Índice |
Psicoauditación - Marcelo |
Sección Psicointegración y Psicoauditación - Índice de la sección - Explicación y guía de lectura de la sección |
Si bien la Psicoauditación es la técnica más idónea para erradicar los engramas conceptuales del Thetán o Yo Superior de la persona, la mayoría de las veces se psicoaudita a thetanes que habitan en planos del Error y sus palabras pueden no ser amigables y/o oportunas para ser tomadas como Mensajes de orientación, algo que sí se da cuando se canaliza a Espíritus de Luz o Espíritus Maestros.
|
Sesión del 20/12/2022 Aldebarán IV, Remigio Sesión del 08/01/2023 Aldebarán IV, Remigio Sesión del 17/01/2023 Aldebarán IV, Remigio Sesión del 13/02/2023 Aldebarán IV, Remigio Sesión 20/12/2022 Se encontró con un joven guerrero del norte que le propuso vivir aventuras. Le enseñó cómo se peleaba y buscó quien le enseñara estar con una mujer.
Entidad: -¡Remi, Remi! -Dejé la leña que estaba cargando, me di vuelta y le dije: -¿Qué, mamá? Mamá Jazmine me miró con desprecio y me dijo: -¿Qué pasó, no te tomaron en los grandes almacenes? ¿Ni para eso sirves? Cualquier peón me puede cargar leña, pero necesito metales, me-ta-les. -Me probaron, probaron a otros jóvenes, dijeron que en siete amaneceres me presente para ver si me aprobaban o no. -¡Ja, ja! ¡Qué basura! ¡Ay, ay! Por qué no habrás salido como tu tío Gofo. Me enojé. No soy de responderle de manera reactiva, pero le dije: -¿Te gustaría que fuera como él, alcohólico, borracho, ladrón, una persona que ultraja a los niños? -Tonterías, tonterías, inventas cosas para hacer quedar mal a la familia. Y espero que no lo hayas contado en la aldea, no vaya a ser que vengan y prendan fuego a la casa. Y tu madre, la que te crió, la que te cuidó se quede tirada en el bosque. -¿La que me cuidó?, la que me cuidó de que tu cuñado, tu amante, no sé si fue él el que mató a papá Orán cuando yo era bebé. -¡Plaf! Una cachetada. Cerré los puños. -Claro, le vas a pegar a tu madre. -Por supuesto que no, jamás haría eso, jamás haría eso.
Pasó el tiempo, pasaron meses. Me encontré con un joven con espada. Me impresionó. Alto fuerte. Le pregunté: -¿Quién eres? -Mi nombre es Baro, soy hijo de un gran guerrero del norte. Vine a conocer nuevas tierras. -¿Solo?, ¿no tienes miedo de que te asalten maleantes por el camino? -¡Ja, ja, ja! Soy Baro, nadie puede conmigo con la espada, nadie. -Me miró de arriba abajo-. ¿Qué pasa que no portas una? -Me encogí de hombros -Vivo con mi madre, soy leñador. ¡Bah!, leñador no, recojo troncos. -¿Con quién más vives? -No, sólo con mi madre, mi padre Orán falleció cuando tenía meses de vida. Y hace poco murió mi tío Gofo. -Así que viven solos. ¿Quién los protege? -No tenemos metales, no se van a llevar nada. Tenemos unos puersarios y nada más. Algunas aves en el corral. ¿Qué se van a llevar? Ni se molestan. Me miró y me dijo: -Necesito un compañero de aventuras. -Miré que estaba en un hoyuman muy grande, semental, y dos enormes mochilas. -¿Qué guardas allí? -¿Allí?, ropa. En las alforjas, en una de ellas una pequeña carpa, me gusta acampar. Y no repitas que puedan asaltarme. Con ésta -Se tocó la espada-, he vencido a muchos. -Pero eres joven, apenas un poco más grande que yo. -¡Je, je, je! Desde los diez años que practico con la espada. Mi padre siempre estuvo orgulloso de mí y me permitió ir a conocer nuevos lugares. Cuando él muera yo voy a ser el rey del norte. -Me gustaría acompañarte, pero necesito metales, mi madre está esperando que me tomen en los grandes almacenes. -¿Metales?, ¡ja, ja, ja! -Sacó de su bolsa tres metales plateados-. Toma. -Los cogí en el aire-. Llévale a tu madre. -¿Y qué le digo? -¿Y por qué le tienes que dar explicaciones?, tienes un amigo. Te espero aquí, en el camino a la montaña. -Me quedé sorprendido y me fui para casa.
Le di los metales a madre. Miró los tres metales y sus ojos se abrieron de sorpresa: -¿Y esto?, esto es una fortuna. ¿Lo has robado? -¿Te asombrarías si lo hubiera robado? -Sería lo último. -Madre, no seas hipócrita, el tío Gofo robaba y lo admirabas. -No lo admiraba, él nos mantenía. -Bueno, ahora te mantengo yo. -¿Quién te los dio? -Un amigo. -¡Ajá! ¿A cambio de qué? -¿Por qué siempre piensas cosas raras? -¡Ay! Remi, Remi, ¿te crees que no sé? -¿Qué es lo que sabes? -Tu tío una vez me contó que lo abrazabas, que lo besabas por todos lados y que le implorabas amor, y en lugar de yacer conmigo yacía contigo. Por eso te odio. -La miré con desprecio. -¿Así que te contó eso? ¿No te contó que me golpeaba con el codo la espalda hasta casi quebrarme las costillas? ¿No te contó que me ultrajaba a la fuerza?, ¿no te contó...? -¡Je, je! Siempre desvirtúas la historia, como basura que eres. Pero bueno, mientras me traigas metales haz de tu vida lo que quieras. -Se dio vuelta y no me prestó más atención.
