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Psicoauditación - Ligia |
Sección Psicointegración y Psicoauditación - Índice de la sección - Explicación y guía de lectura de la sección |
Si bien la Psicoauditación es la técnica más idónea para erradicar los engramas conceptuales del Thetán o Yo Superior de la persona, la mayoría de las veces se psicoaudita a thetanes que habitan en planos del Error y sus palabras pueden no ser amigables y/o oportunas para ser tomadas como Mensajes de orientación, algo que sí se da cuando se canaliza a Espíritus de Luz o Espíritus Maestros.
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Sesión 28/11/2016 Perdió a padre en un terremoto y con madre sobrevivieron en tierra lejana cosechando. Había buena gente y otra que no tanto. Cuando madre enfermó y se fue quedó sola ante la mala gente. Alguien con ciertos dones la salvó de ser maltratada. Más tarde se juntarían. La entidad reflexiona sobre cómo pueden cambiar las cosas y cómo pueden afectarnos.
Entidad: A veces creemos, ingenuamente, que podemos controlar nuestra vida cuando no es así y no siempre por situaciones inesperadas producidas por terceros. A veces la misma naturaleza se encarga de crearte un panorama desolador.
Mi nombre era Maneva, con la "v" o "b" corta. Nací en las islas Nalares, al oeste del continente antiguo. Dicen que uno se acostumbra, como unidad biológica, a un lugar, una situación económica, su familia, y le resulta natural que así sea porque es lo que conoce. Quien se cría en una choza de paja le parece lo normal aunque seguramente a medida que va creciendo aspira a algo mejor. El que se cría en un palacio con escaleras de mármol, acostumbrado a tomar un brebaje en una copa de plata le parecerá natural eso.
En la más grande de las islas Nalares, desde que tengo uso de razón, siempre hubo terremotos. Estábamos en medio de una falla y si bien no había muchas víctimas -porque las edificaciones eran pequeñas aunque en el centro de la isla había edificaciones de piedra, no de madera- y nunca, nunca me acostumbraba a los temblores. Sentía temblar la tierra bajo mis pies y me aterraba, más de noche; me aterraba porque no teníamos a donde escapar. La isla principal de las Nalares tenía una tremenda plantación, mi padre trabajaba cortando cañas y con otros hombres del poblado fabricaban dulces, le pagaban bastantes metales. A veces madre lo ayudaba, yo veía sus manos con callos y a veces sangrantes. Quería ayudar pero era una niñita.
Todavía era pequeña cuando vino el gran terremoto, madre se había quedado en casa y habíamos ido hasta el centro del poblado con padre a comprar unas provisiones: los grandes almacenes eran una construcción de piedra, no quedó nada en pie. Yo recibí tres golpes: en la cadera cerca de la parte renal, en el brazo derecho y en la cabeza. Perdí el conocimiento. Me desperté en medio de los escombros, vi mujeres llorando, hombres hurgando entre los escombros, todo el poblado destruido y al lado mío el cuerpo inmóvil de padre. Apenas podía moverme de los dolores que sentía en la parte de la cadera, no tanto en el brazo y en la cabeza. Me arrastré como pude hasta padre y largué un alarido más que un gemido al ver que estaba sin vida. La veo, a lo lejos, a madre corriendo, me levanta y me sienta sobre una roca grande de escombros y se arrodilla frente al cuerpo de papá. Me sorprendía, me impresionaba ver su rostro de tristeza, de congoja, gimiendo casi en silencio, corriéndole las lágrimas por la mejilla, pero era como un sollozo apagado, un dolor que era indescriptible contarlo con palabras. Era tanto lo que sentía, tanto lo que yo veía en su rostro que mis dolores físicos quedaban en segundo plano. Uno de los ancianos nos aconsejó que saliéramos de los escombros porque todavía había estructuras en pie que podían caer sobre nosotros. Y nos alejamos.
A las pocas líneas de distancia un nuevo temblor, me costaba caminar, evidentemente alguna de las rocas me había pegado en el muslo. No teníamos tiempo de ocuparnos del cuerpo de padre porque vino otro gran temblor que no era una repetición del anterior. Toda la isla principal de las Nalares se sacudía y olas cada vez más gigantescas iban cubriendo la tierra. Corrí como pude de la mano de madre hasta la orilla del mar. Había una balsa vieja, madre cogió un madero que lo utilizó como remo y nos fuimos alejando. A lo lejos veía que las otras islas más pequeñas quedaban sepultadas bajo el mar. Estaba bastante lejos el continente antiguo, no veía posible que llegáramos porque desconocía la persistencia de madre, que utilizaba el remo de un lado, del otro, del otro, del otro. Porque yo era tan pequeña que no sabía que al tragarse el mar las islas, el mismo terremoto iba a producir un tremendo maremoto que nos iba a dar vuelta o a partir la balsa en mil pedazos, por eso madre buscaba alejarse a toda prisa. Con unas lianas me ató como pudo a los troncos de la balsa y ella siguió remando y remando y remando.
