-. Esperad. Lo alcé, era un pequeño guilmo, un guilmo cachorro. Lo miré bien, un macho. Todavía era pequeño, pero ya se había destetado. Monté mi hoyuman y lo puse adelante, entre mis piernas. -¿Qué haces? -me preguntó el joven Gualterio. -Me lo llevo. -Son salvajes cuando crecen. -Ya tengo experiencia con guilmos, desde antes de que tú nacieras tengo experiencia con guilmos, desde antes de que tu padre fuera rey, desde antes de que tu padre fuera príncipe. ¡Je! Ya tengo experiencias.
Y volvimos al paso, los guerreros y el joven Gualterio, hacia la isla Baglis.
Sesión 01/08/2017-1- Asaltaron su palacio y su amada quedó mal herida. Sintió que perdió la serenidad, la cordura. El odio y la venganza se apoderaron de él.
Entidad: -Señor... Lo miré. -¿Qué? -Nos aseguráramos... Usted dijo que nos aseguráramos que el príncipe llegara al castillo. -¿Llegó bien? ¿Quién le ha cosido? -Creo que la señora Herminia. -Llámala. -Sí, señor.
Estaba cansado, agotado mentalmente, molesto conmigo mismo, desganado. Quería bajar los brazos. Biológicamente era joven, pero me sentía viejo como las rocas de la isla. -Señor, aquí está la señora. Estaba sentado y me di vuelta. Y la vi a la señora, una señora mayor de ojos bondadosos, pero que me miraba con temor. -Acércate. ¿Todo bien? ¿Tú has cosido a la señora? -Sí, señor, he detenido la hemorragia, he cosido sus heridas. Pero señor, está muy débil y... -Quiero agradecerte. Ya di orden de que a ti y a tu familia los alimenten bien. -Señor, no lo hice por... -Sé que lo has hecho por piedad y serás recompensada con lo más valioso, que es abrigo y alimento. Puedes marcharte.
-¿Ya está preparada la barca? -Sí, señor. -¿Del otro lado del lago está preparada la carreta? -También, señor. -Ayúdenme con la esterilla. -Ayúdenlo, cojan uno de cada lado.
Levantaron la esterilla con el cuerpo de Mina, agonizante diríamos. La señora Herminia la había cosido pero había perdido demasiada sangre. Mi mente estaba en otro lado, mis ojos estaban en el cuerpo de la mujer que amaba pero mi mente no, mi mente recorría el reciente pasado, disfrutar la casa, la instrucción de Gualterio junior, como le decíamos al hijo de Anán. Mi amigo, el rey, había ofrecido toda su tropa para perseguir a los bárbaros comandados por Snowza que habían atacado la isla cuando yo no estaba. No soy de distraerme, pero había dejado poca defensa en la isla. Mi mente estaba en otro lado, me sentía incoherente, desganado, con ira, mi mente estaba en contra de lo que yo había aprendido de la vida, de las circunstancias: la ira enceguece, los impulsos obnubilan. No podía evitarlo, no podía evitar sentir ira, furia, emociones incontroladas, un dolor en el pecho agudo que estaba a punto de arrancar mi corazón o quizás era yo que quería meter la mano en mi pecho y arrancarlo para dejar de sentir todo tipo de dolor y malestar y furia y agonía y todo eso. Me molestaba la ingratitud, la traición. Dicen que alimentas a un canino y luego te muerde la mano. Conmigo jamás ha pasado eso, los guilmos que he criado me lamían la cara. Son los humanos los que te muerden la mano, son los humanos los que te arrancan los ojos, no las aves negras con sus picos amarillos, no, los humanos.
Sentía que no valía el esfuerzo pelear, pero también me consumía la venganza. Me consumía la venganza, pero minaba mis energías, o sea, que era ilógico, era incoherente, era absurdo. Apretaba mis manos, tenía las uñas cortas porque si no, hubiera sacado sangre en mis manos con mis uñas, pero me las cortaba para poder manejar bien la espada. Y me imaginaba la escena, dos escenas, dos muertes en una misma persona: atravesar el pecho de Snowza con mi espada, meter mi mano dentro y arrancar su corazón y comerlo. Luego revivirla. Sí, revivirla con el poder que está en aquel que está más allá de las estrellas y volverla a matar cercenándole el cuello con mi espada, en semicírculo. Sí, sí.
Llegamos con la barcaza. La carreta estaba cubierta de heno, pusimos la esterilla con el cuerpo de Mina, no tenía esperanzas de nada. -Iremos contigo, señor. -No, iré yo. -¡Pero señor! Los miré con mis ojos de fuego: -Iré yo. -Es que apenas respira la señora, señor.
Cogí las riendas, azucé a los dos hoyumans, enormes percherones, ruedas grandes de la carreta. Trataba de ir por un camino no pedregoso para que no se sacuda la carreta. Y anduve. Perdí la noción del tiempo, paraba de vez en cuando, levantaba el cuerpo de la... de la amada moribunda y le daba de beber de mi cantimplora. Hacía movimientos su garganta, apenas tenía fuerzas para toser pero trataba de que tomara agua, luego tomaba yo. Cuando se vaciaba volvía a cargar en un arroyo. Hasta que llegué. A un costado del camino, una vivienda antigua. Una señora más antigua todavía con unos ojos indescifrables que me miró, apenas podía caminar la mujer. Me reconoció, miró la carreta, miró el cuerpo. -Bájala. -La tomé en mis brazos, sin la esterilla-. -Tráela. -La entré en la casa, la acosté en un camastro. La miré a la anciana: -No puedo más, no puedo más.
Sesión 01/08/2017-2- Mientras atendían a Mina preparó un ejército. Se pusieron en camino.
Entidad: ¡Ahhh! Es difícil repasar una vivencia dolorosa donde tu sentido común se hunde en un pozo, oscuro, profundo, inconmensurable y sientes que pierdes parte de tu esencia, de tu ser, de tu todo; tu energía, tu coherencia, tu experiencia.
La anciana me tomó la cabeza: -Aranet, haré lo posible, pero me tienes que dejar sola. -¿Por qué? -Porque no voy a poder trabajar estando tú. -Está bien -acepté-, a mí me has vuelto a la vida, me has resucitado. -No, no te he resucitado, estabas al borde de la muerte pero no, no habías muerto. -Mi amada Mina tampoco. -Pero está muy mal, las posibilidades son muy, muy pocas, no puedo darte esperanzas.
Sentía lágrimas que corrían por mi mejilla. El gran guerrero Aranet, el gigante rubio, pero mis lágrimas no eran de debilidad, eran de impotencia, de no tener el poder de hacer algo. Es como que la anciana leía mis emociones. -El hecho de que me la hayas traído ya es... ya es mucho para ti, déjalo en mis manos. Te ayudará aquel que está más allá de las estrellas, Él siempre ayuda -me respondió la mujer-, pero seamos conscientes, es muy delicado el tema, está muy debilitada ella, apenas respira. ¿Quién la ha cosido? -Una mujer del clan, una señora grande. -Lo ha hecho bien y evidentemente sabe algo porque le ha puesto una especie de pasta de hierbas que ha evitado la infección. Eso es bueno, ha adelantado un poco el trabajo, pero yo tengo mis plantas, las que tú ya sabes, las del valle, las de ese valle que está en el olvido. -Asentí con la cabeza.
Le di un beso en la frente, la anciana sonrió. Me invitó a que me marche. Subí a mi carreta, azucé los hoyumans y me marché. Volvería en siete amaneceres, pactamos eso.
Voy a obviar el relato de mi regreso. Preparé a los bárbaros, pero esta vez dejé la mitad de ellos en la isla Baglis, evitando que si fuéramos por un lado que no ataquen por otro. Se unieron a mí soldados del rey Anán. El propio rey y el príncipe querían venir conmigo. -No, no. Es mi tarea. Dejadme a mí. -Y me marché con más de quinientos hombres hacia el norte.
