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Psicoauditación - Marcelo |
Sección Psicointegración y Psicoauditación - Índice de la sección - Explicación y guía de lectura de la sección |
Si bien la Psicoauditación es la técnica más idónea para erradicar los engramas conceptuales del Thetán o Yo Superior de la persona, la mayoría de las veces se psicoaudita a thetanes que habitan en planos del Error y sus palabras pueden no ser amigables y/o oportunas para ser tomadas como Mensajes de orientación, algo que sí se da cuando se canaliza a Espíritus de Luz o Espíritus Maestros.
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Sesión del 20/12/2022 Aldebarán IV, Remigio Sesión del 08/01/2023 Aldebarán IV, Remigio Sesión del 17/01/2023 Aldebarán IV, Remigio Sesión del 13/02/2023 Aldebarán IV, Remigio Sesión del 10/03/2023 Aldebarán IV, Remigio Sesión del 15/04/2023 Aldebarán IV, Remigio Sesión del 17/04/2023 Aldebarán IV, Remigio Sesión del 15/05/2023 Aldebarán IV, Remigio Sesión del 18/05/2023 Aldebarán IV, Remigio Sesión del 12/07/2023 Aldebarán IV, Remigio Sesión 20/12/2022 Se encontró con un joven guerrero del norte que le propuso vivir aventuras. Le enseñó cómo se peleaba y buscó quien le enseñara estar con una mujer.
Entidad: -¡Remi, Remi! -Dejé la leña que estaba cargando, me di vuelta y le dije: -¿Qué, mamá? Mamá Jazmine me miró con desprecio y me dijo: -¿Qué pasó, no te tomaron en los grandes almacenes? ¿Ni para eso sirves? Cualquier peón me puede cargar leña, pero necesito metales, me-ta-les. -Me probaron, probaron a otros jóvenes, dijeron que en siete amaneceres me presente para ver si me aprobaban o no. -¡Ja, ja! ¡Qué basura! ¡Ay, ay! Por qué no habrás salido como tu tío Gofo. Me enojé. No soy de responderle de manera reactiva, pero le dije: -¿Te gustaría que fuera como él, alcohólico, borracho, ladrón, una persona que ultraja a los niños? -Tonterías, tonterías, inventas cosas para hacer quedar mal a la familia. Y espero que no lo hayas contado en la aldea, no vaya a ser que vengan y prendan fuego a la casa. Y tu madre, la que te crió, la que te cuidó se quede tirada en el bosque. -¿La que me cuidó?, la que me cuidó de que tu cuñado, tu amante, no sé si fue él el que mató a papá Orán cuando yo era bebé. -¡Plaf! Una cachetada. Cerré los puños. -Claro, le vas a pegar a tu madre. -Por supuesto que no, jamás haría eso, jamás haría eso.
Pasó el tiempo, pasaron meses. Me encontré con un joven con espada. Me impresionó. Alto fuerte. Le pregunté: -¿Quién eres? -Mi nombre es Baro, soy hijo de un gran guerrero del norte. Vine a conocer nuevas tierras. -¿Solo?, ¿no tienes miedo de que te asalten maleantes por el camino? -¡Ja, ja, ja! Soy Baro, nadie puede conmigo con la espada, nadie. -Me miró de arriba abajo-. ¿Qué pasa que no portas una? -Me encogí de hombros -Vivo con mi madre, soy leñador. ¡Bah!, leñador no, recojo troncos. -¿Con quién más vives? -No, sólo con mi madre, mi padre Orán falleció cuando tenía meses de vida. Y hace poco murió mi tío Gofo. -Así que viven solos. ¿Quién los protege? -No tenemos metales, no se van a llevar nada. Tenemos unos puersarios y nada más. Algunas aves en el corral. ¿Qué se van a llevar? Ni se molestan. Me miró y me dijo: -Necesito un compañero de aventuras. -Miré que estaba en un hoyuman muy grande, semental, y dos enormes mochilas. -¿Qué guardas allí? -¿Allí?, ropa. En las alforjas, en una de ellas una pequeña carpa, me gusta acampar. Y no repitas que puedan asaltarme. Con ésta -Se tocó la espada-, he vencido a muchos. -Pero eres joven, apenas un poco más grande que yo. -¡Je, je, je! Desde los diez años que practico con la espada. Mi padre siempre estuvo orgulloso de mí y me permitió ir a conocer nuevos lugares. Cuando él muera yo voy a ser el rey del norte. -Me gustaría acompañarte, pero necesito metales, mi madre está esperando que me tomen en los grandes almacenes. -¿Metales?, ¡ja, ja, ja! -Sacó de su bolsa tres metales plateados-. Toma. -Los cogí en el aire-. Llévale a tu madre. -¿Y qué le digo? -¿Y por qué le tienes que dar explicaciones?, tienes un amigo. Te espero aquí, en el camino a la montaña. -Me quedé sorprendido y me fui para casa.
Le di los metales a madre. Miró los tres metales y sus ojos se abrieron de sorpresa: -¿Y esto?, esto es una fortuna. ¿Lo has robado? -¿Te asombrarías si lo hubiera robado? -Sería lo último. -Madre, no seas hipócrita, el tío Gofo robaba y lo admirabas. -No lo admiraba, él nos mantenía. -Bueno, ahora te mantengo yo. -¿Quién te los dio? -Un amigo. -¡Ajá! ¿A cambio de qué? -¿Por qué siempre piensas cosas raras? -¡Ay! Remi, Remi, ¿te crees que no sé? -¿Qué es lo que sabes? -Tu tío una vez me contó que lo abrazabas, que lo besabas por todos lados y que le implorabas amor, y en lugar de yacer conmigo yacía contigo. Por eso te odio. -La miré con desprecio. -¿Así que te contó eso? ¿No te contó que me golpeaba con el codo la espalda hasta casi quebrarme las costillas? ¿No te contó que me ultrajaba a la fuerza?, ¿no te contó...? -¡Je, je! Siempre desvirtúas la historia, como basura que eres. Pero bueno, mientras me traigas metales haz de tu vida lo que quieras. -Se dio vuelta y no me prestó más atención.
Me fui camino a la altura. En la boca que subía para la montaña me encontré con Baro, el hijo del guerrero del norte. Subimos a pie, él llevaba de las riendas al hoyuman. Recién por la tarde llegamos a una de las cimas. -Ayúdame -dijo-, ayúdame, muchacho. -Me llamo Remigio. -Bueno, ayúdame, Remi. -Lo ayudé y armamos la carpa-. Aquí tengo carne seca, comeremos eso. Mañana será otro día, está fresco.
Entramos a la carpa y nos tendimos en la manta. De repente en medio de la noche Baro empezó a tocarme. Yo me sentí como excitado, pero a diferencia del tío Gofo él me tocaba en todas mis partes. En realidad yo no sabía que quería hasta que me despojó de la parte baja de mis ropas y él se despojó de las suyas. -¿Qué haces? -Me cogió de la mano y me tiró, me puso la boca contra la lona. No ofrecí resistencia, me dejé poseer. Por lo menos era mucho más tierno, más dulce que el tío que me golpeaba. Él me abrazaba, me besaba, me hacía sentir bien. Y varias veces a la noche. Pero al día siguiente indiferente, como si nada. -¿Qué haces? Dobla las mantas, átalas. -¿Por qué me hablas así?, somos amigos o algo más. -¿Amigos? Nos conocimos ayer, ¡qué amigos! ¿Qué te pasa, Remigio? -Pero anoche... -¿Anoche qué? -Anoche nos sacamos el gusto. -Eso no es ser amigo, eso no es ser nada. Eso no es ser nada de nada. -¿Acaso me desprecias? -Déjate de decir tonterías, Remigio. Vamos, vamos, acomoda las cosas, ayúdame a doblar la carpa. -Finalmente bajamos de la montaña.
Por el camino se cruzó Guamiro. -Vaya, ¿cómo estás, Romi? Baro le dijo: -¿Quién eres? -Mi nombre es Guamiro, hermano de Brunilda. -¿Quién es Brunilda? -Brunilda es mi hermana, que quiso salir con... con Romi. -¿Por qué le dices Romi? Se llama Remi. -¡Ja, ja, ja! -Rió Guamiro-. Tengo una amiga que se llama Romina, por eso le digo Romi. No quiso estar con mi hermana Brunilda. -Baro me miró. -¿Es cierto? -No, no es cierto, simplemente que me acobardé. -Guamiro no era precabido, se quiso burlar de Baro. -¡Qué!, ¿ahora eres el novio de Romi? -Baro no sacó la espada, se acercó a Guamiro, eran de la misma estatura, pero le pegó un puñetazo que lo tiró contra el barro. Guamiro se levantó rápidamente-. A mí nadie me golpea. Baro se tocó la espada: -¿Tienes una espada? Vamos a resolver el conflicto. -Guamiro bajó la cabeza. -Te pido disculpas por lo que te dije. -No, no las acepto. Ve a buscar un espada, te espero aquí. -Me miró a mí-. ¿Sabes dónde vive? -asentí con la cabeza-. Si no vienes iremos a buscarte a tu casa, te mataré, mataré a tu familia e incendiaré tu vivienda.
Al poco tiempo apareció Guamiro con cuatro amigos más, todos armados. Baro sonrió: -¿De verdad, de verdad quieres hacer eso?, ¿eres tan cobarde que no puedes solo conmigo? -No pasa por ahí. Veo que tú eres un guerrero, yo no, pero contra cinco no podrás. -Si tú lo dices... -Sacó la espada. Me miró a mí-: ¿Tú no usas espada? -Nunca. -Entonces córrete a un costado.
Lo atacaron entre todos. Era más que diestro, los fue hiriendo uno por uno menos a Guamiro, a quien golpeó con un puntapié en la entrepierna haciéndole retorcerse de dolor. Retorcido de dolor, no podía levantarse. A los otros cuatro les fue quitando la vida uno por uno con su espada. Me miró a mí y me dijo: -Coge la espada que más te gusta. -Había una muy buena, de buen metal. -Pero no es mía. -Ahora sí. Cuando tú matas a alguien todo lo que posee es tuyo. Y yo te regalo esa espada. Es más, fíjate que el muerto tiene un traje de cuero..., está bien, tiene un par de agujeros, ¡je, je!, provocados por mi espada, pero los puedes zurcir. Coge las botas... -¡Pero...! -Está muerto, no pasa nada. -Hasta me daba impresión tocar un cadáver.
Guamiro se sentó en el piso: -Has matado a mis amigos. -Agradéceme, te he perdonado la vida, agradécemelo. ¿Quién es esa joven? -Esa es mi hermana. -Horrorizaba estaba al ver a los amigos muertos. -¿Quién ha sido? -Yo. Ven aquí. -No. -Baro puso la espada en el cuello de Guamiro. -Degüello a tu hermano si no vienes. -Se acercó. La jaló de los cabellos-. Cuando digo que vienes, vienes. -Lo miró a Guamiro-. Te quedas con Remigio, y no lo vayas a tocar. Y tú ven conmigo. -Lo miré a Baro. -¿Qué vas a hacer? -Lo que deberías haber hecho tú. -Se alejó como cien pasos en el bosque. Y obviamente yació con ella, se escuchaban los gritos de Brunilda. A Guamiro lo vi más humano. -Brunilda ha estado con varios varones, ¿por qué grita? Ve a ver. -No. -¡Ah! Conmigo si te abusas, pero cuando viene un guerrero no.
Volvieron. Guamiro le preguntó a la hermana: -¿Por qué gritabas? -Me ha tomado por la fuerza. Le dije: -Tengo entendido que ella ha estado con varios varones, se podía haber entregado. -No me interesa que se entregue, mi idea era someterla, mostrarle quién era un guerrero del norte de verdad. Guamiro dijo: -Ya habrá quien te bajará los humos, ya encontrarás a alguien que puede contigo. -Le apoyó la espada en el cuello. -Por lo menos tú no. Date por satisfecho que te dejo con vida. -Me llevaré los cuerpos. -No, todavía no, los voy a revisar. -Todos tenían metales, me tiró unos cuantos a mí-. Toma, para que tu madre después no se queje. -Había metales cobreados, plateados-. Los guardé en un bolsillo. -Baro lo miró con ojos entre cerrados a Guamiro-: Cuando yo me vaya no se te ocurra desquitarte con Remigio, yo no me iré lejos, estaré por aquí. Siempre voy a estar por aquí. Y tú, mujer -A Brunilda-, enséñale a Remi lo que es una mujer. -¿Es un pedido? -No, yo no pido, yo ordeno. Yo voy a volver en siete amaneceres, si yo me entero que no has tenido una relación con Remi te llevaré al norte y te haré pasar por toda la tribu. -No harías eso. -¡Ja, ja, ja! Mírame bien, ¿te parece que estoy mintiendo? -Brunilda bajó la cabeza. Guamiro no dijo nada. Acomodó las alforjas-. Ahora tú, Guamiro, con otros amigos entierra a estos. Y tú, Remigio, ve a tu casa, llévale los metales a tu madre. Mañana te encontrarás con Brunilda aquí en este mismo lugar. Tú, Guamiro, ni aparezcas, quiero que estos estén juntos, quiero que conozca el amor de una mujer. Le pregunté: -¿Por qué? -Quiero que compares, porque veo que no estás seguro de ti mismo. -¿En qué sentido? -No te hagas el estúpido -me gritó. Montó su hoyuman y se marchó al trote.
Guamiro me iba a decir algo y cerró la boca. Brunilda me miró. -Mañana te espero aquí. -¿Lo haces porque te lo dicen? -Sí, no te voy a mentir. No quiero ser una esclava de los norteños. -Me marché para casa.