Se puso el sol y siguió remando y me quedé dormida. Cuando amaneció abrí los ojos, apenas podía moverme del dolor insoportable que tenía en la parte renal y en la cabeza, pensé que el dolor se me iba a calmar pero era peor. Levanté la vista y a lo lejos veía tierra. Había unos aldeanos que nos rescataron, madre no podía más. Se acercaron a nosotras con unos botes, la balsa estaba casi desarmada. Le agradecimos a aquel que está más allá de las estrellas el haber llegado casi hasta la orilla. Madre le contó a la gente que éramos nativos de las islas Nalares, de las cuales no quedaba nada de nada, de nada.
Quedé con un tremendo engrama repartido en varios: pavor, pavor más que terror a los temblores, temor a los golpes. Madre consiguió un trabajo en una zona de cosechas y así fui creciendo. Fui creciendo, buscaba armonía, tranquilidad. Nuestros salvadores, aquellos pobladores que nos rescataron del mar eran buena gente pero entre ellos también había hombres que dejaban mucho que desear. Y no se disculpa la época salvaje en la que vivíamos, una mezcla de edad antigua y edad media, madre tuvo que poner todo su esfuerzo para frenar los tremendos acosos de uno u otro u otro hombre que también trabajaban en la cosecha. Y a medida que fui creciendo madre me decía: -Maneva, vamos hasta el poblado cercano, te voy a comprar un par de prendas lo más oscuras y lo menos llamativas posible. -No entendía por qué.
Hasta que me fui haciendo más grande me di cuenta del por qué: los hombres ya dejaban de prestar atención a madre, ya me miraban a mí, con dieciséis de vuestros años era bastante llamativa, pero también tenía mi carácter. Soñaba con que el día de mañana encontraría un hombre honrado, trabajador con el cual poder tener una familia, pero no era sencillo, pero no era sencillo, no era sencillo para nada. Cuando ya casi tenía veinte de vuestros años, madre cogió una tremenda pulmonía y no sobrevivió al invierno. Había quedado huérfana del todo, pero por lo menos la pudimos enterrar. Yo seguí trabajando en la cosecha, ahora era yo la que me tenía que cuidar, me sentía desamparada, angustiada, sola.
Recuerdo que una tarde, camino al poblado, dos hombres montados en sus hoyumans me cortaron el paso. Los conocía, eran de la cosecha, pero sus intenciones no eran nobles, no eran nobles para nada. Del otro lado venía un hombre que se fue acercando lentamente, vio que estos sujetos me estaban acosando y les pidió, amablemente, que siguieran su camino. No eran guerreros, eran cosechadores, no tenían espadas pero sacaron dos puñales de entre sus ropas y le dijeron al hombre: -Sigue tu camino, no te metas porque saldrás perdiendo.
Lo que vi a continuación me sorprendió, primero vi que los hombres se tomaron la cabeza como si les doliera, luego vi dos enormes rocas que de la nada volaron del suelo golpeando a ambos tirándoles de su cabalgadura. Uno de ellos golpeó muy feo, quedaron desmayados, no murieron. El hombre se me acercó, me preguntó si estaba bien. Le dije "Sí". Me dijo que se llamaba Eleazar. Me cayó bien, lo veía bien vestido, elegante. Me preguntó en qué trabajaba. Le dije: -En la cosecha. -¡Oh! Yo tengo cerca de aquí una pequeña granja, espero verte más seguido.
Le agradecí. Me pidió acompañarme hasta el poblado. Me iba a negar pero me había salvado de estos hombres y accedí. Me acompañó incluso a la vuelta y quedamos en vernos después de tres amaneceres. Su visita se hizo asidua. Le conté mi historia, que las islas Nalares estaban bajo el mar, mi infancia, mi vida habían quedado bajo el mar y que tenía un pavor a los temblores. Eleazar me dijo: -Aquí, en tierra, no hay temblores.