Me fui camino a la altura. En la boca que subía para la montaña me encontré con Baro, el hijo del guerrero del norte. Subimos a pie, él llevaba de las riendas al hoyuman. Recién por la tarde llegamos a una de las cimas. -Ayúdame -dijo-, ayúdame, muchacho. -Me llamo Remigio. -Bueno, ayúdame, Remi. -Lo ayudé y armamos la carpa-. Aquí tengo carne seca, comeremos eso. Mañana será otro día, está fresco.
Entramos a la carpa y nos tendimos en la manta. De repente en medio de la noche Baro empezó a tocarme. Yo me sentí como excitado, pero a diferencia del tío Gofo él me tocaba en todas mis partes. En realidad yo no sabía que quería hasta que me despojó de la parte baja de mis ropas y él se despojó de las suyas. -¿Qué haces? -Me cogió de la mano y me tiró, me puso la boca contra la lona. No ofrecí resistencia, me dejé poseer. Por lo menos era mucho más tierno, más dulce que el tío que me golpeaba. Él me abrazaba, me besaba, me hacía sentir bien. Y varias veces a la noche. Pero al día siguiente indiferente, como si nada. -¿Qué haces? Dobla las mantas, átalas. -¿Por qué me hablas así?, somos amigos o algo más. -¿Amigos? Nos conocimos ayer, ¡qué amigos! ¿Qué te pasa, Remigio? -Pero anoche... -¿Anoche qué? -Anoche nos sacamos el gusto. -Eso no es ser amigo, eso no es ser nada. Eso no es ser nada de nada. -¿Acaso me desprecias? -Déjate de decir tonterías, Remigio. Vamos, vamos, acomoda las cosas, ayúdame a doblar la carpa. -Finalmente bajamos de la montaña.
Por el camino se cruzó Guamiro. -Vaya, ¿cómo estás, Romi? Baro le dijo: -¿Quién eres? -Mi nombre es Guamiro, hermano de Brunilda. -¿Quién es Brunilda? -Brunilda es mi hermana, que quiso salir con... con Romi. -¿Por qué le dices Romi? Se llama Remi. -¡Ja, ja, ja! -Rió Guamiro-. Tengo una amiga que se llama Romina, por eso le digo Romi. No quiso estar con mi hermana Brunilda. -Baro me miró. -¿Es cierto? -No, no es cierto, simplemente que me acobardé. -Guamiro no era precabido, se quiso burlar de Baro. -¡Qué!, ¿ahora eres el novio de Romi? -Baro no sacó la espada, se acercó a Guamiro, eran de la misma estatura, pero le pegó un puñetazo que lo tiró contra el barro. Guamiro se levantó rápidamente-. A mí nadie me golpea. Baro se tocó la espada: -¿Tienes una espada? Vamos a resolver el conflicto. -Guamiro bajó la cabeza. -Te pido disculpas por lo que te dije. -No, no las acepto. Ve a buscar un espada, te espero aquí. -Me miró a mí-. ¿Sabes dónde vive? -asentí con la cabeza-. Si no vienes iremos a buscarte a tu casa, te mataré, mataré a tu familia e incendiaré tu vivienda.
Al poco tiempo apareció Guamiro con cuatro amigos más, todos armados. Baro sonrió: -¿De verdad, de verdad quieres hacer eso?, ¿eres tan cobarde que no puedes solo conmigo? -No pasa por ahí. Veo que tú eres un guerrero, yo no, pero contra cinco no podrás. -Si tú lo dices... -Sacó la espada. Me miró a mí-: ¿Tú no usas espada? -Nunca. -Entonces córrete a un costado.
Lo atacaron entre todos. Era más que diestro, los fue hiriendo uno por uno menos a Guamiro, a quien golpeó con un puntapié en la entrepierna haciéndole retorcerse de dolor. Retorcido de dolor, no podía levantarse. A los otros cuatro les fue quitando la vida uno por uno con su espada. Me miró a mí y me dijo: -Coge la espada que más te gusta. -Había una muy buena, de buen metal. -Pero no es mía. -Ahora sí. Cuando tú matas a alguien todo lo que posee es tuyo. Y yo te regalo esa espada. Es más, fíjate que el muerto tiene un traje de cuero..., está bien, tiene un par de agujeros, ¡je, je!, provocados por mi espada, pero los puedes zurcir. Coge las botas... -¡Pero...! -Está muerto, no pasa nada. -Hasta me daba impresión tocar un cadáver.
Guamiro se sentó en el piso: -Has matado a mis amigos. -Agradéceme, te he perdonado la vida, agradécemelo. ¿Quién es esa joven? -Esa es mi hermana. -Horrorizaba estaba al ver a los amigos muertos. -¿Quién ha sido? -Yo. Ven aquí. -No. -Baro puso la espada en el cuello de Guamiro. -Degüello a tu hermano si no vienes. -Se acercó. La jaló de los cabellos-. Cuando digo que vienes, vienes. -Lo miró a Guamiro-. Te quedas con Remigio, y no lo vayas a tocar. Y tú ven conmigo. -Lo miré a Baro. -¿Qué vas a hacer? -Lo que deberías haber hecho tú. -Se alejó como cien pasos en el bosque. Y obviamente yació con ella, se escuchaban los gritos de Brunilda. A Guamiro lo vi más humano. -Brunilda ha estado con varios varones, ¿por qué grita? Ve a ver. -No. -¡Ah! Conmigo si te abusas, pero cuando viene un guerrero no.
