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Psicoauditación - Roger de Flor - Ra-El-Dan |
Sección Psicointegración y Psicoauditación - Índice de la sección - Explicación y guía de lectura de la sección |
Si bien la Psicoauditación es la técnica más idónea para erradicar los engramas conceptuales del Thetán o Yo Superior de la persona, la mayoría de las veces se psicoaudita a thetanes que habitan en planos del Error y sus palabras pueden no ser amigables y/o oportunas para ser tomadas como Mensajes de orientación, algo que sí se da cuando se canaliza a Espíritus de Luz o Espíritus Maestros.
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Sesión 09/10/2015 La entidad que fue el rol de Roger de Flor narra desde principio cómo creció hasta los diez años, sus sueños y cómo empezó a relacionarse con los Caballeros Templarios.
Entidad: Corría por el césped a mis ocho años, papá Richard me enseñaba el oficio de halconero en los bosques de Thuringia, en el centro de Alemania. Nunca le tuve miedo a las aves rapaces. Él me decía: -Deja que se posen en tu muñeca, te pones un guante grueso de cuero hasta el codo. Él la llamaba cetrería y decía que era un arte. Yo decía: -Padre, tú eres un halconero. -Y gozaba, y disfrutaba. Padre Richard me decía: -No Roger, soy un artista de la cetrería, cazo con aves rapaces, con halcones, con azores. Tengo en este momento dos halcones que los crié de pichones y se identifican conmigo, uno de ellos te tiene confianza pues prácticamente también se ha criado contigo.
Qué feliz era con padre, corriendo por los bosques mientras el halcón capturaba otras aves o cualquier tipo de presa: alguna liebre, algún conejo... y disfrutaba más porque no se cazaba ni con arco y flechas, ni con armas de fuego. Padre me decía: -Y tú, cuando crezcas, ¿querrás ser halconero? -Claro padre. -Porque en realidad hay una diferencia, cetrero es el que practica la caza, halconero es el cuidador, vendría a ser el sirviente del cetrero. -Padre, pero tú no tienes sirviente, tú vives para esto, tú sirves a nobles, mamá es una noble. -Madre es noble de título y noble de alma. Ven, ven que te muestro.
Soplaba fuertemente el viento, las ramas se movían, el halcón se posó en mi brazo. -Ahora, atentamente, no respires. Mira allí, una perdiz. Señala con tu nariz, como si estuvieras empujando fuertemente la nuca hacia atrás.
Así lo hice con mis ocho años y el ave salió disparada en busca de su presa. En segundos trajo la perdiz. ¡Qué feliz! ¡Qué feliz! -Padre, ¿por qué no cazas con gavilanes? -Los gavilanes son más pequeños y son menos obedientes que los halcones, se ocupan más de cazar pequeños polluelos. Pero, por supuesto, también son aves de presa.
¡Cómo disfrutaba ese mundo! Ver a padre tan gallardo, tan apuesto. -Padre, ¿cuándo volveremos a Italia?, ya has tomado demasiados vacaciones. Tú eres oficial halconero. -Roger, te he dicho que soy oficial de cetrería, del emperador Federico II.
En ese momento una voz rugiente me sacó de mis pensamientos: -¡Roger! ¿Qué haces sentado en las bolsas? ¡El barco está esperando!
Desperté de mi sueño y cogí una bolsa con mi pequeño cuerpo pero a su vez duro cuerpo de ocho años, una bolsa que pesaba casi tanto como yo y la llevé hacia el barco. Mi sueño se había terminado. Un sueño que solamente quedó en ello. Padre había muerto cuando yo tenía un año. Richard Blume, su padre, mi abuelo, era un pequeño noble rural en el centro de Alemania, en la región de Thuringia. Me crié con mamá Asunta, en Brindisi al sur de Italia, a orillas del mar Adriático. Mamá, pobre, fue olvidada y desheredara de su noble familia al casarse con padre. La familia de madre despreciaba a los halconeros y le dijeron: -¿Te casas con él? Olvídate que tienes familia. Madre los desafió: -¡Richard Blume es mi futuro!
Se casaron, al poco tiempo quedó embarazada. Yo tenía casi 13 meses de edad cuando padre murió en combate contra los franceses de Anjou, en la batalla de Tagliacozzo. Los anglobinos se apoderaron de todos los bienes de los vencidos, con lo que mamá debió acogerse al lugar paterno de Brindisi.
