Sesión 26/04/2016
Médium: Jorge Raúl Olguín
Entidad que se presentó a dialogar: Thetán de Jaime S.
Fue investigador de razas que poblaron Gaela miles de años antes. Descubrió un buen número de ellas y se preguntó que si todas desaparecieron, ¿qué garantía había que no sucediera lo mismo con la actual?
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Entidad: Pues, por supuesto que no creo en las casualidades. De pequeño siempre me gustó la historia pero no la historia reciente, la historia del ser humano en Gaela.
Mis padres, si bien eran religiosos -¡pues vaya!, Saeta ya era de por sí un lugar religioso, casi tanto como Amarís- no éramos de familia potentada pero me pudieron pagar mis estudios. Luego en la universidad profundicé arqueología y antropología. Fijaos que con veintiséis años ya conocía siete países, a los treinta ya había encontrado restos óseos de dos civilizaciones antiquísimas, una de más de quinientos mil años y otra reciente que no pasaba de diez mil años.
En un viaje a Karfal la conocí a ella, a Adriane. Me había comentado que era de Amarís.
-¿Qué haces tú? -le pregunté.
Me relató que era periodista pero que buscaba saber el anhelo de cada persona sus dudas, sus creencias. No era religiosa pero era espiritualista, creía en el don del espíritu, era más espiritualista que yo. Yo le contaba que la bondad no pasaba por ser espiritual sino que estaba dentro de uno. No coincidíamos en todo pero teníamos una manera de pensar parecida.
Nos hicimos grandes amigos. Fuimos juntos a Papine y luego dejamos de vernos. Me dediqué a mi trabajo, escribí dos libros de antropología. Los libros atrapaban más por mis viajes más que por mis descubrimientos. Por un lado me agradaba, por otro me molestaba porque mis lectores buscaban la aventura, yo buscaba el origen, pero bueno, una cosa lleva a la otra. Un año después, visitando un museo arqueológico en Mágar me encuentro de vuelta con Adriane. Fue una alegría, una tremenda alegría. La invité a Porísido, vimos distintos lugares. Nunca -y eso que tuve profesores muy sabios-, pero nunca había conversado tanto con alguien de diversos temas, jamás me había sentido tan cómodo y mi afecto por ella era el afecto por la conversación, el afecto por el coincidir y el afecto directamente por su persona. No tuvimos un acercamiento íntimo pero nuestro afecto iba más allá. Hasta que un día dije:
-Aquí ya nos separamos definitivamente porque me espera un viaje difícil, una expedición, la jungla en el medio del continente Arbus.
Cuál sería mi sorpresa que Adriane dijo:
-Te acompaño.
-Pero mujer, ¿y qué hay de tu trabajo? ¿Qué hay de tu periódico?
-Me tomaré un año de licencia.
Y me acompañó. El viaje fue sumamente interesante, mi mente buscaba el entender porque las razas desaparecían. Por lo menos dos razas habían convivido con el ser humano actual, una hasta hace menos de veinte mil años y la otra hasta diez mil o hasta ocho mil años. El descubrimiento de la última raza me permitió ganar un premio y con pocos años de investigación había logrado más resultados que otros antropólogos. Pero no me cogía la vanidad, para nada, mi mente estaba en seguir descubriendo, en seguir buscando, hallando, y no voy a mentir, el afán de la aventura, el conocer lugares...
No todo era sencillo. Muchos pensaréis "Bueno, es fácil viajar y alojarse en hoteles lujosos". Pero Arbus, un clima lluvioso, durmiendo en una carpa, insectos...
Cuando entramos a Arbus nos vacunamos contra dos posibles enfermedades. No, no era fácil. Recuerdo que Adriane cogió una tremenda fiebre, estuve a punto de abandonar el proyecto y llevarla a Amarís pero se opuso, se opuso, se opuso. ¡Oh! Dios, que mujer, tozuda. Yo estaba con mucho temor, sentía demasiado afecto como para perderla, porque sí, estuvo al borde de perder la vida, treinta y nueve y medio casi cuarenta de temperatura, deliraba. Uno de los guías hizo un preparado de hierbas y le bajó la fiebre, lo que no lograban los medicamentos de las regiones hipotéticamente civilizadas.
Sí, descubrí otra raza. Llevamos estudios arqueológicos a Saeta, después de diez meses de estar en Arbus, una tercera raza que se calcula que vivió desde los cien mil hasta los doce mil años atrás y también había convivido con el ser humano actual. Le pusieron Rolandensis en honor a mi nombre, homo Rolandensis. Sentía como pudor, no pudor desde el ego sino... No, no, no, nada de títulos, nada de cosas grandilocuentes. En el fondo era un joven humilde que buscaba investigar y dejar el legado de los descubrimientos a la humanidad y que la humanidad entienda que si todas esas razas desaparecieron, ¿qué garantía tenía el ser humano de seguir? ¿Qué garantía? Pero sabía que el ser humano no iba a tomar conciencia a pesar de mi trabajo, más no por ello iba a abandonarlo.
Adriane siguió en su periódico pero nos veíamos siempre, me apoyaba en lo que yo hacía. Aparte de ser periodista logró que en el diario le dieran una columna de opinión y en esa columna publicaba mis notas, y fue de ayuda, de mucha ayuda. Pude conseguir otras expediciones gracias al financiamiento de distintas empresas y gracias a la columna de Adriane, mi gran hermana espiritual.
Cuando desencarné, como Roland, mi espíritu estaba en el plano 5 subnivel 4, un plano de Luz. Un plano donde estás en la búsqueda de poder brindar a aquellos que tienen carencia de afecto, de amor. Y vaya, vaya si eso es válido.
Gracias, hermanos, por escucharme.
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