Volvieron. Guamiro le preguntó a la hermana: -¿Por qué gritabas? -Me ha tomado por la fuerza. Le dije: -Tengo entendido que ella ha estado con varios varones, se podía haber entregado. -No me interesa que se entregue, mi idea era someterla, mostrarle quién era un guerrero del norte de verdad. Guamiro dijo: -Ya habrá quien te bajará los humos, ya encontrarás a alguien que puede contigo. -Le apoyó la espada en el cuello. -Por lo menos tú no. Date por satisfecho que te dejo con vida. -Me llevaré los cuerpos. -No, todavía no, los voy a revisar. -Todos tenían metales, me tiró unos cuantos a mí-. Toma, para que tu madre después no se queje. -Había metales cobreados, plateados-. Los guardé en un bolsillo. -Baro lo miró con ojos entre cerrados a Guamiro-: Cuando yo me vaya no se te ocurra desquitarte con Remigio, yo no me iré lejos, estaré por aquí. Siempre voy a estar por aquí. Y tú, mujer -A Brunilda-, enséñale a Remi lo que es una mujer. -¿Es un pedido? -No, yo no pido, yo ordeno. Yo voy a volver en siete amaneceres, si yo me entero que no has tenido una relación con Remi te llevaré al norte y te haré pasar por toda la tribu. -No harías eso. -¡Ja, ja, ja! Mírame bien, ¿te parece que estoy mintiendo? -Brunilda bajó la cabeza. Guamiro no dijo nada. Acomodó las alforjas-. Ahora tú, Guamiro, con otros amigos entierra a estos. Y tú, Remigio, ve a tu casa, llévale los metales a tu madre. Mañana te encontrarás con Brunilda aquí en este mismo lugar. Tú, Guamiro, ni aparezcas, quiero que estos estén juntos, quiero que conozca el amor de una mujer. Le pregunté: -¿Por qué? -Quiero que compares, porque veo que no estás seguro de ti mismo. -¿En qué sentido? -No te hagas el estúpido -me gritó. Montó su hoyuman y se marchó al trote.
Guamiro me iba a decir algo y cerró la boca. Brunilda me miró. -Mañana te espero aquí. -¿Lo haces porque te lo dicen? -Sí, no te voy a mentir. No quiero ser una esclava de los norteños. -Me marché para casa.
Al día siguiente estaba excitadísimo, pero de ansiedad, una ansiedad que me partía en varias partes mi cuerpo, una ansiedad que me ahogaba. El corazón me latió rápidamente cuando la vi aparecer a Brunilda. Fue ella la que me hizo todo, se subió encima, me empezó a besar, me despojó de mis prendas y tal como fuera un jinete de hoyuman me montó. Sentí placer, un placer tremendo, me besaba y correspondía yo a sus besos, hasta que en una explosión me relajé. -¿Ya está? -dijo ella. Asentí con la cabeza-. Bien. Cuando venga tu amiguito, el guerrero, le dices. Así me deja tranquila. Y tú también, te has ligado un buen premio. -No dije nada.
Era una experiencia nueva, me sentía bien. Y después me recordé cuando había estado en la montaña con Baro e hice comparaciones. Me sentía como indefinido, Baro, Brunilda... Baro no me forzó, a Baro lo disfruté cuando estaba dentro mío. Brunilda la disfruté cuando estaba dentro de ella.
Sesión 08/01/2023 Se sentía seguro con él, se sentía contenido. Era su amigo, se encontraba bien con él, bien protegido con él. Pensaba que podría ser por los sucesos de hace años, cuando su tío lo abusaba.
Entidad: Lo más..., cómo diríamos, lo más complicado es cuando tienes emociones encontradas porque ello se presta a que tengas más confusión, a que tus ideas también sean encontradas, opuestas. No voy a hablar de sentimientos, esto es muy delicado, voy a hablar de emociones.
Baro fue para mí, y lo sigue siento, un amigo, un amigo al cual le tengo un gran afecto. Cuando estuvimos en un momento determinado en la montaña, prácticamente él armó el campamento, yo apenas lo ayudé. Y nos quedamos. Y bueno, me poseyó. Yo me quedé de manera pasiva, sin resistirme ni nada. Tal vez tenía, no sé, traumas. Cuando mi tío alcohólico a los ocho años abusó de mí, sólo escuchar el nombre de Gofo, a pesar de que ya no está más con nosotros, me da como escalofríos. Pero Baro no, Baro no me ultrajó, fue como pasar de caricias al hecho en sí. Y por uno momento me sentí como..., mientras me poseía me sentí como protegido, como que él me protegía, no como que intimaba conmigo, como que era mi protector. Es muy difícil que se entienda, pero lo afirmo.
Recuerdo que siempre Guamiro, el hermano de Brunilda, se burlaba de mí. En lugar de Remi, que era mi nombre diminutivo de Remigio, me decía Romi, diminutivo de Romina, la aldeana que se acostaba con todos. Cuando nos vio bajar de la montaña se burló y Baro lo golpeó muy muy fuerte. Ahí, ahí me di cuenta de que más que mi amigo era mi protector. Me cogió pavor, angustia cuando este tonto de Guamiro regresó con cuatro amigos armados. Baro no se inmutó, no se inmutó para nada. Usaba muy bien la espada y pudo acabar con todos, menos con Guamiro. Y me puse a pensar, no quise preguntarle, no quise presionarlo quizá porque estaba algo reactivo él, no es que no lo mató a Guamiro por compasión, yo creo que para que quede como testimonio viviente de lo que podía hacer Baro con la espada. Y después me sentí muy violento cuando aparece Brunilda y le ordena que intime conmigo. Ella es como que no quiso hacerle caso. Baro le dijo: "Conozco quien me da buenos metales por una mujer, aunque sea usada". Ella quiso violentarse, Baro lo que hizo fue apoyar su mano sobre su espada. Lo miró a Guamiro y le hizo señas que se vaya.
Guamiro agachó la cabeza y se marchó. Brunilda le dijo: -¿Qué haces? -No le contestó, era burlón con quienes podía y cobarde con quienes no podía.
