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Psicoauditación - Guillermo B. |
Sección Psicointegración y Psicoauditación - Índice de la sección - Explicación y guía de lectura de la sección |
Si bien la Psicoauditación es la técnica más idónea para erradicar los engramas conceptuales del Thetán o Yo Superior de la persona, la mayoría de las veces se psicoaudita a thetanes que habitan en planos del Error y sus palabras pueden no ser amigables y/o oportunas para ser tomadas como Mensajes de orientación, algo que sí se da cuando se canaliza a Espíritus de Luz o Espíritus Maestros.
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Sesión 30/05/2012 Psicoauditación Sesión 23/09/2015 Aldebarán IV, Herz Sesión 02/10/2015 Sol III, Fulvius Sesión 24/10/2015 Sol III, Gatón Mercier Sesión 23/12/2015 Sol III, Juan Romero Sesión 03/02/2016 Aldebarán IV, Cantas Sesión 22/02/2016 Aldebarán IV, Cantas Sesión 02/03/2016 Aldebarán IV, Cantas Sesión 23/03/2016 Aldebarán IV, Cantas Sesión 02/08/2016 Aldebarán IV, Cantas Sesión 26/09/2016 Aldebarán IV, Cantas Sesión 30/05/2012 La entidad mantiene un largo debate con el interlocutor acerca de la aprobación de los demás y del libre albedrío, como que una cosa se contrapone a la otra. La libertad de obrar de uno entra en conflicto con la aprobación de los demás que desean manipularle. Más tarde, Johnakan dio unas pautas para armonizar y proporcionar equilibrio entre las dos posturas.
Interlocutor: Bienvenido...
Entidad: Gracias.
Interlocutor: ¿Cómo estás?
Entidad: Con bastantes preocupaciones.
Interlocutor: Dime, ¿qué te preocupa?
Entidad: La vida me preocupa. La existencia, la evolución...
Interlocutor: ¿Tu evolución?
Entidad: Los senderos. Mi parte encarnada tiene muchos cuestionamientos y yo, como thetán, creo tener bastante conocimiento. Un conocimiento que quizá no he sabido aplicar. Yo sé que vamos en pos de una gran evolución y sé que a medida que nosotros, como espíritus, evolucionamos -de manera figurativa o no porque no soy un Maestro de Luz con un conocimiento sobre el tema pero lo digo de una manera quizá más básica- despedimos cierta energía, energía dentro del Creador, que no sé cuál es el mecanismo que permite que ese mismo Creador acompañe nuestra evolución y una vez llegada a su culminación y deje de manifestarse en una nueva manifestación esa misma presión evolutiva nuestra permitirá una Creación con una vibración una octava más alta. Pero a mí, como entidad espiritual con una unidad biológica encarnada con problemas, no me toméis por egoísta pero, ¿le importa eso en este momento? Es como si tú tienes problemas personales que tienes que resolver dentro de las 24 horas y a ti te dicen que vuestra estrella llamada Sol en algunos miles de millones de años se va a transformar en supernova.
Interlocutor: ¿Los problemas que más te preocupan son los físicos o digamos emocionales en el caso de tu 10% o engrámicos en tu caso, digamos como thetán? ¿Cuáles son tus mayores preocupaciones?
Entidad: Mira, a mí no me importa si son engrámicos y te voy a explicar por qué no me importa si son engrámicos porque a veces puedo buscar la aprobación de los demás, a veces siento como que me falta algo para llegar a tener un completitud, llegar a ser completo. Me siento incompleto de muchas maneras, es como que hay facetas en mi ser que no logro unir. Entonces, sean engrámicas, sean de esta vida, sean provocadas por el entorno...
Interlocutor: ¿Hay algún dolor que estés arrastrando de alguna vida pasada? ¿Algo que te pese mucho y quieras descargarlo en esta sesión?
Entidad: Sí, lo hay pero me interesa reflexionar mucho primero. A ver: si a ti tu entorno -no a propósito pero sin querer- te ha conducido mal y tú hoy te encuentras con el mal resultado de esa conducción, que no era lo que tú querías y de repente han elegido por ti...
Interlocutor: ¿Y dónde está tu libre albedrío?
Entidad: ¿Y dónde estaba el albedrío? ¿Dónde estaba mi albedrío? Tú dímelo: ¿dónde estaba ese albedrío? Si cuando tú de pequeño te dicen qué estudiar, de más adolescente qué seguir estudiando...
Interlocutor: ¿Y cuando tienes criterio propio no usas tu albedrío?
Entidad: Es lo mismo porque tu entorno es mayor que tú y te dice: este amigo no te conviene, esta pareja no te va a dar resultad, eligen por ti esa carrera...
Interlocutor: Bueno, discúlpame pero ahí es responsabilidad de cada uno porque cuando somos niños nos conducen pero cuando ya tenemos el criterio propio nosotros debemos elegir y no permitir que nadie elija por nosotros, sí aceptar sugerencias y consejos pero no dejar que elijan por nosotros.
Entidad: No, no, no están fácil. Conozco gente -indirectamente- que no tiene una moneda y de repente está viviendo en la casa de una tía, de una abuela, de algún familiar y es maltratada. Entonces tú le das un consejo: -Mira... Hay dos tipos de consejos, esos pseudoterapeutas le dicen: -Tú debes pasar por esto porque arrastras un karma. Entonces hasta que no reviertas esa lección kármica tienes que soportar el maltrato de esa persona...
Interlocutor: No.
Entidad: ...y si no, vete. ¿Adónde? ¿Debajo de un puente? No estoy hablando de mí, estoy diciendo casos, estoy dando ejemplos. Otros ofrecen lo opuesto.
Interlocutor: ¿Y qué es lo que tú piensas? Porque a mí lo que me interesa es lo que tú pienses, no lo que piensan los demás.
Entidad: Pienso que ese sujeto que está viviendo oprimido no tiene otra que agachar la cabeza y dejarse manipular, maltratar porque no tiene dónde ir, para que no se enfaden.
Interlocutor: ¿Y no sería mejor que esa persona vaya de a poco construyendo su destino?
Entidad: ¿Y mientras tanto? Lo tiene que ir construyendo, ¿dónde? ¿En la casa de esa persona? Y si esa persona la absorbe y ocupa su tiempo y no le permite estudiar y no le permite trabajar y no le permite desenvolverse...
Interlocutor: Uno tiene la obligación de evaluar cuáles son las mejores alternativas que tenemos. A veces la mejor alternativa que tenemos no es lo que nosotros deseamos.
Entidad: Obvio.
Interlocutor: Sería la mejor alternativa dentro de esas posibilidades que tenemos para elegir.
Entidad: Hay un refrán vuestro que es risueño -y con todo respeto por el país que voy a nombrar, que es un país de gente maravillosa- que dice: "A veces para mejorar equivocas tu criterio y sales de Guatemala para meterte en Guatepeor". Entonces como tú no eres adivino -porque no existe la adivinación ni en el plano físico ni en el suprafísico- no sabes dónde meterte ni lo que la vida te va a decir. Entiendo, cuando estoy analítico, que a veces echamos la culpa a los demás por todo: "A mí me pasa esto porque de chico por tal cosa”, “me pasa esto porque de adolescente tal otra”, “me pasa eso porque sufrí un abandono”, “me pasa lo otro porque mi jefe me maltrató”, “me pasa esto porque un amigo o una pareja me ha traicionado” y “mira este despojo que soy y que no sirvo para nada es culpa de este, de aquel, del otro, de fulano, de mengano, de zutano".
Interlocutor: ¿Y dónde está mi responsabilidad?
Entidad: A veces no.
Interlocutor: A veces cuesta decir que no.
Entidad: A veces te empujan hacia el precipicio.
Interlocutor: Pero, o sea, tú lo has dicho, a veces te pueden empujar hacia el precipicio pero nosotros debemos aferrarnos a la tierra para no caernos. O sea, no podemos justificar que nuestra vida es un caos porque siempre la culpa la tienen los demás porque entonces yo, en algún lugar, dejé que los demás…
Entidad: Soy el responsable de todo.
Interlocutor: No, no digo que seas responsable de todo. Eres responsable de los caminos que eliges, ¿sí?
Entidad: Perfecto, está bien.
Interlocutor: Porque alguien te puede hacer daño u obligarte a determinadas elecciones en algún punto de tu vida pero no toda la vida tiene que ser así, no vas a dejar tu vida en manos de los demás. ¿Dónde está mi responsabilidad?
Entidad: Tú no eres matemática…
Interlocutor: Uno puede equivocarse de camino pero no de intención.
Entidad: Eso es bueno, eso me gusta. Tú no eres matemática. Si te pido fórmulas no me las va a dar pero si te pido fórmulas de vida seguramente me las vas a dar. Entonces pregunto y respondes, si te parece, ¿sí?
Interlocutor: Dime.
Entidad: No quiero repasar una vida pasada, quiero respuestas. Supongamos que estoy en un lugar y no me siento bien y de repente un Maestro de Luz me susurra en mi cuerpo de ideas: -Tú estás buscando la aprobación de los demás. Perfecto. ¿Cómo hago para no buscar la aprobación de los demás? ¿Qué debo hacer?
Interlocutor: Evaluar lo que tú deseas hacer. O sea, uno debe respetar a los demás pero también debe respetarse a sí mismo.
Entidad: Deseo sobresalir pero no sobresalir narcicistamente, egoicamente sino sobresalir en el sentido de que me respeten, que no me miren como uno más pero no lo digo con voz de tilde.
Interlocutor: Eso no sería sobresalir, sería en todo caso deseoso de ser respetado, deseo que me traten como a un igual.
Entidad: ¿Cómo lo hago?
Interlocutor: Respetando, primero comenzando respetándote a ti mismo.
Entidad: Cambio de actitud. ¿Cuál sería mi comportamiento?
Interlocutor: Tu comportamiento será acorde a la situación que te toque vivir pero tú tienes que respetarte a ti como ser.
Entidad: Está bien, perfecto. Me respeto, me considero importante, soy valioso, soy lo mejor que he conocido yo mismo, me admiro...
Interlocutor: No, no soy lo mejor que he conocido. Tampoco pasarse de un extremo al otro, de no respetarse a pasar a "soy lo mejor que existe". O sea, que a uno le dé cual equilibrio...
Entidad: Está bien, perfecto. Empiezo a respetarme. ¿Cómo hago para que los demás me respeten?
Interlocutor: Cuando tú demuestres quién eres con equilibrio, con respeto, tus valores y tu forma de ser los demás te van a respetar.
Entidad: Quería confesar algo. Hace tiempo atrás tuve la dicha, la fortuna de que un excelso Maestro se haya contactado conmigo desde el plano 5 subnivel 9 y me ha contado que el Maestro de ese Maestro que se ha contactado conmigo. Encarnó en una vida hace dos milenios y se llamaba Yeshua. Tenía tres hermanos más jóvenes cuando él daba sermones en el monte. Esos hermanos se revolcaban en el fango de la risa. Tú me dirás "Qué irrespetuosos". Irrespetuosos no porque lo conocían de antes, lo conocían de cuando él no transmitía palabras, cuando él no daba sermones, cuando él dormitaba como ellos, cuando él jugaba a juegos normales como juega todo niño. Se sorprendieron cuando él discutió con los Doctores de la Ley pero seguían burlándose de él aun siendo menores que él. Y de repente, cuando él empezó a transmitir mensajes, le decían a la mamá "Madre, ¿qué pasa? Yeshua me parece que en su cabeza algo no le funciona bien". Entonces, eso se llama preconcepto, ¿sí?
Interlocutor: Sí.
Entidad: Bien. Entonces yo cambio mi forma de pensar sobre mi persona. Volviendo a mí, como 10%, hay gente que tiene preconceptos de mi persona. Yo cambio y los demás van a seguir pensando lo mismo. ¿Cómo les demuestro de lo contrario, de que he cambiado para que me respeten?
Interlocutor: Primero de todo te lo tienes que demostrar a ti mismo porque tampoco vas a vivir de la aprobación de los demás.
Entidad: Entiendo. Una vez que yo me convenza puede pasar dos cosas, que pruebe de convencer a los demás o que no me interese convencer a los demás, como a Jesúa no le interesaba convencer a sus hermanos. Porque de todos los seguidores que tuvo ninguno de los hermanos le dio importancia. Es más, cuando lo mataron, sus hermanos seguramente estaban bebiendo en alguna posada mientras su madre y su discípulo amado estaban allí al pie de la cruz.
Interlocutor: Yo creo que más que convencer, usar la palabra "convencer" a los demás… Lo que tenemos es que...
Entidad: Convencer significa como imponer, ¿no?
Interlocutor: Tú debes convencerte a ti mismo, primero sentirlo y luego de que sientas y analices lo que deseas ser y lo que deseas en la vida, convencerte a ti mismo y convencerte que eres energía, parte de energía Divina como todos los seres creados y que eres capaz.
Entidad: Ten en cuenta de que todo lo que te estoy diciendo no es puntual -estoy hablando de una manera metafórica-, no es puntual, no es que a mi 10% le ocurra todo lo que yo estoy diciendo, simplemente estoy planteando distintas circunstancias. Ahora supón...
Interlocutor: Pero quiero terminar la idea.
Entidad: Sí.
Interlocutor: No hay que convencer a los demás sino que los demás te escuchen porque también debemos ser conscientes de que la humanidad se empiece a respetar, por lo menos en escuchar la opinión del que tengo al lado y que no necesariamente lo tengo que cambiar.
Entidad: Pregunto, pregunto porque es muy importante. Tú sabes que los seres más cercanos son los que más tienen el poder de lastimarte aunque el excelso Maestro que se comunicó conmigo dice que el poder de la palabra lo da uno.
Interlocutor: Los seres que emotivamente sean más cercanos a uno.
Entidad: Exacto. Entonces de repente, y disculpa mi avidez, un amigo íntimo, una relación de pareja, un familiar muy querido no te aprueban, te ignoran o te consideran menos. ¿Utilizas el mismo método? O sea, ¿te sientes importante tú y lo que piensen ellos no importa? ¿Una cosa así? Porque ya no estamos hablando de que si un desconocido o alguien en un salón o en una reunión me ignora, me alejo y punto porque de los seres queridos, ¿cómo te alejas? Entonces, ¿qué hago?