Esta vez no iba montado en mi hoyuman Salvaje, iba montado en Koreón, mi bagueón, encabezando la marcha. Anduvimos dos amaneceres hacia el norte. Uno de los vigías me avisa: -Se acerca un hombre en un hoyuman, es uno solo pero está vestido como un bárbaro. -No hagáis nada -ordené. Me acerqué adelante, el hombre se impresionó al ver al Koreón. Inclinó la cabeza para saludarme, lo saludé haciendo el mismo gesto. Me preguntó: -¿Qué animal es ese? -Un bagueón, un felino con cuernos. -No pensé que existían, pensé que eran una leyenda. Y encima lo montas. Obvié las explicaciones. -¿Quién eres? -Me llamo Dexel, dejé mi tribu. -¿Tienes que ver con Snowza, la guerrera del norte? -Me miró e hizo un respingo.
Bajé de mi Koreón. -Desmonta -le dije. El hombre desmontó. Era bastante alto. Por supuesto, yo le llevaba media cabeza. -Cuando te pregunté vi en tus ojos que la conocías. -No, no la conozco, pero amaneceres atrás me crucé con una legión de gente del norte que eran vecinos a mi clan y estaban como asustados, como preocupados. -Tengo tiempo -le dije-. Cuéntame. Cuéntame primero de ti. ¿Quién eres? -Me crié en el norte, mi nombre es Dexel. Mi padre siempre tuvo un carácter débil y de pequeño fui maltratado por el jefe de mi clan. Me enseñaba a combatir desde muy pequeño, desde que aprendí a caminar, pero era tan cruel que me hacía practicar con espadas de madera con chicos mucho más grandes que yo. Creo que nadie recibió tanto castigo de pequeño como yo. El jefe decía: "O te fortaleces o te mueres en el intento". Evidentemente me fortalecí, pero creo que no era la manera. Y reconozco que he participado, ya siendo adolescente, de ataques a aldeas, pero jamás he matado a un inocente a propósito, siempre me he defendido de los que me atacaban creyendo que yo era malvado como la gente de mi clan. Nunca violé a nadie, nunca maté mujeres y me fui de mi clan porque no soportaba estar con ellos, eran tan o más salvajes que el clan vecino del que tú hablas, de la tal Snowza. Le pregunté: -¿Y cuál es tu anhelo? -Seguir practicando con la espada, volver al norte, desafiar al jefe de mi clan y matarlo. Dirás "Es un contrasentido, porque tú eres amante de la paz", pero mi odio por el jefe del clan me consume. -Está bien, Dexel, nada más quería saber quién eres, cómo eres, qué piensas para saber si lo que te pregunto ahora, es para entender si me dices la verdad. -Dio un respingo, pero esta vez como de enojo, no de incomodidad. -¿Por qué habría de mentirte?, no tengo nada que ocultar. Me crucé con estos bárbaros que son de la tribu vecina a mi clan, estaban como preocupados porque su jefa que siempre era autoritaria y muy buena con la espada se había juntado con tres nornas, aparentemente las nornas la hechizaron, la embrujaron y había perdido la razón, la joven guerrera. -A ver, no entiendo. Explícate -le pedí. -Claro, las nornas trabajan con brebajes, con cosas raras. Le dieron algo y le manejaron la mente. Prácticamente la obligaron a saquear aldeas indefensas para repartir los botines, a las nornas no les interesaban los esclavos, las mujeres adolescentes sino el botín de monedas doradas, pero los vecinos de mi clan, salvajes, así como son, hasta ellos mismos se impresionaron de la avidez de sangre que tenía su jefa y en el momento que pudieron la abandonaron y regresaron para el norte. Le pregunté a Dexel: -¿Y qué te han dicho? ¿Dónde estaba ahora esta guerrera y las nornas? -Para el lado del desierto, no para donde van ustedes ahora. Para el oeste. -¿Podrías acompañarnos? -No tengo problema en acompañarlos -dijo Dexel-, lo que no quiero que me pidas que te acompañe porque piensas que te haya mentido y que apenas se vayan me escaparé, no tengo de qué huir. Pero no me tengáis desconfianza, me hace sentir incómodo que me tengas desconfianza. No soy uno de vosotros pero no soy vuestro enemigo tampoco. -Está bien. Mírame a los ojos. -Me miró fijo sin parpadear, sus ojos negros con mis ojos indescifrables se cruzaron, ninguno parpadeó-. Te creo, entiendo que no tienes nada que ver con... con lo que ha pasado. -¡Espera! -me dijo Dexel-, antes de juntarnos con los demás tengo derecho a preguntarte qué pasó, así como tú me has preguntado todo. -Tuve una relación con esa guerrera -le expliqué-, luego se marchó. Dejé mi feudo indefenso -me culpo de haberme distraído-, y esta guerrera atacó y dejó moribunda a mi amada, a mi mujer, que la dejé bajo el cuidado de una señora. Y deseo vengarme. -Entiendo. No tengo rumbo, así que en lo que te pueda ayudar... ¿Tú nombre es? -Aranet. Únete a nosotros, Dexel, le diré a mi gente que eres un amigo. -Te agradezco la deferencia -dijo Dexel-. Iré con vosotros y en lo que pueda ayudar, ayudaré, pero de verdad, soy un amante de la paz, si me involucro en un combate y veo que los demás son crueles los ejecutaré, pero no me hagáis matar a inocentes. -Quédate tranquilo -le dije-, yo no mato inocentes, yo mato culpables. Me corrijo, -Lo miré fijo-, yo ejecuto culpables. Gracias por escucharme.
Sesión 23/08/2017 En Umbro. Tuvo que encontrarse a alguien parecido a él para relajar la furia que sentía mientras viajaba con sus guerreros.
Entidad: Los momentos se hacían larguísimos, los amaneceres eran interminables casi tanto como los atardeceres, y ni hablar de los anocheceres.
Mi mente divagaba, había perdido el sentido de estar alerta, tanto me había afectado, tanto me había afectado lo de Mina. Pero no me sentía bien conmigo mismo porque el odio me consumía, me dolía el pecho, me dolía el estómago, casi no tenía fuerzas porque la energía se iba consumiendo con mi ira, la energía era la leña y la ira el fuego. Nunca había estado en esta situación, me sentía de alguna manera acompañado conversando con Arsenio, Arsenio prácticamente lo recibí en mis filas, no le encontraba una utilidad trabajando en la feria feudal, en lo de Anán, pero me dijo que afilaba cuchillos y que era muy bueno. Lo puse a trabajar puliendo espadas hasta que por fin todo el grupo estuvo preparado y salimos.
Y en el camino me encontré con Dexel. Era cierto que estaba consumido por la ira porque al ver a un bárbaro mi impulso fue cercenarle la cabeza. Hasta que lo vi de cerca, vi sus rasgos. No me considero intuitivo pero hablamos. Me comentó su historia, que era amante de la paz y era otro, con lo que conversaba. Llevamos dos amaneceres en el valle, luego en la zona montañosa y ahora dos amaneceres más en la zona desértica del oeste y no había novedad de Snowza. Recuerdo que Dexel me comentó: -Mira, Aranet, no conozco a Snowza, a ti te conocía porque hablaban de ti en mi clan.