-¿Qué esperas? -habló Baro. Brunilda tenía un pequeño lugar, una especie de cuarto de enseres: -Pasad. -Quiero ver, no quiero que me engañen. Le dije: -Baro, yo... -Ella te ha rechazado. Poséela. -No, no tengo deseos. -Brunilda, hazle tener deseos. -Ella se encogió de hombros. Sacó la espada Baro. -No me lo hagas decir de nuevo, tú sabes cómo hacer. -Entonces déjanos. -No, quiero ver. -Remi no te va a mentir. -Quiero ver. Haz tu trabajo. -Yo estaba con vergüenza, y se lo dije a Baro: -¿Cómo hago si tú nos miras? -No voy a quedarme, quiero ver.
Brunilda se despojó de las ropas y empezó a despojarme de las mías mientras besaba, sentí como una especie de electricidad en el cuerpo. Fue besándome y besándome hasta llegar a excitarme. Me atrajo contra ella y comencé a consumar la relación. Como pude me di vuelta y Baro ya no estaba.
Como pude llegué llegar al clímax. Me sentí extraño, cómo puedo explicarlo, no voy a negar que disfruté, porque sí, disfruté, pero no me sentía protegido por Brunilda, como que ella se sometía a mí, figurativamente hablando, porque ella en determinado momento tuvo el control de la relación, de la intimidad, pero después asumió la parte pasiva y yo la activa. Pero de ninguna manera me sentí contenido como sí lo sentí con Baro. Una vez consumado el hecho me vestí. Ella ni me habló, salió del cuarto
Baro estaba afuera sentado en una roca: -¿Y? -Hizo lo que tú pediste. -¿Y tú? -Me encogí de hombros. -Yo... yo creo que estuve bien. -¿Cómo te sentiste? -Me daba tremendo pudor explicárselo. -Me sentí normal. -No se entiende, Remi. -Sentí como se sentiría cualquier guerrero con una posadera, un acto y ya está. -¿Pero lograste...? -Si te refieres a si... Sí, sí, pero no me sentía contenido, protegido. Y tal vez yo tenga aún los traumas del fallecido tío Gofo cuando me ultrajó, cuando mi madre Jazmine lo justificaba, porque él le traía metales. Entonces es como que siempre me sentí no sólo aislado sino desnudo ante el mundo. -¿Desnudo? -Desnudo quiere decir... -Sí, sé lo que quiere decir, como inválido, de alguna manera. -Vale. No sería la expresión correcta, pero vale. -O sea, que necesitas sentirte contenido. -Tu amistad me contiene -le dije. Y luego me dio una vergüenza tremenda decirle eso. Sonrió no lo veía sonreír casi nunca a Baro-. Eres distinto, conmigo te portas bien y eres una centella con la espada, lo que has hecho con esos cuatro maleantes, supuestamente amigos del hermano de Brunilda, los has liquidado fácilmente. Aparentemente eres muy bueno con la espada, pero por qué me... Yo no soy nadie, tú podrías tener otro tipo de amigos más importantes. -Eres tonto, Remi. -¿Ves?, ahora me rebajas. -No, no te rebajo, te digo tonto por lo que tú piensas de ti mismo. ¿Por qué un guerrero del norte que asalta aldeas y viola jóvenes es más importante que tú? -Bueno, porque lo respetan. -No, no, Remi, no lo respetan, le tienen miedo, el respeto es otra cosa. -¿A ti te respetan? -Baro sonrió. -El que me conoce me respeta y no por miedo, porque yo trato bien a la gente. -Bueno, ¡je, je, je!, no a todos. -No, no a todos.
Quería preguntarle más cosas, pero no me animaba. -¿Nosotros somos amigos, Baro? -Lo sabes. -No entiendo tu postura. -Yo no entiendo lo que me estás diciendo. -Me daba vergüenza preguntarle. -¿Por qué me has hecho yacer con Brunilda? -Porque la vi varias veces contigo, te besaba y luego a tus espaldas se reía y comentaba con otras amigas que tú eras un tonto. No delante de tuyo, a tus espaldas. -Y seguramente soy un tonto. -Ahora lo dices tú, pero te has molestado cuando te lo dije yo. Por eso quería que estuvieras con ella, para que después no ande diciendo con las otras aldeanas "Remi no pudo". -Bueno, pero fue obligada. -No importa. En su memoria queda como que estuvo contigo. No importa si obligada. -Está bien ¿Y yo qué gané con todo esto? -¿Me preguntas en serio, Remi? -¿Ves?, tú te burlas de mí. -No me burlo de ti -respondió Baro-, me molesta que no te tengas confianza, me molesta enormemente. -¿Por qué?, ¿qué te importa de mí? -Se encogió de hombros. -Me pareces una persona leal. -¿Tú has estado con aldeanas o pasaderas? -Sí. -¿Muchas? -No tengo idea. -¡Ja, ja! Evidentemente muchas. -No tengo idea. ¿Me quieres preguntar algo, Remi? -En el campamento de la montaña... ¿por qué... por qué pasó eso? -Porque tenía... porque tenía ganas. -No me preguntaste si yo tenía ganas. -No, pero vi que no has ofrecido resistencia. -No entiendo. O sea, ¿por qué lo has hecho?, tienes infinidad de posaderas a tu disposición. -¿Por qué todo tiene que tener una explicación? -Es una forma indirecta de eludir tu respuesta. -No eludo nada -respondió Baro-, simplemente que las cosas pasan y ya está. -Entonces me sentí molesto. -O sea, ¿para ti fue algo que pasó y ya está? -Qué paciencia que tengo contigo, ¿eh? -Y entonces, ¿para qué eres mi amigo? -Déjate de tonterías. ¿Tienes hambre? -No me respondes. ¿Por qué has estado conmigo? -Porque sí. ¡Punto! ¿Tienes hambre? -Obvio. -Vamos hasta el poblado, tengo metales. -Pero... -¿Pero? -Me encogí de hombros. -Nada, solamente quiero saber en qué lugar estoy yo. -¿Lugar? -¿En qué postura? -No entiendo postura. -¿En qué situación? -¿Situación? Estás bien. -Ahora te haces el tonto tú, Baro. -Contigo. Somos amigos. -¿Y por qué me siento protegido? -¡Ahhh! Remi Remi Remi Remi, no siempre voy a estar, si quieres te enseño a manejar bien la espada. -¿Te vas a ir? -Es una manera de decir no pienso irme. Ve al corral y saca un hoyuman, vamos al poblado. ¡Vamos! -Cogí un hoyuman, lo ensille y monté-. Te voy a comprar una buena espada en el almacén de ramos generales. -No quiero llevar espada, van a buscar una excusa para desafiarme. -Conmigo nadie te va a desafiar.