Interlocutor: Bueno, me imagino que estamos hablando de que quizás algo importante, alguna decisión importante que tú estás seguro de tomar, una dirección diferente pero que según lo que tú decidas pueda ser muy distinto el camino que tú elijas. A veces uno elije caminos convencido de que los debe transitar y no siempre te van a seguir.
Entidad: Pero te voy a dar un detalle: a veces es doloroso separarse de los que quieres.
Interlocutor: Bueno, entonces tú tienes que evaluar si realmente es tan importante que vale la pena.
Entidad: Hay un verso y tómalo como que no es con mi 10%, tómalo como que de repente se me ocurre y lo extraigo del plano físico. El verte me da la muerte, el no verte me da vida. Prefiero morir y verte, que no verte y tener vida.
Interlocutor: ¿No te parece un poco extremista este verso?
Entidad: Muy extremista. En la vida real ese verso no se aplica porque no es así, porque somos seres normales, comunes, sencillos.
Interlocutor: Bueno, a veces hay gente bastante complicada.
Entidad: Ya sé. Tú te refieres a complicados, ya sé.
Interlocutor: Pero, ¿qué es lo que tú decías como espíritu que deseas para tu 10%?
Entidad: ¿Cambiarle el decodificador? ¡Es un chiste!
Interlocutor: Empecemos por aquí: ¿qué es lo que tú quieres? ¿Qué es lo que deseas? ¿Qué desearías que tu 10% pueda realizar en esta vida?
Entidad: Es que no lo sé.
Interlocutor: Entonces, si tú no sabes qué es lo que quieres difícilmente puedas hacer bien una decisión, así que empecemos por aquí.
Entidad: Le hago doler la cabeza a este receptáculo, le hago doler mucho la cabeza a este receptáculo.
Interlocutor: Quiero que lo analices.
Entidad: No, aquel Maestro que se ha comunicado conmigo quiere transmitir unos conceptos.
Interlocutor: Lo escuchamos, entonces, y te envío toda la Luz. Por favor analiza lo que te acabo de comentar. Hasta todo momento.
...
Johnakan-Ur-El: ¿Cómo estás querida hermana?
Interlocutor: Bienvenido.
Johnakan-Ur-El: Soy Johnakan Ur-El.
Interlocutor: ¿Cómo estás Johnakan?
Johnakan-Ur-El: Muy bien. Le quiero transmitir a este querido hermano que toda unidad biológica es importante. Le quiero transmitir además que nadie puede tener el timón de nuestras vidas físicas y si bien es cierto de que a veces pasamos por agobios -no necesariamente económicos- pueden ser agobios de personalidad, de carácter donde mal nos acostumbramos a ser manipulados, entendiendo eso como algo natural. No se trata de rebelarnos porque sonaría como estar reactivos sino de a poco ir asomando la cabeza a la luz, asomando la cabeza y reacomodar nuestros pensamientos aprendiendo de verdad nuestra propia importancia y va a haber gente que en el plano físico nos acepte, otra gente a los que le seremos indiferente, otra gente que no le caemos bien. Y en lo cercano, en lo personal, en lo afectivo, familiar, de pareja, de amistad habrá quien nos desapruebe.
Interlocutor: ¿Y qué hacer en ese caso?
Johnakan-Ur-El: Pondríamos en la balanza, en las decisiones a tomar qué nos afectaría más. ¿Nos afectaría más alejarnos de la fuente de dolor y lograr una calma o si ese alejamiento nos produciría más dolor? Y en base a eso evaluaríamos qué posición tomar al respecto.
Interlocutor: Ahora, en esa evaluación no debemos únicamente pensar en nosotros sino, digamos, en nuestro entorno. También poner en la balanza de qué manera afectaría nuestras decisiones a nuestro entorno.
Johnakan-Ur-El: Desde ya. Pero supongamos que ese entorno manipula a propósito. En ese caso, sin ser egocéntricos, con una objetividad total debemos evaluar cuál sería el mal menor. En las decisiones a tomar siempre va a haber alguien que salga lastimado. Tratamos en lo posible en cada encarnación en decisiones a tomar que nadie salga lastimado pero como tú sabes, querida hermana, hay intereses creados y el propio Guillermo también tiene decisiones a tomar difíciles y dentro de lo que es el ruido del plano físico a veces no te deja evaluar qué condiciones estarían dadas para tomar tal camino, tal sendero. No es sencillo, por supuesto que no es sencillo. Es como si tú en un remolino que te arrastre y te hace girar, te marea y te produce vértigo quisieras pensar con claridad. A veces la misma vida física es un vértigo, querida hermana. Pero, ¿qué le diría a este hermoso 10%? Que tiene mucho por delante y no se da cuenta o aún no ha percibido ese brillo interno que tiene. Que no siempre las decisiones deben ser extremistas: O me quedo y soporto o me alejo y no importa el sufrimiento que deje. Hay muchos tonos de grises, no es blanco o negro. Entonces, lo que este querido hermano tiene que entender es que ninguna decisión a tomar debe ser ni extremista ni tomar una decisión en estado emocional reactivo. Toda decisión debe ser tomada...
Interlocutor: Analíticamente.
Johnakan-Ur-El: Sí, querida hermana, totalmente. Analíticamente aunque no estés analíticamente en un 100% pero que trates de estar analíticamente en un porcentaje elevado. Ese es mi mensaje para este hermoso hermano que tiene mucho por delante y debe asumir su importancia. Y a ti, querida hermana, ¿qué puedo decirte? Eres un ser querible, eres un ser con el que me contacto con tu thetán, Kar-El, de mil maneras. Eres un ser al que respeto y admiro y que tu parte encarnada está unida a mi 10%. Y me he contactado de manera directa para que, el hecho de que yo le de orientación a su thetán y a su parte encarnada, sepa que lo tengo en cuenta. De alguna manera también he aprovechado este momento para departir contigo.
Interlocutor: Muchísimas gracias por estar aquí.
Johnakan-Ur-El: Mando, no sólo a ti sino también al thetán y a la parte encarnada, Guillermo, mi Luz violeta y también la Luz blanco-azulada del Padre.
Interlocutor: Mucha Luz y mucho amor para ti. Gracias por tu mensaje y bueno, hasta todo momento. Johnakan-Ur-El: Hasta todo momento.
Sesión 23/09/2015 No encontraba su lugar de pertenencia en su pueblo con su familia y marchó hacia otros lugares donde encontrarse a él mismo. Se encontró en familia dentro de una compañía de teatro pero fuera de escena seguía solo. Dudaba de quién era él.
Entidad: Daría la impresión que en distintas vidas tuve experiencias similares, por momentos me sentía insignificante y tuve que vencer mis miedos confrontándolos no en batalla sino en algo que para mí era mucho más difícil, complicado: enfrentándome a la gente, enfrentándome al público.
Nací en el norte, en la nieve. Mi padre, Kurt, era uno de los jefes de esa aldea. Se podría decir que era benigno, nunca había asolado ninguna aldea turania o atacado a los orientales, solamente cazaba para tener alimento para los suyos. Era justo, honesto, se llevaba bien con jefes de otras tribus del norte y se sentía muy, pero muy orgulloso de Munt, su hijo mayor, rubio como él, robusto, guerrero, sabía manejar el hacha como nadie, parece como si hubiera nacido con un casco en la cabeza. Yo fui su segundo hijo, Herz. Padre me tenía en cuenta pero cuando iban a cazar iba con mi hermano mayor: -Tú quédate con madre.
Siempre me sentí desplazado, me sentí como menos. Había un joven del cual me hubiera gustado ser su amigo, Elmio, manejaba la espada como nadie. Admiraba su forma de moverse, me imaginaba que el día que fuera grande sería el mejor guerrero de la aldea. De pequeño yo practiqué con espadas de madera, con pequeñas hachuelas pero no me gustaba el combate, trataba de hacer otra cosa.
Cuando cumplí dieciséis de vuestros años me marché. Cogí un hoyuman robusto, llené de alimentos mi alforja, cogí algunos metales, me despedí de madre. Tanto padre como mi hermano mayor estaban de cacería, por lo menos en dos amaneceres no vendrían, yo ya estaría lejos. Extrañaría a madre pero no era vida para mí.
Evitaba los caminos, iba en medio de las montañas, por los bosques pero no tuve ningún contratiempo. Cientos de amaneceres parando en distintas aldeas, comiendo guisado en distintas posadas, evitando meterme con nadie. Una vez un posadero me dijo: -Es raro que no lleves armas. -No, no me interesa.
Pasó prácticamente uno de vuestros años. Ya estaba casi cerca de la zona ecuatoriana, llegué a una aldea bastante, bastante grande con gente pacífica, rostros alegres. Me acerqué a la plaza del pueblo, vi que había una obra de teatro, pagué un metal cobreado y me quedé a ver el espectáculo. Sentí una sensación de pertenencia, era algo que me gustaba. Recuerdo que el señor Mint, un señor obeso pero agradable, iba de un lado para el otro desesperado porque su segundo actor había bebido y estaba tirado en un pajar. No sé como saqué el atrevimiento de preguntarle: -¿Qué pasó? -Nada, hijo, nada. Estoy en un apuro. Le pregunté: -¿Qué tenía que hacer? -¡Es actor! La gente no lo sabe, el público no lo sabe pero todo nuestro trabajo se basa en la improvisación. -Deme, deme el puesto de él. -Eres muy joven. -Deme el puesto de él. -Ve a aquella tienda y cámbiate de ropa. Ponte eso que tienes ahí.
Me mostró un traje con colorinches, estrafalario y me mandó al escenario. Había por lo menos cien personas. Primero sentí como que me iba a desmayar pero una joven me había pintado el rostro de blanco y negro, o sea, que como decís vosotros hoy, psicológicamente tenía una máscara de pintura y entonces me sentía seguro detrás de esa máscara e improvisé. El patrón me dijo, luego cuando terminó la función. -Eres una maravilla chico, jamás vi a la gente reírse tanto. ¿Cómo te llamas? -le di mi nombre-. No, no, ese es un nombre del norte, te llamaré Chelo, Chelo. Te llamarás Chelo, ese es tu nombre.
A veces habláis de que uno tiene que renacer -como la mítica Ave Fénix de Sol III- y renací: Herz... Chelo. No había renacido de entre las llamas sino del pasado. Ahora tenía un presente. Un presente donde me refugiaba detrás de esa cara pintada que siempre era distinta; colores rojos, amarillos, con pequeños sombreros, gorras... A veces tenía un traje parecido al de vuestros arlequines y actuaba improvisando, me soltaba tanto que a los demás les costaba seguirme pero yo les contenía a ellos, y si alguno se atoraba porque no sabía cómo improvisar yo lo cubría, siempre en beneficio del número que hacíamos.
Recuerdo cuando conocía a Mira, una joven hermosa, gustaba mucho de mí. Tenía su hermano Brego que si bien vivía en la zona ecuatoriana, que era la zona más pacífica del planeta, él quisiera ir al norte, participar de combates, batallas. Le decía a Brego: -No hay nada más hermoso que la paz.
Y todas las mañanas Brego se levantaba temprano y yo lo veía practicar con espada, con lanza. Su hermana me miraba y me decía: -Es una suerte que hayas conseguido una pequeña habitación al lado de nuestra casa, así podemos vernos seguido.
A veces dejaba de prestar atención a la que quizás en el futuro fuera mi esposa para mirar los movimientos de Brego, cómo luchaba, cómo movía su espada. Un día me dijo: -Ven a practicar conmigo. -No sé nada de armas. -Vamos, Chelo, anímate.
Practiqué con él y me desarmó en instantes. -Pero vaya, ¡que inútil que eres! -Lo mío es actuar, hacer reír a la gente y el patrón me paga bien, llego a tener hasta metales dorados.
Pero de todas maneras le ayudaba a entrenarse para nada porque en la zona ecuatorial no había guerras gracias a aquel que está más allá de las estrellas. Un día se enojó y me dijo: -Eres torpe, ni siquiera puedes ayudarme a entrenar. Y me empujó. Lo empujé, caímos luchando. Me dominó enseguida: -Eres débil como una mujer, mira qué fácil te domino.
Me sentí raro, como que de alguna manera su dominio, su fuerza hacía que lo admirara más y le prestaba más atención a él que a su hermana.
En esa vida como Chelo tenía infinidad de fantasías, era tan tímido o cortés o como queráis llamarlo que entre mi posible futura esposa y yo solamente habíamos intercambiado en cien amaneceres algunas caricias y besos, nada más. Pero por la noche soñaba con ella, que estaba en mi lecho y de repente me despertaba sobresaltado porque en el sueño era su hermano el que estaba conmigo dominándome, sometiéndome. Era enorme mi confusión, enorme.
Recuerdo que él se marchó para el norte porque quería participar de combates de verdad. Nos enteramos a los veinte amaneceres que en una primera batalla lo habían matado. Su hermana se puso triste, más introvertida que nunca y dejó de prestarme atención. Una vez me atreví a encararla y le pregunté: -¿No te intereso más? -No pasa por eso, no me incentivas.
Lo sentí como un hierro candente en el estómago, sus palabras. Me refugié más que nunca en el teatro de los fines de semana, era mi disfrute, era una manera de tapar mi soledad, de disimular mis angustias, mis incertidumbres pero aún no tenía en claro cuál sería mi futuro. ¿Esto era provisorio? ¿Esto que hallé era pasajero? No quería irme de esa aldea.
Recuerdo que el patrón se enfermó y su sobrino Gustard -lo opuesto; delgado, con una nariz prominente- lo reemplazó pero también le caí en gracia, se reía con mis improvisaciones. Y me dijo: -Chelo, no te vayas nunca, eres un excelente descubrimiento.