Dexel me hacía sonreír, los pocos segundos que sonreía en el día. Los pocos segundos que la ira no me atravesaba el pecho, los pocos minutos que la furia no me cerraba la garganta no permitiéndome tragar bocado, y sudaba, sudaba. Recuerdo que en un momento me recosté en la tienda y me dormí teniendo pesadillas. Me sentía débil. Yo, Aranet, débil y Dexel me hacía reír relatándome mi leyenda, que había regresado de la muerte dos veces, que las heridas se me cicatrizaban en segundos, que era invulnerable y que la muerte me temía. ¡Je! Claro, cómo no iba a reírme, cómo no iba a reírme. Pasamos por un oasis, abrevaron los hoyumans. Dexel me preguntó: -¿Ese es tu hoyuman? -señalando a Salvaje. -Sí, es un gigantesco percherón. -¿Y por qué no lo montas? -Porque me siento más cómodo con mi bagueón. -¿Pero los hoyumans de tu tropa no le temen? -Están acostumbrados, saben que el Koreón no los va a atacar. -Impone respeto -me dijo Dexel. -Lo sé y no creo que haya otro ser humano en el planeta que monte un Koreón.
Paradójicamente, saliendo a un costado de la zona desértica había un terreno fértil con árboles, los hombres se frenaron. Dexel me dice: -¡Mira!, una joven montando un felino. Dexel me dijo: -Habías dicho que eras tú el único que podía montar un felino.
Era una tumera, una tumera negra no tan grande como el bagueón per sí imponente. La mujer era de rostro moreno, cabello negro, el viento le movía el pelo y se le podían ver las orejas puntiagudas, parecía una elfa pero era humana. La joven se alertó al vernos, frenó a su fiera. La miré, usaba arco y flechas, al costado tenía una espada y en la otra mano llevaba una lanza, bastante bien armada. Hice el gesto de alto y avancé con mi bagueón, al que le dije "Tranquilo". La joven habló algo a su tumera, seguramente para calmarla y me acerqué con el Koreón lentamente, lentamente hasta que quedaron los felinos casi rostro con rostro. Se miraron, se olfatearon y nada más. -Mi nombre es Aranet -le dije. -Me llamo Elefa. ¿Qué hacen por aquí? -Es una larga historia, si te interesa te la cuento. Si no, sigue tu camino, no te molestaremos. -Es la primera vez que veo una tropa que no pertenece a la zona desértica, aquí, porque si ven, éste es un pequeño bosque, hay miles y miles de líneas desérticas.
Le conté la historia muy a grandes rasgos; mi amada al borde la muerte, buscando vengarnos de una guerrera del norte que aparentemente estaba dominada por tres nornas. -¿Quieres contarme tu historia? -Mi historia es muy, muy sencilla; mi padre humano, Kórdel, conoció a una elfa, Síbelu, y se enamoraron, y fue lo peor que podían haber hecho. -¿Por qué? -inquirí- ¿Se llevaban mal? ¿No se amaban? -Sí que se amaban y se llevaban muy bien, no por ser mis padres pero era la mejor pareja que conocí, sabios. Me enseñaron lo que era el respeto, el honor. Pero en todo poblado que iban los despreciaban porque consideraban a mi madre, Síbelu, inferior por ser elfa, pero no sabían que ella a cien líneas podía darle a cualquier ave con su flecha y que mi padre, Kórdel, podía vencer a cualquier guerrero con su espada. Y al revés también, Síbelu llevó a mi padre a un poblado de elfos, nunca lo aceptaron: "Los humanos son traidores, saquean poblados, violan mujeres". Se radicaron aparte en un pequeño bosque y nací yo, y me enseñaron todas las técnicas de lucha, de mi padre, Kórdel, con la espada, de mi madre, Síbelu, con la lanza y el arco y flechas, hasta que siendo adolescente era tan o más buena que mis padres. -¿Qué pasó con ellos? -No fueron los humanos fueron los elfos, la acusaron a Síbelu de traicionar a su gente al formar pareja con un humano y los ejecutaron a ambos. Una anciana, una anciana elfa me rescató y me llevó fuera del poblado elfo. Le pregunté por qué me había recatado. -Por dos razones, el odio te va consumir, no puedo luchar contra las costumbres. Y la segunda razón, tú tienes un don, no es que te puedas comunicar mentalmente con los animales pero tienes un ascendente sobre ellos. -¿Cómo lo sabes? -Porque veo como te obedecen los hoyumans, las cabrezas, las mulenas, los cerdeños. Y me marché, hasta que me crucé con varias tumeras y me aceptaron. Unos cazadores mataron a la madre sobre la que ahora estoy montada y la crié. Y no solamente a ella, también tengo un turión amarillo, un turión a rayas. -¿Dónde lo tienes? -En el bosque. Y me asombra, veo que tú también te comunicas con los animales, nunca vi que alguien montara un bagueón. -No sé si me comunico con los animales, sólo sé que es el segundo bagueón que tengo. -¿Y cómo lo llamas? -Koreón, igual que al anterior. También tengo un guilmo, pero lo dejé en la fortaleza. ¿Qué piensas? -La joven estaba pensativa y me dijo: -Algo me dice, quizás aquel que está más allá de las estrellas, que debo ir con vosotros, si tú me aceptas. -Puedes marchar conmigo, a la par. -¿Y tus hombres? -Mis hombres me obedecen. Además, los hoyumans están acostumbrados a mi Koreón, no a tu tumera, así que marchemos adelante -A los únicos que le presenté fue a Arsenio, que Elefa le dijo: -Te veo vacilante, te veo inseguro. -Tenía intuición la joven-. Y después lo saludó a Dexel, y le dijo: -Entiendo que detestas la violencia pero en algún momento la vas a usar porque si no, esa paz que crees que sientes te va a consumir. -La miraba con el ceño fruncido a Elefa.
Muy joven para ser tan sabia. No conocía a Arsenio, no conocía a Dexel y los describió tal cual eran. Ninguno de los dos hizo un comentario, ambos estaban pendientes de la mirada de la tumera. -¿Me permites? -¿Qué quieres hacer? -Acercarme a tu tumera. -Alguno lo hizo y perdió una mano.
Hice un gesto como diciendo qué se le va a hacer. Desmonté de mi bagueón y me acerqué lentamente a la tumera, extendí mi mano izquierda, la tumera me mostró los dientes. Elefa no la sujetó, la dejó hacer. Dio un par de pasos hacia mí, me olfateó mi mano. No, no me lamió pero permitió que le acariciara la cabeza. Di un salto y monté a mi bagueón, Elefa estaba sorprendida. -Jamás, aparte de mí, nadie había tocado mi tumera. -A propósito -le dije-, ¿cómo la llamas? -Tumera, no tiene nombre. ¿Me permites? -dijo Elefa, y señaló con la cabeza a mi bagueón. -Si te animas... Nadie lo ha tocado. -Desmontó, hizo exactamente lo mismo que yo: puso su lanza en su mano derecha y extendió su izquierda. Koreón no mostró los dientes, como la tumera, sencillamente la olfateó y se dejó acariciar. Lo único que dijo Elefa es: -Impresionantes cuernos que tiene este bagueón. -Y me miró, me hizo un gesto de interrogación. -Sí -le respondí-, nadie lo había tocado. Bien, espero que no sea una lucha de egos -le dije. Lanzó una carcajada-. Ven con nosotros. Si tú dices que aquel que está más allá de las estrellas te lo sopló a tu oído, por algo será. No descarto nada.
Y proseguimos la marcha. Elefa tenía provisiones pero cargó en el próximo oasis dos cantimploras que tenía y le dio de beber a la tumera. Mi ira no se había desvanecido pero se había aplacado bastante. El hecho de intercambiar ideas con una persona tan parecida en muchos aspectos es como que me había aflojado un poco, había aflojado un poco mi furia, y de alguna manera es como que empezaba a recobrar mi fortaleza.
Es todo por ahora. Gracias por escucharme.
Sesión 04/09/2017 La ira lo consumía hace tiempo e iba de menos. Estaba en bajas condiciones físicas y mentales. Lo notó cuando unos mentos les atacaron.