Al día siguiente estaba excitadísimo, pero de ansiedad, una ansiedad que me partía en varias partes mi cuerpo, una ansiedad que me ahogaba. El corazón me latió rápidamente cuando la vi aparecer a Brunilda. Fue ella la que me hizo todo, se subió encima, me empezó a besar, me despojó de mis prendas y tal como fuera un jinete de hoyuman me montó. Sentí placer, un placer tremendo, me besaba y correspondía yo a sus besos, hasta que en una explosión me relajé. -¿Ya está? -dijo ella. Asentí con la cabeza-. Bien. Cuando venga tu amiguito, el guerrero, le dices. Así me deja tranquila. Y tú también, te has ligado un buen premio. -No dije nada.
Era una experiencia nueva, me sentía bien. Y después me recordé cuando había estado en la montaña con Baro e hice comparaciones. Me sentía como indefinido, Baro, Brunilda... Baro no me forzó, a Baro lo disfruté cuando estaba dentro mío. Brunilda la disfruté cuando estaba dentro de ella.
Sesión 08/01/2023 Se sentía seguro con él, se sentía contenido. Era su amigo, se encontraba bien con él, bien protegido con él. Pensaba que podría ser por los sucesos de hace años, cuando su tío lo abusaba.
Entidad: Lo más..., cómo diríamos, lo más complicado es cuando tienes emociones encontradas porque ello se presta a que tengas más confusión, a que tus ideas también sean encontradas, opuestas. No voy a hablar de sentimientos, esto es muy delicado, voy a hablar de emociones.
Baro fue para mí, y lo sigue siento, un amigo, un amigo al cual le tengo un gran afecto. Cuando estuvimos en un momento determinado en la montaña, prácticamente él armó el campamento, yo apenas lo ayudé. Y nos quedamos. Y bueno, me poseyó. Yo me quedé de manera pasiva, sin resistirme ni nada. Tal vez tenía, no sé, traumas. Cuando mi tío alcohólico a los ocho años abusó de mí, sólo escuchar el nombre de Gofo, a pesar de que ya no está más con nosotros, me da como escalofríos. Pero Baro no, Baro no me ultrajó, fue como pasar de caricias al hecho en sí. Y por uno momento me sentí como..., mientras me poseía me sentí como protegido, como que él me protegía, no como que intimaba conmigo, como que era mi protector. Es muy difícil que se entienda, pero lo afirmo.
Recuerdo que siempre Guamiro, el hermano de Brunilda, se burlaba de mí. En lugar de Remi, que era mi nombre diminutivo de Remigio, me decía Romi, diminutivo de Romina, la aldeana que se acostaba con todos. Cuando nos vio bajar de la montaña se burló y Baro lo golpeó muy muy fuerte. Ahí, ahí me di cuenta de que más que mi amigo era mi protector. Me cogió pavor, angustia cuando este tonto de Guamiro regresó con cuatro amigos armados. Baro no se inmutó, no se inmutó para nada. Usaba muy bien la espada y pudo acabar con todos, menos con Guamiro. Y me puse a pensar, no quise preguntarle, no quise presionarlo quizá porque estaba algo reactivo él, no es que no lo mató a Guamiro por compasión, yo creo que para que quede como testimonio viviente de lo que podía hacer Baro con la espada. Y después me sentí muy violento cuando aparece Brunilda y le ordena que intime conmigo. Ella es como que no quiso hacerle caso. Baro le dijo: "Conozco quien me da buenos metales por una mujer, aunque sea usada". Ella quiso violentarse, Baro lo que hizo fue apoyar su mano sobre su espada. Lo miró a Guamiro y le hizo señas que se vaya.
Guamiro agachó la cabeza y se marchó. Brunilda le dijo: -¿Qué haces? -No le contestó, era burlón con quienes podía y cobarde con quienes no podía.
-¿Qué esperas? -habló Baro. Brunilda tenía un pequeño lugar, una especie de cuarto de enseres: -Pasad. -Quiero ver, no quiero que me engañen. Le dije: -Baro, yo... -Ella te ha rechazado. Poséela. -No, no tengo deseos. -Brunilda, hazle tener deseos. -Ella se encogió de hombros. Sacó la espada Baro. -No me lo hagas decir de nuevo, tú sabes cómo hacer. -Entonces déjanos. -No, quiero ver. -Remi no te va a mentir. -Quiero ver. Haz tu trabajo. -Yo estaba con vergüenza, y se lo dije a Baro: -¿Cómo hago si tú nos miras? -No voy a quedarme, quiero ver.
Brunilda se despojó de las ropas y empezó a despojarme de las mías mientras besaba, sentí como una especie de electricidad en el cuerpo. Fue besándome y besándome hasta llegar a excitarme. Me atrajo contra ella y comencé a consumar la relación. Como pude me di vuelta y Baro ya no estaba.
Como pude llegué llegar al clímax. Me sentí extraño, cómo puedo explicarlo, no voy a negar que disfruté, porque sí, disfruté, pero no me sentía protegido por Brunilda, como que ella se sometía a mí, figurativamente hablando, porque ella en determinado momento tuvo el control de la relación, de la intimidad, pero después asumió la parte pasiva y yo la activa. Pero de ninguna manera me sentí contenido como sí lo sentí con Baro. Una vez consumado el hecho me vestí. Ella ni me habló, salió del cuarto
Baro estaba afuera sentado en una roca: -¿Y? -Hizo lo que tú pediste. -¿Y tú? -Me encogí de hombros. -Yo... yo creo que estuve bien. -¿Cómo te sentiste? -Me daba tremendo pudor explicárselo. -Me sentí normal. -No se entiende, Remi. -Sentí como se sentiría cualquier guerrero con una posadera, un acto y ya está. -¿Pero lograste...? -Si te refieres a si... Sí, sí, pero no me sentía contenido, protegido. Y tal vez yo tenga aún los traumas del fallecido tío Gofo cuando me ultrajó, cuando mi madre Jazmine lo justificaba, porque él le traía metales. Entonces es como que siempre me sentí no sólo aislado sino desnudo ante el mundo. -¿Desnudo? -Desnudo quiere decir... -Sí, sé lo que quiere decir, como inválido, de alguna manera. -Vale. No sería la expresión correcta, pero vale. -O sea, que necesitas sentirte contenido. -Tu amistad me contiene -le dije. Y luego me dio una vergüenza tremenda decirle eso. Sonrió no lo veía sonreír casi nunca a Baro-. Eres distinto, conmigo te portas bien y eres una centella con la espada, lo que has hecho con esos cuatro maleantes, supuestamente amigos del hermano de Brunilda, los has liquidado fácilmente. Aparentemente eres muy bueno con la espada, pero por qué me... Yo no soy nadie, tú podrías tener otro tipo de amigos más importantes. -Eres tonto, Remi. -¿Ves?, ahora me rebajas. -No, no te rebajo, te digo tonto por lo que tú piensas de ti mismo. ¿Por qué un guerrero del norte que asalta aldeas y viola jóvenes es más importante que tú? -Bueno, porque lo respetan. -No, no, Remi, no lo respetan, le tienen miedo, el respeto es otra cosa. -¿A ti te respetan? -Baro sonrió. -El que me conoce me respeta y no por miedo, porque yo trato bien a la gente. -Bueno, ¡je, je, je!, no a todos. -No, no a todos.
Quería preguntarle más cosas, pero no me animaba. -¿Nosotros somos amigos, Baro? -Lo sabes. -No entiendo tu postura. -Yo no entiendo lo que me estás diciendo. -Me daba vergüenza preguntarle. -¿Por qué me has hecho yacer con Brunilda? -Porque la vi varias veces contigo, te besaba y luego a tus espaldas se reía y comentaba con otras amigas que tú eras un tonto. No delante de tuyo, a tus espaldas. -Y seguramente soy un tonto. -Ahora lo dices tú, pero te has molestado cuando te lo dije yo. Por eso quería que estuvieras con ella, para que después no ande diciendo con las otras aldeanas "Remi no pudo". -Bueno, pero fue obligada. -No importa. En su memoria queda como que estuvo contigo. No importa si obligada. -Está bien ¿Y yo qué gané con todo esto? -¿Me preguntas en serio, Remi? -¿Ves?, tú te burlas de mí. -No me burlo de ti -respondió Baro-, me molesta que no te tengas confianza, me molesta enormemente. -¿Por qué?, ¿qué te importa de mí? -Se encogió de hombros. -Me pareces una persona leal. -¿Tú has estado con aldeanas o pasaderas? -Sí. -¿Muchas? -No tengo idea. -¡Ja, ja! Evidentemente muchas. -No tengo idea. ¿Me quieres preguntar algo, Remi? -En el campamento de la montaña... ¿por qué... por qué pasó eso? -Porque tenía... porque tenía ganas. -No me preguntaste si yo tenía ganas. -No, pero vi que no has ofrecido resistencia. -No entiendo. O sea, ¿por qué lo has hecho?, tienes infinidad de posaderas a tu disposición. -¿Por qué todo tiene que tener una explicación? -Es una forma indirecta de eludir tu respuesta. -No eludo nada -respondió Baro-, simplemente que las cosas pasan y ya está. -Entonces me sentí molesto. -O sea, ¿para ti fue algo que pasó y ya está? -Qué paciencia que tengo contigo, ¿eh? -Y entonces, ¿para qué eres mi amigo? -Déjate de tonterías. ¿Tienes hambre? -No me respondes. ¿Por qué has estado conmigo? -Porque sí. ¡Punto! ¿Tienes hambre? -Obvio. -Vamos hasta el poblado, tengo metales. -Pero... -¿Pero? -Me encogí de hombros. -Nada, solamente quiero saber en qué lugar estoy yo. -¿Lugar? -¿En qué postura? -No entiendo postura. -¿En qué situación? -¿Situación? Estás bien. -Ahora te haces el tonto tú, Baro. -Contigo. Somos amigos. -¿Y por qué me siento protegido? -¡Ahhh! Remi Remi Remi Remi, no siempre voy a estar, si quieres te enseño a manejar bien la espada. -¿Te vas a ir? -Es una manera de decir no pienso irme. Ve al corral y saca un hoyuman, vamos al poblado. ¡Vamos! -Cogí un hoyuman, lo ensille y monté-. Te voy a comprar una buena espada en el almacén de ramos generales. -No quiero llevar espada, van a buscar una excusa para desafiarme. -Conmigo nadie te va a desafiar.
Me sentía raro. En la montaña había estado con Baro, en los enseres había estado con Brunilda. ¿Cómo me sentí mejor? ¿Con quién me sentí mejor? Mi mente era un bullicio de voces internas, como que en vez de aclarar mi mente estaba más turbia. Y eso no lo podía permitir, tendría que despejarme. Pero por ahora iríamos al poblado a comer algo. Lo que pasó después es otra historia.
Sesión 17/01/2023 Su amigo trataba de enseñarle cosas de la vida, lo que era normal, pero entendía que sin sentimiento no debían ser. Trataba de convencerle que hay que ser práctico, como saciar el apetito, la sed. Se encontraron con tres maleantes.
Entidad: En lugar de aclarar las cosas me sentía más confundido, estaba como perdido por la actitud contradictoria de Baro.
Recuerdo que fuimos a una posada a comer un guisado, habló con el posadero y le señaló el piso alto. Bajó una joven con muy poca ropa y habló con Baro. Se acercó a mí y me dijo: -Enseguida vengo, espérame. -Me quedé como petrificado. Me pedí una bebida caliente.