El teatro era mi familia, el teatro era mis amigos, el teatro era mi pareja pero cuando terminaba la función no tenía pareja, ni amigos, ni familia. Me había cambiado de lugar, ya estaba lejos de la que había sido mi supuesta prometida. En el pueblo era el joven que iba y venía, Chelo era el de la cara pintada. Cuando me sacaba la pintura del rostro era el perfecto desconocido, el que no se metía con nadie, el tímido, el que anhelaba cosas, el que tenía un sentir interno indefinido. Los días de función, la algarabía me hacía olvidar de la ansiedad, de la angustia, de la soledad y a veces hubiese querido que la función fuese diaria pero la gente tenía sus ocupaciones. En la semana no sabía cómo matar el tiempo. Sabía leer y escribir, por supuesto, pero no leía, paseaba, caminaba. A veces yo mismo no sabía quién era, el personaje de la máscara o el joven desconocido que pasaba por el pueblo envuelto en su soledad o aquel que provocaba risas en el público, el desenvuelto, el jovial. O era los dos. Gracias por escucharme.
Sesión 02/10/2015 En tiempos de la poderosa Roma fue esclavo. Fue poseído, sometido. Causó la muerte de su dueño y fue torturado y muerto. Bajó de plano por sus acciones. Quedó con multitud de engramas.
Entidad: A veces es como que no me siento seguro. Será por mantener una relación, por baja estima... Porque entiendo que si uno no se respeta es imposible lograr el respeto del otro, si uno no se quiere es imposible lograr el afecto del otro. El tema es, todo lo que uno sabe, llevarlo a la práctica, tener el carácter, la voluntad, la perseverancia. Sí las ganas. Se trata del atreverse cuando arrastras engramas de impotencia, de dudas, de esclavitud.
Encarné en una Roma del siglo II después de Jesús, una etapa del alto imperio, una etapa donde Augusto consagró la monarquía. Agusto era el gran monarca, el emperador, el que mandaba las fuerzas armadas pero yo no, yo era esclavo, hijo de esclavos. Mi nombre era Fulvius. Mi amo se llamaba Domitius, era un hombre grande, recuerdo que me crió de pequeño, no me trataba mal. Servía la comida, limpiaba la mesa. Al contrario, cuando era adolescente había una mujer, Crispina, que era la cocinera, nunca me cayó bien, nunca le caí yo bien a ella. Una mujer de ojos perversos, muy obesa, era muy buena cocinera y tenía una cantidad de mujeres que la ayudaban, ella sería la jefa de la cocina. Domitius la trataba bien, prácticamente él tenía tantas cosas de que ocuparse, era un hombre de alto rango amigo de senadores, amigo de generales, militar obviamente pero también gran político.
Recuerdo que cuando cumplí quince años me llevó a su aposento me sometió. Estaba paralizado de terror, tenía miedo de resistirme para evitar una represalia mayor, que me azotara o algo peor. No lo hacía seguido, tal vez toda la semana, semana por medio me sometía en su aposento.
Siempre me hablaba de Pontius, su hijo, al que a lo mejor siendo muy pequeño vi una o dos veces, sería cuatro, cinco años mayor que yo. Recuerdo que un día llegó con su traje de militar muy gallardo, muy apuesto. Justo Domitius, su padre, tenía que hacer un pequeño viaje. Pontius me preguntó "Cuál era mi tarea". -Servir a mi amo, señor. Y a ti, por supuesto. -Cómo te llevas con mi padre. -Es un excelente amo, señor. Me trata muy bien. -¿Te lleva a sus aposentos? -Sí, señor. -¿Y a veces te bañas en los piletones de agua caliente? -Sí, señor.
Me llevó a sus aposentos y me sometió a sus instintos. La violencia con la que me sometió, su manera, su forma era mucho más brutal que la de Domitius. Su energía, sus manos eran gigantescas. Se quedó poco más de una semana, prácticamente me sometía a diario. Luego me dijo: -Fulvius, en diez días estaré de vuelta, voy a casa de mi esposa.
Sentí un pensamiento extraño. Tenía esposa, entonces, ¿por qué me sometía? Y tenía como ira pero no entendía el por qué. Quizá me da pudor comentarlo pero Pontius me agradaba más que su padre, que Domitius. Recuerdo que una tarde estaba con Domitius en el gran piletón de agua templada, Domitius tuvo un exceso de tos, no se sentía bien. Aproveché que no había nadie y le hundí la cabeza bajo el agua hasta que dejó de respirar. -¡Auxilio! ¡Auxilio! -grité-, al señor le agarró un ataque al corazón.
Vinieron varios esclavos, algunos sirvientes que llamaron urgente a un par de amigos de Domitius. En la puerta del costado de la cocina, unos ojos, una mirada perversa -Crispina, la jefa de la cocina- me miraba. En ese momento sentía que mi corazón se paralizaba pensando si me había visto. Lo mandaron llamar, a Pontius, le hicieron el entierro de honor. Yo fingía estar desconsolado pero no me salió todo bien, pensaba que o Pontius se instalaba ahí o bien me llevaba con él pero no, me trató con indiferencia, su mente estaba en otro lado.
Crispina, la cocinera, habló con un soldado que inmediatamente corrió a hablar con Pontius. Me miraron. Pontius me abofeteó y me encadenaron.
-Has matado al que te crió, has matado al que te dio de comer. Te pondremos en un cepo y te haremos sufrir enormemente antes de matarte.
En medio de los azotes alcancé a ver la sonrisa perversa de Crispina, la cocinera. Me había visto y lo había contado. Cuatro días de torturas hasta que me mataron. Bajé al plano 2.9 y lo sentí injusto porque Domitius me había criado pero me había sometido. Quizá mi problema fue acostumbrarme al sometimiento pero después analizándolo -como espíritu- al rol de Fulvius, me preguntaba ¿por qué acabé con la vida de Domitius, por qué quería que viniera Pontius? Por qué cambiar un sometimiento por otro... ¿Entonces era que acaso me agradaba?, nunca había conocido mujer.
En esa vida de Roma, del alto imperio, me quedaron engramas de sometimiento; doble como esclavo, como ser humano, sometimiento sexual. Y seguramente estaba en el plano 2.9, un plano de crueldad pero al límite de llegar al plano 3 de la superación porque al fin y al cabo yo no sentía que fuese una persona cruel como Fulvius. Era la época, el modo, el dejarse llevar por los impulsos. Y hay engramas que los llevas tan escondidos y que te condicional de tal manera que a veces te sometes ante gente que no es útil para ti, ante gente que finge afecto pero no lo siente y tú eres solamente un instrumento, un objeto, nunca una persona. Y eso no es bueno. No es bueno cuando tú te acostumbras a ser un objeto, no es bueno cuando tú te acostumbras a que no te respeten, no es bueno cuando tú amas y no es recíproco del otro lado, no es bueno cuando tú mismo te sientes con una tremenda baja estima. Si a los engramas, encima, se le suma los roles del ego que te cuestionan día a día, hora a hora, minuto a minuto, segundo a segundo es tremendo porque mientras tengas esos roles del ego -como rol actualmente de Guillermo-, siempre te esconderás tras las máscaras. Gracias.
Sesión 24/10/2015 En las Cruzadas combatió con Roger de Flor. Aprendió hacerse respetar, a usar las armas, a navegar.
Entidad: Da la impresión que cada encarnación fue más difícil que la anterior o quizá mi parte espiritual estaba, como decís vosotros en el plano físico, gastada de sufrimientos, de desprecios, de malos tratos, de situaciones difíciles de llevar a cabo.
Nací en Bríndisi, en 1267. Mi nombre era Gastón Mercier. Mi padre había fallecido en batalla cuando tenía cuatro años pero nunca estuvo con nosotros, mamá murió al poco tiempo de una enfermedad pulmonar. Me crié en los muelles. Muchos se burlaban, me decían "El francesito": "¿Qué haces en Bríndisi? ¿Por qué no te vas a tu tierra? Tú eres galo". Yo, para comer, cargaba bolsas en el puerto. Los jóvenes más grandes me ponían el pie y me hacían tropezar. Una vez, ya teniendo nueve años, una de las bolsas al caerme de bruces se abrió y todos los granos quedaron esparcidos en el muelle. El patrón me cosió la espalda a latigazos por encima de la camisa desgarrándomela, dejándome huellas de sangre en toda la espalda y me hubiera seguido golpeando. Me hubiera seguido golpeando porque era perverso. Trabajaba diez, doce horas por una moneda para poder un comer un plato caliente, no alcanzarte por una bebida, tomar un poco de agua, aterido de frío en diciembre, un calor infernal en pleno julio.
Un Joven seguramente un año mayor que yo, le dice a mi patrón. -¿No le parece, Don, que ya es bastante? El hombre mayor se dio vuelta. -Y tú, crío, ¿quién eres para hablarme? -Me llamo Roggiero. -Pues vete de aquí, si no también conocerás la punta del látigo. -Quisiera verlo. -Y sacó un cuchillo.
Cuando el hombre amagó con pegarle, Roggiero se lanzó a sus pies y le cortó un tendón de una pierna. El hombre cayó gimiendo. Cuando cayó le cortó un brazo y le apoyó el cuchillo en la garganta. -¿Cuántas bolsas tienes? El hombre gritando se tocó el bolsillo del saco. Le sacó todas las monedas: -Esto es una especie de indemnización porque al golpearlo lo has despedido.
Tomó mi mano y me levantó. -Ven, hay una joven, Dionisia que seguramente debe ser española. Ven.
Me llevó a una casa a pocas calles del puerto. La mujer obesa: -¿A quién has traído ahora? -Tú cállate mujer, aquí tengo monedas para darte. Cúralo.
La mujer me puso un ungüento que me ardió horrores. De uno de los cajones saco una camisa nueva previo vendarme la espalda. -Las vendas te las sacas luego, pues si se te pegan cuando la herida se cicatrice no respondo por tu dolor.
Roggiero me preguntó: -¿Cómo te llamas? -Gastón, Gastón Mercier. -¿Y qué tal eres trabajando en el puerto? -Trabajo por una moneda al día. Me alcanza para comer. -Gastón, Gastón, ¿qué pasa con tu lucidez? -No entiendo. -¿Por qué no te haces respetar? -Porque los jóvenes del puerto son más grandes que yo. -Ya te han tomado el tiempo. -No entiendo la frase. -Ya saben cómo eres, se burlan, saben que no reaccionas.
A partir de ese momento me llevó a trabajar con él. Tenía apenas once meses más que yo pero su manera de comportarse era mucho más adulta, más arrojadiza, más fuerte, y jóvenes más grandes lo respetaban. Una vez uno se atrevió, cinco años más grande que él, le perforó el estómago con su daga. Nadie dijo nada, nadie vio nada. El adolescente quedó allí tirado en el muelle. Me arrastró del hombro, Roggiero. Nunca supimos si agonizó, si vivió, si murió. -Quizás lo hayas matado. -Seguramente, o me hubiera matado él a mí. Cuando aprenderás, Gastón, que es tu vida o la del otro. Te enseño, si quieres, a usar el cuchillo.
Apenas había degollado pollos, alguna vez un conejo para comer y después me dio pena comerlo. Roggiero me decía: -¿Qué va a pasar cuando entres en batalla? -¿En batalla? -¿Te piensas que no? ¿Te piensas quedar acá de estibador? Si quieres crecer como hombre ya aprenderás, ya aprenderás. -Me palmeó el hombro.
Y pasaron los años, pasaron los años. Recuerdo que cuando yo cumplí dieciséis, Roggiero con quince tenía sus músculos más desarrollados que los míos. Lo vi hablando con un señor que por sus vestimentas parecía muy importante. Roggiero me dijo: -Es el Señor de Vasall, es de Marsella. -¿Y por qué esas ropas? -le pregunté. -Es un templario. -¿Los templarios de las Cruzadas? -Sí, los templarios de las Cruzadas. Son monjes guerreros. -Pero yo no soy religioso. -No tienes que ser religioso. -¿Y qué te ha dicho? -Me dejó una nave. -¿Una nave para ti? -Una nave capturada a los genoveses. -¿Pero cómo con quince años tú vas a mandar a la tripulación que tiene el doble de edad que tú? -¡Que alguno se revele! Lo cuelgo del palo mayor.
Pero nadie le decía Roggiero, le decían Fráter Sargento da Fiore. -¿Te han nombrado sargento?, tengo entendido que los de nuestra edad son novicios. -La mayoría sí, pero la mayoría no sabe lo que sé yo sobre embarcación, sobre tácticas de combate, sobre tácticas de navegación. -¿Y qué nombre le pondrás al barco? -Ya le puse, mi padre era halconero. -¿Tu padre era halconero? -Él decía que no, él decía que era oficial de cetrería y había trabajado con el emperador Federico II.
Abrí los ojos: -¡Pero tu padre era importante! -No lo conocí, murió cuando yo tenía un año. Y como era halconero a la nave le pongo Falcone.
Al año siguiente, en 1282, fuimos a Oriente para sumarnos a la lucha. -¿A qué lucha, Roggiero? -Dicen que hay una cruzada emprendida por Luis XIV de Francia. -¿El rey? -Sí, sí, sí. También el príncipe Eduardo I soñó la batalla.
Mi cuerpo templaba de emoción, de temor pero me sentía respaldado por Roggiero. La tripulación no se metía conmigo, mi cuerpo se había fortalecido, comía bien pero Roggiero me hacía trabajar bastante. Y cuando estábamos en tierra y teníamos un poco de tiempo practicábamos con la espada. Siempre me vencía. Y él me decía: -¿Sabes por qué te venzo? Porque te sientes inseguro. Tienes miedo de cortarme o de herirme y que yo tome represalias y te corte el cuello.
Yo bajaba la vista. Me dio una cachetada. Leve. -Mírame, no bajes la vista cuando te hablo. Pero no por respeto, el que baja la vista es como que se nota que es cobarde. Mírame de frente, contén la mirada. Lo mismo cuando estamos combatiendo, sostén la mirada.
El viaje fue tremendo, había momentos en que me descompuse, vomitaba. Roggiero me preguntaba: -¿Pero nunca habías estado en la mar? -Muy pocas veces. Me descompone el movimiento del barco. -Toma, aquí tengo unos yuyos. Tómalos. Hierve un poco de agua y tómalos.