Entidad: No me sentía yo mismo, me encontraba afiebrado, cansado, aferrándome con las dos manos a las riendas del Koreón. Estaba con los ojos cerrados, doloridos del viento de arena en el desierto. Trataba de disimular cuando me encontraba tambaleante. Habían pasado siete amaneceres donde me encontraba débil, honestamente. Había prestado poca atención a mi alimentación, bebía lo necesario y la ira había consumido la mayor parte de mis fuerzas. Me dolía tremendamente el pecho, disimulaba para que mis hombres no se dieran cuenta de que su supuestamente invencible jefe estaba al límite de sus fuerzas.
De alguna manera le había ordenado a mi segundo que cierre las filas para evitar sorpresas en la retaguardia y me seguían Arsenio y Dexel, que estaban tan metidos en sus problemas que supuestamente no me prestaban atención. La que sí me miraba y de alguna manera me incomodaba era Elefa. Elefa era un personaje extraño, la única persona que conocí que tenía afinidad con los felinos, como yo, y mientras yo montaba mi enorme bicho, ella montaba una tumera quizá no tan grande como mi bagueón pero casi y me miraba disimuladamente pero me miraba, y entre mis escasas fuerzas veía que me vigilaba, no por nada, seguramente para ver cómo estaba. En un momento dado se acerca y me dice: -Paremos. -Asentí con la cabeza y levanté el brazo derecho con el puño cerrado.
Hicimos una especie de gran círculo. De verdad que no podía más. En este momento mi cansancio vencía a mi ira, vencía a todo. Me sentía, de verdad, bastante, bastante débil. Armamos las carpas y se armaron una carpa más pequeña al lado donde se alojaron Arsenio y Dexel. Elefa me pidió: -Déjame quedarme contigo. -La miré, la miré de manera extraña. Me miró como leyéndome el pensamiento-. Tranquilo, tranquilo Aranet, tranquilo, descansa.
Qué pensó ella que yo pensé o qué creyó que yo pensé. O tal vez entendió lo que creí pensar. En ningún momento amagó nada de acercamiento ni nada. Se acercó y me dio a beber de su cantimplora, un líquido como mentolado, pero tenía un gusto extraño. -¿Qué me estás dando? -Es agua mezclada con un jugo de una planta que te despeja las vías respiratorias y a su vez es energizante. He visto que te has alimentado muy poco en estos últimos siete amaneceres, te mantienes porque tienes un cuerpo fuerte, pero eres humano, no te veo en condiciones de seguir. -Soy Aranet. -Sí, eres Aranet, pero no conozco tu historia más que lo que cuentan de ti. Pero veo que te ha consumido la ira, te ha minado energía, te ha quitado fuerzas, te ha quitado ese fuego. -Tengo el fuego. -Sí, en la mirada lo tienes, pero veo una leve brasa, no tienes ese fuego intenso. -He hecho cruzadas mayores. -Seguramente que sí y habrás recorrido distancias mayores en climas adversos, fríos, templados pero no con la ira que llevabas, la ira consume más que cualquier viaje.
Y Elefa tenía razón, había noches que soñaba pesadillas, incoherencias, absurdos y me despertaba transpirando, sudando y tardaba minutos en... en ponerme en situación, en darme cuenta donde estaba, y eso no, no es costumbre en mí, siempre apenas abría los ojos, en un segundo, uno, ya estaba en situación de lugar y con la mano en mi espada, jamás nadie me sorprendía, pero ahora tardaba minutos en recordar donde estaba, cómo estaba, en qué situaciones estaba. No, no, no era yo. Se escucharon gritos, enormes gritos, enormes gritos. Nosotros que durante todo este tiempo íbamos a la caza de Snowza y esas tres nornas hechiceras, ahí estaban. Me imaginaba tres mujeres grandes, ancianas y se veían tres jóvenes con poca ropa haciendo danzas frente a una hoguera. Salí de la tienda, estaban todos los guerreros extasiados. Elefa me toma del mentón y me dice: -No te engañes, son mentos. -¡Ah! Estoy confundido, mujer, son mentos. Engañan la visión, no sé si son jóvenes o no, acabaré con ellas. -Deja que vayan tus guerreros.
Fueron seis de mis guerreros. Estaban a pocas líneas, cincuenta, sesenta líneas de ventaja. A mitad de camino cayeron de rodillas retorciéndose la cabeza. Las nornas dejaron de bailar, miraron hacia nosotros. Los seis guerreros retrocedieron gimiendo con dolor de cabeza, hice una seña y fueron otros seis. Esta vez ni siquiera llegaron a mitad de camino, cayeron antes de rodillas. -¿Qué sucede? -Aranet, estás debilitado mentalmente, no estás razonando, las nornas son mentos, los dominan, los manipulan, les hacen doler la cabeza. Es más, pueden poner a los guerreros en contra tuya. -Estoy perdido. -Estás confundido, te agotó tu furia cuando tú tendrías que tener la mente despejada. Déjame a mí. -¿Acaso tú puedes contra un mento? -No, ¿quién dijo? Podría ensartarlas perfectamente con mi lanza, pero para qué voy hacer esfuerzo.
Emitió un sonido gutural con su garganta, como si fuera una gata. La tumera negra con su cuerpo lustroso salió disparada contra las nornas y en segundos las despedazó a las tres dejando la carne de su garganta hecha girones. Las tres nornas yacían sin vida. La tumera se acercó a un arroyo y bebió agua como si hubiera cazado un cervante y volvió otra vez al lado de Elefa. ¿Por qué no se me ocurrió hacer eso con el Koreón? Los guerreros miraron a Elefa con respeto y con temor a la tumera negra. Elefa me dice: -Esa guerrera que buscas no está, pero tampoco creo que esté lejos. Busquemos más adelante. Busquemos más adelante, seguro la encontraremos.
Sesión 07/09/2017 Encontró a quien buscaba, pero quizá por la única vez en su vida no estaba sereno sino reactivo. Terminó en el suelo, atravesado por una espada.
Entidad: Estábamos en el límite entre el bosque y el desierto. Una lluvia torrencial caía, la arena caliente con el agua de la lluvia levantaba una fina neblina. Estaba en el borde de una roca, el agua me caía por el cabello, el rostro, los hombros, todo el cuerpo. Recuerdo que Arsenio vacilante, inseguro se acercó y me dijo: -Aranet, estás completamente mojado. -Le hice una seña que estaba todo bien y que se retire a su tienda.
Me acordaba de los maleantes, la joven y su acompañante mayor estaban a punto de ser ultrajadas. Me acerqué, recuerdo que al primero con mi enorme mano le di una bofetada tan grande que lo lancé de cabeza contra unas rocas dejándole inmóvil, y de verdad que no quería que los otros dos se fueran, quería atravesarlos con la espada. Mi pensamiento saltó, miraba a la joven a los ojos, le había salvado la vida. Mi pensamiento fue más adelante, la joven se acercó a mí, nos acariciamos, nos besamos. Hice un reconto de la batalla. En la fortaleza Belicós ni sentía mis heridas, la joven Mina rechazándome, la joven Mina volviendo y finalmente conviviendo conmigo. La joven Mina desangrada en mis brazos llevándola a lo de la anciana. Mi ira no había cedido un ápice. ¡Ay! ¿Qué fuego interno alimentaba esa ira?, ¿de dónde sacaba el combustible? O la misma ira se retroalimentaba.
Dexel me miraba a lo lejos, pero a diferencia de Arsenio no se acercó. Los felinos habían quedado a cubierto en una enorme tienda, la tumera negra y el bagueón se llevaban bien. Elefa se acercó. -No eres el único que está pasando problemas. -¿Te estoy consultando? -le pregunté. -No, pero veo tu rostro, tu cuerpo desgastado por la ira, demacrado. Prácticamente en la semana no te has alimentado, estás débil. -Mira -le mostré mi enorme mano-, puedo tomar la espada más grande y partir una roca. -Sí, podrías, pero no tienes buen estado físico. Todo me molestaba, todo me lo tomaba a mal. -¿Acaso quieres probarme? -No, no, no, no. No me interesa probar nada, al contrario, apenas te conozco pero te tengo afecto. -¿De qué me tienes afecto? Tú misma lo has dicho, no me conoces, no sabes cómo soy. -Me lo imagino. -No, no me conoces, como yo tampoco te conozco a ti. -Yo no tengo secretos. -Elefa, no me interesa conocer tus secretos si es que los tienes, y si no lo tienes también. Déjame pensar, la lluvia es una bendición, déjame estar bajo la lluvia. -Hay guisado caliente, ven a comer algo. La miré. O la vi pero no la miré, miré una silueta nada más. -En un rato voy.
