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Psicoauditación - Edgar Martínez |
Sección Psicointegración y Psicoauditación - Índice de la sección - Explicación y guía de lectura de la sección |
Si bien la Psicoauditación es la técnica más idónea para erradicar los engramas conceptuales del Thetán o Yo Superior de la persona, la mayoría de las veces se psicoaudita a thetanes que habitan en planos del Error y sus palabras pueden no ser amigables y/o oportunas para ser tomadas como Mensajes de orientación, algo que sí se da cuando se canaliza a Espíritus de Luz o Espíritus Maestros.
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Sesión del 03/01/2017 Aldebarán IV, Aranet Sesión del 25/01/2017 Aldebarán IV, Aranet Sesión del 12/02/2017 Aldebarán IV, Aranet Sesión del 14/02/2017 Aldebarán IV, Aranet Sesión del 15/02/2017 Aldebarán IV, Aranet Sesión del 17/02/2017 Aldebarán IV, Aranet Sesión del 20/02/2017 Aldebarán IV, Aranet Sesión del 12/03/2017 Aldebarán IV, Aranet Sesión del 26/03/2017 Aldebarán IV, Aranet Sesión del 20/04/2017 Aldebarán IV, Aranet Sesión 03/01/2017 En un camino de Umbro, tres asaltaron una carroza. Él apareció y resolvió la situación. Había una joven noble con quien congenió. La entidad relata que vivieron un idilio pero sus distintos orígenes no permitieron formalizar la relación.
Entidad: Hacía varios amaneceres que iba por los caminos montado sobre mi bagueón, al que también le había puesto de nombre Koreón. Días tranquilos. Vosotros diríais "Otra vez vuelta a la rutina". Para mí no existía la rutina, disfrutaba cada momento, disfrutaba el calor del astro, también los días de lluvia, el viento. Al contrario, me molestaba la gente quejosa, "Que demasiada temperatura, que mucho frío, porque la humedad, la sequedad del desierto...". Es la naturaleza, o te adaptas o no sobrevives.
Me sentía fuerte, reanimado, alerta. Mis oídos escucharon a lo lejos las carcajadas de, por lo menos, dos hombres, tres, seguro eran tres, un grito femenino y la voz de otra mujer. Apuro la marcha con Koreón, no es lo mismo cabalgar un hoyuman; el galope del Koreón, el 99% de los jinetes caerían al piso por ser más grande, más corpulento y más ancho que un hoyuman. A los pocos instantes, doblando el camino, vi la escena: una carroza labrada con letras, seguramente de gente importante, una joven muy bien vestida y una señora más grande: tres hombres mal entrasados las rodeaban. La que gritaba era la mujer mayor. Me acerqué en silencio. Vieron al Koreón, se sorprendieron, instintivamente retrocedieron. Las mujeres también se asustaron al ver semejante felino. Desmonté, no toqué mi espada, no pregunté nada. Me fui acercando. El más joven de los hombres, el más impertinente dijo: -Si quieres salir con vida sigue caminando, tú y tu gato. Lo ignoré. Miré a los otros dos, habían sacado sus espadas. El más joven seguía hablando: -Déjanos disfrutar, violaremos a la joven y mataremos a la vieja. O quizá no, quizá también la disfrutemos antes de degollarla.
Seguí acercándome. Fue tan grande la cachetada que le di al más joven que salió disparado al aire, dio de cabeza contra una roca y quedó allí inmóvil, muerto. Saqué rápidamente mi espada y les dije a los otros dos: -Tendría que deciros lo mismo, podéis iros y salvaréis la vida, pero no lo haré por dos razones: Una, piensan que pueden vencerme, no se van a ir. Dos, en realidad no quiero que se vayan porque aunque no lo hagan ahora seguirán asaltando otras damas en cualquier otro camino. El mayor me quiso embestir: solamente una estocada, le atravesé el pecho. En el mismo movimiento, haciendo un semicírculo, le rebané el cuello al que quedaba con vida. Guardé mi espada. -No os asustéis, vengo en paz. Mi bageón es manso, se llama Koreón, no ataca si yo no doy la orden. La joven se acercó ahora sin temor ni a mí ni a Koreón. -Agradezco tu intervención. Mi nombre es Mina, ella es mi dama de compañía. Hice una pequeña reverencia con la cabeza. -Un gusto. Veo que eres noble. -Sí, soy de familia de clase noble pero no me incomoda hacer quehaceres. -¿Vais para algún poblado? -Vamos para Maleria. -Bueno -miré hacia mi costado izquierdo-. Maleria, si no me falla mi orientación queda hacia mi izquierda, hacia vuestra derecha. No tengo inconveniente en acompañarlas. ¿Pero quién llevaba las riendas de los dos hoyumans? -Nuestro conductor Olen, está muerto más atrás. Lo mató el más joven de los tres, el que tú has lanzado contra la roca. -Vaya. Le diré a Koreón que me siga y manejaré vuestra carroza. -No, yo puedo hacerlo. -Pero señorita Mina... -Tú ve abajo -le ordenó a la señora mayor, quien se metió dentro la carroza.
La joven Mina montó adelante, azuzó los caballos y dieron marcha. Monté a Koreón y las seguí. Ya era casi al atardecer cuando llegamos al poblado, fueron a la cuadra, la joven Mina pagó con una moneda de plata y marcharon a la posada. El Koreón no se iba a quedar en la cuadra; le tomé el rostro, lo miré a los ojos y le dije: -Ve por allí, si a la mañana te necesito te silbaré. Agitó la cola como entendiendo perfectamente mis palabras y se marchó trotando. Fui a la posada, la joven y la señora estaban sentadas a una mesa. Los lugareños las miraban, miraban su vestimenta tan delicada. La joven me pidió que me sentara con ellas, con la mirada horrorizada de la señora mayor. Yo estaba mal vestido, prácticamente mi ropa casi desgarrada, se notaba que era un guerrero pero la joven confiaba en mi persona, más por haberle salvado la vida porque seguramente las hubieran ultrajado y matado a las dos. -¿Os iréis por la mañana? -Quizá nos quedemos unos días, quiero descansar un poco de toda la pompa de la familia de donde vengo, me sentía como prisionera, quería respirar un poco el aire. -Pues creo que con esa vestimenta estás incómoda. -Iré mañana a los almacenes, me comparé otro tipo de ropa. -Si lo deseas te acompaño y te digo qué sería más conveniente. -¿Por qué no?
Nos vimos al amanecer. Eligió una ropa bastante llamativa. Le dije: -No, no, no, busca algo más simple. -Pero señorita, parecemos granjeras con esta ropa. -Mina la miró. -Cállate, yo te elegiré la ropa.
Y sí, más que granjeras parecían aldeanas. Guardaron doblada la buena ropa en alforjas. Yo aproveché para comprarme ropa nueva, tenía bastantes metales. -Déjame que pague tu ropa. -No -le dije. -Por favor, nos has salvado la vida. -Está bien, tengo metales. -Por favor -insistió Mina. -Bueno, entonces invitaré el almuerzo. -Y así fue.
Y pasaron dos o tres días y se quedaban en el poblado. Una tarde me dice Mina: -¿Qué hay por aquí para conocer? -Es un poblado como otro cualquiera, tengo entendido que queda un arroyo cerca. -¡Bien! Vamos a la cuadra.
Cogió uno de los hoyuman, y el otro de los hoyuman que habían estado atados a la carroza me lo dio para cabalgar. -Cabalgas bien. -Imagínate -le dije-, de cabalgar un bagueón, cabalgar un hoyuman es como... como caminar. Hablamos de cien temas distintos, del clima, de la vida. Le pregunté cómo era su vida. -Aburrida. En la corte era todo hipocresía, fingir sonrisas, comer delicadamente, no ser uno; estar en una actuación permanente.
Nos sentamos frente al arroyo y seguimos conversando. Impulsivamente se acercó y me besó. Por instinto la cogí en mis brazos y la besé suavemente, midiéndome, no quería parecer grosero. -¿Eso es todo lo que sabes hacer? Honestamente, me descolocó. La besé más apasionadamente, muy apasionadamente hasta casi al anochecer. Nada fue más allá de los besos y algunas caricias. Y nos quedamos. Se nos hizo costumbre quedarnos en el poblado. No me permitía pagar la comida, ni siquiera la posada. -Tengo bastantes metales dorados y plateados. -Está bien.
A la cuarta tarde, casi noche, que fuimos para el lado del arroyo, los besos subieron de tono y llegamos a intimar. Fui absolutamente delicado. Me miraba a los ojos y me decía: -Aranet, nunca conocí a nadie como tú, tan hombre y a su vez tan galante, tan caballero. De lejos pareces... Largué una carcajada: -Un bruto, supongo. -No, no, no, más básico, pero hablas de temas más complicados incluso y más difíciles que cualquiera de los nobles que conozco. -Bueno, he andado mucho -le dije. -Aparte, eres el primer hombre con el que llego a... -Está bien. ¿Estás arrepentida? -No, no, no, para nada, creo que aquel que está más allá más... -¿Por qué te trabas?, ¿estás nerviosa? -Discúlpame, aquel que está más allá de las estrellas te puso en mi camino. -Bueno, habéis sido afortunadas en ese aspecto. -Y afortunada ahora también. Lo que me hubiera sido quitado por la fuerza te lo di a ti por amor. Volví a sorprenderme. -¿Te has escuchado? -Sí, Aranet, me entregué por amor. -¿Cuántos amaneceres hace que nos conocemos? -¿Hay un número de amaneceres para enamorarse? -me respondió Mina. -No, obviamente no, obviamente no.
Y estuvimos casi treinta amaneceres hablando de mil temas, de proyectos pero no proyectos en común, ella no me daba pie a proyectos en común, hablaba de las cosas que le gustaban, yo decía qué cosas me gustaban a mí pero se guardaba de planificar cosas en común. Hasta que un anochecer me dice: -Debo partir mañana al amanecer, vuelvo a la hipocresía, con mi gente. Y le dije: -Y claro, ahí no tengo cabida. -No te lo tomes a mal, lo que siento por ti no sentiré jamás por nadie pero tú no eres noble, mi familia no te aceptará. -Si fuera un crío, te diría escápate conmigo, pero de verdad, ya no soy un crio, cada uno decide.
Nos besamos. Cenamos. A la mañana, cuando me desperté, bajé, le pregunté al posadero por la joven y su dama de compañía, y me dijo: "Se marcharon, dejaron pagado su desayuno". Comí un guisado abundante, tomé una jarra grande de bebida espumante. Compré provisiones, llené mi alforja. En las afueras del poblado pegué un silbido, al rato vino el Koreón. Lo monté sin espolearlo, le dije "Vamos", y trotando marchamos para el camino. "Ve más despacio, tranqui". El gran felino fue al paso.
Pensaba en Mina, había conocido a la mujer ideal, una mujer que no era para mí, con la que había pasado momentos que quedarían por el resto de esa vida en mi mente. Gracias por escucharme.
Sesión 25/01/2017 Después de un tiempo de ausencia, en que se repuso de heridas, regresó, de visita, al reino de su amigo. Habría pronto una boda de nobles. Lo prepararon para asistir a ella.
Entidad: Iba al paso con el fiel Koreón. Me divisaron a la distancia porque una tropa de jinetes salió de la fortificación a mi encuentro. Toqué al bagueón al costado para que se tranquilice: -Quédate tranquilo -exclamé. El gigantesco felino me entendía. Decenas de hoyumans me rodearon, sus jinetes mantenían la distancia. Sólo se acercó Otar. -¡Jefe! ¡Jefe! -Puso su hoyuman, que tuvo que contenerlo para que no se encabrite, al lado del bagueón, y me abrazó. -¡Otar, ¿qué haces?, no somos niños! -Jefe, usted tiene un convenio con el que está más allá de las estrellas. -No tengo ningún convenio, Otar, simplemente el destino quiso que siguiera viviendo. -Señaló a un mozalbete. -Este es Dumil, mi sobrino. -El joven se acercó. -Señor, es un honor. -Me dices de nuevo señor y te corto la cabeza con mi espada. -Sí, señor. -Otar lanzó una carcajada. -Señor, -Señaló al Koreón-, ¿muerde? Lo miré, era un crío. -Si huele tu miedo te arranca un brazo. -El joven Dumil retrocedió con su hoyuman. Otar volvió a reírse. -¡Aranet! -Levanté la vista: Oksaka, uno de los mejores soldados manejando la espada. -¿Qué tal entre vosotros, ya han hecho amistad? Otar miró a Oksaka. -Hemos hecho amistad, él reconoce que soy mejor con la espada. Oksaka me mira y responde, sin mirarlo a Otar. -Yo creo que soy mejor porque no hago trampas. -¿A qué le llamas trampas? -Íbamos todos rumbo al palacio. -A que de repente estoy ganando la lucha y me pega un puntapié en la entrepierna. -Entonces es mejor Otar. -¡Pero Aranet, eso es trampa! -Oksaka, creo que te hacen falta más batallas. Imagínate en combate real, ¿van a pelear lealmente? -No. -Bueno, haz lo mismo, golpéalo en la entrepierna. -Se quedó callado-. ¿Por qué no lo golpearías en la entrepierna? -Se quedó callado-. Otar, respóndeme tú. -¡Ejem! Bueno, le dije que si él hacía ese tipo de cosas le arrancaba la cabeza. Llancé una carcajada. -Acordaos lo que les enseñé, sois uno, salvajes, soldados unidos. -Señor... -Dumir, me dices de nuevo señor y lanzo al felino contra ti. -Cómo le digo, ¿jefe? -Aranet es suficiente. -Usted es una leyenda. -Me incomoda esa palabra.