Eso me hizo sentir mejor. El viaje era interminable, meses y meses. Cuando llegamos a Jerusalén hacía prácticamente una década que el Príncipe Eduardo había firmado una tregua. Le pregunté a Roggiero por el rey Luis XIV. -Tengo entendido que murió antes de que Eduardo I firmara la tregua. -Fíjate que los mamelucos conquistaron todos los territorios cristianos en todo lo que es la zona de Siria. -Entonces, ¿qué haremos? -Vamos a combatir, vamos a combatir. Hay amenaza de enemigos en Trípoli y en el resto del reino de Jerusalén.
Por primera vez entré en combate. Prácticamente eliminaron a casi todos nuestros compañeros, a todos. Quedamos muy pocos. Nos quedamos bastante tiempo. Mientras, Roggiero me enseñaba el arte de la espada, el arte de la lanza, navegación. Pasaron nueve años. Me sentía contento de haber sobrevivido, había llegado a 1291. ¡Por fin regresaríamos a Europa!
Un alto oficial habla con Roggiero. Discuten y siguen hablando. Se encierran en un camarote del barco, pasan horas y finalmente el hombre se va. Roggiero sale, me mira y me dice: -Nos tenemos que quedar.
Siento como un vacío bajo mis pies. Otra vez me abofetea como mucho tiempo atrás. -¿Qué pasa contigo? -Quería volver a Europa. -Nos han destinado a rescatar a miles de cristianos que se refugiaron en la fortaleza de San Juan de Acre. -¡San Juan de Acre! ¡Pero están los sarracenos! -Pero fíjate, tengo una cuadrilla que está a mi mando. -Pero nos superan mil a uno y le has dicho que sí. -¿Cómo me voy a negar? Soy un sargento Templario. Jamás me voy a negar. Nos vamos hasta San Juan de Acre.
Los tremendos engramas que tenía, porque ésta vez no saldríamos vivos. Era imposible rescatar a toda esa gente, imposible. Pensé en dejar la expedición y marcharme por mi cuenta, tenía monedas ahorradas pero me había acostumbrado a estar con Roggiero. Roggiero tenía un carácter indescifrable... A veces parábamos en un puerto, una posada, es como que tenía una atracción y alguna mujer del puerto se le arrimaba y se iba con él al cuarto, en el piso superior de la posada. Varias veces me dijo: -Tiene una amiga para ti. Sentía timidez porque nunca había estado con una joven. Fue Roggiero el que una vez me obligó. -Aquí tienes a una, Doménica. Mira que bien que está.
Y me dejó en un cuarto solo con ella. Doménica era de carácter alegre y burlón. Prácticamente fue ella la que me poseyó a mí y no yo a ella. Salí orgulloso de mí mismo, por fin había logrado estar con una mujer. A partir de ese momento varias veces en los distintos puertos, ambos teníamos distintas aventuras, aventuras de una noche o de una semana hasta que volvíamos a embarcar.
Todo eso terminó en 1291. Seguramente en San Juan de Acre terminaría mi vida, con todos los tremendos engramas que tenía: temores, dudas. Si pudiera decir a quién le confiaría mi vida, a Roggiero de Fiore, a nadie más. ¿Quién fue la persona que más me dijo las cosas me gustaran o no? Roggiero. ¿Quién me enseñó el arte de la espada? Él. ¿La navegación? Él. Por supuesto que él tenía una mano magistral para todo. Don de mando. Y sí, por ahora dejaría de lado el sueño de volver, nos esperaba San Juan de Acre y quizá la muerte. Gracias por escuchar.
Sesión 23/12/2015 De joven vivió represiones, castigos en tiempos de la Inquisición española. Quedó marcado con engramas tales que hasta el fin de su vida desconfió de sus padres, de todos por miedo.
Entidad: Nací como Juan Romero en una España muy religiosa. El concepto que vosotros tenéis de Isabel la Católica, de Castilla, es un concepto equivocado. También desdibujaron la historia de su esposo comparándolo con un hombre frívolo. Ella era una persona cruel, absolutamente cruel, fue la que restauró la Inquisición.
Viví en una zona donde tenía infinidad de amigos, Elmer, Salomón, uno que se llamaba Mótale -nunca supe su significado en castellano-, Héctor, Joaquín. Eran todos de ascendencia judía. Me contaron que sus padres para evitar ser perseguidos, con un hombre hábil que cobraba una fortuna, cambiaban sus documentos para no ser expulsados y aquellos que luego de la advertencia eran encontrados, directamente los ejecutaban a ellos, a sus padres, a sus hijos e hijas. No había piedad.
Hubo una tremenda emigración de judíos a otras zonas. Elmer y Salomón fueron ejecutados junto con sus padres, sus tíos. Yo tenía diez años la última vez que los vi pero como siempre suele suceder me señalaron, por supuesto que me salvé porque mis padres eran fervientes católicos. El sacerdote del lugar había hablado con el obispo central quien le dijo "Para evitar inconvenientes, envía a tu hijo a un claustro hasta que cumpla dieciséis". Y me enviaron lejos de la capital. De la misma manera que las madres superioras trataban a sus novicias a latigazos en la espalda ante el menor desacato -o del supuesto desacato-, a nosotros los sacerdotes nos hacían lo mismo. Es más, dormíamos en una celda, así se llamaban las habitaciones, la cama era un asiento largo de piedra, te daban una manta que en pleno enero con 5 grados bajo cero, no te abrigaba para nada.
Cuando cumplí doce años le pedí por favor si me dejaban salir para que en casa me festejaran el cumpleaños; me sacaron en pleno invierno al patio en camisón, llovía torrencialmente, no me permitían sentarme ni agacharme, tenía que estar parado. No me observaban permanentemente pero cada tanto miraban de la ventana, hasta que a las seis de la mañana vieron que estaba tirado en el piso desmayado, volaba de fiebre, tiritaba. Un compañero me dijo que hablaba dormido, deliraba por la fiebre. Es como que mi mente se embotó, alucinaba, veía cosas en las paredes, golpeaba la puerta de madera para que me abran, me lastimaba las uñas con la roca de las paredes, me paraba sobre el banco para mirar el exterior a través de la reja, sentía que me faltaba la respiración. Obviamente era todo mental por la desesperación. Entonces, ¿qué hizo mi mente? se desconectó, me había ido de la realidad. Veía a mis compañeros, a los novicios, a los sacerdotes, dos veces incluso vino el obispo pero no articulaba palabra, era como un autómata, no atinaba a coger la cuchara de madera para comer ese pálido guiso. No se dignaban ni a alimentarme pero permitían que mis compañeritos me dieran de comer en la boca. Recibía palizas, porque teníamos dos horarios para ir al baño a hacer nuestras necesidades pero yo estaba desconectado del mundo real y a veces me encontraban sucio y me golpeaban, me lastimaban pero tal era mi desconexión que no sentía ni siquiera el dolor.
Cuando cumplí dieciséis años pesaba cuarenta y ocho kilos, mis padres me vinieron a buscar. Firmaron urgente la baja los sacerdotes para librarse de una molestia, porque yo era una molestia no servía para limpiar, para barrer, para ordenar, era una escoria para ellos. Mis padres me llevaron a casa, madre me alimentó. A los diecisiete años ya estaba en sesenta y tres, sesenta y cuatro kilos y empezaba a balbucear algunas palabras. Es como que el estar en un hogar atisbaba de nuevo la realidad, atisbaba mi entorno. Recuerdo que una vez miré a mi madre, le toqué la mejilla y le dije: -Mamá... -Se puso a llorar.
Ya a los dieciocho hablaba casi normal, recordaba que había estado en un claustro pero prácticamente tenía la memoria borrada. Salvo el primer tiempo, después tenía la mente en blanco.
Pero me quedaron engramas porque los engramas se graban independientemente de si estás en la realidad o no. Y había noches que madre apagaba la vela de la habitación y me envolvía en mis mantas y me empezaba a faltar el aire, no podía respirar. ¡Ah! Un ahogo, un tremendo ahogo que mi consciente no sabía por qué y mi inconsciente, donde había grabado ese engrama, recordaba esas paredes frías, tétricas de la celda del claustro. Ahora dormía en una cama blanda, las escoriaciones de mi espalda se habían ido. Sin embargo sentía dolor, un dolor como que en mis articulaciones, en mis huesos, en mis rodillas, en mis codos, en mi cadera, en mi cervical... Y al día siguiente nada.
Empecé a trabajar con padre. Padre me enseñó las tareas de la campiña, tomaba leche directamente del ordeño de la vaca, comía carne, comía verduras, una masa de trigo, bastante maíz y el mismo trabajo hizo que mi cuerpo creciera, mis músculos se fortalecieron. Tenía veinte años y mi cuerpo era de setenta y dos kilos, nada que ver con ese niño desvalido del claustro. Había adquirido seguridad en mí mismo, cordura y astucia. Descreía completamente de la religión, sabía que los religiosos eran malvados, perversos, hablaban de Satanás cuando ellos estaban de su parte invocando a un dios de mentira. Porque recordando mis primeros años en el claustro, a mí no me pasó, pero había compañeritos que eran abusados o por compañeros mayores o por los sacerdotes.
Iba a la Iglesia con mis padres. Ante los ojos de los demás era el mayor devoto, me sabía los salmos de memoria, el Cantar de los Cantares. Era el primero en misa. Sí, había aprendido a fingir y me dolía porque fingía con mis padres. En la mesa nos tomábamos de la mano, yo agradecía a Dios por ese guiso, por ese pan y me dolía el pecho porque en el fondo no soportaba ser hipócrita pero tenía un sentido de la supervivencia, porque no confiaba ni siquiera en mis propios padres. No iban a llevarme al claustro pero seguían a la Inquisición.
Un amigo del cardenal me llevó a su casa. Me dice: -Tú cantas, te escuché en la Iglesia esos cánticos religiosos. -Sí, señor.
Me llevó a la casa del cardenal. Me comporte como un cristiano devoto, al hombre le caían las lágrimas de escucharme, de emoción. Mi rostro emanaba felicidad, piedad, compasión. Cuando me iba mi cara se desdibujaba, una mueca de desprecio, odio, algo me corroía por dentro, era tanto el dolor interno, moral que sentía que escupía sangre. Me llevaron al médico, me tocaba la parte del estómago y ¡ahh! sentía un tremendo dolor, como una brasa hirviendo. Descartaron la parte pulmonar, era estomacal, una úlcera sangrante. Me dieron un preparado de hierbas para tomar a diario pero siempre quedé mal del estómago.
Cuando conocí a Rebeca me puse alerta. Lo primero que le pregunté: -¿De dónde es tu familia?
Me indicó una región, Alicante, la conocéis hoy como Alicante. ¿Por qué esa pregunta? Porque su nombre no era un nombre católico. Empezamos a conocernos, me dolía ocultarle mis pensamientos. Trataba de que ella me contara los suyos. Un día llorando me confesó que la religión era toda hipocresía, mentira, falsedad. Fui acordando con ella pero con el temor de confesarle mi manera de pensar. Hace seis meses que salíamos y mi mente dudada si verdaderamente era una persona que gustaba de mí y que se empezaba a enamorar o Rebeca era alguien enviado para sonsacarme, alguien que trabajaba para la Inquisición. Entonces la sermoneaba, "La Iglesia es la herencia que tenemos de Jesús a través de Pedro, ¿cómo puedes dudar?".
Al año siguiente nos casamos, una boda religiosa que a pesar de ser una familia pobre, el amigo del cardenal puso dinero para que todos vean al gran devoto. Y me di cuenta de que Rebeca no era ninguna enviada para espiarme ni nada. Tardé en confesarle mi forma de pensar y congeniamos. Pulí mi carácter, tenía presencia, seguridad, firmeza pero por las noches cuando se apagaba la vela de nuestro dormitorio me aferraba a ella, no en el sentido de sentir pasión, de intimidar si no el temor de la oscuridad, de que algún ente invisible apareciese... Y me empezaba a faltar el aire. Ella encendía la vela y me despertaba, me daba un vaso de agua, me abanicaba. Y me dolía el pecho muchísimo, muchísimo.
En esa vida no pudimos tener hijos. Volví a escupir sangre. Me cuidaba, me tenía paciencia. A veces volvían mis delirios y aún estando bien, siendo feliz con ella había días que me desconectaba de la realidad, hacía mucho tiempo que no me pasaba eso. ¿Qué había reactivado esos engramas? Y empezaba otra vez a dudar de todo. Un día le pregunté a Rebeca: -¿Quién eres? ¿Quién te envía? ¿El cardenal? ¿El obispo central, el que viene de Sevilla? -La sacudía de los hombros-. ¡Coméntame! ¡Confiésame! -Ella lloraba.
No tuvo la paciencia de soportarme. Ella y su familia se fueron al sur. Me quedé solo. Desencarné a los cuarenta y cuatro años, joven incluso para la expectativa de vida de esa época.
Al desencarnar, como espíritu sentía una opresión, ya no podía escaparme de la realidad porque el espíritu tiene un núcleo conceptual, no hay un decodificador, no te desconectas, no te desmayas, eres esencia. Entonces el dolor no existía, era un dolor conceptual porque al no haber materia, al no estar encarnado, ¿por qué tenía esa sensación de que me faltaba el aire? Un espíritu no respira, no.
Mis padres nunca supieron el daño que me hicieron. Y lo lamenté por Rebeca, no le guardé rencor de que se haya ido, no la maltrataba físicamente pero sí con palabras, con actitudes. Bastante me soportó. Quería volver, quería volver a desquitarme, encarnar de nuevo como un ser poderoso y apretarle el cuello a ese cardenal, al sacerdote. Era absolutamente irracional, eran roles, el mismo karma se encargaría de que cada uno vaya a su nivel. Ese odio que sentía hizo que pesara sobre mí. No llegué al plano 2, que era un plano de crueldad, estaba en un plano 3, un plano de superación pero en el 3 subnivel 1 porque el rencor, esa memoria donde tú quieres volver a vengarte, eso pesa, pesa muchísimo. Y no bajé al plano 2 porque no dañé a nadie a propósito, fui una víctima y esos engramas en ese claustro durante tan poquitos años marcaron el resto de mis cuarenta y cuatro años.