Las botas, los pies completamente mojados, mi cuerpo completamente empapado. La lluvia seguía y seguía. Me costaba respirar. Entré a la tienda, estaban Elefa, Arsenio, Dexel y seis de mis hombres. Elefa me sirvió un guisado. -Está bien caliente, cómelo con cuidado.
Hundí mis manos en el guisado, me llevé un bocado a la boca, recién ahí me di cuenta del hambre que tenía. Comí y comí. Comí un plato. Elefa me sirvió otro plato, lo comí también. Y me tomé una jarra grande de bebida espumante. -¿Y esto? -Quedaban solamente las reservas, ahora hay solamente agua.
Me tendí en un camastro que era más pequeño que yo, me sobraba parte de los pies. En menos de un minuto me quedé dormido. Me despertaron unos ruidos, gritos de los bárbaros. Me levanté. A diferencia de siempre que apenas abro los ojos ya estoy alerta, ahora me sentía como confundido, como abrumado. Confundido. La miré a Elefa, parece que es la guerrera. Me levanté a los tumbos, me dolía el pecho, ¡ah!, me costaba respirar, me dolía mucho el pecho, ¡ah! -¿Qué me pasa? -Días y días alimentando la ira y no tu cuerpo, se te apagó el fuego. -El fuego nunca se me apaga, Elefa. -Está bien, si tú lo dices.
Salí a los tumbos. Había dejado de llover. A la distancia, Snowza. Sentí que el corazón me latía más fuerte. Tomé mi espada, era mi espada, me pesaba el doble y caminaba a los tumbos. ¿Tanto me había afectado la bebida espumante? Yo tomaba litros. -Estás débil. -No te pregunté, mujer. Me acerqué donde Snowza. -Te estuve buscando. Aquí estoy. -Sé lo que pasó. Hice una mueca que casi fue una sonrisa. -¿Sabes lo que pasó? Has herido casi mortalmente a mi amada. ¿Sabes lo que pasó? -No era yo, unas nornas me tenían manejada la mente. -Nadie te maneja la mente si no quieres. -Díselo a tus hombres, si ellas querían los hubieran puesto en contra tuya. -¿Y cómo te acuerdas entonces de las cosas? -Ellas no me borraron la memoria. -¿Para qué te manipularon? ¿Cuál era la idea? -Reconozco que no me sentía bien, reconozco que estaba con rencor, reconozco que quería atacar la fortaleza Baglis de la misma manera que atacaste a la Belicós y reconozco que las nornas aprovecharon ese rencor que yo tenía para manipularme más y mejor. -¿Porque tenías rencor?, tú te fuiste. ¿Qué pretendías? -Que aceptaras mi desafío, mostrarte que soy la más fuerte y la mejor espada de todo Umbro. -¿Y por eso tenías que herir casi mortalmente a mi amada? -Era una manera de que reacciones. -¿A costa de una vida? O sea, que las nornas son responsables pero tú... Llevabas dentro tuyo esa ansia de matar, sabías que tus propios hombres se asustaron de tu proceder y se marcharon. -Cobardes. -¡Cobardes! ¿Qué es no ser cobarde, saquear aldeas, violar inocentes, matar ancianos, mujeres y niños? ¿Eso es no ser cobarde? -Es como uno se crió. -No creo en eso, pero por fin te daré el gusto. -Miré hacia atrás gritando: -No quiero que nadie se meta Elefa se acercó y me dijo: -No estás en condiciones. -¡Cállate o serás la siguiente! -Se apartó.
Quedé solo frente Snowza, levanté mi espada torpemente, ataqué: la frenó como si nada. Lanzo un golpe bajo: me lastimó parte de mi muslo derecho, mi muslo de sostén. Ataqué de nuevo: me lastimó el brazo izquierdo. Estaba lento, débil. Ataqué con toda mi fuerza: la hice trastabillar pero retrocedió ágilmente, era el retroceso. Lanzó su brazo derecho hacia adelante: su espada atravesó parte de mí estómago, caí de rodillas. -No quiero matarte.
Me sentía flojo, todo me daba vueltas. No podía ser, no podía ser, me sentía mal. ¡Ah! Snowza se marchaba. -¡No! -Traté de ponerme de pié-. No, no, no. En ese momento caí de bruces, mi mente estaba a punto de dejarme. Me agitaba entre penumbras manando sangre del muslo, del brazo izquierdo, el estómago me ardía, era como una brasa. Me miraba con los ojos semicerrados la mano derecha, roja, ensangrentada, apenas podía levantarme. Sentí que una mano me tomaba de las axilas y otra de los pies, me acostaron en un camastro. -Atén al Koreón -dijo una voz de mujer. -Miré con los ojos entre abiertos, nadie se acercaba a mi felino. Entre dormido, entre desmayado vi que la propia Elefa armaba una especie de litera con palos y los ataba al Koreón, y en ese momento perdí el conocimiento.
Es muy difícil tratar de luchar cuando no estás en condiciones, es muy difícil tratar de pensar cuando tu cuerpo y tu mente no te responden. Es casi imposible obtener un resultado cuando tus pasiones te dominan porque al fin y al cabo, todo guerrero debe tener una mente limpia, libre de prejuicios, limpia de condicionamientos, exenta de recuerdos que te involucren emocionalmente porque si todo eso sucede o una de aquellas cosas sucede, no puedes ganar, es imposible vencer.
Y eso es lo que sucede en la vida cotidiana, puedes estar días, semanas, años lúcido, alerta, puedes haber regresado de la muerte una, dos o más veces pero ni aún eso permite que se encienda la chispa de la ira porque pierdes la cordura, y si pierdes la cordura pierdes el alerta, y si pierdes el alerta lo pierdes todo, y lo que has aprendido a lo largo de los años se diluye como agua entre los dedos. Mi carácter había cambiado, aquel grandote sonriente o aquel serio guerrero había dejado de ser las dos cosas para ser un ser ruin consumido por la ira, débil, flojo, vulnerable que apenas podía levantar su espada. Y sucedió lo que tuvo que suceder, me derrotaron, y no un guerrero, una mujer.
No es sencillo vencer las bajas pasiones, se debe estar muy elevado para ello. Si no no hay rumbo, no hay horizonte, no hay final, no, no hay final.
Sesión 13/09/2017 Como en un sueño le venían recuerdos de que donde se encontraba ya había estado, algo le era familiar, siempre antes de morir estaba allí.
Entidad: Abrí los ojos, lo primero que sentí es una tremenda punzada de dolor en la parte estomacal, cerré los ojos inmediatamente. A pesar de todo mis sentidos estaban alerta, estaba recostado en un camastro, se escuchaba ruido de aves pero estaba en una habitación a oscuras. Abrí nuevamente los ojos que se adaptaron a la penumbra, una silueta abrió un postigo y se acercó a mí. Ahora había claridad en la habitación, miro el rostro. -¡Anciana, tú! -Aranet, otra vez tú. -Anciana, tú eres una enviada por aquel que está más allá de las estrellas. -Supongo que sí -asintió la anciana-, supongo que todos somos enviados, de alguna manera. Unos para bien otros para mal.