Me sentía raro. En la montaña había estado con Baro, en los enseres había estado con Brunilda. ¿Cómo me sentí mejor? ¿Con quién me sentí mejor? Mi mente era un bullicio de voces internas, como que en vez de aclarar mi mente estaba más turbia. Y eso no lo podía permitir, tendría que despejarme. Pero por ahora iríamos al poblado a comer algo. Lo que pasó después es otra historia.
Sesión 17/01/2023 Su amigo trataba de enseñarle cosas de la vida, lo que era normal, pero entendía que sin sentimiento no debían ser. Trataba de convencerle que hay que ser práctico, como saciar el apetito, la sed. Se encontraron con tres maleantes.
Entidad: En lugar de aclarar las cosas me sentía más confundido, estaba como perdido por la actitud contradictoria de Baro.
Recuerdo que fuimos a una posada a comer un guisado, habló con el posadero y le señaló el piso alto. Bajó una joven con muy poca ropa y habló con Baro. Se acercó a mí y me dijo: -Enseguida vengo, espérame. -Me quedé como petrificado. Me pedí una bebida caliente.
Pasado un tiempo bajó Baro, pagó la consumición y dejó unos metales más. Y salimos. Fuimos a la cuadra a buscar el hoyuman y salimos del poblado. Íbamos al paso con los equinos y le pregunté: -¿Qué... qué pasó? -Me miró. -¿Qué pasó cuándo? -En la posada. -No entiendo, comimos algo. -Claro, pero después. -¿Es una broma, es una broma Remi? Me fui a acostar con la posadera. -Claro, pero pensé que... pensé que éramos amigos. -O no entiendo o eres tonto. -No me insultes -le pedí. -Si no quieres que te insulte no hagas preguntas tontas. ¿Qué tiene que ver nuestra amistad con que yo vaya con una posadera?, tú no quieres ir, es tu problema. -Pero y... ¿y lo que pasó entre nosotros? -Se encogió de hombros. -¿Qué tiene que ver? -Claro, pensé que... Me da como vergüenza, ¿no? -Habla de una vez. -Claro, pensé que conmigo te bastaba. -¿Contigo? Contigo es un momento, con la posadera también es un momento. -O sea, yo no te satisfago. -¿Pero qué tiene que ver? Mañana voy a otro poblado con otra posadera. Yo no me siento prisionero de ninguna emoción, no me siento prisionero de ningún sentimiento, no me siento prisionero de ninguna atracción. Hago lo que quiero, cuando quiero y donde quiero. A ver, a ver, Remigio, no entiendo, ¿te refieres a que si de repente estoy contigo tengo que estar contigo solamente? No es así la cosa. Si no te gusta como soy, si no te gusto como actúo sigue tu camino. -Tampoco necesito que me trates así. -¿Y cómo quieres que te trate? Me da la impresión como que me estás exigiendo. -No, yo no exijo nada. -Entonces déjate de decir tonterías. -De repente se acercó, me palmeó la espalda-. Vamos, vamos, hay bastante para hacer. Aparte, ¿de qué te quejas?, estás conmigo, yo te protejo como te protegí de Guamiro, el hermano de Brunilda. A ver, ¿no te gustó yacer con Brunilda? -Y tú la obligaste, ella no hubiera estado conmigo por su cuenta. -Está bien. Supongamos que en el próximo poblado te pago una posadera. ¿te haría feliz yacer con una posadera? -Yo no siento nada. -¡Yo tampoco! ¿Qué tienes que sentir?, tienes que disfrutar. ¿Qué tiene que ver el sentimiento en todo esto? -Lo que pasa, lo que pasa, Baro, que yo soy una persona que si estoy con alguien es porque tengo que sentir. -Eso es una tontería. -¿No crees en el amor? -Mira, yo he estado en varios teatros ecuatoriales donde cuentan historias de amor... Eso es para niños, niños. ¿Tú eres un niño? -No. -¿Entonces por qué me vienes con esas cosas? ¿Qué tiene que ver estar con alguien con el amor? -¿Y no se está con alguien por amor? -No, se está con alguien por placer, es algo momentáneo. A ver, tú de repente tienes apetito. -Sí. -O tienes sed. -Sí. -Te tomas una bebida espumante, te comes un buen plato de guisado, ¿sigues con sed? -No, entiendo que no. -¿Sigues con hambre? -No, si me como un plato de guisado, no. -Bueno, es lo mismo. Tienes un deseo, te acuestas con una persona, te sacas el deseo y ya está. ¿O tienes que sentir amor para comer un guisado o un bife de puersario o un ave? -Son dos cosas distintas, Baro. -Remi, yo entiendo que te has criado con una madre que te despreciaba y que te hizo sentir poca cosa, pero te estoy enseñando como es la vida, te estoy enseñando como es el mundo. El hambre se saca comiendo, el deseo se saca consumando una relación. Punto. No hay otra cosa. -¿Pero no te ha pasado que sientes más placer con una persona que con la otra? -¡Ah, sí!, muchas veces, muchísimas veces. Una vez conocí a una posadera que era como una enviada del cielo. -¿Y no te daba ganas de estar con ella toda la vida? -¿Qué? No, no, la tenía cuando quería. Siempre que tuviera metales, obviamente. ¡Ja, ja, ja! ¿Pero estar toda la vida? No, ¿para qué? Te cansas, te aburres. -¡Pero dijiste que era como una enviada del cielo! -Sí, y después te cansas. -Eso significa que también te vas a cansar de mí. -Pero Remi, de verdad que no te entiendo; nosotros somos amigos, ¿qué tiene que ver nuestra amistad con una posadera? -Bueno, lo que pasa que también has estado conmigo. -¡Ah!, bueno, estábamos en la montaña y en ese momento tenía deseos. Pero seguimos siendo amigos, ¿no? -Sí, lo que pasa que yo tengo un gran afecto por tu persona. -¡Ay!, Remi, Remi, yo también tengo afecto por tu persona, pero no te pongas sentimental ahora, ¡por Dios! -¿Por qué dices Dios? -¿Y cómo le llamas a aquel que está más allá de las estrellas? -Pero por qué lo nombras. -Lo nombro cuando me sacas de quicio. -¿Por qué quieres que Dios me castigue? -No Remi. ¡Ay! A veces te pones ilógico, a veces te pones ilógico. No sé lo que quieres, no sé lo que quieres, honestamente. ¿Por qué no hablamos de cosas normales? -¿El amor no es algo normal? -No, el amor es un cuento, el amor no existe, es para niños. Cuando lo entiendas entonces te vas a dar cuenta qué es lo que quieres. -Yo quiero amor. -¿Qué edad tienes? -Bueno, ya soy mayor. -Bueno, no eres un niño, no crees en los cuentos. -Me gustan los cuentos. -Sí, yo no te dije si te gustan, te digo si crees. -Me encogí de hombros. No quise hablar más.