Pasado un tiempo bajó Baro, pagó la consumición y dejó unos metales más. Y salimos. Fuimos a la cuadra a buscar el hoyuman y salimos del poblado. Íbamos al paso con los equinos y le pregunté: -¿Qué... qué pasó? -Me miró. -¿Qué pasó cuándo? -En la posada. -No entiendo, comimos algo. -Claro, pero después. -¿Es una broma, es una broma Remi? Me fui a acostar con la posadera. -Claro, pero pensé que... pensé que éramos amigos. -O no entiendo o eres tonto. -No me insultes -le pedí. -Si no quieres que te insulte no hagas preguntas tontas. ¿Qué tiene que ver nuestra amistad con que yo vaya con una posadera?, tú no quieres ir, es tu problema. -Pero y... ¿y lo que pasó entre nosotros? -Se encogió de hombros. -¿Qué tiene que ver? -Claro, pensé que... Me da como vergüenza, ¿no? -Habla de una vez. -Claro, pensé que conmigo te bastaba. -¿Contigo? Contigo es un momento, con la posadera también es un momento. -O sea, yo no te satisfago. -¿Pero qué tiene que ver? Mañana voy a otro poblado con otra posadera. Yo no me siento prisionero de ninguna emoción, no me siento prisionero de ningún sentimiento, no me siento prisionero de ninguna atracción. Hago lo que quiero, cuando quiero y donde quiero. A ver, a ver, Remigio, no entiendo, ¿te refieres a que si de repente estoy contigo tengo que estar contigo solamente? No es así la cosa. Si no te gusta como soy, si no te gusto como actúo sigue tu camino. -Tampoco necesito que me trates así. -¿Y cómo quieres que te trate? Me da la impresión como que me estás exigiendo. -No, yo no exijo nada. -Entonces déjate de decir tonterías. -De repente se acercó, me palmeó la espalda-. Vamos, vamos, hay bastante para hacer. Aparte, ¿de qué te quejas?, estás conmigo, yo te protejo como te protegí de Guamiro, el hermano de Brunilda. A ver, ¿no te gustó yacer con Brunilda? -Y tú la obligaste, ella no hubiera estado conmigo por su cuenta. -Está bien. Supongamos que en el próximo poblado te pago una posadera. ¿te haría feliz yacer con una posadera? -Yo no siento nada. -¡Yo tampoco! ¿Qué tienes que sentir?, tienes que disfrutar. ¿Qué tiene que ver el sentimiento en todo esto? -Lo que pasa, lo que pasa, Baro, que yo soy una persona que si estoy con alguien es porque tengo que sentir. -Eso es una tontería. -¿No crees en el amor? -Mira, yo he estado en varios teatros ecuatoriales donde cuentan historias de amor... Eso es para niños, niños. ¿Tú eres un niño? -No. -¿Entonces por qué me vienes con esas cosas? ¿Qué tiene que ver estar con alguien con el amor? -¿Y no se está con alguien por amor? -No, se está con alguien por placer, es algo momentáneo. A ver, tú de repente tienes apetito. -Sí. -O tienes sed. -Sí. -Te tomas una bebida espumante, te comes un buen plato de guisado, ¿sigues con sed? -No, entiendo que no. -¿Sigues con hambre? -No, si me como un plato de guisado, no. -Bueno, es lo mismo. Tienes un deseo, te acuestas con una persona, te sacas el deseo y ya está. ¿O tienes que sentir amor para comer un guisado o un bife de puersario o un ave? -Son dos cosas distintas, Baro. -Remi, yo entiendo que te has criado con una madre que te despreciaba y que te hizo sentir poca cosa, pero te estoy enseñando como es la vida, te estoy enseñando como es el mundo. El hambre se saca comiendo, el deseo se saca consumando una relación. Punto. No hay otra cosa. -¿Pero no te ha pasado que sientes más placer con una persona que con la otra? -¡Ah, sí!, muchas veces, muchísimas veces. Una vez conocí a una posadera que era como una enviada del cielo. -¿Y no te daba ganas de estar con ella toda la vida? -¿Qué? No, no, la tenía cuando quería. Siempre que tuviera metales, obviamente. ¡Ja, ja, ja! ¿Pero estar toda la vida? No, ¿para qué? Te cansas, te aburres. -¡Pero dijiste que era como una enviada del cielo! -Sí, y después te cansas. -Eso significa que también te vas a cansar de mí. -Pero Remi, de verdad que no te entiendo; nosotros somos amigos, ¿qué tiene que ver nuestra amistad con una posadera? -Bueno, lo que pasa que también has estado conmigo. -¡Ah!, bueno, estábamos en la montaña y en ese momento tenía deseos. Pero seguimos siendo amigos, ¿no? -Sí, lo que pasa que yo tengo un gran afecto por tu persona. -¡Ay!, Remi, Remi, yo también tengo afecto por tu persona, pero no te pongas sentimental ahora, ¡por Dios! -¿Por qué dices Dios? -¿Y cómo le llamas a aquel que está más allá de las estrellas? -Pero por qué lo nombras. -Lo nombro cuando me sacas de quicio. -¿Por qué quieres que Dios me castigue? -No Remi. ¡Ay! A veces te pones ilógico, a veces te pones ilógico. No sé lo que quieres, no sé lo que quieres, honestamente. ¿Por qué no hablamos de cosas normales? -¿El amor no es algo normal? -No, el amor es un cuento, el amor no existe, es para niños. Cuando lo entiendas entonces te vas a dar cuenta qué es lo que quieres. -Yo quiero amor. -¿Qué edad tienes? -Bueno, ya soy mayor. -Bueno, no eres un niño, no crees en los cuentos. -Me gustan los cuentos. -Sí, yo no te dije si te gustan, te digo si crees. -Me encogí de hombros. No quise hablar más.
Seguimos al paso con los equinos y de repente en un camino pedregoso aparecieron tres maleantes, lo único que brillaba en ellos eran sus espadas, se notaba que eran muy buenos. Le dije a Baro: -¿Qué hacemos? -Es la primera vez que lo vi a Baro titubear, era bueno pero los otros parecían expertos guerreros, de primer nivel. -¡Alto! ¿Lleváis metales? Baro dijo: -Llevamos pocos metales, somos aldeanos. -Tenéis buenos hoyumans... Entregad vuestros metales, vuestros hoyumans y los dejaremos con vida. -Baro, hagamos lo que dicen, nos van a matar si no. -Se escuchó una voz desde lo alto. -Siempre aprovechándose de los viajeros. -Un hombre descendió desde lo alto, todo vestido de negro, botas negras, capucha negra, apenas se le veía el rostro. Los tres guerreros palidecieron: -Dagues, no queremos causar problemas. -¿No? Entonces por qué os metéis con la gente. -Era una broma. -No era ninguna broma. Ya os dije la vez pasada cuando les perdoné la vida, buscad un trabajo honesto, conozco a vuestras familias. El que parecía mejor espadachín se molestó: -Dagues, tú no eres nuestro dueño. -Y se bajó de su hoyuman, sacó la espada. -¿De verdad -dijo Dagues-, de verdad quieres hacer esto? Conozco a tu familia, conozco a tu madre. No me obligues, por favor. -El hombre lo atacó al otro vestido de negro. Paró el golpe de espada como si nada. Lo atacó de vuelta, volvió a parar el golpe. La tercera vez paró el golpe y le marcó el rostro, la sangre brotaba de la herida de la mejilla-. Es suficiente. Monta tu equino, vuelve con tus amigos al poblado.- Haz que el doctor te atienda y te cosa la herida. No quiero veros más por el camino molestando gente. Baro exclamó: -Gracias. ¿De verdad me iban a matar y a mi amigo? -Seguramente. -¿Y por qué no los has matado? -El hombre de piel morena, de ojos negrísimos lo miró a Baro. -Los conozco, me crié en el pueble de ellos. No soy su amigo. Ya es la tercera vez que les perdono la vida, saben que no deben hacer esto. -Los tres hombres dieron vuelta a sus equinos y se marcharon bajo la mirada de Dagues. Baro preguntó: -¿Tienes equino? -Sí, en lo alto. Hablé yo: -Le agradezco, señor, por haber salvado nuestras vidas. -El hombre de negro hizo una mueca de sonrisa. -¡Je! ¿Señor? No soy señor, dime directamente Dagues, Baro preguntó: -¿Eres tan bueno con la espada que tres hombres de primer nivel con la espada no se han atrevido contigo? El hombre le respondió: -El más chico se ha atrevido, es un poco tonto. Ya me conocen. Quiso aparentar delante de ustedes. Me preocupa qué dirá la madre que le marqué el rostro de por vida, pero se lo merecía. ¿Y vosotros qué hacéis? Baro dijo: -Vamos de poblado en poblado, le estoy enseñando la vida a mi amigo Remigio. Dagues me miró. -¿Tú manejas la espada? -Me encogí de hombros. -No. -Es hora que aprendas. Enséñale -le dijo a Baro. -Sí. Lo que pasa que a Remigio no le interesa, le interesan más los cuentos de los teatros ecuatoriales. -Eso está bien, pero hay que defenderse, vivimos en un mundo donde triunfa el más apto y donde al desvalido, al indefenso lo matan. Si no les parece mal los acompañaré. -Me encogí de hombros y le dije: -Me parece perfecto. -Dagues pegó un silbido y del costado de la montaña bajó un caballo negro, era un ejemplar de hoyuman hermoso. Dagues lo montó. -Vamos. -Disculpa que te pregunte -exclamó Baro. -¿Tú eres algún representante de la ley o algo? -No, para nada. Ando de un poblado al otro y a veces pasa esto, que me encuentro con maleantes y los pongo en su lugar. Generalmente evito matar, luego me remuerde la conciencia, pero si debo salvar vidas no queda otra. ¿Hace mucho que os conocéis? -Baro dijo: -Más o menos. Como dije antes, le estoy enseñando a Remi la vida. -¿Por ejemplo? -Remi es una persona que dice que únicamente iría con una posadera por amor. -El hombre me miró con sus ojos negrísimos. -¿Es verdad eso? -No sé si con una posadera, entiendo que a las posaderas se las compra, pero quizá iría con una aldeana por amor. -Eres muy ingenuo. -No me conoces -me defendí. -No hace falta, con lo que has dicho es suficiente. -Me metí en mí mismo y me enojé, no hablé más hasta llegar al próximo poblado. Lo miré a Baro y Baro no habló.
Cada tanto el jinete de negro se daba la vuelta y me miraba. No sé qué pensaría de mí, no me conocía, no quería que me prejuzgara. En un momento dado, en un rapto de impulso dije: -No soy tonto. -Dagues paró su hoyuman. -¿Por qué has dicho eso, quien te dijo tonto? -Pienso que tal vez crees que soy tonto. -No, creo que eres ingenuo. Pero yo no te enseñaré a no serlo, la misma vida te enseñará.
Sesión 13/02/2023 Seguía teniendo dudas respecto a qué representaba él para su amigo, ¿era solamente un compañero de viaje o algo más, como había parecido en ocasiones? Tenía que descubrir que era lo que él esperaba que fuera.
Entidad: Pensaba como que mi vida no tenía el sentido que yo quería darle, definirme, entender..., ¡je!, entender a mi propia persona, disgustado por una niñez sufrida, una niñez..., ¿despreciable? No, no creo que fuera esa la palabra.
Sabía que mamá Jazmine me había hecho sentir menos, igual que el entorno, igual que toda la gente que conocía. Pero no sé si era tan así.
Baro dijo que era mi punto de vista, mi apreciación. Le dije: -¿También cuando me violó mi tío Gofo? -Remi, eso son situaciones, tiene que ver lo que tú haces después de tu vida.
Pero el razonamiento de Baro era contradictorio. O sea, ¿qué quería Baro, que me conforme con el ultraje que me hicieron de pequeño, que resista, que viva quejándome o que me encoja de hombros, y bueno, pasó, ya está? Pero si fuera así, ¿por qué Baro no me consideraba un compañero? Y no me callo, se lo dije.
Me dijo: -Somos compañeros. -Claro, pero de repente acampamos y me posees. Pero no es porque yo te interese porque al día siguiente vas a una taberna y te acuestas con una posadera. -Baro hizo un gesto de que nada le importaba, y exclamó: -Son momentos, son situaciones. Un día tomo bebida espumante, otro día bebida alcohólica fuerte. -Está bien. ¿Y dónde quedo yo en todo esto? -Me miró como si mi pregunta fuera estúpida. -¿Y dónde quedas tú? ¿Cómo adónde quedas tú? -Como si se hubiera enojado conmigo me increpó-: A ver, ¿te molestó? -Me molestó qué cosa. -No, no te hagas el tonto. Estuve contigo. ¿Te molestó? -No, pero me hubiera gustado una definición. -¿Siempre haces preguntas tontas? -No, insisto me hubiera gustado una definición. -O sea, cuando estoy tres amaneceres montado en un equino y llego a una taberna me bebo tres bebidas espumantes, voy con una posadera y la posadera me dice: "Espera, espera, quiero una definición". -No es lo mismo, una posadera no es una amiga, es un momento. -Y bueno, eso fue un momento. -Me molestó. -Pero yo no soy una posadera. -No, se ve que no. -Lo dices discriminándome. -No, lo digo como que a ti no te doy una moneda cobreada por estar contigo. -Le iba a decir una grosería, pero no tenía sentido. -O sea, ¿qué soy yo para ti? -Compañero de viaje. -¿Y con todos los compañeros de viaje tienes intimidad? -No. -¿Y cómo conmigo...? -Me hizo un gesto con la mano. -¡Para, para, para! Entendía que tú querías. Punto. Me parece un tema incómodo para hablarlo a cada rato. -Es que yo necesito una definición. -A ver si entiendo, Remigio, a ver si entiendo. ¿Tú quieres que te corteje o algo así?, ¿eres un bufón o qué? -No, pero pensé que podíamos... -¿De qué tontería hablas, qué dices? ¿Qué me estás diciendo, que tú querías salir conmigo? ¿Te imaginas en un poblado ambos de la mano?, se burlarían o nos recibirían a lanzazos. ¿De qué me hablas?, eso fue un momento. Y si se repite, otro momento. Y si se repite, otro momento. Y ya está, no esperes nada más de mí.
Y luego se unió a nosotros Dagues, el misterioso guerrero de negro, velocísimo con la espada. En un momento nos preguntó..., nos preguntó a ambos, ¿no? -¿Qué pasa con vosotros? -Nada -dijo Baro. Me miró a mí: -Tú lo miras como resentido. ¿Por qué? -A Dagues no lo conocía bien y no tenía confianza, pero no tuve escapatoria. Le conté parte de mi vida, mi abuso, el desprecio de mi madre y que luego tuve relaciones con Brunilda. Dagues me miró como si yo fuera un bicho raro-. A ver si entiendo, Baro le ordenó a Brunilda que se acueste contigo. -Me encogí de hombros-. Vale. ¿Pero por qué? Le dije: -Porque ella me había despreciado. -Está bien, muchas mujeres deprecian a muchos varones. ¿Pero por qué? -No sé, querría ver si yo podía. -¿Y? -Bueno, estuve. -Dagues como si leyera mi pensamiento dijo: -¿Y qué pasa con tu amigo? Baro dijo: -Estoy aquí, ¿eh? -Está bien. Qué pasa con vosotros. -¿En qué sentido? -Intuyo como que sois buenos compañeros. -Y sonrió. A otro, Baro no le hubiera permitido que sonriera de una manera tan sarcástica, pero Dagues era uno de los mejores espadachines que había conocido y agachó la cabeza. Me miró a mí esperando la respuesta y le dije: -Estuvimos juntos. Saltó Baro: -¡No no no! Yo... no sé..., me sentía raro y lo poseí, pero fue un acto automático. -Vaya -exclamó Dagues-. O sea, que en un acto automático estás con otro varón. -Sí. -Vaya, es la primera vez que escucho algo así. -Yo estaba molesto. -¿Nos juzgas? -Dagues se encogió de hombros. -No, ¿por qué?, cada uno es dueño de su vida. Baro se comporta normal, pero tú, Remi, lo miras como resentido, como si fueras una novia engañada. -Me ofendes. -Estoy diciendo lo que veo. Tienes que cambiar esa mirada y punto. Es lo que yo veo. De todos modos voy a seguir mi camino, os dejo. -¿Te vas? -Dagues me miró: -¿Por qué? -Tú compañía nos hacía sentir más seguros. Baro dijo: -Yo también soy bueno con la espada, ¿no te sientes seguro conmigo? -No tanto, no tanto. Dagues acabó con tres malvivientes en instantes. -Yo no puedo cuidaros, este es mundo salvaje, yo debo marcharme a hacer mi vida. Y vosotros, bueno, cuidaros. -Espoleó su equino y se marchó. Me sentí como desamparado, me cayeron unas lágrimas. Baro me increpó: -¿Qué soy yo? -Tú no eres un justiciero. Tú mismo dijiste, eres un compañero de aventuras y en cualquier momento te marches y me dejes también, como nos dejó Dagues. -Dagues no tenía ningún compromiso con nosotros, en cambio nosotros somos amigos. -Lo tomé de la mano-. ¿Qué haces, qué haces? ¿Qué dijo este hombre de negro?, tus miradas y tus ademanes... Compórtate, me llegas a tomar de la mano en un poblado, nos van a lapidar. -O sea, que yo para todo Umbro soy un bicho raro. -Eres una persona como otra cualquiera, pero no puedes ir por el mundo mostrando... -¿Mostrando qué?, dilo. -Que a veces te comportas como una niña, no como un varón, con tus ademanes, con tu forma de ser. -Ahora me ofendes. -Estamos conversando, nadie nos escucha. -Y me sumí en mis pensamientos.