Quise darme vuelta. -¡Ay! -Me dio un tremendo tirón, me toqué y estaba vendado-. ¿Quién me trajo? -¡Uf! Primero pregúntate cuántos amaneceres hace que estás aquí. -Dímelo, querida anciana. -Tres amaneceres. -En ese momento me alarmé. -Anciana, ¿qué pasó con... qué pasó con Mina? Hizo un gesto y me dijo: -No está bien. Está en otra habitación, no está bien. -¿Quién me trajo? -¿Te acuerdas lo que pasó? -Me acuerdo que estaba poseído por ira, mi mente no estaba lúcida, había afectado a mi cuerpo, no me alimentaba bien. La ira era como una caldera que me quemaba por dentro pero en lugar de darme fuerzas me quitaba el combustible. Recuerdo que fui con mis hombres, los bárbaros, a buscar a la guerrera Snowza, la que había atacado a la isla Baglis, y mientras yo no estaba había herido casi de muerte a mi esposa. Recuerdo que me enfrenté a ella y... bueno, me venció. ¿Quién me trajo? -Te trajo una conocida mía, Elefa. -¡Elefa! ¿Cómo me trajo? ¿Cómo te conoce? -Es una vieja historia. Yo conocí a Aranda, la abuela de Elefa, era una elfa pero no era buena, le gustaba el poder. Conocía el valle, sabía de las plantas curativas, de sus jugos, de su poder de curación interna y externa, pero ella no buscaba sanar a nadie, ella buscaba su propio provecho. Tuvo dos hijas, Síbelu, que es la madre de Elefa y Mirena que es la madre de Larisa. Larisa es elfa pura, prima de Elefa. Elefa no lo pasó bien nunca porque su madre, Síbelu, convivió con humano, Kordel, y no la aceptaban en el mundo de los elfos, y a Síbelu tampoco en el mundo de los humanos, la despreciaban, decían que no era una mujer, que la había mandado aquel que está debajo de la tierra, un demonio invisible, que es lo que representa todo lo contrario a aquel que está más allá de las estrellas. -Anciana -le comenté-, sabes que eso es una leyenda, un mito, no existe nada debajo. -Por supuesto, pero es lo que creen muchos. Larisa, la prima de Elefa, nunca se llevó bien con ella. Mirena, su madre, la hija de la abuela de Aranda y Úberu, que era un elfo, su padre, siempre dijeron que Elefa era una bastarda y la entrenaban para ser la mejor de la tribu, pero nunca lo fue. Elefa aprendió a pelear con su madre Síbelu, una muy buen maestra, y de su padre humano, Kordel, un excelente guerrero. Kordel y Síbelu eran la pareja ideal, pero no podían estar en ningún lado. Tuvieron una muerte trágica. Hay muchas versiones. Nunca supe exactamente qué fue lo que pasó con Kordel y con Síbelu, sí sé que Elefa quedó sola. Y tenía un don especial de comunicarse con los animales. -Es cierto, tocó a mi Koreón. -No solo lo tocó si no que lo montó. -¿Cómo es eso, anciana? -¿Cómo piensas que te trajo hasta aquí? Armó una especie de litera con dos manijas que las ató al cuello del bagueón y su tumera, su tumera negra al lado, ella montando el Koreón, y te trajeron hasta aquí. La idea de ella era llevarte al valle pero no estabas en condiciones de ir tan lejos. Cuando los bárbaros le dijeron que tú habías llevado muy mal herida a tu pareja a un lugar donde -no explicaste donde-, Elefa enseguida se dio cuenta, o la habías traído aquí o fuiste hasta el valle. -¿Y dónde está ahora? -pregunté. -Se marchó, dijo que volvería en siete amaneceres, ya pasaron tres. -¿Mi bagueón? -Atrás de la casa hay un enorme monte que le llamamos El impenetrable, prácticamente no entran personas. Allí está tranquilo el bagueón, se alimenta de los animales que caza. Está bien entrenado, no mata por matar. Y Elefa se fue con su tumera. -Me sorprendió -le conté a la anciana- cuando la vi montando en una tumera. -También tiene un turión amarillo con rayas oscuras. -O sea, que monta dos felinos. -Dos, que yo conozca. -¿Sabes, anciana, qué pasó con Snowza? -Sí, Elefa combatió con ella. -¿Y qué pasó? -La venció. Me sorprendió, me sorprendió la anciana al contarme eso. -¡Venció a Snowza! -Aranet, Snowza es un ser humano como tú, como yo, ¿por qué no habría de ser vencida?, todos podemos en algún momento dado perder en algo. -¿Cuándo podré levantarme? -No lo recomiendo, todavía no, deja pasar un amanecer más. La herida fue bastante profunda. Si bien no tocó ningún órgano importante, has perdido bastante sangre. Hay unas lianas especiales que utilizó Elefa y te cosió la herida.
Yo no me sentía bien. -(Toses). -Anciana, toso y me duele mucho. -Y eso que Elefa ha hecho un buen trabajo, te ha cosido bien la herida con esas lianas que evitan infección. No precisé hacer nada, dejé que la herida cicatrizara, simplemente te di un jugo especial de una de las plantas que tú ya conoces. Pero es una herida más y tengo entendido que es la tercera vez que esas plantas te salvan la vida. Cuando tú viniste la primera vez, ya habías sido sanado en el valle. -Sí, así es, anciana, así es. Le agradezco a Elefa el haberme traído. Y me quitó mi venganza. -Aranet, ahora estás hablando como un niño. ¿Qué venganza? Supón que no la hubiera matado y tú te hubieras repuesto y hubieras luchado y la hubieras vencido: la hubieras matado tú. ¿Cuál sería la ventaja?: El ceder a un capricho o a una tentación oscura. ¿Tiene sentido? ¿Vale el esfuerzo? -Tienes razón anciana -Medité-. Lo importante es que acabó con el mal. Me siento mal conmigo mismo, avergonzado, molesto por haberme dejado consumir por la ira. Tú no tienes idea, anciana, cómo estaba, la furia me consumía. -Lo sé. -¿Lo sabes? -Elefa me contó con detalle cómo te ibas consumiendo, debilitando, perdiendo tu energía interna, no razonando. -¿Y mis hombres? -Se marcharon a esa isla que tú llamas Baglis. -Entiendo. Y esa anciana, Aranda, ¿sigue viva? -No, no. -¿Alguien la mató? -Sí. -¿Tú? -No, yo soy sanadora, no podría matar a nadie, fue ella misma. Las plantas son sanadoras, regeneran el cuerpo, regeneran la mente y Aranda pensó que consumiendo más plantas aún estando sana iba a ser poderosa, pero las plantas no actúan así y se terminó intoxicando. -¡Vaya! Eso no lo sabía. -Es como todo. Su hija Mirena, la tía de Elefa, salió a buscarme pensando que yo había sido responsable de la muerte de la madre junto con su esposo Úberu y su hija Larisa, nunca encontraron mi vivienda, son pocos los que conocen este lugar. Los tíos de Elefa siguen vivos, Úberu y Mirena. -¿Tú piensas que ellos fueron responsables de la muerte de Síbelu y de Kordel? -Como te dije antes, Aranet, hay muchas versiones. Otros dicen que los mataron los humanos, otros dicen que los mataron los elfos porque despreciaban esa pareja. La verdad la sabe la propia Elefa, creo, pero no habla del tema. Tuvo dos buenos padres, dos excelentes maestros, sabe combatir con espada, con lanza, dispara el arco y flecha como ninguna. Pero nunca la mareó, nunca la pervirtió el poder. Es una buena persona. En cuatro amaneceres la verás. -¿Podré levantarme para ver a Mina? -Sigue dormida. La alimento con jugos, brebajes calientes, está muy consumida, no come, solamente le hago beber líquidos. Mañana podrás levantarte y caminar hasta la otra habitación y la verás, pero está demasiado demacrada. Ahora descansa, Aranet, mañana será otro día.