Seguimos al paso con los equinos y de repente en un camino pedregoso aparecieron tres maleantes, lo único que brillaba en ellos eran sus espadas, se notaba que eran muy buenos. Le dije a Baro: -¿Qué hacemos? -Es la primera vez que lo vi a Baro titubear, era bueno pero los otros parecían expertos guerreros, de primer nivel. -¡Alto! ¿Lleváis metales? Baro dijo: -Llevamos pocos metales, somos aldeanos. -Tenéis buenos hoyumans... Entregad vuestros metales, vuestros hoyumans y los dejaremos con vida. -Baro, hagamos lo que dicen, nos van a matar si no. -Se escuchó una voz desde lo alto. -Siempre aprovechándose de los viajeros. -Un hombre descendió desde lo alto, todo vestido de negro, botas negras, capucha negra, apenas se le veía el rostro. Los tres guerreros palidecieron: -Dagues, no queremos causar problemas. -¿No? Entonces por qué os metéis con la gente. -Era una broma. -No era ninguna broma. Ya os dije la vez pasada cuando les perdoné la vida, buscad un trabajo honesto, conozco a vuestras familias. El que parecía mejor espadachín se molestó: -Dagues, tú no eres nuestro dueño. -Y se bajó de su hoyuman, sacó la espada. -¿De verdad -dijo Dagues-, de verdad quieres hacer esto? Conozco a tu familia, conozco a tu madre. No me obligues, por favor. -El hombre lo atacó al otro vestido de negro. Paró el golpe de espada como si nada. Lo atacó de vuelta, volvió a parar el golpe. La tercera vez paró el golpe y le marcó el rostro, la sangre brotaba de la herida de la mejilla-. Es suficiente. Monta tu equino, vuelve con tus amigos al poblado.- Haz que el doctor te atienda y te cosa la herida. No quiero veros más por el camino molestando gente. Baro exclamó: -Gracias. ¿De verdad me iban a matar y a mi amigo? -Seguramente. -¿Y por qué no los has matado? -El hombre de piel morena, de ojos negrísimos lo miró a Baro. -Los conozco, me crié en el pueble de ellos. No soy su amigo. Ya es la tercera vez que les perdono la vida, saben que no deben hacer esto. -Los tres hombres dieron vuelta a sus equinos y se marcharon bajo la mirada de Dagues. Baro preguntó: -¿Tienes equino? -Sí, en lo alto. Hablé yo: -Le agradezco, señor, por haber salvado nuestras vidas. -El hombre de negro hizo una mueca de sonrisa. -¡Je! ¿Señor? No soy señor, dime directamente Dagues, Baro preguntó: -¿Eres tan bueno con la espada que tres hombres de primer nivel con la espada no se han atrevido contigo? El hombre le respondió: -El más chico se ha atrevido, es un poco tonto. Ya me conocen. Quiso aparentar delante de ustedes. Me preocupa qué dirá la madre que le marqué el rostro de por vida, pero se lo merecía. ¿Y vosotros qué hacéis? Baro dijo: -Vamos de poblado en poblado, le estoy enseñando la vida a mi amigo Remigio. Dagues me miró. -¿Tú manejas la espada? -Me encogí de hombros. -No. -Es hora que aprendas. Enséñale -le dijo a Baro. -Sí. Lo que pasa que a Remigio no le interesa, le interesan más los cuentos de los teatros ecuatoriales. -Eso está bien, pero hay que defenderse, vivimos en un mundo donde triunfa el más apto y donde al desvalido, al indefenso lo matan. Si no les parece mal los acompañaré. -Me encogí de hombros y le dije: -Me parece perfecto. -Dagues pegó un silbido y del costado de la montaña bajó un caballo negro, era un ejemplar de hoyuman hermoso. Dagues lo montó. -Vamos. -Disculpa que te pregunte -exclamó Baro. -¿Tú eres algún representante de la ley o algo? -No, para nada. Ando de un poblado al otro y a veces pasa esto, que me encuentro con maleantes y los pongo en su lugar. Generalmente evito matar, luego me remuerde la conciencia, pero si debo salvar vidas no queda otra. ¿Hace mucho que os conocéis? -Baro dijo: -Más o menos. Como dije antes, le estoy enseñando a Remi la vida. -¿Por ejemplo? -Remi es una persona que dice que únicamente iría con una posadera por amor. -El hombre me miró con sus ojos negrísimos. -¿Es verdad eso? -No sé si con una posadera, entiendo que a las posaderas se las compra, pero quizá iría con una aldeana por amor. -Eres muy ingenuo. -No me conoces -me defendí. -No hace falta, con lo que has dicho es suficiente. -Me metí en mí mismo y me enojé, no hablé más hasta llegar al próximo poblado. Lo miré a Baro y Baro no habló.