¿Qué era exactamente lo que yo buscaba, qué era exactamente lo que yo quería? ¿Me gustó estar con Brunilda? Honestamente no, pero no porque sea mujer sino porque ella se dejó poseer obligada, pero ni siquiera participó del acto, es como si fuera una muñeca del teatro ecuatorial. En cambio cuando me poseyó Baro lo sentí, su respiración... Entonces, ¿qué es lo que yo quería, por qué me sentía mal si en realidad me agradó que Baro estuviese conmigo? Pero a la vez me sentía como que eso estaba mal y sentía como que mis ademanes, el mirarlo, no sé si con afecto o con rencor... ¿Qué esperaba yo de Baro, que dijera palabras de afecto? No, no era de hombre, no por lo menos hacerlo con otro hombre. ¿Entonces qué buscaba yo?, ¿qué quería, qué otra postura podía adoptar? Y eso era una pregunta que me consumía enormemente por dentro: ¿Qué busco?, ¿qué quiero?, ¿qué necesito? Y supongamos que fuera al revés, no con una posadera porque hubiera sido igual que con Brunilda, pero de repente me aparece una campesina y me abraza, me besa y yo estoy con ella y no va a estar como una muñeca del teatro, y me va a querer y la voy a sentir. Necesitaría eso como para comparar qué es lo que quiero.
Baro interrumpió mis pensamientos y dijo: -Llegamos a un poblado pequeño.
Había una familia que tenía todas hijas mujeres. Baro sacó de su alforja unas monedas y le pagó al hombre, nos dio leche de cabrío, una hogaza de pan y devoramos la comida. Las hijas, ya bastante creciditas, nos miraban a los dos como si fuéramos bichos raros. Baro dijo: -¿Qué os pasa niñas? Ellas dijeron: -Qué pena que sois sólo dos, nosotras somos siete, en el poblado no hay varones solteros. -Obviamente Baro era mucho más audaz de lo que podía ser yo en toda una vida y dijo: -¿Acaso queréis nuestros favores? -No, no, salvo que primero nos cortejéis. -Está bien, pero sois... sois siete, nosotros somos dos. Una rubiecita se acercó a mí y me tomó del hombro: -¿Y tú cómo te llamas? -Titubeé. Baro dijo: -Se llama Remi. Él es tímido, pero tuvo hace mucho tiempo atrás un amor que lo traicionó y es como que duda de las mujeres. Tiene miedo que lo vuelvan a traicionar, necesita ser querido. -Lo miraba con sorpresa a Baro, ¿qué está diciendo? La rubiecita me acarició y me besó en la boca: -Pobre, te han traicionado, necesitas cariño. -Me tomó de la mano, Baro asintió con la cabeza y me dijo que vaya.
Me llevó a un granero y me poseyó ella a mí, me cubrió de besos, de caricias. Me sentí bien, nada que ver que con Brunilda. Cuando terminó el acto es como que hubiera terminado una función de teatro. La niña me miró y dijo: -Por eso te traicionaron. -¿Qué pasó, qué hice? -Eso. ¿Qué hiciste?, prácticamente te has quedado duro, no has participado, te tuve que besar yo. -Es que no soy un experto en el tema. -Sonrió. -Eres un crío todavía. -Tú eres más joven que yo. -Bueno, pero he estado con otros viajeros. Aparentemente tú eres un crío en esto. -Me puse rojo de vergüenza.
La niña se fue del granero y yo me quedé solo con mis pensamientos. Bueno, ya tuve lo que quería, una mujer que se entregara con pasión. Y ahora podía comparar y sin embargo no estaba conforme. Y tenía que averiguar por qué.
Sesión 10/03/2023 Un viajero le rescató de sus pensamientos interiores. Hablaron acerca de las preferencias intimatorias que puede haber entre dos personas, que pueden ser muchas y variadas, que todo depende de cada uno, del gusto de cada uno.
Entidad: Me había quedado solo. El misterioso Dagues se había marchado amaneceres atrás, y ahora Baro, mi supuesto amigo, dijo que yo era un lastre, que vivía quejándome en lugar de agradecerle a la vida de estar vivo.
Por suerte tenía bastantes metales, un hoyuman, la cantimplora con agua y una espada que, ¡je!, la tenía de adorno porque apenas la sabía usar. Y me preguntaba a mí mismo: "A qué has venido a este mundo, Remi, ¿a sufrir, a no encontrar tu verdadera identidad?". No.
Hay recuerdos que no se olvidan, el mal trato, la vejación de mi tío alcohólico Gofo, la negación de mi mamá Jazmine. ¿Cómo sacar de adentro de uno ese dolor y esa identidad que uno trata de encontrar y no puede? En los poblados disimulaba, no hablaba con nadie, iba a una taberna, comía un guisado, tomaba una bebida, pagaba con un par de metales cobreados y me marchaba. La mayoría me ignoraba, y eso era lo que yo quería, prefería no llamar la atención.
Hubo en un par de pueblos que un par de aldeanas, se me insinuaban, pero encima tenía que luchar con mi timidez. Y en un recodo del camino donde nadie me veía desmonté de mi hoyuman, me senté en una roca y me puse a llorar.
Escuché un ruido de un hoyuman. Un hoyuman oscuro y un jinete con una capa oscura y una caperuza. Traté de disimular mi llanto y evidentemente el hombre se dio cuenta. Desmontó, se sacó la caperuza y vi su rostro, el cabello oscuro canoso, una pequeña barba canosa también, pero sus ojos profundos, indescifrables. -¿Qué ha sucedido -me preguntó-, te han asaltado? -No. -¿Has tenido algún problema en una aldea? -No. -¿Quieres explicarme?, salvo que quieras estar solo y sigo mi camino. Estuve a punto de encogerme de hombros, pero le dije: -No, está bien.
No conocía al hombre, me intimidaba su aspecto de algo mayor y con esa mirada tan profunda, indescifrable. No tenía armas, sería algún monje. Y le conté mi historia desde que mi padre Orán murió cuando yo era un bebé, que a los ocho años fui abusado por mi tío alcohólico que además robaba, que mi madre Jazmine lo justificaba porque le traía metales del robo y decía que yo era un inútil, que no servía para nada. Le conté de Baro, le conté que éramos amigos pero que él me poseyó y yo no me resistí, por lo cual no es que me haya ultrajado. Pero a su vez él insistió que yo estuviera con una joven que siempre se burlaba de mí, llamada Brunilda, y le ordenó a Brunilda que se acostara conmigo. Y no fue la única, lo hice con varias aldeanas, pero en el fondo no sabía lo que quería y eso me hacía sentir mal.
El hombre sacó una hogaza de pan. -¿Quieres? -Sí. -Él no comió, él habló: -¿Cómo te llamas? Masticando le dije: -Remigio, me dicen Remi. -Mira, aparentemente estás buscando tu identidad. -¿En qué sentido? -Seré directo: a nivel sexual. -Me sentí incómodo que este monje fuera tan directo conmigo-. Tú tienes que saber qué te gusta. Te gustan los varones, te gustan las jóvenes... -Ahí sí me encogí de hombros. -Generalmente, conocí a Baro y me sentía bien estando pasivo, me sentía muy bien, y a la vez me sentía algo incómodo siendo activo con una aldeana, -Me pareció ver una muy leve sonrisa en el monje. Y me preguntó: -¿Y por qué, Remi, piensas que con una mujer tienes ser activo? -Obvio. Usted seguramente es monje y habrá hecho un juramento a aquel que está más allá de las estrellas de castidad, y no conoce el sexo. No me respondió, pero me dijo: -En una relación con una joven, ella puede ser activa y tú pasivo. -¿Quiere decir que ella podría con algún objeto...? -No, no me refiero a eso, me refiero a que tú eres nuevo en este tema y piensas que la mujer yace pasivamente y el varón es quien hace todo el gasto. -Me sentía incómodo por su manera tan directa de hablar, pero por otro lado me agradaba que me explicara. -¿Y cuál es la otra manera? -Siendo tú pasivo, dejando que ella te bese y haga todo el gasto. -¿Y eso es lo correcto? -No, simplemente te digo que no hay activo y pasivo. En una relación con una joven hay una multiplicidad de maneras de intimar y hay una multiplicidad de maneras de besar. -Pero con Baro... -No. ¿En realidad Baro ha sido pasivo contigo? -No, yo no suelo ser activo con un varón, no me gusta, yo quiero ser pasivo. -Entiendo. O sea, que un varón te comportas como piensas que se comporta una mujer, totalmente pasiva y se deja hacer. -¿Y no es así? -No. No por lo menos la intimidad entre un varón y una mujer. Por eso te hablaba de una multiplicidad. -¿Y usted me dice que también hay multiplicidad entre varones, de que ambos pueden ser activos y pasivos? El monje, o supuesto monje, me miró y dijo: -Depende de tu... depende de tu gusto, depende que es lo que te agrade. -Ya le dije, con un varón no me gusta ser activo, me gusta ser cien por ciento pasivo y dejar que el otro haga. -Y tú dices que cuando has estado con una aldeana tú has sido activo y ella dejó que tú hagas. -Así es. -Bueno, evidentemente puede haber dos motivos: Uno, que la aldeana no sea experta en las arles amatorias. Dos, que si sea experta, pero vio que tú no y no te quiso incomodar, no quiso invadirte. -No entiendo, ¿cómo invadirme? -Claro. Según tú has comentado las ocasiones que has estado con una mujer, han sido contadas con los dedos de una mano. -Correcto. -Imagínate una mujer que quiera ser activa contigo, te puedes espantar. -Me sentí como ofendido. -Tampoco soy un tonto. -No lo digo por eso, Remigio, lo digo porque conoces poco del tema. -¿Y entonces qué hago? -Eso no me lo tienes que preguntar a mí, Remigio, eso te lo tienes que preguntar a ti mismo. Qué quieres, qué te gusta. Lo miré y le pregunté: -¿Has conocido varones que les gusten las dos cosas? -¿Te refieres a varones que se acuesten con otros varones y también con mujeres? -Sí. -Sí, he conocido. -¿Y no te ha incomodado? -El monje me miró. -¿Por qué habría de incomodarme? -¿A ti te gustan este tipo de cosas? -Espera, Remigio, espera, ya estuve miles de amaneceres con una pareja mujer, a la que amo, y por razones que no vienen al caso contar, me alejé de ella. -Bueno, pero podrás conocer en un poblado a otras mujeres. -No, no soy ese tipo de varones, soy fiel a una mujer aunque ya no esté con ella. -Vaya, entonces no eres un monje. -No, no soy un monje, eso lo has supuesto tú seguramente por la vestimenta. Mira, ahora me dirigía a un poblado, el poblado Dorra es un poblado grande, si quieres venir te invito a comer algo. -No me gustan los poblados grandes -exclamé. -¿Por qué? -No sé usar una espada y usted no está armado. A veces nos encontramos con gente pacífica y a veces con gente que no es pacífica. -Quédate tranquilo, nadie nos hará daño. -Me encogí de hombros. -No tengo tantos metales... -Dije que invitaba yo.
Montó en su hoyuman oscuro y monté en mi hoyuman, y fuimos al poblado Dorra con el hombre de una edad indefinida que parecía un monje, pero no lo era.
Sesión 15/04/2023 El desconocido con quien viajaba seguía insistiéndole que debía dejar de lado su baja estima y superar la opinión que tenía de él mismo, que quizá no somos como pensamos sino como actuamos, consigo mismo y con los demás.
Entidad: Llevábamos los equinos al paso. Este personaje misterioso que parecía un monje iba dos líneas delante mío, le pregunté: -¿Te molesta que te hable? Me respondió: -No, para nada. Puedes contarme cosas. Lo que me incomoda es que hagas rol de víctima. -Me sentí mal. -Yo no hago rol de víctima. Habíamos conversado que a veces no sabía que rol tener, pero me siento más cómodo en el rol pasivo, y tú me respondiste: "Es tu elección". ¿Pero qué significa eso, que no te importa? Paró su hoyuman y sujetó las riendas del mío y me miró a los ojos. -A mí no me tiene que importar, a ti te tiene que importar. A la gente tampoco le tiene que importar, es tu elección y es a ti a quien le interesa la elección que tomes. No me tiene que interesar a mí, no le tiene que interesar a la gente de los poblados. Le dije: -La historia que te conté, la vejación, el mal trato, ¿eso es el rol de víctima? -Estuvimos callados el resto del camino.