Cerré los ojos. Le agradecía a la anciana el cuidarme y mentalmente le agradecía a Elefa el haberme traído. La anciana cerró los postigos, la habitación quedó en semipenumbra alumbrada apenas por una vela. Y volví a dormirme.
Sesión 12/10/2017 La entidad relata cómo sanó y encontró a su esposa. Pero el desenlace fue nada esperado, escuchó la decisión de ella y quedó muy maltrecho anímicamente.
Entidad: En una época decíamos "El ser humano tiene muchas facetas, más facetas que un prisma" hasta que un Excelso Maestro profundizó sobre los roles del ego. Esos son nuestras facetas. Imprevisibles, incognoscibles, difíciles de dilucidar, entender por qué los cambios, interpretar por qué esos giros. Claro que si bien es cierto que nuestro entorno a veces incide y mucho en nosotros, a veces son excusas para disculpar esas facetas que tenemos.
Rememoro, viajando al pasado mentalmente, conceptualmente la vida de Aranet, el rol. Ya.
Abrí los ojos, me di cuenta que me sentía bien, muy bien porque tenía un apetito atroz. Y a veces los instintos primarios -porque el apetito es un instinto primario-, dominan nuestra mente, y cuando ésta querida anciana me alcanzó un profundo, hondo plato de guisado, lo tomé con ansias. Me frenó y me dijo: -Toma -Me alcanza una cuchara de madera-, no quiero verte hundiendo los dedos en el guisado. -Sonreí y comí con ansias. Y después de tantos días, tantos amaneceres en lugar de alcanzarme un jugo de hierbas, de dónde lo sacó no sé, me alcanzó una jarra metálica honda de bebida espumante que me la tomé en dos tragos y luego lancé un fuerte eructo. Habiendo saciado mi instinto primario me puse de pie, me sentía sano, fuerte, con energías. Recién ahí, recién ahí pensé en Mina. -¿Dónde está mi mujer? -Está repuesta -respondió la anciana-, también terminó de comer, no como tú. Comió una mezcla de hierbas saborizadas con algunas legumbres y tomó un zumo de frutas. Y no eructó. -No sonreí esta vez. -¿Puedo verla? -asintió.
Es la primara vez desde que la había traído casi, casi mortalmente herida que la veía. Entré a la habitación, los postigos estaban abiertos. Al estar los postigos abiertos la habitación estaba iluminada por la luz del día. La miré, estaba sentada en un sillón, demacrada pero bien. De todos modos pregunté: -¿Cómo estás? -Bastante bien -contestó. -¿Sabes cómo te encontré? Asintió con la cabeza: -Estuve hablando con la anciana y le prometí que nunca, jamás revelaría su paradero. -No te quiero presionar, pero te he encontrado muy mal y quién si no tú puede contarme qué pasó. Negó con la cabeza: -No, no, no, no, eso fue el pasado. -Pero en algún momento lo tenemos que hablar -argumenté. -No, a partir de hoy todo lo de atrás es pasado. -Entiendo. -No. La miré: -¿No? -No, no entiendes. No, no, no, todo es pasado. No quiero más violencia, no quiero más luchas, no quiero más convivir con los bárbaros. -La miré, levantó la mirada y me miró a los ojos fijamente-. No quiero más convivir contigo. Me sentí como paralizado. -¡Pero te he salvado! -Sí, me has salvado, me has salvado de un ambiente que tú creaste, un ambiente en el que tú te sientes cómodo. -Pero eso ya lo hablamos -argumenté-, recuerdo cuando te rescaté de la fortaleza... Me interrumpió levantando la mano. -Lo hablamos, me acuerdo de todo y me acuerdo que olvidé lo de la fortaleza o por lo menos lo intenté dejar atrás. Pero ya basta, esto colmó todo. -¿Me haces responsable? -No hablo de responsabilidades -dijo ella-, hablo de costumbres, de situaciones, de situaciones que se producen a diario. -¿Cuál es tu idea? -pregunté. -Me iré a vivir con mis padres. -¿Qué pasará con nosotros? -Nada. -O sea, que has dejado de amarme. -No entiendes Aranet, no se trata de amor, se trata de mí, no me quebré solamente físicamente. No entiendo cómo funcionan las hierbas en mi cuerpo, en mi piel, en mis heridas, pero sé que me han sanado la parte física... -¿Entonces? -Las hierbas no sanan la parte mental. No me siento bien, me mal predispongo a todo solamente por el hecho de ver una espada. Por un momento me reactivé y dije de mal modo: -¿Acaso piensas que con tus padres evitarás toda violencia, estarás a salvo de malhechores o de cuadrillas de villanos que vengan o de hordas que vengan del norte? -No, no, seguro que no, pero no conviviré con la violencia, si se cruza la violencia en mi camino se verá. Pero mi mente no está bien, necesito paz. La miré y le dije: -Un hombre sabio me dijo una vez "La paz solamente la logra la muerte. Lo que uno anhela es la armonía". Me miró y me dijo: -Ese hombre tenía razón. Entonces me corrijo, busco armonía. -Puedo fortificar la isla Baglis donde no entre ni un alfiler. -Tu anhelo, tu anhelo, Aranet, hace que no me entiendas. Tú, tu gente, los bárbaros me desestabilizan, me hacen acordar. -Hagamos borrón y cuenta nueva -le pedí. -Sí, eso es lo que quiero, hacer borrón y cuenta nueva, sola, que nada me recuerde lo que pasé. -¿Y lo borrarás tan fácilmente? -No, no, seguro que no, pero me ayudará mucho el estar sola, tranquila.
Seguimos conversando pero me volví analítico, volví en mí. Evité presionarla, evité hablar del tema, hablábamos de cosas triviales como si fuéramos dos desconocidos. Obvio que anhelaba preguntarle sobre Snowza, cómo fue el ataque, pero ya me lo dirían los hombres en profundidad porque cuando me lo contaron aquella vez salí disparado. Le quería contar de mi fiebre, de que me convertí en un ser endeble en busca de venganza. Intenté, pero no quiso, no quiso escuchar nada. -Eso me hace mal, quiero descargarme -le imploré. -No, no conmigo, no me uses. -¡Usarte! ¡Usarte! -Sí, no me uses a mí para descargar tus debilidades. -Está bien -asentí.
Hablé con la anciana, me dijo que tanto ella como yo estábamos en condiciones de partir. Había una pequeña carreta, até a mi hoyuman, Salvaje, al costado de la carreta. Ella se recostó detrás. Me pidió: -No me lleves hasta mi casa. -No entiendo. -Llévame hasta un límite conocido y dame un hoyuman, yo sabré llegar. -Por qué no quieres que vea a tus padres. -No, no, no, no. Es que no quiero. Quiero desprenderme de tu persona.
¿Qué me dolió más, la estocada que me dio con su espada Snowza o sus palabras: "Quiero desprenderme de tu persona"? Sentí como que las fuerzas me dejaban, pero era algo ficticio, mental, conceptual. Me abracé con la anciana antes de marcharme, ella le agradeció también. La anciana me dijo antes de marchar: -Espero volverte a ver, pero no para curar ninguna herida. Ahora, si tienes otro tipo de heridas soy buena escuchando. -Cerré los ojos asintiendo con la cabeza y entendiendo lo que quería decir. Le acaricié el rostro, un rostro desgastado por la edad pero fuerte aún en su persona.
Llegamos a un cruce de caminos. -Llévate la carreta. -No, me haría perder tiempo.
Desaté los hoyumans de la carreta, le di uno, el otro lo cogí de las riendas. Monté a Salvaje y al trote llevé el otro hoyuman marchando para la isla Baglis. Recién en el camino estando solo retrocedí mentalmente, había olvidado preguntarle a la anciana por Elefa. ¡Uf! Apuré el paso de Salvaje y apreté las riendas del otro hoyuman, la carreta quedó abandonada, no había nada de valor adentro. La que había sido mi mujer marchaba a casa de sus padres, no la vería más. ¡Ah!