Cada tanto el jinete de negro se daba la vuelta y me miraba. No sé qué pensaría de mí, no me conocía, no quería que me prejuzgara. En un momento dado, en un rapto de impulso dije: -No soy tonto. -Dagues paró su hoyuman. -¿Por qué has dicho eso, quien te dijo tonto? -Pienso que tal vez crees que soy tonto. -No, creo que eres ingenuo. Pero yo no te enseñaré a no serlo, la misma vida te enseñará.
Sesión 13/02/2023 Seguía teniendo dudas respecto a qué representaba él para su amigo, ¿era solamente un compañero de viaje o algo más, como había parecido en ocasiones? Tenía que descubrir que era lo que él esperaba que fuera.
Entidad: Pensaba como que mi vida no tenía el sentido que yo quería darle, definirme, entender..., ¡je!, entender a mi propia persona, disgustado por una niñez sufrida, una niñez..., ¿despreciable? No, no creo que fuera esa la palabra.
Sabía que mamá Jazmine me había hecho sentir menos, igual que el entorno, igual que toda la gente que conocía. Pero no sé si era tan así.
Baro dijo que era mi punto de vista, mi apreciación. Le dije: -¿También cuando me violó mi tío Gofo? -Remi, eso son situaciones, tiene que ver lo que tú haces después de tu vida.
Pero el razonamiento de Baro era contradictorio. O sea, ¿qué quería Baro, que me conforme con el ultraje que me hicieron de pequeño, que resista, que viva quejándome o que me encoja de hombros, y bueno, pasó, ya está? Pero si fuera así, ¿por qué Baro no me consideraba un compañero? Y no me callo, se lo dije.
Me dijo: -Somos compañeros. -Claro, pero de repente acampamos y me posees. Pero no es porque yo te interese porque al día siguiente vas a una taberna y te acuestas con una posadera. -Baro hizo un gesto de que nada le importaba, y exclamó: -Son momentos, son situaciones. Un día tomo bebida espumante, otro día bebida alcohólica fuerte. -Está bien. ¿Y dónde quedo yo en todo esto? -Me miró como si mi pregunta fuera estúpida. -¿Y dónde quedas tú? ¿Cómo adónde quedas tú? -Como si se hubiera enojado conmigo me increpó-: A ver, ¿te molestó? -Me molestó qué cosa. -No, no te hagas el tonto. Estuve contigo. ¿Te molestó? -No, pero me hubiera gustado una definición. -¿Siempre haces preguntas tontas? -No, insisto me hubiera gustado una definición. -O sea, cuando estoy tres amaneceres montado en un equino y llego a una taberna me bebo tres bebidas espumantes, voy con una posadera y la posadera me dice: "Espera, espera, quiero una definición". -No es lo mismo, una posadera no es una amiga, es un momento. -Y bueno, eso fue un momento. -Me molestó. -Pero yo no soy una posadera. -No, se ve que no. -Lo dices discriminándome. -No, lo digo como que a ti no te doy una moneda cobreada por estar contigo. -Le iba a decir una grosería, pero no tenía sentido. -O sea, ¿qué soy yo para ti? -Compañero de viaje. -¿Y con todos los compañeros de viaje tienes intimidad? -No. -¿Y cómo conmigo...? -Me hizo un gesto con la mano. -¡Para, para, para! Entendía que tú querías. Punto. Me parece un tema incómodo para hablarlo a cada rato. -Es que yo necesito una definición. -A ver si entiendo, Remigio, a ver si entiendo. ¿Tú quieres que te corteje o algo así?, ¿eres un bufón o qué? -No, pero pensé que podíamos... -¿De qué tontería hablas, qué dices? ¿Qué me estás diciendo, que tú querías salir conmigo? ¿Te imaginas en un poblado ambos de la mano?, se burlarían o nos recibirían a lanzazos. ¿De qué me hablas?, eso fue un momento. Y si se repite, otro momento. Y si se repite, otro momento. Y ya está, no esperes nada más de mí.