¿Qué puedo decir de padre y madre? Eran religiosos ignorantes, nada hacían a propósito. Sí, aquellos que dirigían la iglesia, aquellos que se enriquecían, aquellos que ultrajaban a los niños dentro del claustro, sí, seguramente estarían en el plano 2. Tendría que volver a encarnar para sacarme ese dolor porque este receptáculo que me alberga lo vive, lo siente de la manera que yo lo estoy relatando y lo lamento porque le hago doler el pecho como me dolía a mí en esa vida en Castilla. Gracias por escucharme.
Sesión 03/02/2016 Quedó marcado por los malos tratos de su padrastro. Aunque sabía defenderse muy bien pasaba desapercibido. Nunca pudo superar sus temores en esa vida en Umbro.
Entidad: Cuántas veces pensamos que un mundo ideal sería aquel donde todo lo que sueñas, todo lo que esperas, todo lo que deseas se cumpla.
Mi padre murió cuando era un crío, mi nombre es Cantas, y al poco tiempo el jefe de la tribu donde estaba formó pareja con mi madre. Me enseñaba a defenderme, a pelear con espada, con arco y flecha. Me sentía atemorizado en su presencia porque más de una vez me llevaba a los bosques a practicar y cuando no acertaba a un blanco con la flecha o la espada se me escapaba de la mano, me daba una paliza. A madre le decía que las marcas del rostro, del cuerpo eran fragores de la enseñanza, los fragores de la lucha. Pero madre estaba dominada. Me amaba. No sé si a él lo amaba o le temía.
Fui creciendo, dejó de enseñarme. Practiqué con un joven que era muy diestro llamado Almerac, al punto tal que cuando cumplí dieciséis de vuestros años llegué a ser más diestro que el propio Almerac. Pero dentro mío arrastraba un temor inducido, un temor implícito que llevaba en mi sangre, mi sangre era roja pero portaba temor quizá por los golpes, las palizas que había recibido de pequeño.
Carcos, que así se llamaba el jefe de la tribu, la pareja de mi madre, ya no era tan diestro ni tan joven. Pero dentro mío sentía un temor tremendo en su presencia, algo que había quedado grabado en mi mente: sus golpes, sus bofetadas, sus puntapiés. Recuerdo que antes de cumplir los diecisiete de vuestros años fuimos cuatro, fuimos con Carcos dos más y yo. No éramos de ir a poblados pero precisábamos provisiones y a la vuelta a él se le ocurrió cazar un pegeo -el pegeo era similar a vuestros jabalíes- y nos atacaron en el camino. Nuestros dos compañeros cayeron por sendos flechazos, veíamos las flechas atravesadas en el cuello de cada uno y nos refugiamos en el árbol dejando abandonados a los hoyumans hasta que nos encontramos cara a cara con ellos. Eran tres. Ambos sacamos nuestra espada y dimos cuenta de los tres. Carcos resultó herido en un brazo, justo el derecho, el que manejaba la espada pero dejamos los tres cadáveres.
Cada uno tenía que llevar su cabalgadura y la otra de las riendas pero por el camino me recriminó. -Hubieras prestado más atención esto no hubiera pasado. Yo no lo trataba de tú. Le digo: -Usted, que tiene más experiencia, ¿cómo dejó pasar eso?
Frenó su cabalgadura, me dio un bofetón y me tiró del hoyuman. Caí al piso, él siguió montado. Saqué mi espada y le corté parte de la pierna izquierda y cayó al piso llenándose de lodo. Se levantó, sacó su espada y ya tenía mi espada atravesada en el pecho. Volví al poblado con las tres cabalgaduras. Deformé la historia: tres atacantes, el único superviviente. Obviamente fueron a investigar. Dos hombres muertos por flechas y Carcos por la espada de uno de los atacantes que lo había herido por tres partes: en el brazo, en la pierna y el golpe mortal en el pecho, atacantes que luego maté yo.
Me dolió que madre se pusiera triste. Dejó de prestarme atención. Necesitaba de su afecto. Ella había tolerado -por temor o vaya a saber por qué-, el maltrato que él me hacía, porque lo sabía.
Eligieron nuevo jefe. En pocos amaneceres cargué mis dos alforjas de provisiones, unos metales plateados que había juntado y me fui, me fui del poblado. Cuando monté mi cabalgadura madre estaba con su mirada perdida. Sentía como cierto despecho no odio, que la amaba, pero ¿tanto le había afectado la muerte de esa persona que no valía un metal cobreado? La desprecié y sentía rencor, no odio, rencor. Ni se dio cuenta de que me marché.
Me despedí de algunos compañeros, me marché para la zona ecuatorial. El viaje era larguísimo, de cientos y cientos de amaneceres. Paré en infinidad de poblados trabajando en distintas posadas, dando de comer a los parroquianos, trabajaba por unas monedas y por un pequeño alojamiento. Los metales los llevaba conmigo, si me iban a robar tenían que matarme, sólo me sacaba las botas para dormir y tenía mi espada al lado de mi lecho.
Y llegué a una aldea extraña. Vi a un hombre de una edad indefinida que era querido por todo el mundo pero yo era gran observador y veía como que él maltrataba a la gente y la gente parecía no darse cuenta del mal trato. Lo invitaban a comer, a beber bebida espumante, conversaba con gente pero siempre llevaba la palabra y siempre tenía la razón. Me empleé en esa posada lavando los platos y las copas metálicas. Nunca se metió conmigo pero me extrañaba del modo cómo dominaba a la gente. Un día se acercó al mostrador a pedir una bebida espumante, se la serví. Me miró, sentí como no un dolor pero sí una molestia en mi mente, me sentía obnubilado. Y me di cuenta de que ese hombre podía manipular la mente de los otros y por eso era tan querido, no es que leyera los pensamientos pero podía captar los impulsos, los miedos, las angustias y sabía cómo manejar a la gente. Y no entendí porque razón le fui indiferente, tal vez porque no podía sacar nada de mí. Me leyó la mente, es una manera de decir leyó. Aun habiendo matado a Carcos, ¿cómo me arrancaba del pecho, de mi sangre ese temor? Tal vez el captó ese temor y vio que yo era inofensivo para él.
Pero había una mujer, Gilda, morena, joven, indiferente a todo, que venía a veces a la posada a buscar víveres, porque al lado había una especie de almacén que atendía un hermano del posadero y varias veces, ese personaje raro, intentó caerle simpático y Gilda lo despreciaba. Y eso me sorprendió más porque algún velo, alguna barrera tenía ella en su mente que este personaje no la podía manipular, porque ella mostraba su desprecio y él se sentía ante ella como inferior. Algo dentro mío me hacía sentir bien al ver que ese personaje se rebajaba, le hablaba dulcemente y ella a veces ni le contestaba y se iba con sus provisiones. Y también me fije que nadie en el poblado se metía con ella. Muchísimas veces vino a la posada. A mí me miró como si fuera un objeto decorativo del lugar, lo que tampoco me molestó.
Una noche escuché gritos y al día siguiente apareció el cadáver de uno de los campesinos más queridos del poblado, pensaron que había sido un problema del corazón pero era joven, revisaron su cuerpo y no tenía ninguna herida. Yo pensé "¿Por qué no, de la misma manera que este hombre puede entrar en la mente de otros qué sucede si entrara de una forma más malévola hasta destruirle esa mente?". Y eso me dio, no temor, me dio pavor, pavor tremendo porque uno puede defenderse de una espada y puede ganar o puede caer herido, o uno puede morir pero uno ve al rival, al enemigo, al atacante. Pero ante ese supuesto poder, porque el problema del corazón yo no lo creía, ¿cómo te defiendes ante ese supuesto poder? El pueblo callado. Lo enterraron. Su viuda y sus dos hijos llorando. Muchos del pueblo cooperaron con metales plateados a la viuda pero ella se iba a ocupar del campo.
Una tarde vino ella, la viuda, una señora grande, a la posada preguntando si había algún peón de confianza, que le daría casa y comida para trabajar en su campo. Yo estaba próximo a irme de ese poblado porque ya me había quedado bastante tiempo pero no sé si fue un impulso o qué pero al saber que ella estaba apartada del poblado le propuse ser el peón y aceptó. Entonces me llevaría mis miedos lejos del poblado y de ese personaje. Vendría una vez cada siete amaneceres a surtirme de mercadería y me ahorraría pagar en la cuadra para que tengan a mi hoyuman porque lo tendría en el campo de la señora. Los dos hijos eran pequeños pero buenos jóvenes, un varón y una niña. La mujer era buena, porque comía con ellos al mediodía y a la noche. Y al lado del corral tenía una pequeña habitación.
Comenzaba una vida nueva para mí. Pero me sentía distinto, mi lucha no era por trabajar, por conseguir una pareja, mi lucha era por vencer mis temores, esos que me había dejado Carcos. El haberlo matado no había cambiado nada. Gracias por escucharme.
Sesión 22/02/2016 Tenía un temor, una inseguridad que le afectaba en la parte física y en su comportamiento. Conoció un joven que le ayudaría a vencer los engramas que arrastraba.
Entidad: Hay algo en mi interior que me quema, algo que trato de buscar, encontrar hasta arrancarlo de mi interior. Tal vez porque estuve mucho tiempo en soledad, lo que yo creía un lugar de pertenencia no lo era. En los caminos uno piensa que allí menos vas a encontrar un lugar de pertenencia, pero uno sabe que está andando.
Se me hace un nudo en la garganta, de angustia, recordando cuando llegué al poblado, mis inseguridades, el tratar de tener un perfil bajo. Sentí como cierto alivio cuando llegué. Con esta gente maravillosa que me dio un lugar pude distanciarme del poblado. Nunca me molestó trabajar, me sentía pleno, feliz pero cuando tenía que ir a buscar mercancía se me hacía como un nudo en el estómago. La angustia de la garganta, la ansiedad en el estómago afectaban mi físico, afectaban mi cuerpo, afectaban todo mi ser porque no sabía con qué me encontraría. Ese hombre misterioso que podía, de alguna manera, manejar la mente de los demás y esa mujer joven que era la única a la que no podía dominar.
Yo trataba de pasar desapercibido, inadvertido, comprar en los almacenes víveres, ropa. Era tanto lo que me habían encargado que tuve que venir en una pequeña carreta y al final de la calle estaba esa mujer rara, extraña, de ojos indescifrables al punto tal que los dos hoyumans estaban como inquietos, tenía que sujetar las riendas. No apresuré el paso de ellos, evité mirarla pero sentí como una punzada en mi cabeza, como que esa mujer hubiera querido entrar. Tal vez mi temor hizo que cerrara ese agujero, esa brecha. Tenía todas las ropas mojadas de nervios, de ansiedad, de miedo, había cogido lo que hoy llamáis un engrama. Trataba de no acercarme al poblado.
Fueron unos amaneceres, es verdad que fueron unos amaneceres interesantes cuando conocí a este joven, Karas, ágil, de una edad indefinida, joven pero su rostro, su pequeña barba lo hacía ver mayor que yo. Le dije que mi nombre era Cantas. Vino para quedarse un par de días, esta gente tan bonachona le permitió quedarse en el corral. Por la tarde lo veía practicar con su espada y le comenté que yo me consideraba bastante bueno. -Prueba conmigo. Titubeé. -¿Por qué titubeas? ¿Cómo sabía que había titubeado? Saqué mi espada. -Tómatelo con calma, Cantas -me dijo.
Practicamos. No podía llegarle, es como que adivinara cada golpe que yo le fuera a dar. Yo entendía que él podía llegarme y se frenaba. -¿Tú no te empleas a fondo? -No, es una práctica.
Paramos. Me quedé pensando. -Karas, cada siete amaneceres nos tomamos un descanso. Cerca del poblado hay como una especia de feria, similar a la zona ecuatorial y hacen torneos. -¿Torneos? -Sí, torneos de espada. Te inscribes por unos pocos metales cobreados y si ganas puedes llevarte algunos metales dorados. -¿Y tú te has anotado? -Sí, ¿quieres anotarte? -No -me dijo Karas-, pero te acompañaré.
Tuve la suerte de que mis dos primeros contrincantes eran torpes, era un torneo apenas a marcar, una pequeña raspadura, una pequeña herida ya se daba por ganador al otro y llegué a la semifinal. Mi rival parecía muy diestro, muy ágil pero no me preocupaba tanto. En la otra semifinal, el otro lado del campo, los otros dos rivales eran enormes, gigantescos y ganara quien ganara iba a triturar al vencedor de nuestra contienda. -¿Qué miras? -me preguntó Karas. -Mira lo que son esos hombres, parecen guerreros del norte, son inmensos, tienen como dos líneas de alto. -Por qué no te ocupas de tu rival, ahora.
Y comenzó el combate. Estaba como... estaba como trabado, hasta que al final recibí dos tajos en el brazo, en la pierna. Perdí. Karas me miró y me dijo: -La herida del muslo es un poco profunda, volvamos, te tendré que coser y desinfectarte, tengo una bebida blanca para desinfectar.
La gente amorosa no dijo nada de que yo participara, lo único que me pidieron es que al día siguiente esté en condiciones de seguir trabajando en la labranza. Les dije que sí. Karas me dijo: -Habla con ellos, me quedaré unos días más. Trabajaré a tu lado, no preciso metales lo haré solamente por la comida.
Lo comenté a la gente y lo aceptó. A la noche me dijo: -¿Sabes que te pasó? -Sí, que el otro era mejor que yo. -No, no era mejor que tú, tú estabas con la mente en otro lado. Estabas con la mente en los otros dos gladiadores, en los grandotes. ¿Y sabes qué?, eran mucho más torpes que tu rival, hubieras podido ganar el torneo. -Sí, pero tenía que vencer a mi rival primero. -No, te tragó el miedo, te tragó el temor de jugarte, te tragó las ganas de perder. -¿Por qué habría de tener ganas de perder? -Porque pensabas que te iban a quebrar la cabeza cualquiera de los otros dos, porque no te tenías confianza, porque ya entraste derrotado al torneo. -Está bien, eran sólo unos metales cobreados. -Pero ¿por qué tener que cojear por seis o siete días o tener el brazo izquierdo sin poder ayudar al derecho? -Practiquemos más. -No se trata de practicar Cantas, se trata de tu interior, hay algo dentro tuyo que te frena. -Porque tú no conoces bien mi historia. -No es tu historia es tu persona, hay un lastre dentro tuyo que te frena y no tiene que ver con el torneo de espadas. Cuando te hablan de ir al poblado es como que tiemblas. -Porque tú no conoces lo que yo conozco, hay un hombre de edad indefinida que aparentemente todo el mundo lo quiere pero yo creo que él los maneja con la mente.