Llegamos a palacio. Se abrieron las puertas, bárbaros y soldados vitoreándome. Me cansó saludar uno por uno más que si estuviera en batalla. Y mis oídos escucharon: -No, no, no; no puede ser, no, no. -Miré: Anán. Desmonté del Koreón. -Déjenlo al Koreón tranquilo, él va a ir a un rincón a echarse. Me abracé con el rey. -¿Qué pasó? -Es largo de contar, comamos algo y te contaré. -¡Señor, no lo puedo creer! Me sentí muy afligido. Levanté la vista. -Recuérdame tu nombre. -Albano, señor. Soy el consejero del rey. -No me digas señor, dime Aranet. -Aranet, vi cuando un traidor le disparó la flecha y cayó al vacío y ahora vi que estaba de vuelta con ese animal, el bagueón. -Es otro, lo crié de cachorro. El anterior murió y yo no seguí sus pasos porque hubo gente que me salvó. ¿Y el traidor? -Lo maté. -Bien, bien. Me abracé con Marga. -Y este niño, ¡qué grande! Anán me dice: -Es Gualterio. -¡Le has puesto Gualterio! -Sí, no quería que ese nombre se perdiera. -Así que el príncipe se llama Gualterio, ¡je, je!
Marga habló con las cocineras y al poco tiempo trajeron una fuente de guisado. La miré a Marga. -Gracias, si me hubieran traído esas pequeñas aves me tenía que comer por lo menos cinco platos. ¡Ahh, guisado! Gracias por entenderme. Marga respondió con confianza después de tanto tiempo: -¡Cómo no entenderte!
Le conté toda la historia, todo lo que pasó omitiendo obviamente el lugar donde esa gente salvó mi vida. Di detalles de hechos posteriores y que volví porque verdaderamente tenía curiosidad de ver qué había pasado. Me sentí contento al ver que Anán se había hecho respetar por Otar y también por Oksaka. -¿Sigues practicando? -Sí, Aranet, con Albano. -¿Y Albano se cuida de lastimarte? -A veces sí, lo reto, le digo que se emplee a fondo. -¿Por qué no practicas con Otar, con Oksaka o con otros? -A veces dejo el palacio, me junto con ellos, como guisado con los salvajes, cuento chistes, bebo con ellos. Me pongo incómodo porque voy a la posada, hay mujeres, cuando llegan al punto que beben demasiado y les dan unas monedas de cobre a algunas mujeres aprovecho para retirarme. Marga me conoce, sabe que soy leal a ella. -Bien. -¿Y tú? -Y yo, ¿qué? -le pregunté. -Nunca te he visto interesado en alguien. -Pues no te creas, se cruzó alguien en mi camino, una noble que iba con su dama de compañía y nos alojamos en un poblado. Yo la había salvado de que la ultrajaran y la mataran. Llegamos a... -miré a Marga-, bueno, llegamos a eso. Marga dice: -Intimaron. -Mujer, no quería decirlo, pero sí. -¿Y qué sucedió? -preguntó Anán. -Dijo que era una noble y que su vida ya estaba decidida, algo que no... que no entiendo. Tú sabes, Anán, que cuando estabas desaparecido me dijeron por qué no me ponía la corona. Por un lado porque mi amistad es absolutamente leal pero supongamos que nunca hubieras aparecido; tampoco me la hubiera puesto. La corona es opresión, mi libertad es más valiosa que cualquier reino. Pero los nobles no piensan lo mismo, no se guían por sus sentimientos se guían por sus obligaciones. -Hablando de obligaciones, estamos invitados a una boda en un palacio cercano, los Belicós. El hijo de los Belicós se casa con una joven también de la nobleza. -¡Oh!, bien. Cuando vayan a la boda avisadme, así me marco con mi Koreón. -¡Oh!, no, no, no -dijo Marga-, tú vendrás con nosotros, no queremos que te quedes por pocos amaneceres. -Miradme como estoy vestido. -Eso no te preocupes, tenemos ropas. -Mujer, quieres que me saque mis sandalias y que me ponga botas. -Es lo indicado.
Al día siguiente vino un señor de bigote muy fino, de modales algo amanerados, y vino con una especie de cinta, apoyó sus manos en mi cuerpo, lo tomé del cuello y lo levanté en el aire. -¡Déjalo, déjalo! -Anán vino corriendo. -¿Quién es este sujeto? -Te va a tomar las medidas para la ropa. El hombre sudaba. -Permítame, señor. -Otro más. ¿Cómo te llamas? -Romualde. -Romualde, si me dices señor te levanto del cuello y aprieto. -Sí..., sí, correcto. -Aranet. -Sí, Aranet.
Me dejé tomar las medidas, algo que me incomodaba tremendamente. En dos amaneceres tenía la ropa, Anán me llevó a una de las habitaciones. -¿Qué es eso? -Una tina con agua caliente perfumada. -¿Quieres que me bañe? Me voy a bañar al arroyo, en las afueras. ¿Quieres que me meta ahí? -Gison, el sobrino de Romualde, tiene un paño para secarte. Lo miré a Gison, lo miré a Anán, lo miré a Gison. -Fuera de aquí. -Se quedó paralizado. Tomé mi espada-. ¡Fuera de aquí! -El joven salió corriendo. -Anán, ¿tú te dejas secar por ese mozalbete? -Bueno, soy el rey. -Anán, respóndeme, ¿tú te dejas secar tu cuerpo por ese mozalbete? -Son costumbres de los nobles. -¿De verdad sigues practicando con la espada? - Aranet, no te enfades. -No me imagino de repente que estés en la posada con los salvajes y al día siguiente el mozalbete te seque. Y encima huelo el agua. ¿Qué le pones, flores? -Bueno, hay que estar aseado y perfumado. -¡Ahhh! Discúlpalos. -¿A quién le hablas? -A aquel que está más allá de las estrellas. No entiendo vuestras costumbres. Quiero mi libertad, correr con el bagueón, cruzar espadas, cazar porcinos. -Aquí tienes la ropa. Métete en la tina. -Está bien. -Lo miré a Anán-. ¿Qué haces? -Espero. -¿Qué esperas? -Que te metas en la tina. -Anán, mucho mozalbete tú, espérame abajo. Anán lanzó una carcajada. -No es lo que crees. -No, yo no dije nada.
Me saqué las ropas viejas y me metí en la tina. Al rato abren otra vez la puerta, si era el mozalbete le lanzaba la espada. Era una joven de rasgos orientales. -Me mandó el rey, señor. -No necesito que me sequen cuando salga. -No, es para bañarlo, señor. -¡Ahh!
Sí, era una tentación, de verdad, era una tentación, pero mi mente estaba en la joven Mina. Honestamente era un tonto. Sí, tendría que calzarme una corona de asno porque era leal a quién, ¿a un recuerdo? Podría tranquilamente poner a la joven oriental dentro de la tina y olvidarme de todo. -Está bien, yo me arreglo -le dije.
La joven se marchó. Salí de la tina y me sequé, me puse unos paños en los pies, ellos los llamaban medias, me calcé el pantalón, me puse las botas, arriba una especie de camisa de cuero y bajé a la sala. Reunidos con Anán estaban Oksaka y había venido Otar, el bárbaro, con Dutil, su sobrino. Otar me vio, me miró de arriba abajo, de abajo a arriba y lanzó una carcajada. -¿De qué te ríes? -Aranet, te has convertido en un noble. Lo miré con una mirada tan dura que cerró la boca, se puso serio y bajó la mirada. Lo señalé a Anán. -Esto lo hago por ti, únicamente por ti. ¿Hasta cuándo tengo que quedarme con estas ropas? -Mañana partimos, mañana al amanecer vamos al palacio de los Belicós. Lo miré de vuelta a Otar, bajó la vista. -Voy a ir a la feria. Ve adelante, si alguno de los bárbaros se ríe de mi ropa le arranco la cabeza con mis manos. Y sabes que lo hago. -Hablaba mitad en broma y mitad en serio. Dumil se acercó y me dijo: -Señor, le queda bien la ropa. -Lo miré, hizo una reverencia al rey y a la reina y se marchó. -Anán -exclamé-, jamás, jamás hice tanto uso de mi tolerancia y de mi paciencia. Evidentemente mi temperamento es más fuerte de lo que yo esperaba. Pienso que -me hablaba a mí mismo- es mayor fortaleza el saber dominarse que cortar cabezas. -¿Qué haces? -Anán había cogido un papel y una pluma. -Anoto la frase.
Me toqué la frente. -¿Dónde estoy? ¿Qué ha pasado? Pero a mí no me van a cambiar, a mí no me van a cambiar. ¡Ahh! Libertad, Koreón, cacería... No, no, no, a mí no me van a cambiar. Cuando Marga se alejó, Anán me dice: -Espero que te haya satisfecho la oriental que te mandé. ¿Qué, no te gustó? -Muchísimo, pero nada, sigo pesando en esa noble. -Con la confianza que te tengo, Aranet, eres un tonto, un tonto. -Yo mismo lo pensaba en la tina, que tenía que calzarme un corona pero de asno, porque no se puede ser leal a un espejismo. -Bueno, tienes la oriental o a quien quieras, eres Aranet, todo el pueblo te ama. -Yo también los aprecio a todos. A veces siento un dolor en el pecho, debe ser el corazón porque mi mente me hace pensar que estoy equivocado en recordar una visión, pero esto que tengo dentro del pecho me maneja, me conduce a lo vano, a lo absurdo. -¿Sabes a qué me haces recordar? -¿Qué te hago acordar? -le pregunté a Anán. -Mi padre, el difunto rey. Tenía un viejo... un viejo consejero que era muy sabio y decía frases así como las que has dicho recién, pero él estudió y tú no. Me extrañan, me extrañan esas palabras en tu boca, ese pensamiento tan raro. -No tengo respuestas para eso. Esperemos a mañana, los acompañaré a la boda y luego me marcharé por un tiempo, quiero gozar de la libertad. Quizás antes de irme me haga bañar por esa joven oriental. Anán lanzó una carcajada. Yo no me reía, no tenía de qué reírme.
Sesión 12/02/2017 En un reino cercano se celebraba un casamiento. El rey Anán y los suyos estaban invitados. Para que Aranet fuera con ellos le nombró noble y le regaló palacio y tierras. Fueron. Aranet descubrió que quienes se casaban era su gran amor con otro noble. Se marchó sin decir nada pero salieron a buscarlo.
Entidad: Al comienzo me incomodaba bastante las ropas, me asombré de cómo me fui adaptando. No sólo no me incomodaban las botas sino que a lo último las sentía cómodas para caminar. Llegamos al palacio de los Belicós. Siempre fui de prestar atención con mi vista, con mis oídos y con sentidos que van más allá de los sentidos físicos. La guardia que nos recibió era mucho más numerosa que la pequeña guardia que nos acompañaba. Dentro del palacio -parecía más una fortificación-, guardias armados por todos lados en el pasillo superior, que era una especie de rectángulo con baranda que asomaba hacía el corredor central. Y había aprendido a evaluar a mis posibles enemigos. El que comandaba la tropa era el comendador Argamez, llevaba una camisa y un pañuelo rojo y encima un saco gris con capucha, el saco recortado del lado derecho dejando asomar una notable espada. Era de mi estatura, de ojos acerados, mirada fría y calculadora, me di cuenta que era un rival en potencia. Nos recibieron los Belicós con una simpatía fingida. Yo me comportaba educadamente, no necesitaba fingir una sonrisa.
Gualterio ya sabía lo que yo había vivido con una noble hace poco tiempo atrás y que me daba una sensación de rechazo el estar ahora en otro palacio noble. Saludé cortésmente a los Belicós, a su hijo, que me pareció un hombre tibio, intranscendente. Detrás estaba su prometida. Normalmente tengo una capacidad de asombro de la que me jacto, evito que hasta las personas que más me conocen puedan verme sorprendido. Apenas, apenas pude disimular mi gesto cuando la vi a ella, a Mina. La saludé con una mirada acerada, ella no supo fingir, se sintió como atorada, nerviosa, quizá con el júbilo de la boda nadie se dio cuenta de lo perturbada que estaba, ni siquiera Gualterio que estaba al lado mío prestó atención a ello. Me pareció que en ese momento, todos, todos estaban en su mundo cada uno prestando atención a lo suyo. Avancé a un costado, vi que Mina y su prometido se retiraban hacia un rincón y disimuladamente vi que estaban discutiendo. Nadie se daba cuenta, sólo yo, pero supe que no tenía nada que hacer en esa boda.
Nunca fui hipócrita. A veces pude aprender a fingir, no para sacar ventaja para evitar inconvenientes, problemas, pero honestamente no tenía ganas de quedarme, sentía un dolor en el estómago, no de nervios, creo que jamás tuve nervios, era de acción, ¿quiénes de acción no tienen nervios? No sabría describir ese dolor punzante en el estómago, no era rencor, ¿rencor de qué?, yo no era dueño de nada, ni siquiera de mi propia vida. Marché hacia la salida, nadie me prestó atención. Miré de reojo a un costado, allí parado con su mano derecha en el mango de la espada el comendador Argamez, con su camisa roja, su pañuelo rojo y encima el saco gris con una capucha que la cubría parte de la cabeza.