Los abuelos paternos eran demasiado grandes y no tenían tanto dinero. Me crié merodeando por los muelles en ese puerto del mar Adriático cargando bolsas para ganar unas monedas, saltando a los barcos, ayudando en la carga y la descarga de las bodegas, aprendiendo los términos marineros. Por la noche conversaba con mamá Asunta. -¿Cómo era padre? -Era como en los sueños que tú me contaste cien veces querido Roger. Richard era un oficial de cetrería. -O sea, un halconero. -Bueno, tú lo llamas halconero. Sí, él trabajó para el emperador Federico II, que falleció dieciséis años antes de que tú nacieras. -¿Y luego qué hizo? -Trabajó para otros nobles, peleó en varias batallas, fue mi gran amor. Tú ves, querido hijo, que nunca me interesó tener otra pareja y no siento rencor contra los franceses ni contra Anjou. Hice traer el cuerpo de padre de Tagliacozzo y lo enterramos en Brindisi. Tú eras un bebé, apenas un poco más de un año. -Conozco la historia madre. -Los anglobinos se quedaron hasta con propiedades. Bueno, pero respetaron el lugar paterno.
Mamá se sentía como vencida. Así me fui criando en los muelles cargando bolsas tan pesadas como mi cuerpo hasta que cumplí diez años. Había arribado a puerto una nave provenzal. Su capitán era el señor de Vesancy, marsellés, caballero del temple. Se asombró de verme: -¡Tan niño y a su vez tan fuerte! Tan astuto pero a su vez obediente, inteligente...
Habló con madre, le dejó una pequeña bolsa con monedas de oro y madre me dio el permiso para embarcar como grumete en la nave provenzal. El capitán, el señor de Vesancy, el caballero del temple, era una figura a imitar y lo imitaba en todo. Y empezaba una nueva etapa en mi vida, diez años tenía en el año del señor de 1276. Gracias por escucharme.
Sesión 12/10/2015 La entidad narra situaciones vividas como rol Roger de Flor donde como guerrero Cruzado participó en batallas en Tierra Santa.
Entidad: Recuerdo que conversaba siempre con mamá Asunta. Me comentaba que padre había muerto en combate contra los franceses de Anjou en la batalla de Tagliacozzo. En ese momento sentía un odio tremendo por los angobinos, habían saqueado a todas las familias. Tuve que merodear por los muelles de Brindisi cargando bolsas, ayudando en las bodegas de los barcos, aprendiendo los términos marineros.
Mamá me contó la historia de Brindisi, que en el año 674 había sido destruida por los longobardos de Benevento guiados por Romualdo. Me comentó que en el siglo IX fue sede en el sitio de Torreguaseto, era un campo de trincheras sarraceno. Los bizantinos la reconquistaron luego hasta la conquista Normanda, en 1070.
Casi doscientos años después nací yo. Siempre quise conocer a papá. Varias veces tenía ese sueño repetitivo de que yo también era el halconero, que cazaba con él, pero ya no podía distraerme. Cuando quedé bajo las órdenes del Señor de Vesancy, un hombre marsellés que a su vez era Caballero del Temple, no podía darme el lujo de soñar, tenía que estar muy atento, muy, muy atento.
Me despedí de madre y le dije: -Te enviaré dinero, no me olvidaré de ti. Me abrazó y me dijo: -Eres una criatura. Pero eres tan maduro...
No me quería llamar más Roger Blume. Italianicé el nombre como Roggiero da Fiore y como guerrero de la Orden me destaqué. Hacía pequeñas encomiendas, iba a distintos lugares. Recuerdo que fui a una preceptoría, me hicieron practicar con espada prácticamente un año entero. Allí conocí a Gastón, un joven de mi misma edad.
Iba prácticamente desde la embarcación del Señor de Vasall, el marsellés, a la preceptoría. En la preceptoría entrenaba todos los días. A los quince años me nombraron Sargento en una iniciación que duró toda una noche, muy fuerte. Y seguía practicando y practicando cada vez más. Gastón, mi amigo, también ponía todo su empeño pero seguía siendo novicio. Entiendo que la Orden del Temple valoraba no sólo la destreza en combate sino las dotes de mando. Era bueno, aparte, navegando. Tenía un instinto tan grande que es como si hubiera nacido con un timón en mis manos. Sabía el nombre de todo el velamen.
Siendo un adolescente, con quince años, me confiaron el mando de una nave capturada a los genoveses. Me preguntaron: -Es tuya. ¿Qué nombre le vas a poner?