Siempre esquivaba mi pregunta: -¿Cómo has hecho eso? ¿Cómo has logrado que les perturbe la cabeza a estos que me quisieron ultrajar y luego esas piedras que salieron de la nada?
Me explicó que tenía ascendencia de mento y que aparte podía mover objetos. Yo desconocía la raza de los mentos, me explicó que en el continente había muchas razas distintas, con distintos dones y que los dones no eran buenos ni malos, dependía de quién los usara y cómo los usara. Y me sentí segura, me sentí muy segura. Me preguntó si tenía pareja y le dije: -No. ¿Y tú?
Él me dijo que estaba separado, que tenía un hijo. Un poco me incomodó porque -quizá mi actitud de egoísta- lo quería, a Eleazar, para mí sola, je, je, pero bueno, ¿dónde iba a encontrar otra persona tan correcta? Yo sabía que en el futuro formaría pareja con él, y no en un futuro muy lejano. En realidad él me propuso llevarme a su granja y convivir con él. No tenía ataduras, había perdido de chica a padre, de más grande a madre y si bien muchos de los pobladores eran buenos, ¡ahhh!, tenía que estar luchando para protegerme, y qué mejor que tener una pareja que me cuide. Pero bueno, a veces el ser humano propone y aquel que está más allá de las estrellas dispone.
La historia continúa. Muchas gracias por escucharme. Dejo descansar al receptáculo porque ha captado todo mi pesar, le transmito hasta mi dolor de cabeza tan grande que aún después de tanto tiempo lo sigo teniendo por algo que vosotros en Sol III llamáis engramas.
Sesión 07/12/2016 La entidad recuerda una vida en Umbro en que llevaba encima engramas de pequeña, unos terremotos. El hijo de su pareja, mento, le reestimuló esos recuerdos. Deseó no tenerlo cerca más...
Entidad: Lo que vosotros llamáis engramas son condicionamientos mentales que se graban a nivel conceptual a nivel suprafísico. Esa vibración suprafísica lleva como una especie de grabación que cuando un 10% encarna en una unidad biológica, esa vibración suprafísica se graba en el ADN, por lo cual ese condicionamiento engrámico que arrastramos de otra vida lo podemos tener en la vida actual, y si bien podemos repasar el incidente que ocasionó el engrama hasta borrarlo por completo y dejar el recuerdo neutro, en muchos casos el engrama no lo eliminamos si no que lo desactivamos y cualquier circunstancia actual que sea, apenas con alguna similitud a la que ocasionó el engrama, eso puede reactivarlo provocando un nuevo condicionamiento o un síntoma a nivel físico.
Recuerdo la vida de Maneva en Umbro. Había nacido en las islas Galares. Desde pequeña ahí hubo terremotos, papá no sobrevivió, yo llegué con madre al continente, quedé con engramas a los temblores. Recuerdo que cuando mamá murió quedé como indefensa, gente en la plantación buscaba mi compañía, con o sin mi consentimiento, hasta que Eleazar, que era de raza mento, logró rescatarme con una gentileza, un don que yo no conocía en los varones. Me protegió hasta empezamos a salir y formamos pareja. Ya hacía tres de vuestros años que estábamos conviviendo, teníamos con Eleazar un nene de dos años. Nos reíamos porque uno decía: -Le pondremos Rasto de nombre. -No, Zovar; con 'Z' y 'v' suena mejor. Al final quedó con ambos nombres, Rasto Zovar.