Nadie me impidió salir del palacio, sí veía que todos los guardias estaban apostados. Me alejé varias líneas y pegué un fuerte silbido. Seguí avanzando, mi querido Koreón se acercó, lo monté de un salto y me fui al paso lentamente, sin hacerlo correr. Seguramente Gualterio se habría asombrado de que yo me fuera, no entendería nada. Me fui por el camino, solo, con mis pensamientos. Yo presumía de tener un oído bastante agudo pero el bagueón que montaba tenía un oído muy superior al mío, noté que paró sus orejas. Lo fui frenando un paso más lento, más calmo. Escuché el galope de un hoyuman. Puse a mi querido Koreón de costado, se acercaba un jinete al galope. Era ella, Mina. No hablé, dejé que se acercara. Su hoyuman perturbado por la presencia del bagueón. Desmonté, le hice una señal al bagueón que se quede allí. Mi querido Koreón me hizo caso. Ella desmontó de su cabalgadura. La miré. Me miró. Finalmente habló: -Te necesito. -No -respondí. -Discutí con Royo, así se llama mi prometido, le dije que no me servía un matrimonio tibio, no me hacían feliz las posesiones, siempre fui pobre de pequeña, lo que tengo fue una herencia de grande del abuelo que le dejó a mi padre. No me molesta ser pobre, quiero ser feliz. -No -respondí. -Eso la ponía nerviosa y seguía hablando: -Aranet, quiero una oportunidad, quiero ser feliz contigo. Llévame. Por fin hablé: -Mira, mujer, en realidad soy noble, el rey Anán me nombró Caballero de Baglis, toda la tierra, el lago, la isla me pertenecen. Pero no sé, me gusta la libertad, no es que no sepa asumir un compromiso, no me gusta la pompa, no me gustan las ceremonias, me gusta coger un plato hondo, comer el guisado con la mano o con una cuchara de madera. -No me interesa vivir de apariencias. Llévame contigo donde sea, a Baglis o adonde tú quieras. Te amo. -Se abrazó contra mí.
Me sentía molesto, enojado conmigo, no con ella porque, no sé cómo explicarlo, me incomodaba que me molestara su rechazo anterior, y eso era una falla mía, lo que vosotros en Sol III llamaríais ego. Finalmente la abracé y la besé con un ímpetu tan grande que hasta le dolió mi beso pero no se quejó. Separó su rostro del mío, su cara con lágrimas: -¿Me llevarás? ¿Me llevarás contigo? No podría ser feliz con nadie. Si tú me rechazas prefiero quedarme sola.
Dejé de prestarle atención, miré las orejas del bagueón. -¿Qué sucede? -me preguntó. -Mi Koreón está escuchando algo. -Esta es una senda que nadie la recorre. -¿Hay otras sendas paralelas? -Sí -respondió Mina-, a nuestra izquierda está la senda principal del palacio, a unas mil líneas de distancia y a nuestra derecha, antes de llegar a un arroyo, hay un camino menos concurrido. -Porque creo que... creo que te siguieron.
Y no me había equivocado. Por un camino lateral, delante nuestro, desde la izquierda y desde la derecha apareció un grueso de soldados del palacio de Belicós y detrás nuestro, al paso, un grupo de por lo menos treinta jinetes. Adelante, el comendador Argamez, con el saco gris y la capucha puesta. Fue él el que habló: -Señorita Valey, su futuro esposo exige su presencia. Tenga a bien el venir con nosotros y deje que este salvaje siga su camino. Yo estaba atento pero no me movía. Mina exclamó: -No me iré a ningún lado. Ya hablé con Royo, le dije que lo nuestro no podía ser. -Señorita Valey, a los Belicós no se les dice que no, mis órdenes son llevarla por las buenas o por las malas. Soldados... Todos desenfundaron su espada. Estábamos rodeados, al costado derecho había arqueros. -Ve. -¡No! -Ve con ellos, ve, ya idearé la forma de que puedas dar marcha atrás a todo. -Aranet, si voy, antes de que termine el día estaré casada, no habrá marcha atrás. -No deseo que salgas herida. -Quiero estar contigo.
Un soldado se aproximó, la cogió del brazo. Ella lo golpeó, él le respondió golpeándola y tirándola al piso. En menos de un segundo le cercené el cuello con mi espada. Argamez dio la orden, una flecha me atravesó el hombro derecho, caí al piso. Apenas caí al piso mi fiel felino se abalanzó contra los soldados recibiendo una lluvia de flechas en todo el cuerpo, antes de caer alcanzó a desgarrar el pecho de tres. Otro soldado la abofeteó, a Mina, y la subió boca abajo, atravesada, en su hoyuman. Argamez desmontó con su espada en mano, apenas podía mover la mía del tremendo dolor que atravesaba mi hombro. Paré un golpe, dos, tres, era un rival muy importante y herido como estaba era imposible. Me hincó la espada en el mismo lugar donde me había arrancado la flecha, mi mente se nublaba. Me clavó la espada en el estómago, caí de rodillas. Alcancé a ver que se llevaban a Mina al galope. Sentí un golpe en la cabeza, oscuridad, vacío, nada.
Sesión 14/02/2017 Su fortaleza física y una anciana hicieron que no muriera cuando quedó con múltiples heridas en una emboscada. La anciana conocía plantas de un valle que en el pasado lo curaron. Pero ya restablecido tenía prisa por volver a luchar.
Entidad: Abrí los ojos, el dolor era tan fuerte que casi no podía percibir el rostro de la anciana. No solía quejarme, es más creo que viví con el dolor, el dolor fue mi compañero pero verdaderamente estaba al límite de poder soportarlo. La anciana me dijo: -Es bueno que sientas el dolor, hijo, por dos razones: Una, que tu mente trabaja. Dos, significa que estás vivo. Quise incorporarme, la anciana me puso su mano débil, huesuda en el pecho. -No, no, no, quédate. Hice un esfuerzo para hablar. -¿Cuánto tiempo estuve desvanecido, anciana? -Bueno, mi nombre es Areca, pero está bien, puedes decirme anciana. Has estado el atardecer que te encontré y dos amaneceres más. -O sea, es el tercer día que llevo así. ¡Ay! No sé por qué, anciana, me duele tanto la espalda. -Pues mi hijo, lo del hombro no es nada, tienes dos heridas casi juntas, una parece de una flecha, la otra es un corte, tiene que ser de una espada, te ha tocado parte del hombro y parte del pecho en el lado derecho. El problema es la otra, prácticamente -la del estómago- te atravesó y te debe haber tocado algún órgano que te repercute más en parte trasera y eso es lo que te impide moverte. Toma bebe.
Tomé un brebaje, mi mente reaccionó. -Anciana Areca, este brebaje es conocido. ¿No estaré en el valle? -No, no mi hijo, no mi hijo, hace miles de amaneceres que me fui de aquel valle pero me llevé conmigo semillas, tengo todo el conocimiento de mi hermana, una de las ancianas de allí. ¡Ajá! Así que has estado en el valle. ¿Y cómo has estado en el valle?
Le relaté a la anciana el flechazo que recibí, que caí al precipicio con mi bagueón, sobre mi bagueón, evitó que me destrozara, caí sobre su cuerpo, el bagueón murió. En ese momento le dije: -Anciana, conmigo estaba un felino. -¡Ay! Mi hijo, mi hijo, el felino estuvo agonizando líneas y líneas de tiempo, estuvo agonizando casi toda la noche. Le di a beber parte de un brebaje para los felinos, pero estaba muy lastimado por dentro y no sobrevivió. Los ojos se me humedecieron, era el segundo koreón que perdía. -¿Y qué has hecho conmigo, anciana? -Te he puesto un fluido de plantas en las heridas. -Vi que tenía la mano izquierda atada, recién reparaba en ello. -¿Qué pasó anciana, por qué tengo la mano atada? -Vi que había una aguja en mi brazo. -Pues mira, mi hijo, quédate tranquilo, te he salvado la vida. ¿Tú escuchas tu corazón? -Sí, anciana, ¿pero qué tiene que ver? -Pues bueno, el corazón es el que lleva y trae la sangre en el cuerpo y yo te estoy inyectando un fluido en el canal donde va la sangre. -¿Cómo?, ¿pero eso no envenena? -No mi hijo, no mi hijo, para nada, para nada. Has perdido bastante sangre, este fluido de plantas te fortalece la sangre.
Todavía me sentía débil y pensaba en lo que había sucedido, no era de sentir odio pero honestamente, lo sentía. Me recordaba el rostro frío, imperturbable del comendador Argamez, su camisa roja, un pañuelo envolviéndole el cuello, sobre su camisa un saco gris con una capucha gris y una mirada acerada, prácticamente sus ojos escondidos en la sombra de la capucha, ordenando a los soldados que capturen a Mina. Recordaba que prácticamente la herida del hombro no me dejaba fuerzas en el brazo y Argamez me venció fácilmente. -¿Qué me pasó en la cabeza anciana? -¡Oh!, lo tenías inflamado, por suerte no se te ha roto el hueso del cráneo, te han golpeado con un garrote, por suerte era un garrote de madera. -¿Cómo sabe, anciana? -¡Ah, ja, ja! Tenías unos trozos de madera clavados en el cuero cabelludo, si hubiera sido un objeto metálico te partía el cráneo y no estarías contando el cuento, mi hijo.
Me cogió sueño y me dormí. Al amanecer me desperté, ya no tenía la aguja en el brazo y me desperté con apetito, la anciana estaba allí mirándome, sonriente. -Me comería un guisado. -¡Ah! No, mi hijito, tienes una sopa de hierbas, bastantes vegetales tiene y cereales le puse. No, no, guisado todavía no, guisado todavía no. -Esa aguja que tenía en ese flujo sanguíneo de mi brazo... -Te la puse esa misma noche y te iba renovando el líquido. -No sabía que un líquido de una planta podía mezclarse con la sangre. -Y no se mezclan, mi hijo, te mata si se mezcla. -¿Entonces? -¡Ah! Pero las plantas del valle son distintas, esas te sanan, esas te curan las heridas, prácticamente no tienes abierta la herida del hombro, la del pecho, la del estómago, no, no, no. Y si te han lastimado tus órganos internos ya no, pero eso no significa que te pongas a galopar en un hoyuman, no mi hijo, no es así la cosa. Y por lo que me cuentas no es la primera vez que te hieren. -He estado en muchas escaramuzas, anciana, pero ésta verdaderamente me produce odio. -Nooo, mi hijo, el odio te carcome por dentro. -Pero anciana Areca, han secuestrado a mi amada, la van a casar con una persona que es una mala persona. -Bueno mi hijo, aquel que está más allá de las estrellas dirá, no puedes hacer nada ahora más que fortalecerte. -¿Cuánto tiempo? -No sé, mi hijo, mientras me hagas caso... Ya puedes sentarte, mira ahí tengo una especie de sillón, es una especie de sillón acolchado. -¿Cómo has hecho esto? -¡Ah!, mi hijo. Yo antes era más joven, me daba maña, le fui poniendo una especie de mantas cosidas a la madera y la silla es un poco reclinada, así que es un sillón cómodo, ya puedes pararte.
Me paré con dificultad, me dolía bastante la parte de atrás de la cintura, en realidad me dolía mucho, me costaba moverme. -Anciana, dices que seguramente tengo todo ya cicatrizado, incluso los órganos internos. ¿Por qué el dolor? -¡Ah! Bueno, no esperes que en seguida todo funcione bien. Mira -Había una especie de recipiente con agua algo rojiza. -¿Qué es eso? -Eso es lo que has orinado, mi hijo, estando inconsciente. -¡Pero es sangre! -Claro, has orinado sangre pero quédate tranquilo, esa savia que entró dentro tuyo en esa corriente de sangre te ha cicatrizado todo. -Pues vaya, anciana, como que me llamo Aranet que le agradezco. -¡Ah! Bueno, por fin me has dicho tu nombre, Aranet. -Tienes que disculparme, anciana Areca, entre mi dolor, entre las cosas que tengo en mi mente y tú dices que el odio me carcome... Y sí, me carcome, no puedo evitarlo. Debo recuperarme, tengo que recuperarme, tengo que volver, tengo que rescatar a mi amada, pero quizá ya esté casada, quizás el impulso que ha tenido en seguirme fue sólo eso, un impulso. Cerré los ojos y me dormí.
Por la tarde me agarró un exceso de tos, estaba expectorando una saliva rojiza. -¡Ah!, mi hijo, también tus pulmones, pero ya están sanando. Eso mismo, esa savia que te corre por la sangre también la estás bebiendo preparada distinta, si no, tu estómago la vomitaría. -Es una pena que el día de mañana te vayas, anciana, con aquel que está más allá de las estrellas y toda tu sabiduría, tu conocimiento se pierda. -Bueno, queda la gente del valle. Tú sabes cómo es el mundo, si todos supieran lo que yo hago tratarían de sacarme el secreto y me cortarían el cuello porque no les diría nada. Lo mismo en el valle, lo arrasarían y no descubrirían nada. Lamentablemente es así, la gente no aprende, la gente cree que es sabia, sólo los conduce la ambición. Tú no eres así, veo que no eres así. -Es cierto, anciana, hubo un rey muy amigo mío que me ha dado un título de caballero y no sé si quiero estar encerrado en un palacio. -A propósito, mi hijo, te he arreglado la ropa, tenías la ropa rota, incluso te he hecho otra camisa igual a la que tenías para que tengas una muda de cambio. -Mujer, Areca, cómo agradecerte... -Con tu compañía ya me es suficiente, nunca tengo con quien hablar. -¿De qué vives, mujer? -¡Ah! Bueno, también siembro comestibles, no como animales, todo lo de la tierra: cereales, raíces, frutos y no quieras saber cuántos amaneceres tengo, ni yo me acuerdo.