Es la primera vez que lo vi a Karas con el ceño fruncido. -A ver, explícame eso. -Claro, yo sé que hay una raza de mentos y a mí me parece que este hombre -y hay una mujer joven- que son mentos, que no son amigos entre ellos pero manipulan a la gente. -¡Aja! -Lo vi a Karas interesado-, la próxima vez iré contigo al poblado, me interesa conocer a esa gente. -¿No los provocarás? -No, Cantas, yo no provoco a nadie, quédate tranquilo, confía en mí. -¿Por qué no te has querido anotar en el torneo? -Porque no me gusta sacar el dinero a nadie. -Pero Karas, esto es jactancia. -No es jactancia, te confesaré algo. Tengo la habilidad o el don de saber décimas de segundo antes qué va a hacer el otro. A ver, siéntate en ese tronco. Me senté. Karas se sentó enfrente mío, al alcance de mi mano: -Hablemos, de cualquier cosa, y de sorpresa sin anunciarme trata de tocarme o darme un bofetón o tocarme la cabeza o una parte del cuerpo, con la mano. -¿Para qué? -Pero no me avises, hazlo nada más, pero hablemos. -Bueno, te puedo contar que me gusta la noche, mirar las estrellas, la gente es muy amable conmigo, el guisado que hacen es riquísimo -y en una décima de segundo le lancé la mano con toda velocidad y me la apartó-. ¿Cómo has hecho eso, Karas?, lo hice a la mayor velocidad y sin avisarte... -¿Te das cuenta?, de eso te hablaba, Cantas, por eso no me pueden llegar con la espada, porque sé el momento que están pensando que van a lanzar el golpe, yo ya lo sé. -Pero qué eres, ¿un mento? -No creo, no tengo poderes, no, yo sé que los mentos pueden hasta hacer doler la cabeza de otros, hasta desmayarlos. No, nunca lo intenté y tampoco me interesa, pero tengo ese don. -¿Pero lo has heredado de tus padres? -Nunca supe quien fue mi padre, no conocía a mi padre, y mi madre ya está aquí, está con aquel que está más allá de las estrellas. -Todos perdemos familia -le dije yo- en algún aspecto somos parecidos pero tu don es una maravilla. -No, porque no me interesa hacer fortuna a costa de nadie, sería como hacer trampa, y para ser honesto con el otro debo ser honesto conmigo mismo. -¡Qué buena frase esa! "Para ser honesto con el otro debo ser honesto conmigo mismo". Lo que pasa que si tuviera tu don no tendría esto que me carcome adentro en el estómago que me hace daño. -Eso se puede sacar, no tiene que ver con un don, está aquí. -Y me tocó mi frente. -No está aquí -Me toqué mi frente-, está aquí. -Me toqué el estómago. -No, Cantas, todo lo que sufre tu cuerpo es mental y lo tienes que vencer. -Le agradezco a aquel que está más allá de las estrellas que te quedes unos amaneceres más.
Y ahora me retiro. Gracias por escucharme.
Sesión 02/03/2016 Tenía inseguridades, estaban visibles para su amigo. Dialogaron. Recapacitó. Decidió que ya estaba bien.
Entidad: Tenemos algo dentro nuestro, que vosotros llamaréis el inconsciente, que de alguna manera nos protege o nos cree proteger de pseudo riesgos, de pseudo peligros. Un inconsciente que llega a perturbar de tal manera la parte física, de una manera que es difícil de creer si a mí me lo contaran.
Esta señora amorosa, a la noche, nos había preparado un guisado con un poco de picante, pero venía bien saborizado, acompañado por una bebida espumante. Verdaderamente hacía tiempo que no había comido tan abundante y tan sabroso como esa noche y nos tocaba ir al poblado. Poco antes de que amaneciera me dolía el estómago, ya amaneciendo tenía un ardor tremendo. Lo voy a buscar, a Karas, y lo veo allá arriba en la colina haciendo su ejercicio matinal. Voy ascendiendo la colina y en ese momento me invade un tremendo dolor y vomito, vomito, vomito. -¿Qué te sucede, Cantas? -Estoy descompuesto, prácticamente no tengo fuerzas, no sé qué. Iría a la casa y me prepararía un jugo tibio de hierbas para la parte estomacal. -Y otra vez vomité-. No estoy en condiciones de ir. -Quédate, quédate. Voy a tomar un hoyuman del corral y voy yo. -Pero tú no conoces... -Déjame.
Cuando Karas partió para el poblado sentí un alivio tremendo, como que mi estómago estaba mejor. ¿Mi estómago estaba mejor porque había vomitado? ¿Mi estómago estaba mejor porque había esquivado el compromiso de ir al poblado? Y me di cuenta de que sí, verdaderamente algo de lo que comí me había caído mal porque no hay ninguna sugestión que provoque el vómito pero al ver a Karas a la distancia que se alejaba es como que respiré aliviado. Me fui a mi catre y me tiré allí. No me preparé nada, me quedé tranquilo pensando. Pero al amanecer siguiente iríamos de nuevo... Ya me agarraba retortijones. El problema era que no quería ir, no quería ir. Cuanto más pensaba más me dolía el estómago.
Esta señora amorosa me dice: -No hagas nada, hoy descansa. Te prepararé una sopa liviana. -Por favor, no, está bien. -No, no, no, mi hijo, te prepararé algo liviano. Tomarás. Si viene tu amigo compartirá la otra comida conmigo. -Agradezco tanta amabilidad.
Por la tarde volvió Karas, le pregunté si había alguna novedad. -No. Estuve en la posada, en los almacenes, vi muchísima gente, gente extraña, un hombre bastante raro y una joven con unos ojos indescifrables pero no pasó nada de importancia. Mañana iremos.
Apenas me dijo mañana iremos, sentí una punzada tremenda en el estómago. Levanto la mirada, Karas me miraba a los ojos. -¿De qué tienes miedo? -¿Qué tiene que ver el miedo acá? Estoy descompuesto. -Repito, ¿de qué tienes miedo? -¿Piensas que me enfermé a propósito para no ir? -Es bueno enterarme. -No, no, no, yo te lo pregunto: ¿piensas que me enfermé a propósito? -No sé, supongo que algo te cayó mal pero lo potenciaste. -¿Cómo lo potencié? -Sí, tus temores, tus inseguridades de confrontar los hechos. -De confrontar, ¿qué? -Cantas, tienes conflictos contigo mismo, ves peligros en el poblado, piensas como que yo no voy a solucionar nada o te meteré en más problemas y entonces es como que has decidido quedarte. -Pero tú me has visto vomitar... -¡Ah, sí!, pero sé que cuando me fui estabas más tranquilo. -¿Y cómo lo sabes? -Porque te conozco. -Me conoces como si nos hubiéramos criado juntos, -le dije, irónicamente. -No, no hace falta, tengo intuición, mucha. No confrontas las cosas, las dejas pendientes, pendientes. Al no confrontarlas, las cosas están ahí. -¿Qué cosas? -Los temores, temores en general, Cantas, porque hoy es lo del poblado, mañana puede ser otro factor, temores. Temores a no querer llegar a la final de un torneo porque piensas que el otro finalista te va a arrancar la cabeza, temores a aislarte en una pequeña granja para no encontrarte con nadie. Temores. El aislarte no te lo va a resolver porque las cosas se resuelven confrontándolas. -Yo conozco personas -le dije-, que han enfrentado situaciones y han salido mal paradas. -Cantas, yo no dije enfrentar, yo dije confrontar, que es asumir las situaciones. No hace falta que, como esos vacunos de cuernos grandes, envistas algo. Que asumas las situaciones, los riesgos, los compromisos. ¿Qué te puede pasar? -Muchísimas cosas. -¿Y te piensas que aislado no te pasará nada? Puede llover y tú estás arrancando malezas cerca de un árbol y te cae un rayo y te mató. Pero claro, como eso es muy improbable, eso no te atemoriza. -No, sí, sí; cuando hay relámpagos, truenos trato de no exponerme. -Sí, pero no lo ves como un peligro inminente, ves más riesgo estar en una posada con extraños, que alguien provoque una reyerta y tú estés en el medio de ella. -Bueno, eso tampoco sería agradable, ¿no? -Pero con ese criterio nadie iría a la posada, nadie viajaría a distintos valles, nadie se asomaría a un abismo por temor a que lo empujen, nadie estaría en un desierto por temor a morirse de sed. Las cosas se hacen, es natural, no tenemos la vida comprada y no se trata de durar. De donde yo vengo había un hombre muy anciano que se jactaba de que había conocido al padre del padre del padre del padre de tal joven, y ese joven le preguntó: -¿Cuántos amaneceres ha vivido? -Miles y miles. -Se jactaba el anciano-. Siempre aquí sentado, observando todo. Y el joven le dijo: -¿Y ha conocido valles, el mar, el desierto del este? -No. -Y entonces, ¿de qué le sirvieron tantos amaneceres y conocer al padre de mi padre, de mi padre, de mi padre, de mi padre, de mi padre, de mi padre?
O sea ese anciano duraba, no vivía. La vida es riesgo, es confrontar. No se trata de ir con una balsa en un mar embravecido -hay que ser coherente- ni desafiar a un gigante del norte con una pequeña pala. Pero quedándote ahí acostado en el catre eres como ese anciano sentado en el tronco conociendo al padre del padre, del padre, del padre...
Me dejó pensando, me dejó cuestionándome. Se trataba de probarse uno mismo y aunque nuestro interior descomponga, a veces, nuestro cuerpo para evitar situaciones, es nuestra mente la que provoca eso, independientemente de que la comida me haya caído mal o no. No es fácil, no es fácil confrontar las cosas pero no es fácil no saber de qué estamos hechos. Y confrontando podemos tener una aproximación a saber de qué estamos hechos. Y si lo que no nos gusta es nosotros y lo podemos corregir, bien.
Me tomé mi sopa caliente. Karas se comió una fuente enorme de guisado. Con ese cuerpo tan delgado, ¿dónde mete todo eso? Claro, si no está quieto ni un momento... Bueno al fin y al cabo hoy estoy recostado, yo tampoco estoy quieto. Pero honestamente, no sé lo que más se mueve en mí, si mi cuerpo o mis pensamientos. ¿Qué me agota más, el pensar tanto?... ¡Buff! Me duele la cabeza. Ya se me va a pasar, se me tiene que pasar. No debo buscar más excusas.
Gracias por escucharme.
Sesión 23/03/2016 Relato con el thetán de Guillermo. Se sentía ansioso, intranquilo, como que tenía temor de que algo sucediera.
Entidad: La mayoría de las veces que planeas hacer algo va a haber un obstáculo en el camino, una falla o un problema con el que no contabas, porque daría la impresión que en cada vida, que en cada situación, que en cada emprendimiento pasara algo similar. No importa la época en la que encarnes, no importa la región en la que vivas, siempre que planificas algo, en el medio va a haber un inconveniente.
Había amanecido, estaba excitado, ansioso, nervioso, me sentía -honestamente-, me sentía mal pero ya le había fallado una vez a Karas, no quería fallarle dos. Algo presentía que sucedería, algo.
Relato con el thetán de Guillermo la sesión donde se sentía ansioso, intranquilo, como que tenía temor de que algo sucediera. Lo dejo que relate.
Entidad: Es cierto lo que dice el receptáculo, porque es verdad que me sentía intranquilo, es verdad que estaba como ansioso y es verdad que estaba afectando de nuevo mi parte física, pero ya le había fallado antes a Karas y no quería hacerlo de nuevo. Me comprometí con él en ir al poblado, en investigar quien era ese hombre tan extraño y esa mujer de ojos indescifrables.
Karas me había dicho: -No se trata de enfrentar los miedos sino de confrontarlos. Le pregunté: -¿Cuál es la diferencia? Me dijo: -Los miedos no se enfrentan, el miedo es algo natural pero conozco leyendas de guerreros que han triunfado en batallas y tienen una espada invencible, la mayoría de las veces las leyendas aumentan la historia, quizás es un guerrero que lo atacaron en un camino y venció a tres malhechores. Luego se corre el rumor y dicen "Tal guerrero, de la costa oeste, acabó con una horda turania". Todos tenemos miedo, yo también tengo miedo pero el miedo no se enfrenta, no hay que acabar con el miedo. Quien no tiene miedo tiene un problema, es parte de nuestro instinto el miedo. -Lo entendí Karas. ¿Pero qué significa confrontarlo entonces? -Confrontarlo es entenderlo y seguir haciendo lo que estamos haciendo, pasar por la prueba. -¿Pero el confrontar el miedo te da garantía de salir airoso del problema que tengas? -Para nada. -Me encanta el aliento que me das. -Es así, el que confrontes tu miedo no significa que te enfrentes con un guerrero del norte con doble hacha y con tu espada lo venzas. Confrontar el miedo es no dejarte paralizar por ese miedo, estar alerta; el miedo te nubla el pensamiento, el miedo no te permite estar alerta, no te permite estar atento y no solamente en una lucha, en un combate; en todas las cosas de la vida. El miedo puede paralizarte incluso ante la situación de conocer a alguien que te interesa, una joven por ejemplo, y no te atreves a hablarle porque el miedo no saca palabras de tu boca y te transformas en mudo. Y es irracional el miedo, es irracional el que no hables cuando debes hablar, el que no actúes cuando debes actuar. ¿Lo entiendes? -Sí Karas, entender lo entiendo pero de entender a aplicarlo no es lo mismo.