La bauticé como Falcone, en homenaje al oficio de mi fallecido padre. Ya no me decían Roggiero sino Fráter Sargento da Fiore, salvo Gastón, éramos compinches. Con la nave genovesa Falcone anduvimos por todo el Adriático y parte del Mediterráneo. Mis dotes de navegante y del manejo de la espada eran cada vez mayores.
Recuerdo que fuimos con Gastón a una taberna, había cuatro hombres de acento francés molestando a la posadera, hablo de hombres grandes por lo menos diez años más que nosotros. Llegué a la mesa de ellos y les pregunté si no tenían otra cosa que hacer. Ya estaban con sus espadas en la mano. A uno le corté el cuello, a otro no lo maté, le atravesé el estomago. Los otros dos se apresuraron inmediatamente a llevarlo a atender al que había quedado vivo y herido. Y Gastón paralizado. Le dije: -Si vas a estar conmigo y has practicado espada tanto como yo no te quedes mirando porque puede venir alguien de atrás y clavarme un cuchillo. No digo que luches, tampoco te acuso de cobarde pero tenemos mucho por delante, mucho por hacer. Necesito un amigo, un secuaz, un compinche, un ladero, llámalo como quieras, pero yo tomaré las decisiones y mi primera decisión es no sólo que practiques más la espada sino que fortifiques más tu carácter. Si los otros dos no hubieran ayudado a su compañero herido no sé si hubiera podido contra ellos. Tú estabas ahí paralizado.
Gastón me pidió disculpas, me dijo: -Esto no va a volver a suceder.
Por la tarde practicaba con él. A veces le hacía pequeñas heridas. Le digo: -Estas heridas no te tienen que acobardar, te tienen que dar más coraje. Imagínate en una batalla real, por que las tendremos, yo no pienso cargar con heridos.
Se quedó pálido: -O sea, que en una batalla, ¿los dejarías atrás? -Los heridos solamente molestan. -Eres impiadoso, Roggiero. -No, soy práctico, Gastón, soy muy práctico.
Cuando cumplimos dieciséis años, prácticamente ambos con un mes de diferencia, en 1282, tomamos rumbo a oriente junto con varios Caballeros del Temple. La ilusión de ellos era sumarse a los Caballeros que luchaban en la 8ª Cruzada emprendida por Luis IX de Francia -al que hoy conocen por "Salves rey"- y a la IX Cruzada donde el príncipe Eduardo I se unió a la batalla. Pero claro, Luis IX ya había fallecido, él había organizado un gran ejército cruzado con la intención de atacar a Egipto pero se desvió hacia Túnez, donde había muerto en 1270.
El príncipe Eduardo I de Inglaterra llegó demasiado tarde a Túnez para contribuir a que el resto de la Cruzada triunfe. En cambio continuó su camino hasta Tierra Santa, allí quería ayudar a Boemundo VI, príncipe de Antioquía, y el Conde de Trípoli frente de la amenaza de los mamelucos en Trípoli y en el resto del reino de Jerusalén. Pero claro, cuando llegamos con Gastón y el resto de los caballeros del Temple a Jerusalén ya había pasado una década, una década que Eduardo I había firmado una tregua. En ese lapsus hubo paz, sí, una paz figurada porque los mamelucos habían conquistado todos los territorios cristianos en Siria.
La expedición cristiana en Tierra Santa fue de mal en peor, nos quedamos casi solos, maltrechos. Quisimos combatir contra los mamelucos únicamente por tenaz orgullo, sin ningún sentido. Nos quedamos nueve años en Tierra Santa. En esos nueve años prácticamente no éramos monjes guerreros, éramos directamente una resistencia. Asolábamos aldeas conquistadas por los mamelucos, causábamos bajas, nos escondíamos en pueblos, en aldeas, en pequeñas ciudades. Atacábamos. No fue sencillo, nada fue sencillo.
Finalmente la mayoría de los Caballeros deciden emprender la retirada: -¡Volvamos a Europa! El senescal me dice: -¡Tú no, Frater! -Mi Señor, ¿qué deseas que haga? -Hay miles de cristianos refugiados en la fortaleza de San Juan de Acre. Tu misión, elige los Caballeros que quieras, es rescatarlos. -Ardua tarea rescatar a miles de cristianos. Mi senescal, somos pocos, no vamos a poder.
Me dejaron a cargo, como Frater Sargento, a una pequeña cuadrilla. Los demás regresaron a Europa. Ardua tarea tenía por delante. Gracias por escucharme.
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