Estuve por lo menos, en la pequeña granjita de la anciana Areca, cerca de veinte amaneceres. Al quinto amanecer ya me levanté, caminaba, trataba de trotar. Al octavo amanecer empecé a practicar con mi espada. Después del amanecer número doce practicaba la mitad del día y comía como era, un salvaje. No había bebida espumante, bebida de hierbas; bebida fría de hierbas, un gusto dulzón y a la vez agrio pero que me hacía sentir bien. El día antes de despedirme le dije: -¿Un poblado donde haya gente de confianza que no pregunte nada y que tenga un buen herrero? -¡Ah!, mi hijo, por lo menos a un día de viaje hacia el sudeste. Ven.
La acompañé, atrás había una cuadra, tenía cuatro hoyumans. -Mira, ese hoyuman negro es salvaje, enorme, les lleva casi una cabeza a los otros. -De verdad que era un equino grande, lo que vosotros llamáis un percherón. -¿Y esto de dónde lo has sacado, anciana Areca? -Tenía trigo, sillas de montar. -Bueno, alguna vez ha pasado gente que he atendido. -Yo no tengo nada para dejarte. -Sí tienes, tienes una alforja, los soldados no han reparado en la alforja, tienes bastantes metales pero no los quiero, no me sirven a mí, sabes que vivo de la tierra. El hoyuman éste te lo doy, te lo regalo, no tiene nombre. -Le llamaré Salvaje.
Lo monté, nunca había sido montado, corcoveó enormemente, al rato me bajé: -Mujer, tengo miedo que me resienta la parte de atrás de la espalda. -¿Te está doliendo ahora? -No, anciana. -Entonces no te preocupes, ya estás sanado.
Lo monté nueva mente, corcoveaba, corcoveaba hasta que empezó a andar al paso. Cogí una raíz de color naranja y se la di, el animal la comió, lo acaricié, lo palmeé. -¿Ves? ¿Ves, Aranet? Ya has entrado en confianza, se ve que los animales te quieren, tienen instinto. -He tenido dos bagueones, un guilmo, todos han muerto. -¿Tenías un guilmo como mascota? -Sí, anciana, por eso le digo, lo mío es distinto, espero que a Salvaje nadie le haga daño. ¿En ese poblado, anciana, habrá un buen herrero? -Sí, hay un herrero, hay un buen herrero, un herrero llamado Ronald, es un hombre grande, corpulento, ya de edad. -¿Pero fabrica lo que tú quieras? -Pero si tienes espada... ¿Qué quieres? -Una armadura, mujer. -¿Que vas a una batalla? -Lamentablemente sí, mujer. Quiero que me haga una armadura con un metal muy fuerte y liviano a la vez. -¡Ah! Pero con Ronald vas al lugar justo. Me abracé con la anciana y le dije: -Normalmente tengo palabras, pero más que gracias no sé qué decirte, mujer. -Gracias a ti, me has dado unos días lindos de compañía.
Monté a Salvaje. Me dio -por supuesto- unas hierbas para que me llevara en la alforja. -Esas hierbas las puedes mascar, las puedes mascar. Y no las escupas, las puedes tragar también, no te van a hacer nada. -Lo haré. De corazón -me toqué el pecho-, de corazón gracias, anciana Areca.
Y me alejé para ese poblado montando a Salvaje, en busca del herrero Ronald. Gracias por escucharme.
Sesión 15/02/2017 Una vez curado de sus heridas tenía un plan que cumplir, pero antes tenía que prepararse. Luego iría a palacio.
Entidad: Iba al paso por el camino, sin apuro. Paramos a un costado del camino, Salvaje se puso a pastar, yo tomé un poco de carne seca que tenía en la alforja y le hice caso a la anciana Areca, mastiqué un par de hierbas que me había dado, eran agridulces y en lugar de escupirlas, al chuparles toda la savia las tragué.
Me recosté un rato apoyando la espalda sobre un árbol. Es raro en mí, estaba quedándome casi dormido cuando el morro de Salvaje me toca el hombro. Me alerté. No, pero nada, el hoyuman quería seguir andando. Acomodé las alforjas, monté a Salvaje y seguimos caminando hacia el poblado que me había indicado Areca y llegamos por fin. Había dormido por la noche despertándome cuatro o cinco veces intranquilo, pensando, pero no tenía sentido ocupar mi mente en lo que podía hacer o no podía hacer, se trataba de hacer, directamente. El poblado era tranquilo, de un vistazo me di cuenta que la gente era trabajadora, algunos me miraron intranquilos por mi porte pero como vestía ropas buenas que me había dado Gualterio no se fijaron más. Iba a preguntar en la hostería por Ronald, el herrero, pero preferí seguir de largo.
Antes de llegar al final del poblado estaba el herrero. Había una vivienda y al lado una construcción de madera absolutamente abierta, con fragua y demás elementos. -¡Buenas, hombre! -Mi nombre es Aranet -le dije-. Tú eres Ronald. -Así es, hombre. -Me indicaron que eres bueno en lo que haces. -Soy bueno... depende. Cogí una pequeña bolsa de un bolsillo interno de mi ropa. -Está llena de metales, hay de los tres colores. -Veo que su hoyuman está herrado y tiene espada. -Necesito una armadura. -¡Vaya! Eso lleva tiempo. -Y más todavía, he visto unos turanios que llevaban unas armaduras de un metal bruñido liviano pero que ni siquiera se abollaba ante el golpe de las espadas. -¡Ajá! Ajá, ajá. Ya sé de lo que me habla, hombre, ese es un metal difícil de conseguir. -¿Pero tiene, Ronald? -Tengo pero son caros, me los traen de las montañas azules y yo los pago bastante. -¡Jo! ¿Existen las montañas azules? -Existen, pasando el desierto. Pasando el desierto del este, más allá donde están los dromedans, pasando el pueblo de los lomantes. ¿Y qué tipo de armadura? -Obviamente liviana, por eso he elegido ese metal. Y segundo, tiene que ser ensamblada. -¿Ensamblada? -Claro, una muñequera, arriba el antebrazo, que la parte del codo sea móvil, otra parte del brazo que encaje por arriba a la hombrera. Luego, de abajo para arriba, la parte que me cubra la pelvis, luego el estómago, luego la pechera. O sea, una armadura de varias partes, no esas armaduras que la persona no se puede ni mover. Que prácticamente sea un poco más pesada que mi ropa. -Bueno, no exagere, hombre, va a ser más pesada. -Y al costado que tenga una especie de bretel y una cavidad para mi espada.
El hombre se acercó, era casi tan alto como yo pero me doblaba en edad, un hombre bastante grande pero aún fuerte. ¿Me va a tomar las medidas? -No, no, no, hombre, no soy sastre. -Basta con verlo, rara vez veo un físico como el suyo. -¡Ah! -¿Cuánto saldría? -Bastantes monedas plateadas. Tomé unas monedas plateadas y una dorada. -Con esto pago la mitad. -¡Ah! Bueno, parece que el hombre es rico. -No, no soy rico, no soy rico para nada, no gasto en bebida y en mujeres. -¿No gasta? -No, no más de lo necesario. Sí un buen guisado, sí una bebida espumante y alguna vez habré estado con alguna posadera pero no soy de gastar metales y que la bebida me atonte la cabeza para que cualquier estúpido me asalte en el camino. No, no. -¡Inteligente el hombre! -Precavido, Ronald, nada más que precavido. -¿Aranet me dijo? -Aranet. -Escuché hablar de un Aranet, capaz que sea usted. -Quizá, estuve en muchos lados. -Esto va a llevar varios amaneceres. -Le doy un par de metales plateados más y dedíquese solamente a lo mío. ¿Me lo tiene en tres amaneceres? -Nooo, esto no me lleva menos de cinco amaneceres, hay que ensamblarlo. ¿La parte de los pies cómo lo quiere? -Lo más movible posible y amplio, no me pienso sacar las botas. Que la parte de abajo me cubra las botas y arriba que quede alguna hendidura para poder abrocharme. -¿Qué se va a poner encima alguna ropa más? -Alguna capa. -¡Ah! Bueno. Cinco días. -Me quedaré en la posada, Ronald, vendré cada día pero no a incomodarlo, nada más a ver cómo va avanzando el trabajo. Al final le daré el resto. -Confío en usted, hombre. -Más vale, le acabo de dar la mitad y no ha empezado.
Estrechó mi mano, tenía fuerza el hombre, el hecho de ser herrero le mantenía el estado físico. Nos dimos un apretón como los que a mí me gustan y marché a la posada. De pasada dejé a Salvaje en la cuadra. Le dejé varios metales cobreados al encargado y le dije: -Me cuida a este hoyuman como si fuese un humano. Responde por él. -Lo miré fijo. -Sí, señor.
Le di los metales cobreados y me fui a la posada. Me pedí un guisado, lo comí con unas ansias tremendas y quería más pero sabía que no debía abusar. Pagué una habitación en el primer piso, por la tarde bajé y me hice calentar agua, que me sirvieron en un tazón metálico, le puse algunas hierbas que tenía en mi alforja. -¿Qué es eso? -me dijo el tabernero. -Para el estómago, hombre. -¡Ah! ¿Anda con algunos parásitos o algo? -Algo así, hombre, algo así. -No tenía porque darle explicaciones.
Me había acostumbrado a las hierbas y todavía tenía para varios días más hasta que las consumiera por completo, no me olvidaría de la anciana Areca, salvó mi vida. Cada amanecer iba a ver a Salvaje, veía que lo alimentaran bien, le hacía unas caricias, apoyaba su morro en mi cabeza bufando. Le acariciaba y le digo: -Quédate tranquilo. Y me alejaba a las afueras del pueblo y practicaba día tras día, tarde tras tarde con mi espada. Mi agilidad, mi estado físico era el de siempre, no había ni una muesca de las heridas que había tenido, ni externas, ni internas, era el Aranet de siempre.
Hasta que llegó el último día y tenía que probarme la armadura sobre mi ropa. -¿Y va a andar con eso? -Voy andar con eso todo el camino, sí. -Generalmente los que tienen armadura usan una especie de lanza con tope. -Es ridículo, no tiene sentido. Me la probé, me calzó a la perfección. -La verdad, Ronald, que aquel que está más allá de las estrellas conserve su ojo. -Son años, hombre, son años, años trabajando de esto. -No pasa por ahí, pasa porque hay hombres grandes que pierden la vista. -Bueno, es herencia; mis padres, mis abuelos lo mismo. Vivieron largo tiempo y trabajando igual que yo, sirviendo y sin molestar a nadie.
Le pagué el resto y le di un par de metales más de propina. Le estreché fuertemente la mano y marché para la cuadra, previo comprar grano en los almacenes y un poco de carne seca para el camino. Salvaje bufó al verme: "-Soy yo, soy yo". Le puse la mano para que olfateara, había relinchado un poco y retrocedido al ver el metal bruñido de mi armadura, pero era absolutamente liviana, casi no la sentía y verdaderamente el metal valía el esfuerzo de haberlo pagado, el trabajo que había hecho sobreponiendo las partes era un trabajo excelente. ¡Bien Ronald!
Monté a Salvaje y me alejé en sentido opuesto. No iba a pasar de vuelta por lo de anciana Areca, iba a tomar otro camino, iba a ir al palacio de Gualterio. Ya tenía mi plan trazado. Gracias por escucharme.
Sesión 17/02/2017 Regresó al palacio de su amigo Anán decidido a obtener ayuda para liberar a Mina, que estaba secuestrada por su prometido. El rey y la tropa le ayudarían.
Entidad: Salvaje relinchaba, estaba agotado, y eso que lo llevaba al paso. Cien líneas adelante había un arroyo, bebimos agua ambos, llené mis dos cantimploras. Me recosté con la espalda a un árbol comiendo un poco de carne seca. Todavía me quedaba algo de hierba de la que me había dado la anciana Areca. La armadura me resultaba cómoda, el herrero Ronald había hecho un excelente trabajo, era fácil de desmontar, desmonté solamente la parte de abajo. -Obviamente, guerrero -me dijo Ronald-, por más liviana que sea no puedes nadar pero sí puedes meterte en agua poco profunda y sumergirte, el metal no se oxida, es un metal de las montañas azules.
Me saqué la parte de abajo para hacer mis necesidades y luego me metí al arroyo, hasta incluso sumergí mi cabeza. No hacía frío, la ropa se me secaría en el cuerpo debajo de la pechera de la armadura. Terminé de masticar la carne seca, masqué la hierba, la tragué mientras el hoyuman pastaba. No nos quedaremos aquí, cerca del arroyo es muy transitado. Me calcé la armadura completa y lo tomé a Salvaje de las riendas y nos apartamos del camino a un lugar en lo alto pero bastante boscoso. No lo até a ningún tronco, no era necesario. Dormí, tenía el sueño tranquilo. Por la mañana seguimos rumbo, camino al noroeste, al palacio de Gualterio.
Por mi mente pasaban muchas cosas; sentía enojo, un enojo indefinido, un enojo conmigo mismo por no haber sido previsor, no me imaginé que Mina me seguiría. Enojo con ella porque cuando nos vimos la primera vez decidió elegir la comodidad. Enojo con la situación, con la vida, con los Belicós. Honestamente, no tenía enojo con los Belicós, sí con Royo por cobarde, no con el comendador Argamez, él tenía una deuda conmigo.