Montamos en nuestras cabalgaduras y fuimos al poblado, compramos unas provisiones en los almacenes, fuimos a la posada, nos quedamos tomando dos bebidas espumantes. Había dos hombres, sentados atrás, en una mesa tranquilos, estaba todo en calma. -Bien, parece que hoy está todo tranquilo. Así que bueno, busquemos nuestros hoyumans, ya tenemos la mercadería, podemos volver. -¡No! -Señor... -¿A quién le dices señor? -Al que está más allá de las estrellas... Tenemos que volver, tenemos que trabajar. -Tenemos tiempo.
Pagó con dos metales cobreados. Salimos a la calle, había mucho viento, la tierra casi te entraba en los ojos. -Busquemos las cabalgaduras. -El día está despejado, no va a llover, no hay apuro.
Levanto la vista y venía la mujer. Tenía un traje de cuero, se había recortado el cabello. Sus ojos intensos, no había sonrisa, su rostro adusto. Caminaba para la posada. Karas me miró e inmediatamente la vio y la miró fijo, ella lo miró y me miró a mí, sentí inmenso dolor de cabeza como que su mente penetraba la mía. Me recosté contra un madero, el dolor me atenuaba, Karas la seguía mirando ella se detuvo y lo miró, de repente Karas se tomó la cabeza y cayó de rodillas, mi corazón marchaba más rápido. La mujer se iba a meter en la posada, cambió de idea marchó para las afueras del poblado. Karas seguía de rodillas hasta que en un momento se tumbó en la tierra, había perdido el sentido. Había un abrevadero de hoyuman, un pequeño balde de madera, cogí agua, se lo lancé a la cara, tres o cuatro lugareños se acercaron pero no dijeron nada, Karas reaccionó y se levantó. -Cuéntame que sucedió. -Vamos. -Pero cuéntame que sucedió. -Vamos.
Un hombre mayor le preguntó si estaba bien. -Sí, sí, no fue nada.
Montamos en nuestros hoyumans, pusimos la mercadería en las alforjas y marchamos. En el camino le dije: -¿Qué pasó? -Es una mento. -Sí, no me dices nada nuevo, lo supuse. -Estoy ahogado. -¿Cómo ahogado? -No puedo respirar. -Pero ¿qué te pasa? ¿Por qué? -Mi cabeza todavía me duele. -No quiso hablar por el camino.
Llegamos, Karas se fue para el granero. Llevé la mercadería para la casa, todas las provisiones. Las acomodé, las guardé. Llevé los hoyumans al corral y fui para el granero. Karas estaba echado en una parva. -¿Ahora puedes contarme qué pasó? -Yo siempre supe que era hijo de un mento por mi intuición, por la facultad de saber qué va a hacer el otro, por eso soy tan bueno con la espada, pero mi madre no era una mento, o sea que no soy cien por ciento mento, y esa mujer, que tiene aspecto joven, alta, pero parece bastante mayor a pesar de su aspecto joven, es cien por ciento mento. Interpreto que no me quiso hacer daño, interpreto que buscó dentro de mi mente para saber mis intenciones. Lo poco que pude percibir de su pensamiento es que está con muchas dudas con respecto a un hombre que piensa que también es mento. -Sí, hay un señor mayor que finge ser simpático que domina a todos y también sé que hubo varias muertes y yo sospecho de ese hombre. Pero si esa mujer no te quería hacer daño, ¿por qué perdiste el conocimiento? -Es la primera vez que alguien bucea tan profundamente en mi mente. El problema es que tú no te has resistido a que lea tu mente porque no sabes cómo, yo sí, y eso fue peor, porque al oponer resistencia mental su influjo fue mayor, atrapó más mi mente. Antes de perder el conocimiento, sentí como que yo no le interesaba, como que era inofensivo para ella.
Me quedé callado, me puse a trabajar. Karas quedó ahí en el granero. Trabajé el resto del día, estaba molesto, enojado, furioso. A la tarde se acerca Karas y dice: -No has hablado nada en todo el día. -¿No he hablado nada? ¿Qué quieres que diga? -Me hablas a la mañana de confrontar mis miedos. Tú eres un ejemplo de fuerza física, mental... te vi de rodillas, has perdido el conocimiento. El día de mañana tú no estás, no pienso ir más al pueblo. Dejaré todo y me iré a otro poblado... ¿Sonríes? -Sí, Cantas, claro que sonrío. ¿Te acuerdas lo último que dije? -No. -Que yo no le interesaba, pensó que yo sería un peligro. Trato de armar... ¿Has visto los juegos de la zona ecuatorial?, a los niños les dan unas piezas para armar y a algunos les cuesta armar esas piezas hasta formar una figura, yo trato de armar las piezas. Yo pienso que la mujer es enemiga del hombre, yo pienso que se han cruzado muchísimas veces, se habrán medido mentalmente pero no confrontaron y ella percibió en mí que tenía parte de mento y quería saber si estaba con ese hombre. Cuando percibió que no, me dejó. -Pero eso no quita lo que te hizo, Karas. Al ver que tú no tenías nada que ver se podía haber acercado, con su mente podía haberte sanado, te podía haber levantado. Te ignoró, se fue. -Yo no sé si los mentos pueden sanar, primero que no me quiso lastimar y si lo hizo no fue a propósito. -Pero te dejó mal. ¿Te quedaste con alguna secuela? -No, ya se me va a pasar. No es que lastimó mi mente, lastimó mi parte conceptual y seguramente tocó con sus ondas mentales algo dentro mío pero ahora estoy bien, estoy bien, en serio. -¿Y por qué yo debo estar tranquilo, Karas? -Porque no le interesas. Tú directamente no eres mento, contigo no se va a meter. -Ella no, ¿y el hombre? Yo sé que el hombre los esclaviza. -Si cada acto que vas a hacer en tu vida te vas a poner a pensar los peros, los pros, las contras, te quedarías encerrado en un cuarto, que te alcancen comida y bebida y te quedas hasta el día que te vayas con aquel que está más allá de las estrellas. ¿Quieres eso? -No, pero puedo cambiar de poblado. -¿Y dejar esta maravilla? Tienes casa, comida. Está bien, te dije a la mañana "confronta". Al contrario; confronta más ahora. -¿Y la curiosidad? ¿No te interesa saber qué pasa? ¿No te interesaría pararla a la mujer y hablarle? -¿Qué sucede Cantas? ¿Tu curiosidad puede más que tu miedo, ahora? -No, pero... No sé, quizá sí. -¿Y qué pasa con irte del poblado? Habla. -No me salen las palabras, espera. Es como que esto parece una historia y no la quiero dejar inconclusa. Pero de verdad, no sé lo que quiero. -Bueno, eso es otro error -me dijo Karas-, porque ahora estás entre irte, entre quedarte a trabajar aquí, entre ir al poblado, hablar directamente con la mujer o ir al poblado y pasar desapercibido, comprar mercadería y venir lo más rápido posible, no enterarte de nada, esconderte debajo de una parva de heno, ¿cuál de esas cosas quieres? Porque si tienes tantas cosas a la vez te quedarás ahí parado, ahí. Di algo. -Estoy pensando. Vamos a cenar, vamos a comer algo caliente.
Ponemos fuego, junté leña. Tengo unas legumbres, las echamos. Unos frutos rojos para darle sabor, un poco de carne. Comemos un buen guiso y mañana será otro día.
-¡Qué raro que eres, Cantas! Me hablas de temores, de irte, luego me dices que hable con la mujer, luego quieres cenar... -Quizá lo único que quiero es despejar mi mente porque a mí también me duele la cabeza y quizá durmiendo se me pase pero no con el estómago vacío, aparte tengo todo el cuerpo molido de trabajar. Claro, tú has estado durmiendo toda la tarde, a la noche no vas a poder conciliar el sueño. -¡Ah! Por mí no te preocupes, a veces salgo, me camino hasta el arroyo. -Es que no es cerca, vas en la cabalgadura. -No, voy tranquilo, lo único que llevo es mi espada, la noche no me disgusta. Pero tú duerme después de comer, descansa.
Me comí dos platos abundantes. Nos quedamos conversando al lado de la fogata. Le dije a la mujer en la casa: -Quédese tranquila, una vez que baje todo lo que he comido descansaré, no se preocupe por mí.
Y sí, mañana sería otro día.
Sesión 02/08/2016 Para cumplir las aspiraciones hay que arriesgarse. Si no se obtiene lo que se busca, al menos se ha probado. Él probó y descartó, lo que encontró no era de su agrado. Regresó a su gente, contento. Habría nuevas oportunidades.
Entidad: Muchas veces sucede que tú planificas algo o te adaptas a un método de vida, ya sea por ti o porque terceras personas buscan imponértelo, cuando de repente tu vida da un giro de noventa grados y cambias abruptamente de rumbo o de ideas, de propuestas, de proyectos. Te encandilas, te ilusionas y no sabes si ese nuevo horizonte es real o ilusorio como el anterior, pero si no recorres el camino nunca lo vas a saber.
La vida me había premiado porque yo, Cantas, tenía un gran amigo, Karas. Que le tenía una sana envidia porque había resultado ser un semi mento, uno de sus padres tenía seguramente esos dones. Pero claro, la mujer del poblado era mento pura al igual que ese hombre mayor desconocido que a veces aparecía y a veces, de buenas a primeras, no se lo veía por amaneceres enteros. Pero en todos estos amaneceres, en las idas y vueltas al poblado siempre me topaba con una aldeana joven, simpática, morena llamada Azula. Azula siempre me miraba con ojos grandes, rostro sonriente, me conversaba. No es que me intimidara, al contrario, la veía demasiado humilde, era bonita pero no sé, tal vez mi mente estaba dispersa en muchas cosas y no le prestaba atención en el sentido amoroso. Hasta que conocía a Barbana, una joven rubia, alta casi tanto como yo. Venía en una gran carroza con soldados delante y detrás. ¡Wow!, pensé, esta es de una clase noble, vivirá en algún castillo. Me topé con ella en el almacén de provisiones cuando de repente me miró, me observó. Yo trataba de no mirarla, quizá se lo tomara a mal y llamara a sus soldados y lo que menos quería era una pelea, amén de que había ido solo sin Karas. Pero esta mujer, Barbana, se presentó: -¿Tú eres de aquí? -Sí, señorita. -Puedes llamarme Barbana. -Mi nombre es Cantas, señorita, -Barbana. -Señorita Barbana, ¿en qué le puedo ser útil? -¿Qué haces de tu vida? -La pregunta me sorprendió, me sacudió, me descolocó. -Trabajo en el campo, hago tareas rurales. -Pareces un joven interesante. ¿Te gustaría cambiar de vida? -¡Cambiar de vida! No entiendo, Barbana. -La pregunta es simple: ¿Te gusta lo que haces? -Me encogí de hombros y asentí. -Pero respóndeme con palabras. -Sí, o por lo menos no me disgusta, no tengo muchas aspiraciones. En realidad sí, quisiera hacer mil cosas pero soy realista. -¿Y si pudieras?, porque eres interesante.
Me sentía gratamente sorprendido que Barbana se fijara en mí, una mujer noble, joven, elegante, muy bonita. -¿Te gustaría venir conmigo a mi palacio? -Eeeh... lo que sucede es que tengo compromisos en... con gente mayor, con la que estoy trabajando, y un amigo, Karas. O sea, tendría que avisar. -Mira, hoy dormiremos en el poblado, con mi guarnición de soldados, mañana partiremos. Compramos muchísima mercadería, tenemos una gran fiesta. Si te decides, apenas amanezca estate aquí.
La joven siguió comprando y no conversamos más. Cargué mi mercadería en las alforjas y marché.
Karas me comentó: -¿De buenas a primeras quiere que vayas con ella? ¿Te dijo que tú le atraías o algo, esa tal Barbana? -No, pero dijo que era un joven interesante. -Y te va a llevar a su palacio sin conocerte. -¿Por qué dudas de todo? -No dudo, simplemente me resulta extraño. -Karas me tomó del hombro y me dijo-: ¿Sabes que a veces busco hurgar en tu mente?, no por faltarte al respeto sino para saber por qué tienes tantas dudas. Le repliqué: -¿Tú acaso no tienes las tuyas? Tienes ese bendito don mental y a veces noto que tienes un temor oculto a la vida. -Bueno -me replicó él-, ¿quién lo dice? -Cuántas veces te has puesto a mis espaldas como ocultándote de posibles enemigos o de la vida misma. -¿Me estás llamando cobarde? -No -dijo Karas-, y no quiero discutir contigo, te aprecio, no me interesa discutir, no es ese el motivo. Quiero decir que a veces vi como que una cortina bajara en tu mente y no pudiera captarte. -A ver, ¿a dónde quieres llegar, Karas? -Mira Cantas, por lo que tú me has contado tú no tienes familiares mentos, no directos, pero me da la impresión que quizá no tengas mi don desarrollado como yo pero tienes cierta facultad para ocultar tu mente de lecturas extrañas. -¿Entonces por qué a mí, aquella mujer que era una mento no me atacó mentalmente? -Puede ser por dos razones: porque directamente no tienes en tu sangre nada mento o porque te has sabido ocultar mejor que yo. -Karas, esto es ilógico, cómo voy a saber ocultarme mejor que tú si hasta ahora, antes de esta conversación, nunca se me cruzó por la cabeza que podía tener aunque sea ínfimamente tu don. -Pero quizás inconscientemente lo has ocultado. -No, porque para ocultar algo inconscientemente tienes que saberlo. -Tu inconsciente tiene que saberlo. -¿Qué harás tú? -le dije. Karas me respondió: -Me quedaré aquí, me quedaré trabajando. Iré al pueblo, quiero resolver el problema de ese hombre y esa mujer, que seguramente ambos son mentos y que entre ellos hay un problema.
Antes de que amanezca preparé un caballo, alforjas, me despedí de todos y marché para el poblado. Barbana se alegró al verme y me dijo: -Ata a tu hoyuman a la carroza y entra conmigo.
Entré al asiento, nunca había visto un carro con techo y tirado por cuatro hoyumans. Viajamos tres amaneceres hacia el norte. Lo último que vi en el poblado fueron los ojos de Azula, ojos tristes. Me quedé pensando en ella, tan bonita pero tan humilde. Barbana era exuberante y estaba interesada en mí. Cuando vi el palacio no lo podía creer, había un poblado, todos se inclinaban ante la carroza. -¿Pero qué eres tú, una princesa? -No, Cantas, pero somos una familia bastante importante. Vi cientos de soldados rodeando el castillo. Ella me aclaró: -Esto es para evitar que nos asalten, muchos saben de nuestra riqueza. Y llegamos justo, te prepararé ropa para que te cambies, no vas a estar así, esta noche es la fiesta.