El hijo de mi pareja, Ezeven, ya había cumplido quince de vuestros años, vivía prácticamente con nosotros. Yo le tenía cierto recelo, nunca me acostumbraba a su forma de ser. Aparecía cuando menos lo esperabas, te dabas vuelta y estaba mirándote como estudiándote, como que pudiera leerte la mente. A veces me causaba temor y en esos momentos sentía una tremenda presión en la cabeza, una tremenda presión en la cabeza producto del condicionamiento del gran temblor antes de que las islas Galares se hundieran. Me habían quedado secuelas físicas por los golpes que recibí en un derrumbe y esas secuelas se fortalecían, como si Ezeven tuviera un poder mental de potenciarme ese dolor. Eleazar se molestaba conmigo cuando yo me quejaba. -A Ezeven no le interesas, mujer. -Claro, obvio, porque no es mi hijo. -Mujer, me mal entiendes. Quiero decir que no le interesa tu opinión, él es distinto, él me ayuda con las tareas, de alguna manera es como que es mi compañero para que practiquemos por las mañanas moviendo rocas. -¿Sabes -le dije- que te supera cien veces? Tu ex-mujer, ¿por qué te dejó? -No me dejó, acordamos que nos separábamos. -Esa no es mi versión -le dije-, te dejó porque tú eras violento. -Y tú, ¿cómo me ves? Respondió: -Normal, no tienes motivos para ser violento. -Entonces. ¿por qué hablas?, mujer -me dijo Eleazar. -Quizá nos fuimos del tema. Quiero decir, hubo momentos de tu vida que sí eras violento. Te han provocado en un par de poblados y has lastimado gente o algo peor, un tema del que no me quiero acordar, pero tu hijo tiene una fuerza mental muy superior a la tuya y no solamente es un mento, y no solamente mueve rocas como las mueves tú sino que lo vi practicar contigo lanzando bolas de energía. -Mujer, la forma de vida de este mundo es distinta a la de otros mundos. -¿Existen otros mundos? -le dije. -Todos esos puntos que ves de noche son otros soles, que debe haber otros mundos girando alrededor de ellos. Me quedé pensativa, por primera vez dejé de pensar en Ezeven. -¿Tú dices que este mundo, nuestro mundo gira alrededor de nuestro sol? -Pero sí, por momentos es como que se acerca más y por eso llega el verano, por momentos se aleja más y viene el invierno. -No creo que sea así. -¿Por qué lo dices, mujer? -Porque he visto gente del norte. La poca gente pacífica que hay muy en el norte, la mayoría son salvajes que saquean aldeas y que comentan que tienen un invierno muy helado, y al mismo tiempo he visto gente del sur que se quejan del tremendo calor y viceversa. En otra época he visto gente del sur casi congelada y gente del norte con un verano infernal. Así que debe haber partes de este mundo que se acercan más al sol y partes que se alejan más, por eso se produce el frío y el calor en distintos puntos de esta tierra. -Está bien, es un razonamiento posible. Pero te decía, Maneva, tú te asombras de que Ezeven lance bolas de energía... He visto más al noroeste gente que tiene el poder del rayo, lanza descargas eléctricas. He visto en el desierto seres que son dos cabezas más altos que nosotros con un rostro que te causaría pánico y sin embargo son tranquilos, mansos. Entonces, a veces prejuzgamos por el aspecto o por lo que pueden hacer y no por lo que son por dentro.
No me tranquilizó la conversación con Eleazar. Habíamos agrandado la casa, teníamos un lugar para comer y tres habitaciones, era una casa bastante grande, un dormitorio para nosotros como pareja, otro donde se quedaba Ezeven y otro donde estaba nuestro niño, Rasto Zovar. Una tarde entro en la habitación de Rasto, estaba en una pequeña cama con unas rejas para que no se cayera, muy similares a vuestras cunas de Sol III, y Ezeven estaba a su lado. Quizá fue una torpeza mía pero me puse a gritar como loca. -¡Qué le estás haciendo a mi hijo! ¡Qué le estás haciendo a mi hijo! Ezeven me miró y no me respondió. Me puse frenética: ¡Lo estabas lastimando! El me gritó: -¡No le estoy haciendo nada! Estaba a punto de acariciarlo. ¿Por qué le habría de hacer algo malo? -Porque tú eres raro.
En ese momento vi que puso los ojos en blanco, sentí que la casa empezó a temblar. Me puse a gritar y me puse a llorar, lo tomé en mis manos a la criatura y corrí para el comedor. En una alacena había colgado una pequeña lámpara de aceite que en este momento estaba apagada, se desprendió de sus ataduras y cayó sobre mi cabeza. Caí de rodillas sin soltar a Rasto Zovar. Gritaba frenética, el bebé espantado lloraba desaforadamente. Ezeven se marchó. Vino corriendo Eleazar. -¿Qué sucedió? -Ezeven, Ezeven con su poder mental hizo temblar la casa, sabes que yo tengo miedo a los temblores, lo hizo apropósito. Mírame, me sale sangre de la cabeza, me ha tirado la lámpara de aceite.