En un momento paramos cerca de un arroyo, cargamos las cantimploras y por primera vez, por primera vez, habla: -Es cierto Remi -me dijo-, contar lo que a uno le pasó no es hacer rol de víctima. El rol de víctima es sentirse 'pobre de mí': "Mira, ¿a ti te parece lo que me ha pasado, lo que me han hecho, lo que me han dejado de hacer?", no. -¿No me lo permites? -pregunté. -No, no, te lo tienes que permitir tú. Yo me crié en unas montañas altas cerca de donde están los dracons y mi gente se creía que eran los dueños del mundo cuando en realidad eran presos de su vanidad. -¿Por qué? -Por su ego. Y mis padres eran un ejemplo negativo para mi persona. Mi madre era la que tomaba las decisiones y le decía a mi padre: "Que espadee con las espadas de madera con los otros niños". Era un niño pequeño y aprendía a espadear y los otros niños se molestaban conmigo porque no podían tocarme con su espada ni una sola vez, mi instinto me decía "va a hacer tal movimiento, va a hacer tal otro movimiento", y les ganaba. Mi madre se sentía orgullosa, mi padre me miraba con desdén como diciendo "¿Te piensas que por vencer a otro con la espada eres más hombre?". No entendía porque me decía eso. Le respondía: "No padre, no fue decisión mía, fue decisión vuestra que practique con la espada". Mi madre buscaba cualquier excusa para retar a mi padre: -Deja al niño tranquilo. -¿Tranquilo? Tú lo consientes en todo, así lo vas a hacer débil. -¿Cómo quién, como tú? ¡Je, je, je! Él tiene mi sangre, no la tuya, va a ser fuerte como yo, no débil como tú. -Y no entendía, porque era niño, por qué le decía débil a mi padre. A medida que fui creciendo me di cuenta que lo decía por el carácter. Mi padre era una persona de poco carácter, él mismo se fue apartando del resto de nuestra gente, lo miraban con desdén tal vez porque mi madre lo manejaba, lo dominaba como quería. Nunca se agredieron de hecho, ella lo agredía de palabra y él nunca se defendió, pero lo veía cada día más deprimido, angustiado.
Un día, siendo adolescente, me dijo: -Mira, quizá de pequeño te traté mal al decirte que ibas a ser débil, flojo. Eres una persona que te encargas de todo aquí, levantas troncos, usas el hacha, tenemos leña para el invierno, eres fuerte, musculoso, ¿pero por qué nunca más te vi usar la espada? -¿Y para qué, padre? -le respondí-, ¿para qué? La espada no me hace más fuerte ni más hombre, la espada no me hace mejor ser humano.
Fue la última vez que conversamos. A la tarde cuando volví de hacer unos recados del poblado me entero por el resto de mi gente que había subido a lo alto de la montaña y se había tirado al precipicio. Nunca entendí que pasaba por la mente de mi padre porque si se sintió humillado por mi madre se hubiera separado, no iba a ser el primero ni el último que se separara de su pareja. Madre no lo lloró, me dijo: -Fue un inútil. Fue la primera vez que le respondí mal: -Quizá fue un inútil, pero tú no eras mejor que él. -En una décima de segundo le paré la mano, porque me iba a dar una bofetada. -Vaya, para eso sí que eres rápido. -A mí no me vas a maltratar, madre, como hiciste con padre. -¿Y qué vas a hacer, vas a hacer la valentía de irte, la valentía que no tuvo? Yo soy una gran persona. -No, eres una pobre mujer y te abusaste de un pobre hombre. ¿Pero sabes qué, madre?, yo no soy como ustedes, no creo que lo que se lleva en la sangre lo heredamos. -Al poco tiempo cogió una enfermedad en los pulmones y falleció. Le dije a mi gente: -No quiero consuelo, no me interesa. -¿Te quedarás con nosotros? -No -le respondí-, cogeré mis cosas, los metales que fui ganando con trabajos en el poblado y me marcharé.
Le pregunté: -¿Y luego conseguiste pareja? -Tuve una pareja, sí. Tuve un hijo también. -¡Vaya! -Me asombré-, pensé que los monjes no tenían hijos, pensé que eran solamente dedicados a pedir a aquel que está más allá de las estrellas. -Yo nunca dije que fuera monje -me respondió el hombre. -Y seguimos andando.
Por el camino, del otro lado venían siete guerreros. El de adelante del todo, el que parecía que mandaba tenía una espada brillante, hermosa. Nos cortaron el paso. -¡Ja, ja, ja! Un viejo y un joven. Seguro que llevaréis metales y espero los entreguéis sin resistencia, porque mirad, -se tocó la espada-. Mi nombre es Nolan, por si no me conocéis soy la mejor espada de la región. Este hombre misterioso me tocó la mano y me dijo: -Tranquilo, Remi. -Se dirigió al hombre-. Hagamos una cosa, que tu compañero me dé una espada, hagamos una pequeña demostración a primera sangre, si me ganas te llevas los metales y hasta nuestros hoyumans, si te gano me llevo tu espada. -Mi espada es única. -No me digas que está hecha con la piedra que cae del cielo. -¿Qué? No sé lo que es eso -respondió el hombre-. Pero tú, viejo, jamás podrías ganarme a mí, así que ya tengo los metales y también tus hoyumans. -Desmontó.
Y desmontó este hombre que parecía un monje, pero que no lo era. Al igual que lo que él contaba cuando había sido chico, este guerrero, Nolan, no lo pudo tocar ni una sola vez. -¿Te das cuenta de que soy mejor que tú? ¿Lo dejamos aquí? El hombre estaba enardecido, dijo: -No, has dicho a primera sangre. -Hizo un movimiento con su espada el que parecía un monje y le hirió la mano donde portaba la espada, y se la hizo caer. -¿Estás conforme? -No, no estoy conforme. -¿Faltas a tu palabra? -No importa mi palabra, somos siete, puedo pelear con la mano izquierda. Y aparte somos siete. -Pero no sabéis una cosa, mi amigo Remigio maneja la espada muchísimo mejor que yo. -Lo miré alarmado, ¿qué estaba diciendo este loco?, era un viejo loco, ¿cómo iba a decir eso? El guerrero lanzó una carcajada: -¿Así que es mejor que tú? Bueno va a pelear contra mi segundo. -Yo te diría que no. Hace dos amaneceres atrás, él solo, venció a tres troles, tres troles de casi tres líneas de altura, y al que estaba agonizando le mordió la espalda, luego lo dio vuelta y le clavó los dientes en la garganta. Le chorreaba sangre por todo el cuerpo, pero no era de él era del trol. Miradlo, miradlo bien a mi amigo Remigio, no veáis lo de afuera, miradlo de adentro lo feroz que es, no solo los va a matar a los siete sino que los va a degollar. -Me miraron espantados, ¡a mí! -Está bien -dijo el que mandaba-, te dejo mi espada. -No, no, y la espada de tu compañero, del segundo, a Remigio. -¿Y qué pasó con la de él? -La dejó clavada en el cuerpo del trol más grande. Así que ahora, Remigio, desmonta y coge la espada del segundo. -Sí, sí, sí -dijo el segundo, y me la dio temblando.
Ahora mi amigo misterioso cogió la espada brillante de Nolan y se la ató con su cinto. Yo cogí el cinto y la espada del segundo. Dijeron: -¿Podemos irnos? Les dije: -Sigan, sigan su camino. -Me miraban con pavor y se fueron. Yo lo miré a mi compañero y le digo: -¿Porqué me miraban con pavor? Yo me veo como un inútil. El que parecía monje y no era monje me dijo: -Eso es lo que no me gusta de ti, que hagas de 'pobre de mí'. -Está bien, no soy lo peor, pero tampoco soy lo mejor. ¿Por qué me miraban con ese terror? -Por lo que yo les conté, que has vencido a los trols y a uno te le has prendido del cuelo y le has mordido la espada y luego le arrancaste con tus dientes parte de la garganta. -¿Y se tragaron ese cuento? -Ya ves que sí, ya ves que sí. Lo dije con tal seguridad que se lo creyeron. Y ahora mira, tenemos espadas nuevas. Pero nunca más digas que eres poca cosa. -¿No me lo permites? -No, tú no te lo tienes que permitir. Tú, Remi, no te lo tienes que permitir. Y ¿sabes qué?, tengo hambre. Enjuaguémonos en el arroyo y vamos, que hay un poblado cerca. A propósito, yo estoy cansado, he combatido con este pobre infeliz y fíjate que les cayeron unos metales, recógelos y guárdalos en tu alforja. -Me asombré, había metales plateados y dorados, se le habrían caído durante el combate-. Y ahora monta, vamos, te dije que tenía hambre.
Cada vez me parecía más extraño ese hombre. -Nunca me has dicho tu nombre. -Mi nombre... Lo que importa no es el nombre, lo que importa es la actitud, lo que importa es quién es uno. El nombre no es lo que te hace mejor ser humano, es tu actitud y cómo actúas con los demás.
Sesión 17/04/2023 Su compañero de viaje se esmeraba en indicarle que no aceptarse a sí mismo comporta vivir con angustia, sentirse culpable, buscando la aceptación de los demás. Hablaron de la pena, la lástima, la indiferencia y la compasión.
Entidad: Seguíamos avanzado en el camino con los hoyumans. Lo miraba al monje, ya que no me daba su nombre le decía el monje. Lo veía con rostro contrariado, quizás enojado y hasta temía preguntarle qué le pasaba, pero pudo más mi curiosidad.
Y le dije: -Me da la impresión como que hay algo que te incomoda. -Frenó un poco su hoyuman y me miró. -Me incomodan los recuerdos. Lo que te he contado, en realidad nunca le conté mi infancia a nadie, pero fue en función de explicarte, Remi, que no eres el único que pasa por cosas graves o no graves, y que las cosas que sucedieron se aceptan. Me sentí molesto y le dije: -¿Por qué se tienen que aceptar, por qué no tener un recuerdo de ira por lo menos con lo que paso con mi tío Gofo, que me ultrajó? -¿Está vivo? -No, sabes que no, te lo he contado. -¿Puedes revertir la situación? -No. -¿La ira te daña? -Sí, más vale, obvio. -Entonces es tonto, acéptalo. -Aceptarlo es como que me hubiera gustado el ultraje. -No, estás empecinado, estás empacado como una mulena. Aceptar una situación no significa que te haya gustado. No tienes como modificarla, no tienes cómo modificar el pasado. -¿Y tú lo has aceptado, monje? -Sí. -Y tu caso obviamente es distinto, tienes recuerdos dolorosos. -Se podría decir que sí, por mi padre. -¿Te da lástima lo que hizo? -No, siento compasión una tremenda compasión porque era un pobre hombre. -Te contradices monje, me habías dicho que era una muy buena persona. -Sí, se puede ser muy buena persona muy buena persona y se puede ser un pobre hombre a la vez. -Y por tu madre que lo maltrató de palabra, que lo despreció, ¿sientes odio? -No, no Remi, siento una total y absoluta indiferencia. -Vaya. Quien te ve dice ¡qué buena persona!, y una buena persona no siente indiferencia por la muerte de su madre. -Yo no sé si soy una buena persona, Remi, te mentiría si te dijera otra cosa. ¿Ira por lo que hizo mi madre? No. ¿Amor? Honestamente, no. Tengo una total y absoluta indiferencia. -Pero sí te moviliza el sentimiento de tu padre. -No, porque lo que siento es compasión. No lástima, no pena. La lástima es ego, eso es como que te arrancaran las tripas. La compasión es sentimiento puro, no tiene nada que ver con la emoción. La pena tiene que ver la emoción, la lástima tiene que ver con la emoción, la compasión no. Y la indiferencia por mi madre tampoco, no tengo emoción por ninguno. -Igual me parece que eres una buena persona. Con la habilidad que tienes con las espadas, a este Logan lo has perdonado. -No tienes idea de quien soy, Remi, no tienes idea de lo que hice. -No has asolado aldeas. -No, no soy un bárbaro, pero he causado muchas muertes. -Me quedé pasmado. -¿Tú?, si ni siquiera portabas espada. La tienes ahora, la de Logan, y yo la de su segundo. ¿Tú has causado muertes? -Sí. -¿Te pesan sobre la consciencia? -En este caso..., en este caso sí, y me ponen mal. -¿Eres un asesino? -No diría eso, Remi, era una cuestión de elección. Si de repente ves que estás en una aldea pobre con casas apenas mal construidas, con techo de madera y paja y a lo lejos ves unos arqueros prendiendo fuego a sus flechas apuntando a esas casas y tuvieras la posibilidad con otros guerreros de neutralizarlos, ¿qué harías? -Evidentemente, si son malos los neutralizaría. -En resumen, ¿los matarías? -Sí, evitaría que ataquen esa aldea, a gente inocente. -Bueno. Algo así hice y más de una vez y más de dos veces. -¿Y por qué te pesa en la conciencia si has salvado vidas? -Remigio, porque toda muerte es negativa. Aun la de tu enemigo. -Pero si tú enemigo es una persona a la que no puedes convencer y lo que busca es matarte, ¿qué haces? -Intento hasta el último momento convencerlo. En mi caso es distinto porque puedo convencerlo, tengo ese poder de la intuición o como tú lo llamaste en el camino, hipnotismo. -Es cierto, Logan y su gente me miraban como si yo fuera un monstruo cuando les dijiste que le salté a la garganta al trol y le arranqué un pedazo de carne. Yo no me acerco a un trol ni a cien líneas y se lo creyeron. -¿Ves?, poder de disuadir, poder de convencer. Y me evité de matar gente. Pero no siempre se puede hacer eso. -De todas maneras, monje, hay algo que no entiendo; era tu madre, no me digas que no te quería. -El hombre mayor se encogió de hombros. -Sí, a su manera me quería. Yo creo como que no me consideraba su hijo, me consideraba su posesión. Y uno no es posesión de nadie. No debe serlo, al menos. Entonces, cuando tienes una madre que te trata mal, que piensa que eres su posesión, ¿por qué le voy a tener amor? -¿Odio? -Ya lo hablamos, Remi, indiferencia. Total y absoluta indiferencia. -Yo sentiría complejo de culpa. -¿Complejo de culpa por qué? Si tú tienes una madre que te maltrata y que no cree en ti y que encima te desprecia, ¿por qué habrías de tener complejo de culpa? -De que te sea indiferente. -Si encuentras la explicación del por qué, dímela. -¿Y no se puede