Nunca me gustó hacer, como decís vosotros en Sol III, el rol de víctima, pero me sentí como abandonado: "Quiero desprenderme de tu persona". Muchos me consideraban una leyenda viviente, el guerrero invencible. ¡Ja! El guerrero invencible... El guerrero solitario creo que me pegaba más en este momento.
Había comenzado a lloviznar, el agua me caía en el rostro. Seguí firme mi rumbo a la fortificación de la isla Baglis.
Sesión 30/01/2018 No siempre un guerrero está atento al entorno, afuera suyo. A veces inspecciona adentro y descubre que hay falencias al entenderse a sí mismo y a los demás. Aprendió de un anciano, muy anciano.
Entidad: Bajé de la barcaza a tierra firme, a unas cien líneas de distancia había una pequeña construcción de madera, algo derruida, y por costumbre me acerqué. No tenía puerta apenas, apenas una tela. Batí las manos. -Adelante -se escuchó una voz. En una especie de camastro estaba el anciano Anselmo-: ¡Aranet! Una bendición verte, desde que estás en las isla recibo comida casi siempre. -Es un gusto atenderte, anciano. Aclárame lo de casi siempre, ¿ayer no te han traído comida? -Hace dos amaneceres que no me traen y sabes que yo no puedo ni moverme, yo ya estoy encomendado hace mil amaneceres a aquel que está más allá de las estrellas. A veces con unas muletas improvisadas puedo dar unos pasos y me siento afuera en un tronco. Mira que han pasado guerreros, ha pasado gente desconocida y nunca repararon en mí. ¿Para qué?, qué mal les puedo causar. -Pero me molesta -argumenté- que ayer no se hayan ocupado, yo les doy órdenes. -Déjalos, ya bastante le tienen que rendir cuentas a aquel que está más allá de las estrellas. -Rendir cuentas, ¿por qué? -Ya pasó, ya está todo olvidado. -¿Qué es lo que está olvidado? Sabes que voy a insistirte. -Cuando tú no estabas, Aranet, ya estaba todo preparado, te tenían vigilado, la mujer esa con los guerreros del norte trajeron unas carretas con muchísimos barriles. No estaré bien de las piernas pero gracias a aquel que está más allá de las estrellas todavía tengo muy, muy buen oído. -No lo interrumpí, dejé que siga hablando-. Se arrimaron a los dos vigías y les preguntaron "¿Vuestro jefe no les dijo nada de la fiesta?, aquí tenemos los barriles con licores. Vamos, vamos, carga un par de barriles en la barcaza y avisa a los demás que traigan varias embarcaciones, tenemos cientos de barriles", -lo cual no era cierto, tenían diez barriles pero eran más que suficientes-. "Aranet dijo que vayan tomando, que el resto de los barriles están por llegar. A la noche es la fiesta". Lo escuchaba al anciano Anselmo y mi rostro se ponía pálido. -Continúa, anciano, continúa. -Los hombres se emborracharon y trajeron todas las barcazas disponibles pero no subieron más barriles, subió la guerrera con su gente. Y bueno, creo que ya sabes lo que pasó después, hicieron un destrozo tremendo. Tus guerreros poco podían hacer, estaban alcoholizados y los masacraron. Y lo lamento por tu mujer. Lamento no haberte avisado pero no me puedo mover y tú... tú mandas a tu gente a que me traigan algo de comer, pero tú no vienes y la gente no te va a contar nada, te va a ocultar todo.
Mi rostro ya no estaba pálido, estaba de piedra. Estaba muy reactivo pero me obligué a mí mismo a calmarme, ya había aprendido la lección de lo que era estar reactivo, de lo que era no pensar, de lo que era actuar por impulsos. Había estado nuevamente al borde de la muerte con una espada que me había atravesado el cuerpo por estar reactivo. Por otro lado ¿qué podía hacer?, ¿enfrentarme con quién? Murió un montón de mi gente, eran brutos, eran básicos, creyeron la mentira de que armaba una fiesta y se bebieron todo el licor, por eso no pudieron defender a Mina, por eso no pudieron defenderse ellos. Snowza fue muy lista. Lo que nunca voy a comprender, porque ya está muerta, es el por qué. No tenía de qué desquitarse de mí, ella misma nunca quiso un compromiso y no tenía por qué molestarse si yo tuve otra pareja, no sé porque lo hizo. ¿Podía enojarme con mi gente? Sí, podía. ¿Podía desquitarme contra mi gente? ¿Contra quién? Los que sobrevivieron van a negar lo que dijo el anciano Anselmo. Aparte, no estoy siempre en la isla y si predispongo a los bárbaros en contra del anciano, el día de mañana puede ocurrir un accidente y todos lo van a negar. Y Anselmo, como adivinando mis pensamientos me dijo: -Está bien, Aranet, olvídalo, todos somos responsables, nadie es responsable.
Y pensé, tenía toda la razón. No sé si Anselmo es sabio pero los tantos y tantos, y tantos años que llevaba encima le daban tanta experiencia... Seguramente yo también era responsable por no haber dejado instrucciones precisas, solamente hacer caso de lo que yo les ordeno. Los bárbaros que quedaban habían aprendido la lección, nadie fuera de mí salvo que yo le dijera de antemano no podía traer órdenes mías.
Hablé con algunos bárbaros que estaban en tierra firme y les dije: -Traed por lo menos diez de vosotros, tapad las goteras, hacedle una puerta liviana al anciano y dejadle afuera un banco de piedra con respaldo y construidle unas buenas muletas, no sirve de nada una gruesa rama. Y si alguno de vosotros tiene un calzado de sobra, unas buenas sandalias de cuero, dadle. -Asintieron.
Algunos lo miraban, se preguntaban si el anciano me había contado algo pero mi rostro era imperturbable, así que se quedaron tranquilos. Por las dudas le dije al segundo, Amando: -Después de Otar, el anciano Anselmo los aprecia mucho por la comida que le traéis cada amanecer. -Sonrieron y empezaron a hacerle una buena construcción tapando las goteras, reforzando las paredes. El anciano me habló aparte. -Lamento mucho haberte traído un peso más sobre tus hombros porque ahora que conoces la historia y sabes que no puedes desquitarte con nadie, lo vas a cargar encima como angustia en tu garganta, como ansiedad en tu estómago y no puedes responsabilizar a nadie porque tendrías que empezar primero por ti. Asentí con la cabeza y sólo le dije: -Querido Anselmo, prefiero cargar con este peso a ser un ignorante de lo que pasó. Y por supuesto no culpo a nadie, quizás a mí por mi desidia. Estoy muy lejos de saber gobernar, muy, muy lejos. Sólo espero que aquel que está más allá de las estrellas me de vida para seguir aprendiendo. -¡Oh! -rió Anselmo-, ¡vaya si tienes para aprender! Y hay cosas que nunca aprenderás. -¿En qué sentido lo dices? -Entiendo que la bárbara del norte está muerta, que la mató una mujer medio elfa -asentí-. ¿La has comprendido? -No. Aunque hubiera estado mil amaneceres no la hubiera comprendido. -Y a esta pareja que has tenido, que se fue, las reacciones que ha tenido, ¿has comprendido? -A medias, anciano, a medias. Entiendo lo que es sobrevivir a un ataque, a medias, y entiendo lo que dices querido anciano. Hay cosas ni aunque vivamos mil vidas, hay conductas que aunque vivamos mil vidas no las vamos a terminar de entender y no todo se puede justificar. Pero es cierto, para señalar a otro primero nos tenemos que señalar a nosotros.
Lo abracé al anciano con mucha suavidad porque lo veía, lo sentía tan frágil. La querida anciana Areca, esta maga de las hierbas, era tan anciana... pero estoy convencido que Anselmo era muchísimo, muchísimo mayor. ¡Ay! Gracias por escucharme.
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