Al atardecer divisé a lo lejos el palacio de Gualterio. Varios jinetes vinieron, no a recibirme porque no sabían quién era. Dumir, el sobrino de Otar, el bárbaro me reconoció. -¡Señor! Qué gusto verlo. -Dime señor de nuevo y te bajo de un golpe de tu hoyuman. Pero no se puso serio como siempre, sonrió, ya conocía mis modales. -Le avisaré a mi tío que está aquí, Aranet. No hizo falta, Otar venía cien líneas detrás. -¿Aranet, sinvergüenza, dónde estabas? -Otar, ¿desde cuándo me hablas así? -Nos abrazamos. -¿Pero qué llevas? ¿Qué es eso? -Una armadura. -¡Ah! Parece que desde que el rey Anán te nombró noble te lo has tomado en serio. -No, Otar, no es por eso. -¡A las órdenes señor! -Un soldado. -Oksaka, ven, veo que tienes insignias. ¿Qué ha pasado? -Me han ascendido, soy el actual capitán de la guardia. -¡Ah! Bueno, bien. Mejor. Mañana, al amanecer, Oksaka, reúne a los soldados en el patio de armas. Otar reúne a tus hombres en el patio de armas. ¿Está todo bien entre vosotros? -Sí -dijo Otar-, soportamos sus modales. -Oksaka sonrió. Entre soldados y bárbaros, salvo algunas costumbres distintas, ya prácticamente bebían juntos, comían juntos.
Entramos a palacio. Se acercó Albano. -¿Sigues siendo consejero? -Aranet, un gusto. -Llama al rey. -Creo que está reposando, Aranet. -Lo miré, me miró, bajó la vista-. Aguárdame un instante, lo llamaré. -Ya me conocía, rara vez pedía las cosas dos veces.
Gualterio bajó las escaleras terminando de vestirse. -¡Aranet, te habías ido! Y esa armadura es una maravilla. ¿Dónde estuviste? ¿Qué ha sucedido? -No se marchen -A Otar, a Albano, a Oksaka y a Dumir-, quédense -les dije. Se acercó Marga, le hice un saludo inclinando la cabeza. -Cuando tú te has ido montado en el koreón, no sé qué sucedió pero parece que la novia estaba indispuesta y se suspendió la ceremonia. -Ajá, ¿qué más sabes? -Nada más -negó Gualterio-, aparentemente está todo bien, ya está todo solucionado, vaya a saber qué le pasaba a la novia. Me han llegado las nuevas invitaciones. -Así que va a haber boda otra vez. -Sí, por supuesto, simplemente se postergó. -¿Por qué? ¿De qué no estoy enterado? ¿Te acuerdas, Gualterio, que yo te había comentado que salvé a una mujer y a su dama de compañía? La mujer era una noble. -Puedes quedarte Marga-. Estuvimos unos días distintos, yo pensaba que nunca encontraría la mujer que me hiciera feliz, era una noble. -Sí... -asintió Gualterio. -Bueno, luego siguió su camino. Me imaginé que yo no tenía nada para ofrecerle y es como que me resigné a la situación hasta que la volví a ver y todo volvió a mi mente, ese recuerdo vivido como si hubiera pasado un instante. -¿Pero de quién hablas? -De la novia, Mina Valey. -El rey se miró con Marga, Marga se miró con el rey. -¡La prometida de Belicós era la joven que... -Sí. -Bueno, pero evidentemente eligió a Belicós. -Falta contar parte de la historia.
Le conté que Mina me siguió, me alcanzó con un hoyuman, Royo Belicós mandó a sus soldados, la secuestraron por la fuerza, me hirieron con una flecha. El comendador Argamez, estando yo con inferioridad de condiciones, me hirió con su espada, otro soldado a traición me golpeó en la cabeza y me dieron por muerto. Obvié contar lo de la anciana Areca, dije que unos aldeanos me rescataron. Tampoco comenté lo del herrero Ronald, ni siquiera mencioné el pueblo, dije que alguien habilidoso me había hecho esta armadura.
-Pero entonces -dijo Gualterio-, ¿por qué la boda sigue? -Hoy tienes pocas luces, Gualterio. -Albano se puso pálido, no estaba acostumbrado a que le faltaran el respeto a su rey, pero bueno yo era Aranet-. Tienes pocas luces. La secuestraron, la golpearon, la jalaron de los cabellos, la montaron a la fuerza en hoyuman. La habrán amenazado no con su vida, con la vida de sus padres.
Miré a Otar, el bárbaro, miré a Oksaka, que ahora era capitán: -Oksaka, al amanecer en el patio de armas. Otar, ve con tu gente. ¿Hay algo para comer? Gualterio estaba desconcertado. -¿Y tu nuevo koreón? -Lo mató la gente de Belicós a flechazos. Ahora tengo un hoyuman bastante, bastante grande, Salvaje, y espero que no le pase nada como al guilmo o a los dos bagueones.
Me prepararon especialmente un guisado. Y al día siguiente, en un palco del patio de armas, los soldados formados, los bárbaros formados del otro lado. -Todos me conocéis, soy Aranet. -El rey estaba al lado mío-. No pido lealtad ni fidelidad ni exijo nada, pienso ir al palacio de los Belicós, la prometida de Royo Belicós estaba conmigo, la secuestraron por la fuerza. Pienso ir a rescatarla y a arrasar todo. Me interrumpió Gualterio: -¡Pero qué dices! ¡Es mi tropa! ¿Cómo nos vamos a meter con los Belicós, has visto su guarnición? Está todo blindado, la gente que tienen, es impresionante. Lo miré. -No entiendo de qué hablas. -¿Cómo no entiendes? -Nosotros también somos muchos. -Pero Aranet, los Belicós tienen una enorme cantidad de amigos que los apoyarán -intentó argumentar Gualterio. -A ver, hay algo sencillo de entender -comenté-. Los perversos sólo tienen cómplices, los lujuriosos compañeros de vicio, los interesados socios, los feudales tienen vasallos, los príncipes cortesanos; únicamente los hombres honrados tienen amigos. Los Belicós no tienen amigos. Mañana, al amanecer, falta un día, voy a marchar a arrasar con los Belicós. ¿Quién está conmigo? -Hubo una inmensa algarabía, un único grito, soldados y bárbaros aclamándome-. Yo los dirigiré, les diré cómo, cuándo. Quiero que se preparen, quiero que se mentalicen. Hoy practiquen ejercicio, entrénense, no coman mucho, no yazcan con sus mujeres hoy, quiero que estén con la mente lúcida. Gualterio se quejó: -Me dejas humillado, como que yo estoy a un lado y no opino nada. Lo miré. -¿Qué quieres opinar? ¿Cuál es tu idea? -¿Atacar a los Belicós por una mujer? -No te conozco -respondí-. ¿Qué pasaría si fuera Marga? -¡Pero con Marga tengo hijos, es la reina! -¿Cuál es la diferencia? -No... pero el tiempo que estamos y... -¿Cuál es la diferencia? -insistí. No me respondió pero insistí-. ¿Qué harías tú si fuera Marga? No quiero comparaciones, ¿qué harías tú? -Obviamente, la rescataría. -Perfecto. Puedes quedarte cuidando tu palacio de mármol. -Pero los soldados me pertenecen. -Los que quieran quedarse que se queden. -¡No! ¡No! -exclamaron todos.
Me sentí incómodo porque daría la impresión como que humillaba al rey Anán. Yo lo conocí como Gualterio, el que no tenía fe en sí mismo. Recuerdo cuando le enseñé a espadear, recuerdo cuando cruzamos el brazo de Krakoa al continente... Lo lamentaba pero la decisión estaba tomada.
Otar el bárbaro, Dumir el sobrino alentaban a toda su gente. Oksaka alentaba a todos los soldados. Albano dijo: -Discúlpeme mi rey. -Se puso a mi lado-. Aquí tienes una espada más. -Le agradecí haciendo un gesto.
Gualterio estaba helado, no sabía qué decir. Marga me tomó del brazo sin apartarme de ellos y dijo en voz alta. -Lo que haces es noble, quizá no es el modo, quizá no sea la manera pero eres tú y no puedes cambiar, pero lo que haces es noble. -Mujer -le respondí-, todo es incierto. Cuando uno va a la batalla va a ganar. Están muy bien fortificados pero necesitan abastecerse. Los Belicós tienen una debilidad; no tienen una fortificación fuera de palacio a nivel feudal con ferias, con mercado, lo tienen afuera, a cientos y cientos de líneas. Los vamos a sitiar, no tienen como abastecerse, van a tener que salir a pelear o a morirse de hambre. Gualterio asintió con la cabeza: -Iré contigo. -Nos estrechamos la mano. Le dije: -Pero yo daré las órdenes. -Está bien. Tú eres el que sabe -asumió el rey.
Mañana al amanecer partiríamos hacia el palacio de los Belicós, a la batalla. -Algo más -les dije a todos desde el palco-, hay un comendador, Argamez, que tiene camisa y pañuelo rojo y arriba se pone un saco gris y se cubre con una capucha gris: No lo toquen. No quiero que lo toquen, es mío. El que lo toque se las verá conmigo. ¿Han entendido? No, no quiero silencio, ¿han entendido? -Sííí. -Todos a la vez. -Bien. No descansen, ejercítense, aliéntense entre ustedes, lo que sea. Preparen sus hoyumans, cepíllenlos, aliméntenlos, pulan las armas. ¡Ya! ¡Vamos! Cada uno marchó. Mañana sería el día. Es todo por ahora.
Sesión 20/02/2017 Un momento justo antes de empezar la batalla donde morirían miles pensó si una lección de justicia para pocos compensaba la muerte de muchos. Pero no había marcha atrás, dos reinos se enfrentaron.
Entidad: Aún no había amanecido cuando el joven Dumir se acercó y me dijo: -Ya está todo preparado.
Apenas lo miré. Bajé al patio de armas. Oksaka tenía la formación de soldados, Otar la formación de los bárbaros, los pertrechos, los hoyumans. Le digo a Dumir: -Llama a tu tío y dile también a Oksaka que venga. Me miró, iba a hacer una pregunta, abrió la boca, la cerró y salió corriendo a llamar a Otar y a Oksaka. Oksaca soldado se cuadró, le hice un gesto como diciendo que se quede en posición de descanso. Otar, con más confianza: -¿Qué hay, Aranet? -preguntó. -¿Dónde están las mulenas? Se miró con Oksaka, Oksaka se miró con Otar. Las mulenas eran unos animales de carga más pequeños que los hoyumans. -¿Mulenas, para qué? Nos van a estorbar, no vamos a una zona montañosa y no galopan tan rápido como los hoyumans. No entiendo como Otar conquistaba territorios con sus bárbaros. Y de Oksaka, ¿qué puedo decir?, era hábil pero no listo. -¿Recuerdan lo que hablamos? -Sí, Aranet. -Están muy fortificados. Aún sumando todos los soldados y toda tu gente, Otar, nos ganan en número y están bien armados. ¿Qué había comentado? -Que su parte feudal está fuera de palacio, no tiene muchas provisiones. -Exacto, entonces tenemos que sitiarlos y van a tener que salir. -Todavía no entiendo lo de las mulenas. -Dumir... -Señor... -Lo miré como lo miro siempre, se corrigió-. Aranet. -Dumir, a ver si puedes pensar para qué quiero las mulenas. -Para que lleven provisiones, señor, Aranet, porque si vamos a estar sitiando a los Belicós porque ellos se van a quedar sin provisiones, tenemos que llevar las nuestras. -Bien. -Lo miré a Otar, a Oksaka, estaba el consejero Albano-. Quiero que entiendan, que no improvisen. Albano dijo: -Le diré a la gente que preparen diez mulenas. -Albano -Se dio vuelta-, no menos de cincuenta mulenas con dos alforjas a cada lado y paquetes grandes sobre el lomo. Las mulenas no van a ser montadas, van a ser atadas a carros que a su vez también van a llevar provisiones, carros tirados por dos hoyumans y dos mulenas atrás. -Entonces, por lo menos, ¿veinticinco carros? -Sí.
Gualterio se había puesto a mí lado, ya estaba vestido. -En un rato marchamos -le dije al rey, al amigo-. Gualterio aún seguía con dudas: -Son más que nosotros. Supongamos que en dos amaneceres están sin provisiones, van a salir y nos van a atacar. Levanté la voz. -¿Quién de vosotros conoce bien la fortificación Belicós? -Cerca de veinte levantaron la mano, los llamé a todos. -¿Aparte de la puerta principal hay algún túnel, alguna puerta trasera en el muro? -No, por eso es inexpugnable. Le dije al joven soldado que dijo eso: -Es al revés, esa es su vulnerabilidad, que no tiene otra puerta, que no tiene túneles de escape. Esa es su debilidad. Vamos a rodear el lugar y vamos a apostar por lo menos trescientos hombres fuera del alcance de las flechas. Los hoyumans no estarán a la vista, ni las mulenas. Los soldados principales con escudos. A un costado los bárbaros. Tiempo después marchábamos.
Hacía calor, llevábamos muchas provisiones, mucha agua. -Aprovechen a tomar agua ahora. A unas cuatro mil líneas hay un pequeño arroyo, allí cargarán más agua, después no hay nada. Lleven toda el agua que puedan -les dije-. Por lo menos cinco o seis carmañolas cada soldado.