pagar desprecio con desprecio? -No, porque la persona que te desprecia en el fondo se lastima a sí misma con ese desprecio. Si tú imitas, te lastimas también a ti mismo, como te lastimas con la ira, con la bronca, con el rencor, porque al fin y al cabo terminan causándote angustia. Y ahí sí te viene el complejo de culpa. Mientas tú tengas la consciencia tranquila de que haces bien las cosas la indiferencia es el mejor camino. -¿Y qué pasa con mi baja estima?, yo no me siento un hombre completo, a veces me gustaría ser un gran guerrero, respetado. -Te contradices, Remigio. -¿En qué sentido? -Dices que tu elección, por lo menos es lo que me has dicho y con sinceridad, es aceptar tu pasividad y aceptar que te gusta estar con una persona masculina que sea activa. -¿A ti eso no te incomoda que te lo cuente? -El monje me miró. -¿Te lastima que la otra persona sea activa? -No, me agrada. -¿Tú la lastimas a la otra persona si te posee? -No, si es su gusto. -¿Entonces dónde está el problema? -Lo hablamos un montón de veces y es un cuento de nunca acabar: ¿qué dirán los demás? -¿Te importa la opinión de los demás?, ¿tanto te importa? -No pasa por ahí. Tú piensas que eres inteligente, monje, pero no me captas. Supón que voy a una aldea y en esa aldea ven mi condición de que no me gustan las niñas; se van a burlar, se van a reír. -¿Y por qué lo tienen que saber, Remi? -Bueno, tampoco camino como un guerrero, no doy miedo. -Anda con perfil bajo, como muchos granjeros, y no los consideran por ello que no les gusten las niñas. -¿Y si en una taberna alguna que trabaja allí me provoca? -Le dices que no estás interesado. -¡Je! Y ahí está el quid de la cuestión: ¿no pensarán, a este no le gustan? -No, pensaran que no quieres gastar metales en una trabajadora de taberna. Así de sencillo. ¿Por qué te complicas tanto, Remi, por qué te complicas tanto la vida? -Bueno, tienes razón comparado con lo que me has contado, las muertes que has causado y que te pesan en la consciencia. Y ahí estás equivocado, no te tendrían que pesar porque has dicho que por esas muertes has salvado mucha más gente. -Así es, pero no dejaban de ser personas. Pero no tenía cómo evitarlo, no había manera. -¿Y esto qué significa, monje, que ya no lo vas a hacer más? -Me miró con una sonrisa irónica: -Remigio, así es mi vida. Me han defraudado muchas veces, no han creído en mí, pero si tengo que seguir haciendo lo que hago, lo seguiré haciendo. Imagínate tú que tuvieras algo adentro tuyo, algo que creció mal y que está lastimando a otros órganos y yo puedo abrirte con una navaja, sacarte eso que está mal dentro de tu cuerpo, luego te pongo un polvo de hongos cicatrizante, te coso y te salvé la vida. Pero si hay un observador que no entiende lo que estoy haciendo, piensa que te estoy abriendo y que te estoy matando. A veces la gente no entiende lo que tú estás haciendo, por ignorancia o porque te prejuzgan. Y las dos cosas son malas, no sé cual es peor de las dos. Yo creo que te prejuzguen es peor, porque el ignorante es ignorante, no sabe, a lo sumo se le explica. El que te prejuzga ya tiene un juicio formado y por más que le expliques va a seguir con las suyas, con su idea. Respétate Remigio. -¿Tú te respetas? -Sí, yo me respeto. -¿Aunque te duela la consciencia esas muertes? -Aunque me duela la consciencia esas muertes yo me respeto. Todo lo que hago trato de hacerlo para lo mejor. -¿Y te sale siempre? -Soy un ser humano, no soy perfecto. He perdido amores que me han prejuzgado. Pero tú eres joven, tienes mucho por delante. Tú tienes dos problemas, Remi. -Ya sé, el no pretender la aceptación de los demás. -Sí. -¿Y cuál es el otro? -El más grave, el que te aceptes a ti mismo como eres y que no te cuestiones. -¿Y te piensas que es fácil? -El monje me miró con mirada dura. -No, nada es fácil, ni lo tuyo, ni lo mío. Voluntad, perseverancia, aceptación son palabras mágicas. -¿Mágicas? -Remi, es una manera de hablar. Tengo hambre de verdad y ya estamos llegando al poblado. Mientras comemos hazme el favor: come y llámate a silencio, me gusta comer tranquilo. -¡Je!, no te preocupes, conde. -No soy conde. -Pues tienes esa gallardía. -No, no soy conde, ni siquiera soy monje, soy lo que soy. Vamos a comer.
Sesión 15/05/2023 Empezaba a cansarse del monje. Probó de molestarlo, atacarlo verbalmente, le ponía furioso su entereza, su templanza. Más tarde, en otro pueblo les rodearon unos soldados, pensó que ahora terminaba todo.
Entidad: Me encontraba muy enojado, con una ira interna que muy raras veces había sentido. Y no porque me hubiesen hecho algo, sino justamente porque sentía como que no me tomaban en serio, como que no me prestaban atención.
Y esa ira iba dirigida a mi compañero, al monje. Le hablaba de mis dramas, me decía: "Ahora no, vamos a comer". Por la tarde en el camino le volvía a comentar. No me respondía, se quedaba callado. Y sentí que de alguna manera tenía que canalizar esa ira.
Y le decía: -¿Te has visto?, ¿has visto tu apariencia en el arroyo? -Iba dos líneas delante mío, y sin frenar su equino se dio vuelta, me miró y otra vez miró para adelante, y siguió al trote liviano. Le dije: -Reconozco que tengo baja estima, reconozco que muchas veces es como que necesito la aprobación de los demás, que no me prejuzguen, que no me miren de manera burlona. Lo reconozco, y reconozco que estoy haciendo lo imposible, más allá de lo posible por tener la convicción de quien soy, qué quiero y buscar mi propia aprobación. Ahora tú, que no me diriges la palabra, que dices que has pasado por tantos problemas en tu vida y mírate, mira tu cabello, mira tu barba, desprolijo, mira tu capa, tu capucha sucias, rotosas, tus botas prácticamente incluso están más para tirarlas que para usarlas. Tu hoyuman está más limpio que tú, hasta el rostro lo tienes sucio. -No me respondía-. Ahora dime que también eres sordo. -Frenó su equino. -No, no soy sordo, sencillamente no me ando quejando. -¿Ah, no? -le dije-, ¿ah, no? Y todo lo que me has contado de la indiferencia por tus padres, la compasión por tu padre, tu niñez donde la has pasado tan mal... Me miró con esos ojos que perforaban tu mente y comentó: -En ningún momento me he quejado. Simplemente tú me has comentado tus cosas y te conté que hay cosas peores. -¿Peores que ser vejado? -Hay muchas maneras de ser vejado -me respondió el monje-. Una traición es una vejación, un desprecio, un desengaño. Tú te piensas que solamente algo que te hacen de hecho es algo que te daña. Y lo es, pero lo verbal, lo gestual, la indiferencia, eso también es agresión. Pero cómo te lo puedo explicar si estás metido en tu mundo, en tu problema. -Seguía con mi ira. Y le digo: -Sí, estoy metido en mi mundo, estoy metido en mi problema porque es mi problema, porque tú y otras persona que conocí no han pasado por lo que yo pasé, por lo que yo viví, por lo que me han hecho de chico. ¿Y qué, voy a saltar de alegría? ¿Por qué no voy a tener ira, porque la tengo que retener? Yo la quiero soltar. -¿Quieres soltarla? ¿Por qué no haces ejercicio?, ¿por qué no practicas con la espada? -¿Y para qué? -le respondí-, ¿te piensas que en siete, en diez, en quince amaneceres voy a ser un experto espadachín? Sé mis límites, todos mis límites.
Llegamos a un poblado extraño. Había una mina de carbón, obreros enormes, medían casi dos líneas de estatura. -¿Qué buscáis aquí?, comida no tenemos, metales no tenemos, y no precisamos gente para trabajar. -Me miró a mí-: Tú, estoy seguro que si trabajara aquí en la mina, en menos de medio amanecer caerías rendido. Y el viejo, el viejo directamente no puede levantar una pala. Así que marchaos. Le dije al monje: -Vámonos. -El monje lo miraba como desafiante.
El hombre se acercó, era tan alto que con su mano llegó a la cara del monje, que estaba sobre su equino, y le llenó la cara de polvo de carbón. -¡Ja, ja, ja! Mírate ahora, mírate ahora, viejo. -Esperaba alguna reacción del monje. Lo que hizo fue azuzar su equino y marchó. El hombre me miró a mí: -¿Y tú qué esperas? -Azucé mi hoyuman y lo seguí al monje.
Estuvimos un montón de tiempo sin hablar, mucho tiempo sin hablar. Ya casi al anochecer llegamos a otro poblado. Había una pequeña fonda y comimos un guisado caliente. El tabernero lo miraba con desprecio, pero el monje tenía metales y el tabernero los cogió, otra cosa no le interesaba. -Ni siquiera te has limpiado la cara, no has dicho nada. ¿Qué pasa por tu mente, monje? El monje me miró y dijo: -No me entenderías. -Seguramente que no. Si no te explicas seguramente que no. -El monje terminó su plato, bebió un poco de agua. Yo me tomé mi bebida espumante. Y habló: -Me estoy probando a mí mismo. -No entiendo -le comenté-, ¿te pruebas dejándote basurear? Te trataron como... bueno, como lo que eres, un viejo, o por lo menos lo aparentas. Ya estabas con el cabello todo desgreñado, mal cortado, la barba sucia y ahora tienes la cara llena de carbón y ni te has tomado la molestia en coger un trapo y limpiarte la cara, Mira tus manos, las uñas sucias. He visto mendigos mucho más limpios que tú, hasta un puersario se alejaría de tu lado. Te has enfrentado días atrás a esos guerreros, los has vencido con la espada, has conseguido una espada para mí, les has hecho creer que yo había vencido a un troll, ¿por qué no te has defendido ahora con ese necio carbonero? -Quería probar mi tolerancia. -¿Tu tolerancia? Eso no es tolerancia, eso es ser permisivo, eso es ser débil. ¡Ja, ja! Y yo me quejaba de mí. ¡Ay, Remi, Remi, qué flojo que eres! Pero aquí tengo al monje, el monje que puede ser mi maestro. ¿Y qué me enseña el monje? A ser maltratado. -No, a probar mi templanza. -¿Templanza?, ¿templanza? Faltaba que te jalaran de la mano y te tiraran al barro y te patearan las costillas. ¿También hubieras permitido eso para probar tu templanza?
Me miró y no dijo nada. Y yo de repente sentí como una especie de temor, lo estaba retando al monje, pero con una ira total. Y luego pensé y si reacciona conmigo... Y me llamé a silencio. El monje me miró y noté en su rostro como una mueca de sonrisa.
Le dije: -No te entiendo, ¿te ríes de tu desgracia? -No, me causan gracia tus palabras. -¿Mis palabras? A ver, explícame, monje, por qué. -Porque el ataque de ira que tenías no era por lo que te había pasado de pequeño con tu tío, ni el desprecio de tu madre, ni Baro que se alejó. Por momentos es como que dejaste de estar en tu mundo para reparar en lo que me pasaba a mí. -Claro. Ahora me tomas por estúpido, ahora me vas a decir que te dejaste maltratar, te dejaste ensuciar el rostro con carbón para que yo deje de reparar en mí y vea cómo estás tú. -No -dijo el monje-, no en ese sentido, pero sí sirvió para que dejes de tenerte lástima. Prefiero que tengas ira y no lástima. Y lo correcto sería que tampoco tuvieras ira, porque esa ira es porque yo me mostraba indiferente. -¡Ah! ¿Te has dado cuenta o lo hiciste a propósito? -No importa eso. Importa que tenías ira. Importa que aún no has aprendido. -Explícate, ya que eres tan sabio, monje. Claro, luchas para que no te importe la aprobación de los demás. -Así es. -¿Y? -Pero te molestaba mi indiferencia, el que no te respondiera. De alguna manera es como que buscabas mi conversación. -Sí. ¿Y eso qué tiene que ver? -De alguna manera es como que buscabas acercamiento, una aprobación. -Son dos cosas distintas. -No, no son dos cosas distintas. Cuando uno busca acercarse a otra persona, ser amigo de otra persona, conversar con otra persona es como que busca aferrarse a alguien porque no te bastas a ti mismo, porque no eres completo contigo mismo. -Ahora ya te pones a hablar en difícil, ahora no te entiendo. -No necesitas de nadie, a eso le quiero decir, que te tienes que bastar a ti mismo. Si el otro te es indiferente está bien y si tú le eres indiferente al otro está bien también, pero si tú buscas que no le seas indiferente al otro, es porque no estás completo por dentro. -Hablas en difícil voy a tratar de captar esas palabras y de entenderlas. Eso no quita que te hayas dejado maltratar de esa manera. Y no me digas que lo has hecho para darme un ejemplo de que por dejarte maltratar yo dejo de pensar en mí para pensar en lo que te está pasando. Porque de verdad no me importaba lo que te pasaba, importaba que no me maltratara a mí el carbonero. ¿Sabes que sigo siendo egoísta, que sigo pensando en mí? -El monje sonreía-. ¿No te ofendes?, ¿no te molesta que te lo diga? Si te hubieran tirado al piso, si te hubieran llenado todo de barro tampoco me hubiera importado, mientras que no me lo hicieran a mí. O sea, que pienso primero en mí, en mi supervivencia. Y si te molían a palos, mientras a mí no me tocaran no me importaba. ¿Sigues queriendo mi compañía? El monje exclamó: -Has avanzado. -¿Ahora te burlas? Te estoy atacando de palabra, te estoy atacando verbalmente, ¿no te hiere? -No. No porque estás siendo auténtico. Y en realidad no es contra mí la cosa, estás sacando a relucir esa ira como desahogo y me tienes a mí enfrente. Sería tu... tu desahogo. -No es así. Lo que dije es cierto, no me importa que se venga el mundo a pedazos mientras ningún pedazo me pegue en la cabeza. Soy egoísta, ¿y qué? Y no tengo ganas de dormir en el bosque. El monje se encogió de hombros. Le dio un par de metales al tabernero y le preguntó: -Una habitación con dos catres.