Y luego se unió a nosotros Dagues, el misterioso guerrero de negro, velocísimo con la espada. En un momento nos preguntó..., nos preguntó a ambos, ¿no? -¿Qué pasa con vosotros? -Nada -dijo Baro. Me miró a mí: -Tú lo miras como resentido. ¿Por qué? -A Dagues no lo conocía bien y no tenía confianza, pero no tuve escapatoria. Le conté parte de mi vida, mi abuso, el desprecio de mi madre y que luego tuve relaciones con Brunilda. Dagues me miró como si yo fuera un bicho raro-. A ver si entiendo, Baro le ordenó a Brunilda que se acueste contigo. -Me encogí de hombros-. Vale. ¿Pero por qué? Le dije: -Porque ella me había despreciado. -Está bien, muchas mujeres deprecian a muchos varones. ¿Pero por qué? -No sé, querría ver si yo podía. -¿Y? -Bueno, estuve. -Dagues como si leyera mi pensamiento dijo: -¿Y qué pasa con tu amigo? Baro dijo: -Estoy aquí, ¿eh? -Está bien. Qué pasa con vosotros. -¿En qué sentido? -Intuyo como que sois buenos compañeros. -Y sonrió. A otro, Baro no le hubiera permitido que sonriera de una manera tan sarcástica, pero Dagues era uno de los mejores espadachines que había conocido y agachó la cabeza. Me miró a mí esperando la respuesta y le dije: -Estuvimos juntos. Saltó Baro: -¡No no no! Yo... no sé..., me sentía raro y lo poseí, pero fue un acto automático. -Vaya -exclamó Dagues-. O sea, que en un acto automático estás con otro varón. -Sí. -Vaya, es la primera vez que escucho algo así. -Yo estaba molesto. -¿Nos juzgas? -Dagues se encogió de hombros. -No, ¿por qué?, cada uno es dueño de su vida. Baro se comporta normal, pero tú, Remi, lo miras como resentido, como si fueras una novia engañada. -Me ofendes. -Estoy diciendo lo que veo. Tienes que cambiar esa mirada y punto. Es lo que yo veo. De todos modos voy a seguir mi camino, os dejo. -¿Te vas? -Dagues me miró: -¿Por qué? -Tú compañía nos hacía sentir más seguros. Baro dijo: -Yo también soy bueno con la espada, ¿no te sientes seguro conmigo? -No tanto, no tanto. Dagues acabó con tres malvivientes en instantes. -Yo no puedo cuidaros, este es mundo salvaje, yo debo marcharme a hacer mi vida. Y vosotros, bueno, cuidaros. -Espoleó su equino y se marchó. Me sentí como desamparado, me cayeron unas lágrimas. Baro me increpó: -¿Qué soy yo? -Tú no eres un justiciero. Tú mismo dijiste, eres un compañero de aventuras y en cualquier momento te marches y me dejes también, como nos dejó Dagues. -Dagues no tenía ningún compromiso con nosotros, en cambio nosotros somos amigos. -Lo tomé de la mano-. ¿Qué haces, qué haces? ¿Qué dijo este hombre de negro?, tus miradas y tus ademanes... Compórtate, me llegas a tomar de la mano en un poblado, nos van a lapidar. -O sea, que yo para todo Umbro soy un bicho raro. -Eres una persona como otra cualquiera, pero no puedes ir por el mundo mostrando... -¿Mostrando qué?, dilo. -Que a veces te comportas como una niña, no como un varón, con tus ademanes, con tu forma de ser. -Ahora me ofendes. -Estamos conversando, nadie nos escucha. -Y me sumí en mis pensamientos.
¿Qué era exactamente lo que yo buscaba, qué era exactamente lo que yo quería? ¿Me gustó estar con Brunilda? Honestamente no, pero no porque sea mujer sino porque ella se dejó poseer obligada, pero ni siquiera participó del acto, es como si fuera una muñeca del teatro ecuatorial. En cambio cuando me poseyó Baro lo sentí, su respiración... Entonces, ¿qué es lo que yo quería, por qué me sentía mal si en realidad me agradó que Baro estuviese conmigo? Pero a la vez me sentía como que eso estaba mal y sentía como que mis ademanes, el mirarlo, no sé si con afecto o con rencor... ¿Qué esperaba yo de Baro, que dijera palabras de afecto? No, no era de hombre, no por lo menos hacerlo con otro hombre. ¿Entonces qué buscaba yo?, ¿qué quería, qué otra postura podía adoptar? Y eso era una pregunta que me consumía enormemente por dentro: ¿Qué busco?, ¿qué quiero?, ¿qué necesito? Y supongamos que fuera al revés, no con una posadera porque hubiera sido igual que con Brunilda, pero de repente me aparece una campesina y me abraza, me besa y yo estoy con ella y no va a estar como una muñeca del teatro, y me va a querer y la voy a sentir. Necesitaría eso como para comparar qué es lo que quiero.
Baro interrumpió mis pensamientos y dijo: -Llegamos a un poblado pequeño.
Había una familia que tenía todas hijas mujeres. Baro sacó de su alforja unas monedas y le pagó al hombre, nos dio leche de cabrío, una hogaza de pan y devoramos la comida. Las hijas, ya bastante creciditas, nos miraban a los dos como si fuéramos bichos raros. Baro dijo: -¿Qué os pasa niñas? Ellas dijeron: -Qué pena que sois sólo dos, nosotras somos siete, en el poblado no hay varones solteros. -Obviamente Baro era mucho más audaz de lo que podía ser yo en toda una vida y dijo: -¿Acaso queréis nuestros favores? -No, no, salvo que primero nos cortejéis. -Está bien, pero sois... sois siete, nosotros somos dos. Una rubiecita se acercó a mí y me tomó del hombro: -¿Y tú cómo te llamas? -Titubeé. Baro dijo: -Se llama Remi. Él es tímido, pero tuvo hace mucho tiempo atrás un amor que lo traicionó y es como que duda de las mujeres. Tiene miedo que lo vuelvan a traicionar, necesita ser querido. -Lo miraba con sorpresa a Baro, ¿qué está diciendo? La rubiecita me acarició y me besó en la boca: -Pobre, te han traicionado, necesitas cariño. -Me tomó de la mano, Baro asintió con la cabeza y me dijo que vaya.
Me llevó a un granero y me poseyó ella a mí, me cubrió de besos, de caricias. Me sentí bien, nada que ver que con Brunilda. Cuando terminó el acto es como que hubiera terminado una función de teatro. La niña me miró y dijo: -Por eso te traicionaron. -¿Qué pasó, qué hice? -Eso. ¿Qué hiciste?, prácticamente te has quedado duro, no has participado, te tuve que besar yo. -Es que no soy un experto en el tema. -Sonrió. -Eres un crío todavía. -Tú eres más joven que yo. -Bueno, pero he estado con otros viajeros. Aparentemente tú eres un crío en esto. -Me puse rojo de vergüenza.
La niña se fue del granero y yo me quedé solo con mis pensamientos. Bueno, ya tuve lo que quería, una mujer que se entregara con pasión. Y ahora podía comparar y sin embargo no estaba conforme. Y tenía que averiguar por qué.
|