Eleazar llevó al nene a que descanse. Me lavó la herida. Me dijo: -No es nada grave. Puso las cosas en su sitio. Marchó a hablar con Eleazar, con Ezeven. Eleazar y Ezeven estuvieron hablando un buen rato. Volvió. -¿Qué te dijo Ezeven? -pregunté. -Según su versión estaba mirando al niño con ternura, le iba a acariciar la cabeza, tú entraste gritando desaforada que él le quería hacer daño al niño. Empezaste a acusarlo gritando, él perdió el control, no quiso hacer daño y con su poder mental tembló la casa. La lámpara de aceite te cayó directamente porque por del mismo temblor se desprendió de las ataduras, no intentó jamás hacerte daño. -O sea, que fui yo la culpable, siempre soy yo la culpable. Tienes un hijo raro que es un peligro para todos y lo justificas. -Mujer, voy a seguir trabajando. Hablaremos cuando estés más tranquila. -No me interesa estar más tranquila, va a terminar matando a alguien, a mí o al nene. Eleazar me iba a contestar, abrió la boca, hizo un gesto, dio media vuelta y se marchó. Ezeven no estaba, había desaparecido. Le pedí a aquel que está más allá de las estrellas que no volviera, pero sabía, sabía que no sería así, sabía que era un peligro para nosotros. Y hasta estaba arrepentida de haberme puesto en pareja con Eleazar, pero a su vez agradecida con aquel que está más allá de las estrellas de haberme dado ese regalo, este niño llamado Rasto Zovar, que lo protegería de Ezeven aunque me costara la vida.
Sesión 31/01/2017 No lo pasó bien en Umbro. La entidad cuenta que su rol tenía miedos acumulados desde joven por malas experiencias y ahora temía por su hijo, le parecía que su hermano mento quería dañarlo. La entidad se pregunta qué es antes, el Servicio o la supervivencia.
Entidad: A veces puedo entender, no justificar, pero sí entender las distintas vivencias donde una, como rol absorbe, encaja, asimila distintos engramas haciendo que sienta presión en la cabeza, que tenga temores a que algo se me caiga encima.
En la vida como Maneva, en Umbro, nací en las islas Nalares, al oeste del continente antiguo. Desde pequeña hubo allí distintos terremotos hasta que vino el gran temblor que hundió la isla y fui con madre al continente, padre no sobrevivió. De ahí fue que quedé con engramas a los temblores. Esos engramas, de alguna manera, modifican el ADN cada vez que una encarna. Me quedaron secuelas físicas por golpes que recibí en el derrumbe. Pero el resto de las vivencias... ¿por qué pasarlas?, ¿por qué vivirlas?
Después que quedé sola trabajé en un poblado de la orilla, y un hombre muy bueno, llamado Eleazar, me salvó de otros hombres que trataban de hacerme daño. Formé pareja con él. Me había contado que él tuvo una relación con una mujer llamada Ervina, se separaron, ella ahora estaba en pareja con otro hombre. El mejor regalo que nos dio aquel que está más allá de las estrellas fue nuestro hijo, un niño, llamado Rasto Zobar. Pero no todo era felicidad, no, no todo, Eleazar tenía un hijo llamado Ezeven que era raro, distinto. Eleazar se separó de su ex cuando Ezeven tenía nueve años. Tres años después es cuando lo conocí yo, y ahora que el niño tenía casi tres años y Ezeven había desarrollado esos dones tan terribles mi pareja me advirtió. Me dijo: -Tanto yo como mi ex, Ervina, éramos mentos.
Había escuchado lo de los mentos, humanos con poderes mentales que hasta podían producir dolor de cabeza hasta dejar sin sentido a quien los atacara. Eran una raza buena, había excepciones obviamente, pero la mayoría eran nobles. Eleazar tenía aparte unos dones de poder mover cosas a distancia, pero su hijo Ezeven, introvertido, no se sabía qué pensaba, que decía, qué iba a hacer, sus dones eran potenciados, movía objetos a distancia, podía provocar temblores a los que yo les tenía pánico y hasta lanzar descargas eléctricas en sus manos, alguien malvado podía tener eso. Recuerdo la última vez que discutía con Eleazar, que se iba camino al poblado a comprar víveres. -Tú sabes lo qué sucede. -Mujer... -No me digas mujer, tú sabes lo que sucede. -Maneva, basta, no viene casi nunca ahora, Ezeven. Me da pena, su madre, Ervina, tampoco lo quiere, se siente incómoda. -¡Y con razón! -afirmé yo-. Pero hace al menos quince, veinte amaneceres que nuestro bebé tiene convulsiones. Y qué causalidad, ¿no?, que sucede cada vez que viene Ezeven. Eleazar se dio vuelta antes de montar a su cabalgadura y me dijo: -¿Estás afirmando algo? -Sí, estoy afirmando algo. -¿Estás diciendo que Ezeven es el que le causa las convulsiones al bebé? -Bueno... -Lo hemos llevado al poblado hace siete amaneceres y no le encuentran nada. Mañana, si te parece, lo llevaremos al gran poblado de la zona ecuatorial, hay gente que entiende del tema, quizá le den algún brebaje de hiervas. -O sea, que tú piensas que es algo físico, no crees que es algo causado por tu hijo.