No podía dormir, la ira me consumía. Quería que el monje reaccionara, pero nada, nada. Obviamente no me atrevía a golpearlo. No, tanto valor no tenía. Además, no sabía cómo podía reaccionar.
Y si pensaba que las cosas iban mal, después fueron peor. Vimos una enorme población medio amanecer más adelante, casas enormes, gente que nos miraba como si fuéramos bichos raros, más al monje que a mí. Yo, dentro de todo, cogí un tacho con agua y me higienicé. El monje ni se le veía la cara de lo sucio que estaba, como que el carbón se le había impregnado en la barba, en la piel, en la frente, en la ropa.
Y de repente se acercó un grupo de soldados, me cogió un ataque de pánico. El monje los miró indiferente. El que mandaba se rió fuertemente: -Miren estos dos, rodéenlos. ¿Queríais divertiros? Aquí tenemos al bajito y al viejo. ¿Querían circo? Aquí hay circo. -Nos rodearon-. Venid con nosotros. -Asentí con la cabeza. El monje ni los miró y avanzó. No tenía idea de cómo saldríamos de esta.
Los soldados armados, el que llevaba la delantera le dijo a su superior: -Señor, mire, mire esas espadas. -El jefe no lo miró al monje, me miró a mí-. ¿De dónde las habéis robado? -No las robamos, señor, el monje las consiguió. -No soporto la mentira. -Levantó el látigo y me golpeó el rostro. Me toqué, tenía la cara apenas cortada y me salía un poco de sangre. -No le miento, señor, el monje las consiguió. Pregúntele a él. -¡Je, je, je! Vamos a disfrutar con vosotros cuando nuestro amo los vea. Hace rato que estábamos con una rutina que nos aburríamos horriblemente, y vosotros dos, personajes, ¡ja, ja, ja!, habéis venido justo. ¡Avanzad!
Mi pánico era cada vez mayor, temblaba del temor. El monje iba delante mío y no decía nada. Y bueno, pensé, aparentemente hemos llegado al final de camino, de esta no creo que salga vivo.
Sesión 18/05/2023 Estaban en tierra de Gobling, el gnomo, y los tenía vigilados. Decidió que iba a divertirse quemándolos vivos. Ocurrió algo inesperado. El llamado 'monje' resultó ser un poderoso mento que estaba en momentos bajos y en esos momentos se recuperó y redujo al gnomo Gobling y restauró la mente de los soldados y todos quedaron liberados. La entidad relata que finalmente entendió que su vida y su libertad de decidir pasan sólo por él mismo, por aceptarlas, y por aceptarse. Los demás sólo deben ser tenidos en cuenta por lo que pueda aprender de bueno de ellos y no por su aprobación acerca de uno.
Entidad: Nos hicieron descender de los equinos y caminábamos. Detrás nuestro, varios soldados con espadas en la mano.
Entre mí, pensaba que nos hacemos problemas por cosas que vivimos, tenemos ira contenida por cuando sentía el mal trato de mi madre. Porque no todas son vejaciones, de hecho hay también vejaciones de palabra, el desprecio también es un ultraje, el que te miren como diciendo que eres una molestia también es un ultraje.
Y tenía razón el monje, tenemos que ocultar nuestra apariencia para que los demás no opinen. ¿Y todo para qué? ¿Los demás nos van a dar una mano, nos van ayudar en algo? Si les pedimos un favor nos van a dar la espalda, nos van a dar vuelta la cara. ¿Entonces por qué esa tonta costumbre de querer buscar la aprobación de los demás? No, pero son las apariencias. ¡Ja, ja, ja! Los demás viven de más apariencias. Aquellos que son nobles, que se creen que porque tienen más metales son superiores, se mueren igual.
Toda esta travesía de estos días con el monje me hizo reparar mucho en lo necio que era para pensar "¿Me aprobará la gente? ¿No me aprobará la gente?". Yo tengo que aprobarme, es mi elección, es lo que a mí me gusta. La gente vive en su mundo, le importa nada de uno, nada. Y lo que más lastima es la indiferencia. Pero aprender a vivir con uno mismo no significa que uno se encierre y no haga vida social, se trata de encontrar la gente adecuada. Pero bueno, todo ese pensamiento actualmente ya no servía porque me imaginaba que no saldríamos con vida. Éramos como dos payasos de los circos ecuatoriales: un joven, que obviamente no sacaron las espadas, un joven que no sabía defenderse, y un viejo que apenas podía caminar. La ventaja que los soldados no nos lastimaron, éramos su juguete, su burla, como los títeres de los teatros del ecuador. ¡Je, je, je!
De repente el monje me habló: -¿Te das cuenta, Remi, que las apariencias son solamente apariencias? -¡No hablen! -dijo el que mandaba, que iba adelante. El monje no le hizo caso y siguió hablando: -Todavía te falta aprender muchas cosas, Remi, tienes que aprender a no prejuzgar por lo que ves, tienes que aprender a entender. -¡Dije que no hablen! -Y levantó el látigo para pegarle al monje. El monje lo miró y el que mandaba bajó el látigo y siguió. Seguramente le habrá dado pena pegarle al monje con esa traza tan... tan sucia oliendo a puersario. Y sí, le habrá dado pena. Y el monje siguió hablando mientas íbamos caminando. -No eres el único, Remi, que busca la aprobación. Conozco gente muy pequeña de espíritu, muy pequeña, aunque tenga dos líneas de altura, son gente que traicionan, son gente que envidian, son gente que tienen apetitos de poder, de juntar metales. Y no saben cuánto tiempo van a vivir y los metales no se los van a llevar a la tumba. ¿Me entiendes? -asentí con la cabeza. Y sí, lo entendía, lo que pasa que estaba con unos nervios tremendos, más que nada por la incertidumbre de no saber qué iba a pasar con nosotros.
Y de repente vi algo que me... que me paralizó: una figura espeluznante, un gnomo; pero llevaba como una especie de taparrabo y el resto del cuerpo desnudo. Pero por momentos se veía su piel roja y por momentos como que salían llamas de su cuerpo. Hablaba con voz finita, pero chirriante. -¿Son estos? -Sí, mi amo. -Nos vamos a divertir un rato. Llama, urgente, a Cirina, que venga. -Era pequeño tendría una línea de altura. El monje le dijo: -Tú conoces a un amigo mío. El hombre le contestó. ¿Hombre?, era prácticamente un monstruo pequeño. -¿Quién te ha dicho que me dirijas la palabra? Dime amo. El monje le respondió: -Ni siquiera aquel que está más allá de las estrellas es mi amo.
Se enfureció y con sus manos nos lanzó una llamarada de calor que podía incluso haber derretido hasta una roca, pero algo hizo el monje que el calor no nos llegó. -Vaya, así que tienes un don oculto, viejo apestoso. Mejor. Me voy a divertir más cuando venga Cirina. Lo lamento por el joven que no dice nada, pero Cirina los va a quemar por dentro, órgano por órgano. Pero para que sufráis más los va a empezar a quemar por los pies, van a sentir una agonía interminable. El monje le dijo: -No siento compasión por ti porque la compasión es un sentimiento demasiado alto, siento pena y a su vez un rechazo tremendo. De verdad que eres una persona tan mezquina... seguramente tienes traumas por tu pequeñez. Me imagino en mi mente todo lo que pasó; tú eras un ser inútil y de alguna manera obtuviste ese poder ignífugo y conociste a mi amigo Olafo y lo apremiaste para que te dé pócimas para manejar la mente de la gente. El engendro lo miró al monje, y le dijo: -¿Pero qué eres adivino?, ¿puedes leer mi mente? -No, no; puedo hilvanar historias, y sé que no me equivoco.
En ese momento llegó una joven, la más bella que había visto en mi vida. Desmontó y habló con el engendro: -Mi amo, ¿qué quiere que haga? -¿Ves estos dos, el joven y el viejo?, quiero que todos los soldados lo vean, que los vayas quemando desde los pies lentamente. -¿Qué han hecho, mi amo? -¿Desde cuándo me preguntas? ¡Obedece y punto! -Pero mi amo, ¿qué han hecho? -Parece que se te están yendo los efectos. Ven, toma un trago de este líquido, que te va a hacer bien. -No -se opuso el monje-, no lo tomes, Cirina. -Cirina lo miró con odio. -¿Quién eres tú para oponerte a mi amo? -Tu amo, al que le llamas tu amo, te manipula. -A mí no me manipula nadie. Y ahora veréis que os pasa. -Los ojos se pusieron rojos y, a diferencia del engendro no lanzó una llamarada, directamente empecé a sentir un calor casi insoportable en los pies-. Y esto recién empieza -dijo Cirina. El monje dijo: -Basta, basta. -La miró un minuto seguido a Cirina y Cirina cayó inconsciente. -¿Cómo puede ser? -dijo el engendro-, es mi mejor arma, la has vencido. -Quiero que entiendas esto, Remi -me dijo a mí ignorando al engendro-, por esto que voy a hacer me han juzgado una y otra y otra y otra vez, pero esto que voy a hacer va a salvar muchas vidas.
Al engendro: Entiendo que estamos en el imperio Atauro, entiendo que tú eres el amo aquí. Los soldados los dominas por miedo y a los demás mediante una pócima que les has dado, que les confunde la mente como has hecho con Cirina, porque no creo que sea ni la cuarta parte de lo poderosa que es la niña. Pero antes de que nosotros llegáramos uno de los soldados nos dijo todo lo que pasaba, que la emperatriz Noah por influjo tuyo arrasó con decenas y decenas de aldeas matando no solamente a aquellos que se podían defender, supuestamente, sino también ancianos, mujeres, niños. ¿No tenías remordimiento? El engendro lo miró con una sonrisa cruel y le dijo: -¿Tú me interrogas a mí? Sí, lo hice, y sentí placer, porque el poder da placer. El monje exclamó: -Yo soy una persona que si tiene que quitar la vida a alguien se la quito y punto, pero siempre eligiendo el mal menor, protegiendo otras vidas. Que aquel que está más allá de las estrellas me disculpe, pero contigo no voy a hacer eso; lo que tú querías hacer con nosotros yo lo voy a hacer contigo. ¡Vosotros! -A los soldados-, enfundad sus armas. -Y todos enfundaron las armas. Yo me sentía anonadado de cómo le hacían caso al monje-. Y a ti, engendro, ¿qué estás sintiendo en ese momento? -Calor. Pero es lógico, mi cuerpo es una llama. -Tu cuerpo es más que una llama, es más que la lava de un volcán; el calor te consume por dentro y en este momento estás sintiendo un ardor. Pero no voy a permitir que te desmayes, quiero que lo vivas, quiero que lo sufras como has hecho tú con muchísima gente. El engendro empezó a aullar del dolor: -¡Mátame, mátame! -No, aún no es tiempo, quiero que te consumas.
Lo que mis ojos vieron a continuación no lo pude entender, el pequeño engendro se fue transformando en una llama, todo llama, hasta que la llama se consumió y en el fango sólo quedaban cenizas. -¿Cómo lo has hecho? -Con mi don. -¿Tu don? He escuchado hablar de una raza rara, los mentos. ¿Acaso tú eres un mento? -Así es, Remi.
En ese momento vino otro destacamento de soldados con un guerrero canoso adelante que llevaba su espada enfundada a la espalda.
-Deteneos -dijo el monje-, vuestro amo ha muerto. -Y se dirigió al guerrero canoso-: Y tú atiende a Cirina, está bien, nada más que la tuve que desmayar porque estaba bajo los influjos del engendro. Prácticamente le limpié mentalmente toda la basura que le estaba afectando a su mente. Va a despertar de manera normal. -El guerrero canoso desmontó de su equino y vio que Cirina respiraba normalmente. -¿Tú has hecho esto? -Estaba bajo los influjos del engendro, la tuve que desmayar porque nos iba a quemar por dentro. Primero detuve su calor y luego con mi mente la desmayé. -¿Y ese engendro? -Hice lo que él hacía con los demás, con mi mente lo quemé por dentro hasta consumirlo. Esas cenizas es lo que queda de él. O sea, que somos libres.