Al atardecer llegamos a los alrededores de la fortificación y, obviamente, nos hicimos ver. Me descolocó que al poco tiempo salió un hombre con una bandera blanca -sería de tregua, no de rendición-, acompañado por otros dos. Mi rostro se puso pálido de sorpresa, de ira contenida: era el comendador Argamez. Podíamos haber no respetado la bandera y haberle puesto en el cuerpo cien flechas, pero levanté la mano y me adelanté. Siempre con su camisa roja, su pañuelo, su saco gris con capucha se acercó, frenó su hoyuman y sonrió con una sonrisa helada. -¡Vaya, estás vivo! Te queda bien esa armadura con la capa roja. Fui directo al grano. -¿Cuál es tu idea? -pregunté. -Simplemente vine a haceros una propuesta. Entiendo que tú estás al mando de todo esto dejando de lado al rey Anán. -Si tus palabras son para causar división olvídate -le respondí-, Anán está en todo de acuerdo conmigo. -Pero gastar tanta tropa y provisiones por una mujer, por suspender una boda..., eso me parece desprecio por la vida. Me encogí de hombros. -Quizás, quizás, Argamez, o tal vez no tolere los actos de poder. -¿Y lo que estáis haciendo vosotros no es un acto de poder? ¿Cuántos van a morir de ambas partes? -Ninguno, si entregas a los Valey, a Mina y a sus padres. -Eso no podrá ser. -Miró por encima de mi hombro y dijo-: Somos el doble que vosotros, en un sólo día de batalla acabaremos con todos. ¿Eso es lo que quieres? ¿Por nada? -Se encogió de hombros-. Sabes que saldremos -dijo yéndose. -Lo sé y además les dije a mis hombres que quien te toque se las verá conmigo. Frenó inmediatamente su montura y se dio vuelta, asintió con la cabeza: -Así que la cosa es entre tú y yo. -Te daría el gusto ahora. -Esta vez te mataría pero me perdería el placer de la pelea, de acabar con la gente de Anán, y los Belicós tendrían todo el reinado. -¿Y tú qué tendrías? Serías comendador de un nuevo rey. ¿Eres ambicioso? -¿Acaso tú no? -No, la ambición te esclaviza. -También el rencor -me dijo. -No trabajarás mi mente. Reconozco que eres inteligente pero no trabajarás mi mente. No hay marcha atrás. Se encogió de hombros: -Seremos todos contra todos. Le diré a mi gente que no te toquen -dijo Argamez-. En la batalla seremos tú y yo también. -Bien -asentí-, en eso estamos de acuerdo. Entró de vuelta a su reducto con sus dos acompañantes.
Acampamos fuera del alcance de las flechas. Pasó el anochecer, le dije a Otar y a Oksaka que por lo menos un quinto de la gente vigile, no que haya tres o cuatro vigías, un quinto de la gente vigile. Y tenía razón, Argamez era muy listo, no esperó a que se acabara la provisión, apenas amaneció abrieron sus puertas. Se ve que toda la noche estuvieron armando pertrechos y salieron a todo galope para atacarnos. Dividimos nuestras fuerzas en dos, haciendo una especie de corredor, quedaron en el medio nuestro. Fue un combate encarnizado, no había categorías entre soldados, capitán, bárbaros. El rey Gualterio y yo hombro con hombro luchando contra la tropa de los Belicós. Otar dio una orden, los guerreros que estaban del lado de atrás de la muralla aparecieron atacando por detrás a la tropa de los Belicós. Nuestro plan dio resultado, antes del anochecer ya casi los habíamos vencido, solamente quedarían cien hombres vivos.
Les grité: -No tiene sentido que resistan, ¿para qué morir? Se rindieron. Bajé de mi hoyuman, de mi querido hoyuman, Salvaje. Me despojé de mi capa. Argamez descendió de su hoyuman, se despojó de su saco gris con capucha, su figura era impresionante, al igual que la mía. Nuestras dos espadas brillaron, era el atardecer. -Esperaba esto. -Yo también. -Me alegro de no haberte matado -dijo Argamez-, así tendré el placer ahora. Espero que la tropa me respete si te mato. -Le dije al rey Anán que respete tu vida si me vences. -Bien. No sé si yo hubiera hecho lo mismo si ganábamos y tú me vencías. -No me sorprende.
Comenzamos el duelo. Era muy bueno, muy hábil. Yo estaba como nuevo, luego de que la anciana Areca me salvara de la muerte practiqué y practiqué, llegando a ser el Aranet de siempre. Así y todo me llegó a herir dejándome una marca en la mejilla izquierda, pequeña, casi minúscula, pero me llegó a alcanzar con su espada, la intención era que me cortara el cuello. Me eché hacia atrás y me raspó la mejilla, mi devolución fue herirle en el estómago, no hundiéndole el hierro, cortándolo miné sus fuerzas. Nunca un combate duró tanto. Seguía frenando mis golpes, yo los suyos. Lo herí en el brazo, me cuidaba de que me hiriera en otro lado. Lo herí en el otro brazo. Otro corte en el estómago. Un corte en el muslo izquierdo. Un corte en el hombro. Lo estaba cortando, no lo atravesaba, estaba minando sus fuerzas y él se daba cuenta, y pudo más su ira que su razonamiento porque atacó prácticamente sin ver y su pecho se hundió en mi espada. Me miró con sus ojos acerados, que fueron perdiendo el brillo, la vida. Y cayó inerte.
Entramos a la fortificación. Los pocos soldados depusieron las armas, la fortificación se había rendido.
-¿Dónde están los Belicós? Un soldado no habló, señaló. Me dirigí al lugar sonde señaló, el salón principal. Me enfrenté con Bunder Belicós: -¿Dónde está tu hijo? -Pegó una sonrisa y me salivó la cara. Estaba sentado, lo levanté del cuello, le di una bofetada de revés y lo lancé al piso. Su esposa se paró y uno de mis hombres la hizo sentar. Le apoyé la espada en el pecho, a Bunder. -¿Dónde está Royo? -Con su mirada torcida giró la cabeza, mirando hacia arriba. Subí las escaleras, había una puerta. Probé la manija, no abría: la pateé. Estaba Royo con su florete en el pecho de Mina. -Me matarás pero ella estará muerta. -La matarás pero yo no te mataré. -Se quedo mirándome-. No, no te mataré, te cortaré en pedazos lentamente, de a poco. Los dedos de las manos, de los pies, las orejas. Con un pequeño cuchillo te arrancaré los ojos, los dientes. Sufrirás una agonía y te irás muriendo de a poco. En un acto de desesperación dejó de apoyar el florete sobre el pecho de Mina y me lanzó una estocada. Solamente me corrí de costado, bajé mi espada: su brazo derecho, el que sostenía el florete, cayó al piso. Pegó un grito de agonía que lo frené inmediatamente al cortarle el cuello. Cayó sin vida. Mina, corriendo, se abrazó a mí. -Pensé que estabas muerto. -He muerto varias veces. Vine a verte, a rescatarte. ¿Tus padres están vivos? -Sí, mi amor. -Bien, el resto no me interesa. El rey Anán sabrá qué hacer con Bunder Belicós. -Me miró y dijo: -¿Y Argamez? Negué con la cabeza. -Ya no va a molestar más.
Miré en el piso el cuerpo de Royo y pensé "Esta insignificancia causó tantos problemas"... Obviamente analicé lo que dijo Argamez, si el amor valía el esfuerzo de que se perdieran tantas vidas. Yo no lo había provocado, lo provocaron ellos cuando Mina me siguió con un hoyuman, me dieron por muerto y mataron a mi bagueón. Lo mío fue una reacción a su acción.
-Tenemos mucho de qué hablar, te quería contar de cuáles eran mis planes. No iba a vivir, mi plan era morir previo matar a Royo. -Ya me contarás, ya me contarás con tiempo, Mina. Liberemos a tus padres y descansemos el cuerpo y la mente, mañana será otro día.
Sesión 12/03/2017 Aranet ya estaba en sus dominios luego de una guerra en que salvó el reino de su amigo, rey Anán. Pero en Umbro, tierra de guerreros, no había demasiado tiempo para descansar, se presentó un ejército del norte y le declararon guerra. Había cientos en cada lado.
Entidad: Hay algo que aprendí con respecto al clima, debido a que estuve en distintas regiones. Y salvo en la zona ecuatorial, donde rara vez el invierno es crudo, el tiempo en las demás zonas es impredecible, pero hay una cosa que es segura, cuando hay demasiada calma, que no hay viento ni brisa y no se mueve siquiera una sola hoja del más minúsculo árbol es que se aproxima una tormenta.
Llevábamos doscientos días, doscientos amaneceres de calma. Baglis había prosperado, los salvajes, bien pagos, hicieron de obreros. No remodelé nada, simplemente fortalecí las entradas, las ventanas, reparando partes rotas. Trabajé como un obrero más cambiando espada por herramientas de construcción, el poblado ayudó. Todo ese largo periodo que abarcó más de cien días no pagaron impuestos en recompensa por haber ayudado. Baglis prosperaba, el lago brindaba abundante pesca. Les enseñaba a los pescadores a dejar esa costumbre de pescar los peces pequeños y volver a tirar al lago los grandes ya muertos. Uno, porque no tenía utilidad. Dos, porque pasaban hambre sin razón. Y de esa manera, no desperdiciando pescado se ahorraban de matar a otros mamíferos. Les expliqué como cultivar hortalizas, legumbres, verduras. La zona de Baglis, dentro de todo no era una zona hostil en cuanto al clima.
Todas las mañanas era el primero en levantarme. Junto con Otar, reunía a todos los bárbaros y empezaba la práctica matinal. Dumir, el sobrino de Otar, a veces preguntaba: -¿Para qué la práctica? -La práctica es tu vida. -En qué sentido, Aranet. -Porque no sabes quién puede atacar, quién no puede atacar el día de mañana, hay que estar permanentemente entrenados. Practicar es como comer, si no te alimentas mueres, sino practicas mueres. Y no deja, aparte, de ser una manera de tener tu físico en buen estado. Práctica, práctica y más práctica.
Me llegaban noticias del rey Anán, su hijo Gualterio ya estaba algo crecido y empezaba a practicar con la espada. Sus soldados se reían, pero el pequeño aprendía. Siguieron pasando los amaneceres. No solamente la guarnición en la isla estaba protegida sino que en las tierras de Baglis, más allá del lago, teníamos pequeñas construcciones de piedra tipo torres. Ocho, con diez vigías en cada una, o sea, que en total había ochenta vigías que se quedaban siete días, luego volvían a la isla y eran remplazados por otros salvajes. Al comienzo me decían: -Es una pérdida de tiempo. -No les respondía. El propio Otar ponía orden. -A Aranet no se le discute, a Aranet se le dice: Sí, señor. Alguno que otro indisciplinado que decía: -No tiene sentido. Jamás me enojaba, simplemente le decía: -¿Cómo andas de estado físico? -Mejor que nunca. -Veamos. -Otar se relamía de contento cuando yo decía 'veamos'. Lo probaba con mi espada tratando de no lastimarlo. Sí le dejaba el rostro y el cuerpo magullados. -¿Entiendes ahora? Si un guerrero te ataca no te magulla el cuerpo, te lo traspasa con su espada. Practica, vigila, alerta. -Todos lo entendían, ya no había más peros.
De día nos manejábamos con señales de humo, de noche con señales de fuego. Hacia el norte, una de las torres, una señal de humo. Inmediatamente con una de las barcas veloces salimos de la isla, a lo lejos se veía una larguísima columna de guerreros que se acercaba a Baglis. No dejamos la isla desguarnecida, pero un noventa por ciento de los salvajes y muchos del poblado que aprendieron a pelear en esos doscientos días se unieron y esperamos. Las barcas grandes cruzaron los hoyumans. Otar me dice: -Esta no es zona, es raro. Fíjate, Aranet, que son guerreros del norte, pero de muy al norte, guerreros de los hielos. Es extraño en esta zona. Se acercó una avanzada. Otar, Dumir y diez bárbaros me acompañaron. El líder era joven, se presentó como Aracril. -Mi padre murió, soy el líder de los guerreros del norte. -Como veis tenemos una tremenda guarnición. -Pensábamos que Baglis estaba deshabitado, solamente había feriantes. -Ya ves que no. Os aconsejo que deis media vuelta y os marchéis. -No. No -repitió Aracril-, llegamos hasta aquí. Rendid vuestras armas y no habrá muertes. -Lo lamento por vosotros -respondí-, será bueno cortar cabezas del norte. Hizo un gesto de ira, Aracril. -No solamente les mataremos a todos, violaremos a sus mujeres, mataremos al poblado y llevaremos a las jovencitas. -¡Ajá! Así que esa es vuestra costumbre de siempre, sois bien hombres. -Siento sarcasmo en tu voz -dijo Aracril. -Un verdadero hombre no rapta mujeres, las conquista. -Ya sé bastante de eso, la mayoría son cobardes. -Puso su mano sobre el mango de la espada. Lo miré, le dije: -No hagas eso, morirás delante de tus hombres. Aracril se distendió, habló con su gente. -Mañana, al amanecer, atacaremos -dijo.