Eleazar hizo un gesto como de impotencia y me molestaba que hiciera eso, me tomaba como que yo había perdido el sentido común, y yo sabía que no. Montó su cabalgadura, partió con su hoyuman para el poblado. Voy volviendo para casa y había dejado la puerta abierta, y veo como unos resplandores bancos, como unos resplandores de luz, una luz mucho más intensa que la vela que había dejado sobre la mesa. Corro, corro y cuando llego a la casa veo la escena más aterradora, Ezeven lanzando rayos sobre el bebé. ¡Grito! ¡Grito! Ezeven me mira, se aparta de la cuna y en ese momento pierdo el sentido. Abrí los ojos, vi la figura de Ervina. Ervina me levantó. Lo primero que me dijo: -El bebé está bien.
Me levanté rápidamente, corrí hasta la cuna, el bebé estaba bien. Le conté lo que había visto. -Justo venía a visitarte y escuché los gritos, y lo vi a mi hijo salir. -¿Qué te dijo? -Pasó de largo, no me dijo nada. -¿Te das cuenta?, estaba por asesinar al bebé por celos o vayas a saber por qué razón, porque dentro suyo... discúlpame, discúlpame Ervina, pero tu hijo es un engendro.
A Ervina le caían las lágrimas, al fin y al cabo estaba hablando de su hijo. Pero yo quería ser feliz, ser feliz con Eleazar. Cuando volviera le contaría lo que había pasado, que tome medidas, que hable con las autoridades, que haga algo. Una vez me contaron que en otro poblado había un hombre raro que mataba niñas adolescentes. Fue una turba con una antorcha, le incendió la casa con él adentro.
Ya no pensaba. Mi dolor por el bebé, que gracias a aquel que está más allá de las estrellas estaba bien, pero mi dolor y mi mente aterrada me hacían pensar lo que quizá fríamente eran disparates, como el quemar a alguien dentro de su casa. Pero si no lo deteníamos ahora, ¿qué haría en el futuro?, ¿qué más haría? Y me pregunté, ya a solas con el bebé luego que Ervina se marchó, ¿por qué hay que pasar por estas pruebas?, ¿qué tenemos que compensar?, ¿qué cosas nos pide aquel que está más allá de las estrellas cuando en determinada vida nos pasan cosas dolorosas que no buscamos, que ni siquiera imaginamos? ¿Por qué?
Como thetán sé que los Maestros dicen que hay cosas que se aprenden más con el dolor que con el placer. Sí, obviamente, el dolor te marca más pero qué cosas se tienen que aprender con el dolor, ¿a pensar que sufrir es algo común?, ¿a pensar que todo ser humano en las distintas vidas viene ya a sufrir directamente? ¿Y el amor? ¿Y la armonía?
No es lo que yo aprendí. En Umbro no lo pasé bien, perdí a papá en las islas Nalares, a mamá en el continente y luego que conozco al hombre de mi vida tiene un hijo que... A veces llego a pensar que me hubiera juntado con otro hombre aunque no lo amara tanto pero que no tuviera tantos problemas. ¿Te puedes adaptar a los problemas? ¡Quién se puede adaptar a los problemas? Nadie se puede adaptar a los problemas. Te adaptas a la situación pero no a las desgracias, te adaptas a una circunstancia pero no al dolor. Yo no digo que encarnemos solamente para disfrutar, también debemos ser útiles a los demás, lo reconozco, lo sé, lo entiendo, lo acepto, pero si estamos aterrados, si nuestra mente está a la defensiva permanentemente, no seamos hipócritas, que no nos enseñen los Maestros que lo más importante es el Servicio, lo más importante es la supervivencia, ¡no seamos necios!
Veremos qué diría Eleazar cuando regrese, qué medidas tomaría. Mi anhelo era buscar la tranquilidad, mi anhelo era estar en armonía con mi esposo y con mi bebé, y verlo crecer sano, absolutamente sano. Aquel que está más allá de las estrellas nos ayudaría. Tengo fe, aunque la fe es una sinrazón. Critíquenme, digan lo que quieran, pero yo tenía fe, dentro de mi mente aterrada tenía fe.
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