El hombre se acercó al monje. Un guerrero musculoso, ya algo mayor pero todavía con una fuerza tremenda: -¿Te conozco? -le dijo al monje. -Geralt, ¿cómo no me vas a conocer?, nos conocemos de miles de amaneceres atrás. -Geralt se tomó la confianza de tocarle la barba, tocarle el pelo hasta verle los ojos. -Es un milagro, esto es un milagro. -Y con esos brazos tan fuertes lo abrazó al monje hasta levantarlo en el aire. El monje por primera vez rio abiertamente: -¡Ja, ja, ja! No me estrujes tanto, que me vas a romper las costillas. -¡Mi querido Fondalar, mi querido Fondalar, eres de verdad un milagro!, esto que has logrado es... es imposible. O sea, que todo el imperio en este momento está libre. -Está libre. -El monje se dio vuelta y me miró-: ¿Te das cuenta, Remi? -Habló con Geralt y le dijo-: Tuvimos la fortuna de encontrarnos con este joven, que tenía problemas de elección de vida y me había prejuzgado y se molestaba por mi apariencia. -¿Pero qué te ha pasado? -preguntó Geralt. -Situaciones de la vida. Atacaron la fortaleza de Núria, otro mento. Lamentablemente no sólo traían flechas sino que traían catapultas con el fuego candente, rocas para tirar abajo las murallas. Tuve que quitar la vida a unos cuantos. Y después acabé con ese mento, que también tenía apetitos de poder. Era una tremenda aberración lo que iba a hacer ese mento. -Ok. Sigue -pidió Geralt. -Pero lo que más me dolió es que mi gran amor, Émeris, cuando vio los cadáveres, ella vio con una mirada parcial y dijo: "Tú eres una aberración". Es como si me hubiera clavado un cuchillo en el corazón, me partió el alma. No fui el mismo y cometí el mayor de los errores: me marché del castillo de Anán y me dejé estar. Ni ganas de higienizarme, ni de cortarme el cabello con una roca filosa, ni una barba. Menos ir a una peluquería de un poblado. No quería saber nada, me sentía desmoralizado. Geralt dijo: -Pero si matas cien para salvar miles, estás eligiendo el mal menor... ¿Cómo aberración? -Y esta es la primera vez que pierdo mi análisis. -¿Por qué? -Porque a ese pequeño engendro no es que lo maté directamente, lo consumí en sus propias llamas y mi mente evitó que perdiera la conciencia. Sufrió hasta el final una agonía tremenda, como si lo hubiera puesto en una olla de aceite hirviendo. Y ahora no es nada. Por eso le pedí a aquel que está más allá de las estrellas que me perdone. -No tiene nada de que perdonarte -dijo Geralt, el guerrero-. ¿Sabes con cuántas vidas acabó este pequeño engendro, y cuántas has salvado para el futuro? Nadie, nadie puede reclamarte nada. ¿Sabes quiénes están aquí? Están Anán, está su amigo Netrel, Gualterio junior y otros más. Está Ligor, Donk... ¿Sabes que Ligor se casó con una princesa llamada Jimena? Pero claro, éramos todos prisioneros, no podíamos hacer nada mientras él tuviera, el engendro, a Cirina bajo su control. Cirina es peligrosísima y yo pensaba: Sólo tú la podías frenar, solo tú... ¿Y este joven? Me presenté. -Me llamo Remigio, soy una persona que lo discutimos muchas veces con... ¿Fondalar se llama?, le decía el monje por su aspecto, sobre mis gustos.
-Montad. Fondalar miró a todos los soldados y les dijo: -A partir de ahora el jefe de la guardia va a ser Geralt, hasta que se decida otra cosa. ¿Comprendéis? -Sí, señor. -Bien. Escoltadnos.
Por el camino le dije a Geralt mi manera de pensar, y Geralt me contestó: -¿Y te preocupas por eso? Aquí en el imperio Atauro he visto muchos soldados que miran con más interés a otros soldados que a las aldeanas. Quien te dice que aquí puedas encontrar un motivo para ser feliz. -¿Y tú aceptas eso, guerrero? -Geralt me miró. -Remi, yo no soy quien para prejuzgarte, es tu vida, es tu elección. Buena, mala, no importa, es tu elección, y tu elección se debe respetar. Pero seguramente ya te lo habrá dicho Fondalar, al que tú llamas el monje: Eres tú primero el que debe aceptarte. Venga, vamos a tomar algo caliente y a comer un buen guisado, seguramente estaréis exhaustos del viaje. Pero aquí no habéis venido por casualidad, os ha enviado aquel que está más allá de las estrellas. Ninguna duda de eso. Los demás se van a poner contentos de verte, Fondalar. Y tú, Remi, eres de nuestro grupo a partir de ahora.
Me sentí feliz aceptado entre guerreros, entre un mento poderoso. Había encontrado mi hogar, había encontrado mi verdadera vida, pero por sobre todas las cosas, y esto es lo más importante, me había encontrado a mí mismo.
Sesión 12/07/2023 Después de mucho tiempo y de muchas situaciones encontraba un amigo con quien podía confiar, a quien podía compartir sus pensamientos más internos, sus dudas y sus esperanzas. Presentó unos trabajos de artesanía al regente del Imperio y trabó amistad con él, aunque sus intereses eran distintos. Se sentía bien en su nueva situación.
Entidad: Estaba recostado pensando en la pesadilla que había pasado. Recuerdo que venía con ese monje que parecía un vagabundo, yo estaba enojado porque entendía que me corregía en todo lo que yo decía. Recuerdo que hablé con un guerrero llamado Geralt y me dijo: -Has tenido el honor, Remigio, de haber estado en compañía del mento más grande de todo Umbro, si no hubiera sido por él la masacre hubiera continuado porque ese pequeño gnomo envenenó con una pócima la mente de todos.
Me di vuelta en la cama. Mi compañero Edu me dijo: -¿Qué pasa, no puedes dormir? -Ahora me siento más tranquilo. La emperatriz se suicidó, quien era emperador se fue al castillo del padre, que resultó ser un rey, y lo dejó a Ligor, un guerrero que es una leyenda, como regente junto con su esposa. Tú, Edu, eres un soldado, ¿y qué puedo hacer yo en este gigantesco lugar, una ciudad tan grande que equivale a más de cien pueblos? Qué hago aquí, ya hace treinta amaneceres que estoy aquí, quizá mi única, podría decir alegría, es haberte conocido a ti. Y me acuerdo que sentía un tremendo pudor porque nos habíamos hecho amigos y conversábamos. Y te confesé mis gustos en privado, y tú me habías comentado que tuviste una pareja, una pareja varón que era pasivo, como soy yo, y murió en medio de la masacre bastante tiempo antes de que nos conociéramos. En ese momento que tú me comentaste eso, Edu, yo sentí mucho más pudor, pudor porque dentro mío yo anhelaba encontrar alguien con gustos o pretensiones similares a las mías. Pero ¡je, je!, cómo es la mente, que cuando encuentro a la persona luego me coge un pudor tremendo, pero mal. Y después me puse a pensar; yo veo parejas de varones y mujeres que van cogidos de las manos o hacen compras en los grandes almacenes, pero no vi soldados o granjeros varones, tampoco mujeres entre ellas tomadas de la mano. Entonces digo, esto ni siquiera un reinado, esto es mucho más, esto es un imperio, se permite que salgan varones o mujeres entre ellas. Y recuerdo, tú, Edu, me comentaste: "Mira, yo estuve como quinientos amaneceres con esta otra persona que mataron y obviamente no íbamos de la mano a las tiendas o a los grandes almacenes. Y él era soldado también, sí sabían todos que vivíamos juntos en la misma casa, pero afuera nos comportábamos normalmente como grandes amigos". Recuerdo, Edu, que te pregunté: "Tengo una vergüenza tremenda de estar contigo", y recuerdo que tú me comentaste: "Las cosas tienen que salir naturalmente, no se trata de apresurar nada". -Recuerdo que cuando era mucho más joven, adolescente, un guerrero me obligó a estar con una aldeana. Y estuve, pero no sentí nada. Lo miré y le dije: -A mí me pasó algo similar con dos mujeres y no sentí nada. Recuerdo que me dijiste Edu, "Tienes que dejarte fluir". Yo tengo una vivienda grande, de dos habitaciones y te invito a quedarte. Tengo buen carácter, no soy de discutir, soy tolerante. Quiero decir nos vamos a llevar bien. Le dije: -Está bien.
Y a partir de esa noche nos quedamos juntos, dormimos abrazados pero no pasó nada. Al día siguiente sí, y me sentí bien porque Edu fue muy suave, muy tolerante, respetando mis tiempos. No fue agresivo, activo pero no agresivo. Me preguntaba a cada rato si estaba bien, le decía "Sí". Y a partir de ese día, bueno, estamos juntos.
El tema es que no sé hacer nada. Recuerdo que aprendí un poco de espada, cómo manejarla, pero soy torpe no... no sé qué hacer. Edu me dijo: -Mira, Remi, en los momentos en que yo iba al patio de armas a practicar, recuerdo que una vez falté siete amaneceres porque fuimos una tropa a un pueblo a reparar todo lo que se había destruido, lo único que no pudimos reparar fueron las vidas que se quitaron, lamentablemente. Los pobladores entendieron en decenas y decenas de pueblos, Remi, que estábamos manipulados mentalmente, pero la masacre, la gente no se le olvidó, o sea no nos enfrentaban porque nosotros éramos un ejército, pero nos odiaban. Hemos reparado grandes tiendas, almacenes, graneros, depósitos en muchísimos pueblos, pero nunca dejaron de odiarnos aún sabiendo que no éramos nosotros, estábamos manipulados en nuestra mente. Pero obviamente a veces, al igual que otros compañeros, no dejamos de sentirnos mal por lo que hicimos aunque no hubiera sido nuestra voluntad, siempre fuimos pacíficos. Pero lo bueno, Remi, es que en ese lapso tú has cogido de un cajón dos cuchillos, uno un poco más grande, uno un poco más pequeño y has cogido ramas y has tallado pequeños soldados, como miniaturas, y para mí esas son obras de arte. A varias calles de aquí hay una enorme plaza con una gran feria donde aparte de alimentos se venden adornos, collares, pulseras. Yo no es que sea amigo, pero soy conocido del regente Ligor, le puedo pedir el favor de que nos dé un puesto y tú vendes todo esto. Lo miré a Edu y le dije: -¿Estas miniaturas valen metales? -Están hechas a la perfección. Estás trabajando con dos cuchillos, uno pequeñito y encima un punzón, parecen como muñecos de la palma de una mano, para decoración o incluso para que los niños jueguen y te aseguro que los puedes vender hasta en un metal plateado. -Me asombré. -O sea, que me darían diez metales cobreados por cada... yo le llamo muñeco. -No, no, son obras, son talladas a mano y están perfectas. He viajado y he visto en algunas ferias feudales eso que tú llamas muñecos, que los hacen ensamblados, que mueven las manos, y aparte están muy torpes en el rostro, eso es para más niños. Esto hasta los puede coleccionar un adulto.
Al día siguiente Edu habló con el regente Ligor. Ligor, con una comprensión y una simpatía tremenda le dijo: -Edu, pero bien venido sea. ¿Cómo se llama tu amigo? -Remi. -Dile que venga con una de sus obras.
Había tallado un guerrero con un mangual, un guerrero robusto, y se lo llevé. Me sorprendió la altura de Ligor, su musculatura, y obviamente la belleza de su esposa, porque si bien yo tenía afinidad con los varones sabía distinguir la belleza de una mujer. Ligor sonrió y me palmeó. ¡Je! Tenía tanta fuerza que me hizo tambalear. Y miró mi obra. Y dijo: -Vaya se parece a mí. -Es un obsequio, regente. -¿Cómo regente?, dime Ligor directamente. Y cuando quieras venir a tomar algo, alguna bebida espumante, ven. -Pero señor. -Nada de señor: Ligor.
Me sentí cómodo por la familiaridad que me trató el regente, al fin y al cabo él y su esposa comandaban todo el imperio Atauro. Y había conseguido un trabajo decente, algo que me gustaba, tallar madera. Solamente me sentía en soledad porque Edu iba a muchas misiones. Me respondió Edu: -La soledad la vas a poder soportar, lo importante es que en este momento estamos en tiempos de paz y no vamos a ninguna batalla, simplemente vamos a restaurar aldeas, que todavía faltan muchas, y a veces estamos hasta más de diez amaneceres afuera. Tú cuida la casa. Y el puesto de la plaza no te lo quita nadie, ya tiene grabado tu nombre, y acá se respeta lo que dice el regente. Es simpático, familiar, muy dado con todos. Pero Remi, no lo quieras ver enojado, ¿sabes que de pequeño montaba dracons? Por eso te digo no lo quieras ver enojado, o sea, él es una persona de mucha confianza, pero tú toma la confianza necesaria, no más de allí. Y a su esposa no la trates de la misma manera, a ella la tratas como la reina y regente que es. Cuando estéis bebiendo bebida espumante la regente no va a estar con vosotros, pero no te pases de confianza. -No, por supuesto que no. Esto para mí es una vida nueva.
Al amanecer siguiente se marchó. Me dijo: -No sé, Remi, por cuantos días.
Y me puse a pensar, ¿es esto lo que yo buscaba? Tengo una casa donde nadie me molesta, a veces cada siete días el regente me manda llamar y tomamos algo. Siempre me miró con afecto, pero impersonalmente, alguna vez se me cruzó por la cabeza si quería estar conmigo. Una vez le comenté las cosas que a mí me gustaban íntimamente, me atreví, desobedecí las..., no las órdenes sino las orientaciones que me daba Edu. Ligor se puso serio y me dijo: -A mi gente no le prohíbo nada. Pero conmigo no vas a tener problemas, pero cuídate con quien hablas, a muchos de los soldados, a la gran mayoría, no les gusta que a un varón le guste otro varón. Entonces disimula. Y esto que me has contado a mí está bien, yo soy amplio de criterio, comprendo todo, pero si hay algo que me gusta más que la bebida espumante son las mujeres. O sea, conmigo no toques el tema. -No regente, no lo tocaré más. -¡Ja, ja, ja! -No entiendo porque se ríe. -Porque ahora tienes miedo y me hablas con respeto. No quiero más escuchar de tus labios la palabra regente, me llamo Ligor. Con mi esposa sí, ten el respeto que se merece: "señora regente. Y te inclinas. Conmigo no. Si yo te contara mi vida, todo lo que yo he pasado... He conocido otro continente más allá del mar, he conocido la zona de los apartados, de las amazonas. Tardes enteras estaría contándote. Así que los días que tu amigo no esté puedes venir a tomar una bebida o a comer una hogaza de pan. Y si no te incomoda te contaré mi historia, lo que he ganado y lo que he perdido y lo que he vuelto a ganar, que es el amor de mi esposa. Lo miré y le dije: -Ligor, para mí es un honor ser conocido del regente. Me miró y me dijo: -Podemos ser amigos, seguramente tú eres joven todavía y tienes una historia corta y muy poco para contar, así que te aburriré con mis historias. -Nunca me aburriré, me interesa eso del nuevo continente. -¡Ah! Bueno, tenemos para rato entonces. Ahora ve, ahora ve, que voy a descansar un rato. -Gracias, Ligor. -Le tendí la mano, me la apretó que casi me fractura los huesos. Me toqué la mano y abrí y cerré los dedos. Le digo-: ¡Vaya, tienes una fuerza demoledora! Se encogió de hombros el gigantesco exguerrero y me dijo: -A veces ni yo mismo sé medirme. Gracias por escucharme.
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