Mi oído finísimo miró hacia el este. Un jinete, un sólo jinete se acercaba hacia nosotros. Me sorprendí, era una mujer, parecía una guerrera del norte. Lo miré a Aracril. -¿También haces pelear a las mujeres? -pregunté-. No me respondió porque estaba tan sorprendido como yo. La mujer se acercó a nosotros, bastante musculosa y realmente muy bonita. La espada que llevaba era tan grande como la que portaba yo. Me miró, nos miró y se volvió a Aracril. -¡Qué haces! Aracril la miró. -¡Snowza! Hace mil amaneceres o más que has desaparecido. ¿Qué vienes a hacer ahora? -Me enteré que murió tu padre y tú improvisas. -¿Qué estás haciendo aquí? -Le dije a Aracril: -Pensé que venía con vosotros. La joven me miró y rápidamente volvió a Aracril. -Insisto, ¿qué estás haciendo aquí? -Vamos a tomar Baglis. -Pensabas que no había nadie. Está fortificado. ¿Esto te enseñó tu padre? Va a morir gente, ¿para qué? Míralos, échales una mirada, no son soldados blandos. Míralos bien, quizá los venzas. ¿A costa de qué?, morirán cientos, no ganarás. -Mujer, no te metas, bastante mal te crió Tordaz. La joven Snowza ignoró a Aracril. Se dirigió a los bárbaros del norte: -Oídme, su líder es inexperto, no aprendió nada de su padre. Los va a llevar a la masacre, no lo voy a permitir. -Aracril retrocedió con su hoyuman y dijo adelante de todos: -¿Cómo lo vas a hacer para no permitirlo, cómo lo vas a impedir? -Te reto a duelo. -Eres una mujer. -Soy un guerrero -respondió la joven Snowza-, y bajo nuestras leyes te reto a duelo. -¿Nuestras leyes? -dijo Aracril-, tú eras turania, mi padre saqueó tu aldea, Tordaz y su esposa Alena te adoptaron de pequeña. No eres de nosotros. La joven Snowza sacó su espada y desmontó. -Muéstrales a los guerreros si verdaderamente eres tan bueno para comandarlos. -Aracril estaba en un apuro, la joven lo había desafiado. Si decía que no, quedaba como un cobarde.
Le dije en voz baja a Otar y a Dumir de retroceder. Retrocedimos bastantes líneas haciendo un círculo. Otro tanto hicieron los guerreros del norte. Aracril desmontó y atacó de repente con su espada a la joven Snowza que paró el golpe sin ningún esfuerzo. Estuvieron bastante, bastante tiempo combatiendo. Aracril sería un inconsciente pero era un buen combatiente, llegó a herir a la joven en el brazo izquierdo pero recibió dos cortes en el pecho, uno en el estómago, uno en el muslo hasta que finalmente el metal de la joven le atravesó el corazón. Uno de los guerreros del norte dijo: -Eres nuestra líder, ahora. -No -dijo Snowza-, no me interesa, lo hice por vosotros, no quiero muertes. Volved al norte, elegid un líder que valga el esfuerzo. Yo por ahora gozaré de mi libertad como lo hice todos estos amaneceres, pero siempre os estaré vigilando.
Dos de ellos, que serían los segundos de Aracril, que yacía muerto, hablaron entre sí. Saludaron a Snowza y dando media vuelta se marcharon haciendo un pequeño saludo hacia nosotros, el cual respondimos. La joven se quedó. Me acerqué a ella y le dije: -¡Vaya! Has evitado infinidad de muertes de ambos lados. -No lo hice por vosotros, lo hice por ellos, que son mi gente. -Así que eres turania adoptada por los bárbaros del norte. -Así es. Me llamo Snowza. -Mi nombre es Aranet, No me imagino que hayas venido aquí por casualidad. -Pues no -asintió-, me imaginaba que vendrían para estos lados, trataba de que no se metieran en problemas. A Aracril lo conozco de pequeño, siempre fue díscolo, traicionero, ventajista. -O sea -comenté-, que te has sacado el gusto de matarlo. -No me mal interpretes -dijo la joven-, elegí el mal menor, no es que le tuviese aprecio pero no disfruté el matarlo. -Y ahora te marcharás -dije-, a seguir disfrutando de tu libertad. Me miró con una media sonrisa. -Entiendo tu ironía. Pareces salvaje pero eres bastante listo. -Bueno, un halago viniendo de ti. -A veces -dijo la joven-, no hay que pasarse de listo. Seguí con mi ironía. -Espero que no me desafíes a mí, mira la gente que tengo detrás mío. La joven Snowza lanzó una carcajada. -No te conozco, pero no me imagino escondiéndote detrás de tu gente, tienes cuerpo de guerrero. ¿Y tu nombre es? -Aranet. -Vaya, he oído hablar de ti. -Lamentablemente yo no de ti. -¡Oh!, no me interesa ser conocida. -Si no lo tomas como una ofensa o como una diferencia, porque entiendo que no deseas ser tratada como mujer sino como guerrera... -Así es -asintió. -...te invito a que te quedes unos días a disfrutar de una buena carne porcina y de una buena bebida espumante. Nadie te molestará. -Por supuesto que nadie me molestará -Tocó su espada-. Por lo menos, no de a uno. Acepto -dijo la joven Snowza.
A lo lejos se veía la columna de los bárbaros del norte que se retiraban. Y volvimos para la isla en nuestras barcazas con la joven Snowza, turania de nacimiento, criada en el norte, hábil guerrera. Nada más para contar por ahora.
Sesión 26/03/2017 Estaba todo tranquilo en su nuevo reino pero duró poco, una guerrera del norte puso de patas arriba el palacio, a los soldados y a Aranet mismo. Nunca se había encontrado en una situación como aquella, estaba tocado pero no por las armas.
Entidad: No me sentía bien, no me sentía para nada bien, yo mismo no me entendía. Me habían dado por muerto dos veces, como mínimo. Había revivido gracias a unas hierbas que muchos considerarían mágicas, había sobrevivido a batallas, a traiciones pero nunca había estado con el ánimo extrañamente bajo.
Mi gente no estaba conforme, siempre hablaba con Otar y con Dumir -que hacía tiempo que ya no me decía señor, me decía directamente Aranet a secas y no por perderme el respeto sino porque sabía las consecuencias de mis golpesm, en broma, por decirme señor-. El tema era Snowza. La primera noche prácticamente no hablamos, tenía su propia habitación, no le pregunté por cuánto tiempo se quedaría. Yo no era de mucho conversar, ella tampoco. Me comentó que había sido criada en el norte, turania de nacimiento. Habían asolado su aldea, mataron familia, conocidos. Tenía ocho años cuando la raptaron, la criaron Tordaz y su esposa Alena. No me dio muchos más detalles. Prácticamente de pequeña la criaron como un hombre, con la espada, el hacha, arco y flechas. ¿Que si era atractiva? Muy atractiva, muy independiente también, mucho carácter. A un hoyuman salvaje lo puedes domar, he podido domesticar a un bagueón, he tenido como mascota faldera a un guilmo pero a las personas no se las domestica, primero y principal porque no se debe, por otro lado me molesta la persona servil, sea varón o sea mujer, pero tiene que haber un término medio.
Snowza cada mañana se levantaba apenas amanecía, tomaba algo caliente con unas semillas y se iba al patio de armas y practicaba delante de todos para hacerse notar. Dumir era quien más la admiraba, veía cada práctica. Su tío Otar a veces se lo retaba: -Tienes cosas que hacer. -Es temprano, déjame ver. Al cuarto amanecer Snowza para práctica y le dice a Dumir: -¿Quieres practicar conmigo? -Sería un honor.
Lo escuché y sentí como una aceleración en el pecho, ¿cómo un honor? ¡Hay, Dumir, cuánto te falta crecer! Obviamente Snowza lo tomaba como una práctica liviana. El error fue de Dumir. -Es una mujer, voy a emplearme más a fondo. Snowza dijo: -A mi juego me llamaron. -Y se empleó más a fondo. No lo lastimó, de alguna manera se las ingenió para desarmarlo. -Coge la espada. Vayamos de vuelta, te mostraré lo que no debes hacer.
Claro, los demás guerreros miraban a Dumir humillado por una mujer y su orgullo machista no podía con ellos. Otro de los guerreros dijo: -¿Puedo practicar yo? -Corpulento, bastante más alto que Snowza. Y obviamente no tuvo condescendencia, se lanzó con todo y así le fue: brazo y muslos heridos, no inutilizados pero sí heridos. Cuando el guerrero cayó arrodillado hablé en voz alta: -Pueden coserle las heridas. -Me molestaba, era provocadora. Otro guerrero exclamó en voz alta: -Déjame probar a mí. Bajé yo. -Ya está, suficiente. Las prácticas van a ser grupales, uno contra uno, dos contra dos, van a practicar con arco y flechas ordenadamente. Acá no se trata de lucirse, acá se trata de practicar porque siempre pueden venir enemigos externos. Snowza me miró y en voz muy alta dijo adelante de todos: -¿Y tú, Aranet, no quieres practicar conmigo? -Yo practico solo -le respondí. Era empecinada como una mulena, empecinada como una mulena. En voz más alta dice: -¿Acaso tienes miedo de salir lastimado? -¡Dios! No, mujer. -¿Acaso piensas que me puedes lastimar a mí? -seguía. -No pienso nada, mujer, directamente no practico con otros, practico solo. -¿Quién lo decide? -Yo lo decido. -Está bien, ¡qué conveniente!
¡Ah! No le respondí pero la tropa me miraba, le estaba dando demasiadas alas a Snowza. Se sentían todos... no sé si la palabra es desmoralizados, primero porque Snowza había vencido a un par de guerreros, había desafiado a su líder mitad en broma irónicamente y mitad en serio, y su líder había dicho que no. Y comenzó cada amanecer la práctica en grupo, pero en las horas de descanso Snowza subía a una colina a practicar sola, aparte trotaba. Dumir tan joven, tan ingenuo, una tarde le pregunta: -¿Por qué trotas? ¿Por qué corres? Y en voz alta responde Snowza: -Para mantenerme en estado físico, no quiero hacer como los guerreros que llenan la panza con bebida espumante y no son capaces de aguantar minutos en batalla. -Miraba los rostros de alguno debajo de la barba su rostro pálido. -Snowza, ven un momento. La llamé, con esa sonrisa hipócrita, irónica, sarcástica. Me siguió. -¿Qué pasa, Aranet? -Creo que ya es hora que te marches, estás desestabilizando a mi gente, eres una provocadora. Pero aparte, ¿para qué?, ¿qué ganas?, ¿qué te han hecho los hombres? Tú me contaste que la gente del norte te respetaba, quizá no por ti, quizá porque eras hija de Tordaz te tenían como una igual. -No te conté toda la historia. -¿Te deshonraron? -Por supuesto que no, nunca estuve con varón. -¿Te maltrataron? -Nadie. -Entonces, ¿qué? -Me veían como menos y les demostré que no. Delante de vosotros he vencido a Aracril, el último líder. -Y entonces, ¿qué quieres demostrar? -Inquirí. -Nada, soy así. -Me quitas don de mando, la gente no está bien. Que una mujer los rete, que una mujer los venza... -Si los venzo es porque están mal preparados. -Seguramente tú eres muy buena. -Eso ya lo sé, y seguramente mejor que tú. -Lo que tú digas. -Reconoces que soy mejor que tú. -Lo que tú piensas lo respeto. -¿Pero tú qué piensas? -No pienso, no digo nada.
Al día siguiente, a la mañana, en el patio de armas delante de todos en voz alta: -He evitado una masacre, he vencido al líder de la gente con la que me he criado, evité que os matarais los unos a los otros. Quien mata al líder es el nuevo líder, o quien no lo mata pero lo vence, o lo deja mal herido. No acepté el mando de la gente del norte porque aprecio mucho mi libertad pero ahora delante de todos vosotros reto a Aranet. Me hizo perder, me hizo perder el control. Bajé y le grité: -¿Para qué me retas?, ¿para qué quieres pelear conmigo? Supón que me venzas, ¿quedarías como líder? Los bárbaros no aceptan líderes mujeres. Segundo, no aceptaste liderar la gente del norte porque te gusta tu libertad... ¿Qué es lo que quieres? Exactamente, ¿qué es lo qué quieres? -Retarte, vencerte. -No mujer, no voy a pelear contigo. Otar por primera vez me levantó la voz: -¿Y por qué no, Aranet? ¿De qué tienes miedo?, es una mujer. Lo miré con una mirada acerada. -A mí no se me discute nunca. Es lo que yo digo. El que no esté de acuerdo con lo que yo pienso tiene dos opciones: caer bajo mi espada, porque yo no perdono, o marcharse. Tiene libre albedrío. Pero mis decisiones nadie las discute. -Yo las discuto -dijo Snowza. -Me aferré a la empuñadura de la espada. En ese momento, de una de las torres se escucha un grito: -¡Viene un jinete! Aflojé la tensión. Subo a la torre, a lo lejos veo un jinete, desmonta del hoyuman, suben a la barca, cruzan al lago hasta llegar a la isla. -Ábranle la puerta. -La puerta era un portón gigantesco. Me asombró el hombre, era uno de los del palacio del rey Anán-. ¿Qué sucedió. -Señor, vine galopando a toda velocidad, vengo de parte del rey Anán, los bárbaros del norte. -La miré a Snowza y retrocedió. -Tranquilo, ¿qué pasa? -Han tomado la fortaleza de los Belicós. -Palidecí. -¿Qué pasó con la guardia que había allí? -No mataron a nadie, los dejaron marchar, fueron todos para el palacio del rey Anán pero ahora la fortaleza Belicós está tomada por los guerreros del norte. Giré y le dije a Snowza: -¿No era que tu gente volvía al norte? O sea, como no pudo enfrentarse con nosotros otro tomó el mando de Aracril. ¿Para qué hacen eso? -¿Ves? -dijo Snowza-, no te salvas de ir a pelear. -No tengo porque pelear, no mataron a nadie. Al fin y al cabo, con Anán no se van a meter porque son muchos, ahora está sumada la tropa que era de los Belicós, están todos en el palacio de Anán. -¿Qué le respondo, señor? -Le dirás que fortifiquen todas las entradas, que tengan siempre guardias, tres guardias por día. Pero no te vayas, descansa, aliméntate, deja que el hoyuman abreve y coma algo de hierba. Te irás mañana al amanecer de vuelta, descansa. -¿Y qué va a pasar con la fortaleza de los Belicós, señor? -Nada, nada mientras los bárbaros se queden ahí. -¿No irás a sacarlos? -No, ¿para qué arriesgar a mi gente a un combate?, ya lo evitamos antes, lo evitó ésta mujer. -Todos los hombres estaban con caras largas. Encima Snowza dice en voz alta: -Creo que cometí un error al evitar el combate, me hubiera gustado verte en acción, veo que esquivas mucho las batallas. -No sabes nada de mí mujer, no sabes nada de mí. Hace poco nos habíamos apoderado de esa fortaleza. -Pero nunca has luchado contra gente del norte. -Mujer, deja de sembrar cizaña. Snowza dio media vuelta, se fue a la colina a practicar. Otar y la gente estaban con el ceño fruncido. Lo llamé a Dumir. -¿Qué pasa con tu tío, qué pasa con la gente? -Piensan como que usted... -Háblame de tú. -Piensan que tú... -Habla de una vez. -Piensan que tú estás demasiado blando, que no eres el mismo. -Estoy con unos críos. Dile a Otar que reúna a la gente, nos juntamos en el patio de armas. -¡Eso, vamos a pelear! -Ve y dile. -Se fue sonriendo, Dumir.