Tenían una especie de tina en una habitación con agua caliente, perfumada. Un sirviente me alcanzó una pasta perfumada. -Con esto, señor, se puede lavar.
Luego me dejó una tela para que me seque, botas y ropa blanca. Me vestí, las botas me calzaban a la perfección, la ropa también. Me miré en el reflejo de los vidrios, de verdad que parecía un noble. El sirviente me llamó y me dijo: -Ven, te precisan. Lo seguí. Pasamos por el salón principal e iba a ir... -No, no, no; sígueme, por favor. Lo seguí. Llegamos a la cocina. Infinidad de comida, infinidad de bebida. -Esta será tu tarea, junto con estos nueve más. -Había nueve jóvenes vestidos igual que yo, de botas y de blanco. -¿Qué es lo que tengo que hacer? El sirviente, que se llamaba Rigo, me dice: -Servir las mesas. No hables con la gente a menos que se dirijan a ti y siempre Sí, señor. Sí, señora. -Pero la joven Barbana... -Con todo respeto, no te conozco, pero Barbana es muy caprichosa, igual se arriesgó a traer a alguien que no conocía. ¿Has servido alguna vez mesas? -Para mí, para mis amigos en una taberna, no en un salón. -¿Sabes llevar una bandeja? -No. -Pues entonces lleva comida, para que no se te derramen las copas. Y no te preocupes, mañana se te dará cinco metales plateados y podrás volver en tu hoyuman de donde venias.
Me sentí totalmente humillado. Serví comida en las mesas, no hablé con nadie. Adelante había un matrimonio mayor en una especie de trono, a lo lejos se la vio a Barbana conversando con otros jóvenes nobles. En ningún momento se dirigió a mí. Terminó la fiesta a altas horas de la noche. La mayoría estaban bebidos, de nobles no les quedaba nada, algunos estaban tirados en el piso sobre sus propios vómitos. El criado se acercó a mí, me dio las monedas. -Puedes dormir en esa habitación donde te has bañado. Luego deja la ropa esta, te cambias, te pones tu ropa y te vas. Tu hoyuman está en el corral.
Cogí los metales plateados, me cambié, me puse mi ropa vieja, mi calzado viejo en las alforjas pero me llevé las botas. Antes de que amaneciera, sin dormir, fui al corral, cogí mi hoyuman y volví para mi poblado. Con bastante alimento en mis alforjas trataría de pasar por distintos poblados, me quedaban tres amaneceres por delante para volver donde estaba. ¿Qué había creído yo de Barbana, que se fijaría en mí? Ahora, a la distancia, la veía como una joven fría, demasiado pagada de sí misma y la comparaba con Azula, la joven humilde de rostro sonriente y recién ahora me daba cuenta de lo valiosa que era Azula y lo tonto que yo era por pretender ser más de lo que podía ser. Pero luchaba conmigo mismo porque ¿qué?, ¿me iba a resignar? ¿El tener aspiraciones? ¿El querer ser alguien más?
Mi vida volvió a dar un giro de noventa grados, en sentido contrario. O sea, volví a mi rumbo. ¿A mi rutina? Sí, diríamos que sí, a mi rutina. Pero mis aspiraciones, mis ganas de transcender en algo, eso... eso lo tenía dentro, incorporado, arraigado, fuertemente arraigado. Pronto me encontraría de vuelta con Karas pero mi mente estaba ocupada pensando en Azula, la joven aldeana, la que no tenía doble faz. Así era ella, así como la veía. Gracias por escucharme.
Sesión 26/09/2016 No conocer el verdadero potencial, ignorarlo produce inadaptación y no encontrarse a sí mismo. La entidad relata que en Umbro tuvo que hacer frente a un ataque mental y se sorprendió del resultado, se dio cuenta que no era distinto de otros. Con la ayuda de sus amigos y la de un forastero resolvieron la situación.
Entidad: La vida está llena de sorpresas, de desencantos, de desengaños, de situaciones que pensabas que no podían ocurrirte, sucederte y nuestra mente a veces tarda en adaptarse a nuevas experiencias, a nuevas vivencias. Por momentos te deprimes, sientes que ningún sitio es tu lugar de pertenencia, hay gente pequeña de mente o de espíritu que te envidia, no porque tengas cosas valiosas, quizá porque les molesta como eres, sencillo. Los sabios dicen "El problema no es tuyo, es de ellos", pero mientras tanto no dejan de hacerte daño o perjudicarte o dejarte de lado, ignorarte o hacerte la vida imposible colocándote obstáculos, barreras.
Me marcó bastante la vida como Cantas, en Umbro. Me había deslumbrado con esta joven, Barbana, y me sentí humillado cuando me llevó a su palacio simplemente para ser alguien servil, y me di cuenta que la joven Azula, la aldeana, siempre vivía pendiente de mí.
Cuando voy volviendo mi alarma se enciende. A mi gran amigo, casi hermano, Karas, lo veo con esa mujer alta con poderes de mento. Reparan en mí y me acerco titubeando, dudando. Karas se acerca y me palmea. -Ven Cantas, te presento a Arcadia.
Estaba paralizado. No sabía si tenderle la mano o inclinar la cabeza, simplemente la miraba fijo. Ella me dijo: -¿De qué tienes miedo? -No, no, no es que tenga miedo es... Pensé, creí... -Pensar, creer con respecto a alguien no deja de ser, de alguna manera, un prejuicio -dijo Arcadia. -Es que tú lo has llegado a desmayar a Karas. -No lo conocía, y ahora fui yo quien me acerqué para saber si era confiable. -¿Y yo soy confiable? -la interrogué. Sonrió: -Eres transparente, y a veces no se debe ser tan transparente. Sin embargo tu mente oculta cosas aun para mí. Siguieron hablando. Escuché la conversación pero sin intervenir.
-¿Y ese Osión, quién es? -decía Karas. Arcadia respondió: -Osión es un mento de las montañas, bastante mayor, muy poderoso. Tiene, aparte, una cualidad, no le podría decir virtud: su mente, el poder del encantamiento. -No entiendo -dijo Karas. -Claro, Osión le cae bien a la gente, la gente se siente confortable y con el poder de su mente hace que lo inviten a su vivienda, los mata mentalmente y les roba sus metales. Hay casos de cadáveres de mujeres que han sido ultrajadas antes de morir. Interrumpí la conversación y pregunté: -Pero si Osión tiene el poder de encantamiento, como tú dices, Arcadia, ¿por qué necesita ultrajarlas?, puede hacer que gusten de él. Arcadia se sorprendió de mi razonamiento. Me respondió: -No lo tenía en cuenta eso pero supongo que su mente perversa hace que disfrute, que goce el poseer por la fuerza. Y es más fuerte que yo, no mucho, pero mentalmente es más fuerte que yo. Y como descubrí que Karas es parte mento pensé que entre los dos podríamos vencerle. -¿Y por qué no, a distancia, lanzarle una flecha? -Su mente es tan fuerte que llega a percibir a distancia pensamientos hostiles hacia él, no hay manera de acercarse ni siquiera dejando la mente en blanco, no tengo tanto poder -comentó Arcadia. -Y yo, ¿qué puedo hacer? -dije de compromiso porque honestamente era un tema en el que no me atrevía a intervenir, ya bastante tenía con lo mío, quería estar tranquilo en armonía, tratar de salir adelante ya sea como granjero, como agricultor lejos de cualquier conflicto. Estaba desgastado, cansado. A pesar de mi juventud sentía que no podía más, sentía que la vida me pasaba por encima. A veces me levantaba deprimido sin un motivo, quizás algo inconsciente, quizás era algo que yo mismo no podía dominar. Anhelaba tantas cosas y quizás eso era lo que más mal me hacía, el anhelar cosas imposibles, el querer atrapar el horizonte, figurativamente hablando.
No entendía que cada uno cumple un rol de aprendizaje. Y si es verdad que aprendemos con nuestras experiencias, creo que hay personas que les toca vivencias sencillas, y otras, vivencias bastante más complicadas. Seguí escuchando. Karas le decía a Arcadia: -¿Qué haríamos? ¿Esperamos en el poblado...? Intervine otra vez: -Pero si él es más poderoso que Arcadia, obviamente va ser mucho más poderoso que tú -a Karas-. Os puede llegar a matar con la mente. -Pero no podemos dejar -comentó Arcadia-, que siga matando gente y que en el pueblo desconozcan lo peligroso que es. -¿Cómo sabes su nombre? -pregunté. -A Osión lo conocen en las montañas, su mala fama viene de allí. Detrás de las montañas había un poblado que prácticamente lo dejó destruido. -Pero ¿por qué esa maldad? -¿Cómo preguntas eso? -dijo Arcadia-, ¿por qué las tribus del norte invaden aldeas, saquean, matan, violan, roban? ¿Por qué en el ecuador les atrae tanto el teatro? -Bueno, la zona ecuatorial es una zona ideal, una temperatura perfecta para salir, disfrutar y el teatro es la distracción, cada siete amaneceres del trabajo de la semana. Arcadia rió: -Me gustan tus respuestas tan sencillas, ojalá todo fuera tan así. Osión, creo que su interior está torcido y no hay manera de cambiarlo. -Iré con vosotros. -No -dijo Arcadia-, quieres hacerlo por obligación, para no quedar mal, como que te miraremos como un cobarde y no es así. ¿Qué podrías hacer? Si nos mata, te mata a ti también, no tiene sentido arriesgar tu vida. -Iré con vosotros. Karas es como mi hermano. Iré con vosotros.
Combinamos para la noche siguiente. Estuvimos en el poblado, Osión no apareció. La noche siguiente llovió muchísimo. Dejamos pasar la tercera noche y a la cuarta noche, prácticamente antes, al atardecer llegamos al poblado. Arcadia percibió que Osión estaba en la taberna y salía con un granjero algo obeso. Lo tenía a cincuenta pasos de distancia. Karas estaba con arco y flechas: -De aquí no fallaré. Osión desvió su mirada hacia nosotros y Karas cayó de rodillas. Arcadia intentó frenar ese impulso mental, soportaba lo que podía. Osión deja a este hombre obeso y se acerca a nosotros. En ese momento siento una furia tremenda y es como que deseo que su mente explote. Osión se toma el rostro, medio tambalea, me mira y me lanza una mirada de fuego, figurativamente hablando, y caigo de rodillas. Arcadia me mira sorprendida, los tres estábamos de rodillas. Yo no podía pensar del dolor de cabeza. En ese momento cesa nuestro dolor. Un hombre mayor de edad indefinida se acerca a Osión, se miden mentalmente. Osión se toma la cabeza, el hombre se acerca, le pone sus manos en las mejillas escudriñando su interior, como si percibiera la crueldad de Osión. Lo mira. Osión pega un alarido, le sale sangre de la nariz, sus ojos se ponen rojos, los capilares de los globos oculares se enrojecen y Osión cae sin vida. El hombre obeso sale corriendo para la taberna.
Este hombre de edad indefinida se acerca a nosotros, le tiende la mano a Arcadia, luego a Karas y finalmente a mí. A mí me sonríe. -¿Quién eres? -le pregunto, obviamente era un mento. No me responde. Me dice: -Lo has hecho tambalear, tú también eres descendiente de mentos. -¡Imposible! -negué-, mis padres no eran mentos. -Yo creo que uno de ellos sí, eres un semi mento al igual que tu compañero. -Arcadia le dice: -Has llegado en el momento justo. -No, hace muchos amaneceres que sabía de este hombre, Osión, y lo venía siguiendo. Sabía que había matado a muchísima gente pero siempre llegaba tarde al lugar donde habían ocurrido los hechos. Hasta que supe de este poblado. -Nos has salvado la vida -dijo Karas. Yo le pregunté por segunda vez: -¿Quién eres? -Mi nombre es Fondalar. -Arcadia abrió sus ojos sorprendida. -Fondalar... ¿el Fondalar? -No hay otro Fondalar. -¡Pero vaya!, tú eres la pareja de Émeris, la criada con las nornas. -¡Vaya, que ha crecido nuestra fama! -Sois una leyenda, pensábamos que no existías. -Pues puedes tocarme, existo, respiro, como y bebo como cualquiera de vosotros.
Sentí una tremenda empatía por ese hombre, un hombre grande de edad indefinida, de rostro amable, de ojos sonrientes. Si se permite la expresión. -¿Qué hacemos con el cadáver? -dijo Arcadia. -Que el sepulturero se encargue, le daré una monedas doradas. -¡Doradas! -Deja, yo no tengo problemas con los metales y sé que el pobre hombre está un poco apretado de metales.
Fuimos a la cantina, pedimos un guisado. Mi estómago me dolía, mi cabeza también, Fondalar pidió cuatro guisados y dijo: -Dejadme, permitidme, os pido permiso. Karas y Arcadia asintieron. Yo no entendía, dije: -¿Permiso para qué? -Para sanaros. -Qué tengo que hacer. -Nada.
En ese momento sentí en mi cabeza una calidez, como un pequeño letargo, luego se me pasó y ya no tenía ningún dolor ni malestar ni embotamiento ni nada. Arcadia tampoco, Karas tampoco. -¿Qué has hecho? -Lo opuesto a lo que hizo Osión. Acadia dijo: -¡Tienes la capacidad de sanar! -No siempre, si de repente hay una herida casi al borde de lo fatal, eso no lo puedo sanar pero sí tengo el poder de regenerar si el daño cerebral es mínimo. Y sí, había aprendido algo nuevo, estuve al borde de la muerte. Un extraño con el que había empatizado mucho nos había salvado. Arcadia conocía su nombre, Fondalar. Decía que era uno de los mentos más conocidos de Umbro. Bueno, mañana seguiría con mi vida normal, hoy disfrutaría la cena y la compañía y la tranquilidad de haber acabado con Osión, el mento maligno de las montañas. Gracias a Fondalar.
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