Los reuní a todos, estaban expectantes. -Veo por su gesto que queréis ir a pelear a la fortaleza de los Belicós y sacar a los bárbaros. -Todos asintieron. Algunos tenían jarras de bebida espumante en la mano. -Sí. -Honestamente, no estáis preparados. -Somos los salvajes, nadie nos ha vencido nunca. -Fijaos, uno de cada tres en lugar de tener la espada en la mano en señal de victoria tienen una jarra metálica de bebida espumante y dicen que están preparados. Está bien, yo los voy a preparar, yo les voy a enseñar uno por uno lo que le falta, empezando por ti Otar. -Ya te he visto en combate. -No, no me han entendido; cada mañana van a estar todos y cada mañana diez de vosotros, de a uno, van a combatir conmigo. Si vosotros veis que cuando llega el número diez jadeo o estoy falto de estado físico, me lo hacéis notar. Cada día lucharé de a diez, de a uno por vez, obviamente. Tú serás el primero. No les prohíbo que beban bebida espumante ni que coman pero muchos de vosotros os habéis reído cuando vieron a la mujer ir a correr, ella se entrena. -Tú tampoco corres -dijo Otar. -No, pero muchas veces al día subo y bajo la colina, ejercito mis piernas, mis muslos, mis brazos.
Al amanecer siguiente empezó la verdadera práctica. No tuve piedad, en menos de un minuto Otar cayó vencido, un pequeño rasguño nada más en el brazo. El segundo, el tercero, el cuarto..., en menos de ocho minutos había vencido a los diez. -Estoy en perfectas condiciones, puedo vencer a diez más pero no lo haré. Mañana le toca a otros diez. -De los diez que había vencido, siete estaban con lastimaduras leves y pequeñas heridas, algunos moretones-. ¿Queréis resistir más?, entrenad más, bebed en el almuerzo, bebed en la cena pero no perdáis la práctica, no son granjeros, son salvajes pero son guerreros.
Los dejé y me fui a la colina. Allí estaba Snowza sentada. -Peleas bien -me dijo. -Basta mujer, me has hecho poner de mal humor. -No hay mal que por bien no venga. Esto que estás haciendo con ellos es gracias a mí. Y el emisario que mandó Anán ya le habrá dicho que se queden tranquilos. Y cuando estén todos listos, ¿qué piensas hacer?, ¿irás a recuperar Belicós o simplemente es para que estén entrenados? -No tengo por qué darte explicaciones. -¿Qué clase de hombre eres? -Se paró, era alta pero yo le llevaba media cabeza. Me empujó. -Mujer, basta. -Puso las manos en el pecho, me volvió a empujar. -¡Qué clase de hombre eres! -¡Basta mujer! -La cogí con mi mano izquierda del cuello con mi mano derecha del cabello corto que tenía-. Sé por qué tienes el cabello corto, el cabello largo es vulnerable, te cogen del mismo y te tiran, por eso a mis salvajes les hice cortar el cabello. -¿Y por qué tú no lo llevas tan corto?, lo tienes más largo que yo. -Es mi problema. -Me dio un rodillazo en el bajo vientre, me agarró de sorpresa; me pegó un puntapié en el rostro, caí de espaldas, se sentó encima mío. -Eres blando. -Rara vez estuve reactivo, la cogí de nuevo del cuello, la di vuelta y me puse encima de ella y le di un beso furioso. De repente sentí un mordiscón en mis labios, me sacó sangre. Mi rostro estaba con una ira tremenda. -Vamos, Aranet, golpéame, golpéame, sácate las ganas. -No golpeo mujeres. -Me iba a levantar y me sujetó del brazo. -Bésame de vuelta, ¿tienes miedo que te muerda?
La volví a besar, correspondió a mi beso. En ese momento perdí la noción del tiempo, nos despojamos de la ropa y estuvimos hasta el atardecer. Me incorporé, terminé de acomodar mis ropas, ella las suyas y bajó como si nada, sin mirarme. -¿Cómo sigue ahora esto? -Le digo mientras ella bajaba la colina. -¿Cómo, como sigue?, como siempre. -¿Y qué hay de nosotros? -¿Nosotros? ¿Qué nosotros? ¿Te piensas porque has tenido un momento conmigo te pertenezco? -No dije eso, mujer, pero quiero saber qué ha pasado contigo, ¿nunca habías estado con un varón? Lanzó una carcajada. -Es cierto soy inexperta, no sé lo que es el amor, no sabía lo que era yacer con un varón. Tú seguro has estado con muchas posaderas pero en este momento pareces más inocente que yo. No entendía el poder que tenía sobre mí, la forma de sacarme de las casillas. No voy a decir nada más por ahora.
Sesión 20/04/2017 Umbro, Aldebarán IV, podía caracterizarse como tener guerras, batallas, asaltos, muertes muy frecuentemente. Aranet y su ejército salían de una batalla y se preparaban para la siguiente, seguramente nunca la última. Una guerrera de su misma altura parecía planear conquistar el reino de su amigo. Había, pues, que prepararse de nuevo.
Entidad: Estuve muchas noches que apenas dormía y esa tarde me había agarrado una tremenda modorra. Dormía con mi compañera, mi espada, pero aún con esa gran modorra estaba alerta. Unos pasos sigilosos, mi mano derecha se dirigió a la empuñadura, era Otar. -¡Aranet! -Seguí recostado. -¿Qué sucedió ahora? -Me dijo Dumir que... -¿Qué te dijo Dumir? -Snowza no está. Me incorporé. Fuimos caminando. -Dumir... -Señor... ¡Aranet!, le decía a mi tío que la joven no está, le pregunté a los hombres que estaban en las torres y me dijeron que se fue en una barca a tierra firme. -Llévame con el vigía. Subí a la torre y el hombre se puso firme. -Tranquilo, no somos soldados, somos guerreros, no tienes ni que cuadrarte ni que hacerme ninguna señal. Cuéntame. -La joven se marchó en una barca. -¿Cómo no me avisaron antes? -Estaba mirando los distintos puntos en el horizonte y de repente veo que estaba en la mitad del lago, una barca grande, ella y un hoyuman. -Sonreí. -Hazme acordar que tendrás doble práctica conmigo. -¡Pero Aranet! -No me vengas con el cuento de que estabas mirando el horizonte, los puntos cardinales, el cielo, las aves. Eres un vigía, el día de mañana viene una flota de cincuenta naves y cuando están en la mitad del lago recién te das cuenta. -Pero no es lo mismo. -Mañana practicarás conmigo, doble. -Es como si le hubiera dicho "Te pondré la cabeza en un cepo", porque ya sabían lo que era la práctica conmigo. Lo dejé. -Le dije a Dumir: -Sigue con tus cosas. -Otar me dijo: -Salvo que tú te hayas... -Me haya, ¿qué? -Bueno, tenemos ojos, nos damos cuenta, sé que más de una vez han, han... -Hemos, ¿hemos qué? -Bueno, han estado juntos. -¿Entonces? -Bueno, salvo que tú te hayas... te haya gustado. De por demás quizás es mejor que se haya marchado, los guerreros van a estar más aliviados, ella era, como decirlo, muy... -Otar, ¿por qué te trabas?, ¿no puedes hablar normalmente? -Ella era conflicto, no estamos acostumbrados a que una mujer nos gane con la espada. Te ha desafiado a ti como mínimo dos veces adelante de todos y tú no has aceptado el desafío y ante nosotros eso no es bueno. -¿Pensáis que soy cobarde? -Mi boca sonreía, mis ojos estaban entre cerrados, mi gesto era irónico, serio e indescifrable. -No, yo no, yo te conozco, pero hay jóvenes que no saben de ti. -Me habéis visto practicar con la espada. -Entonces, si no has querido combatir con ella porque era una mujer es bueno aclararlo. -Otar, ¿hace falta aclararlo? -Se encogió de hombros-. Manda a tu sobrino Dumir, dile al vigía que en lugar de tener una práctica va a tener tres. -¡Pero Aranet, habías dicho dos!, como una especie de castigo por haberse distraído. -Va a tener tres porque durante siete amaneceres todos van a tener dos prácticas. -¡Aranet! -Todos, inclusive tú. Y yo elegiré quién practicará conmigo.
Y durante siete días el vigía, Otar, Dumir y otros, bajo mi vigilancia practicaban. Alguno tenía un pequeño corte y dejaba la práctica, paraba la práctica. -¡Qué pasó! -El joven Ordes deja la práctica porque tiene un pequeño corte en el brazo. -¡Aja! O sea, -en voz alta para que escuchen todos-, si estuviéramos en batalla se suspendería la batalla porque mis guerreros tuvieron un pequeño corte. Nadie deja la práctica salvo que sea una herida profunda y muy sangrante. -Al joven: -¡Sigue combatiendo! -A su contrincante: -No hay piedad. Si está en inferioridad de condiciones aprovéchate de él. Otar me dijo: -Pero Aranet, lo puede matar. -No lo va a matar, es una práctica.
En esos siete días, el primero fue el vigía, lo herí en el muslo, en el hombro y herí a siete más. Luego volvió la práctica normal. Otar me dijo: -¿Me permites una palabra? -Sé con lo que me vas a salir pero adelante, y no va a ser una palabra va a ser más. -Has lastimado a los guerreros y no tiene sentido porque ahora están disminuidos, si viniera un ataque... -Se curarán. Sé donde herirlos, sé donde lastimarlos, no están inhabilitados, un simple tajo no es nada. Ya todos saben que yo estuve dos veces, dos como mínimo, más muerto que vivo. Si son mis guerreros, una pequeña herida, que para mí es una raspadura, una lastimadura, no les va a hacer nada.
El vigía, aquel que me había avisado tarde, por medio de Dumir se puso a gritar. Con Otar, Dumir fuimos corriendo a la torre. Señalaba una pequeña barca que venía a la isla, era un hombre sólo sin su cabalgadura, que seguramente la había dejado atada del otro lado. Sonreí porque apenas había salido la barca de tierra firme ya avisó, había aprendido la lección.
Era un enviado de Anán. -¡Aranet! -¿Qué novedades? -Está todo en calma pero deseo avisarle que el fuerte que los bárbaros del norte habían conquistado de los Belicós, cambió de mando. -Manda una mujer. -Sí. -Snowza. -Sí, señor. -¿Cómo se enteró el rey Anán? -Porque mandó a un bárbaro del norte con una nota diciendo que ella era la líder. -¿Por alguna razón? -No, simplemente mandó la nota y que serían todos bien recibidos. -¡Aja! Así que le habla a Anán de igual a igual. ¿Y eso es todo? -No señor, hace cinco amaneceres había salido un jinete para el norte, ayer tarde cerca de doscientos bárbaros del norte se sumaron a la fortaleza que antes era de Belicós. -¡Aja!, mandó a un emisario para traer más guerreros. ¡Aja! -Se quedó pensando-. Sí, vamos a hacer una cosa. A ver, no quiero dejar Baglis desguarnecido. Cien de nuestros guerreros iréis conmigo. Tú, Dumir, te quedarás acá. Otar, vendrás conmigo. -¿Iremos a la exfortaleza Belicós? -No, no, iremos a ver a Anán, me dejará algunos soldados de la guardia que tenía Belicós, cien por lo menos, más los cien que tenemos nosotros son doscientos, que de todas maneras no seremos muchos. Iremos a parlamentar con Snowza, quiero saber cuál es su plan, quiero saber qué piensa hacer. Saldremos mañana al amanecer. Y tú, come algo, descansa un poco y vuelve. Hoy mismo te irás y le avisarás al rey que estaremos por allí. -El hombre comió, bebió y se marchó-. Preparemos varias embarcaciones, un hoyuman... -¿Llevaremos mulenas? -No, no, no; solamente nosotros, nuestras armas y alguna alforja para llevar alimentos pero nada más. Obviamente nuestras cabalgaduras. Iremos primero al palacio de Anán. Iremos con algunos soldados que tenían los Belicós y ahora están sirviendo al rey. Quiero saber qué planea Snowza. -¿Y ahora qué harás? -me preguntó Otar. -Ahora comeré algo y descansaré. Otra vez estoy con modorra. -¿No estás ansioso? -No me sirve de nada estar ansioso, el estar ansioso me come energías, no me sirve, prefiero guardar las energías para una eventual batalla. Si hay algo importante me despiertas. Mañana será otro día.
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