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Psicoauditación - Brenda |
Sección Psicointegración y Psicoauditación - Índice de la sección - Explicación y guía de lectura de la sección |
Si bien la Psicoauditación es la técnica más idónea para erradicar los engramas conceptuales del Thetán o Yo Superior de la persona, la mayoría de las veces se psicoaudita a thetanes que habitan en planos del Error y sus palabras pueden no ser amigables y/o oportunas para ser tomadas como Mensajes de orientación, algo que sí se da cuando se canaliza a Espíritus de Luz o Espíritus Maestros.
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Sesión 19/02/2014 Gaela, Trova Sesión 11/09/2015 Aldebarán IV, Kena Sesión 25/10/2016 Sol III, Tomoe Gozen Sesión 09/11/2016 Sol III, Tomoe Gozen Sesión 19/04/2017 Ran II, Violena di Mauro Sesión 03/05/2017 Ran II, Violena di Mauro Sesión 24/05/2018 Sol III, Tomoe Gozen Sesión 23/06/2018 Sol III, Baudica Sesión 23/07/2018 Sigma II, Una Sesión 19/02/2014 Médium: Jorge Raúl Olguín Entidad que se presentó a dialogar: Thetán de Brenda
Su amigo preparó una excursión para acabar con ella por el supuesto de que mató a su padre, un renombrado arqueólogo. Un acompañante resolvería el asunto de una vez y para siempre. Para toda la vida.
Entidad: Siempre pensaba que era una joven cuya intuición estaba por delante de todo. Me refiero a que puedo ver una persona y enseguida detecto cómo es, rápidamente detecto cómo es.
Me recuerdo cuando conocí a Oleg Bez, que se había dado a conocer con otro nombre. Lo veía como agradable, simpático, dado... Por momentos enfocaba mi vista en sus ojos y, ¡ay!, los veía como esquivos. Pero, ¿por qué digo que apoyaba todas mis virtudes en mi intuición más que en mis reflejos, más que en mi conocimiento, más que en mi inteligencia? Justamente por poder conocer a la gente, lo cual no pude hacer con Jato.
Jato acompañaba a este amigo y lo vi tímido pero cuando miraba su semblante digo: -No puede ser tímido.
Él bajaba la vista y no era por timidez, era para que no detecten su interior pero sabía que dentro de esa timidez había algo.
Yo sabía que tenía muchos enemigos, sabía que había gente que buscaba mi mal pero también tengo una virtud que, quien me cae bien, me cae bien y sé que esa persona es así... y apuesto todas las fichas por esa persona y lo hice con Jato pero ¡ay!, ¡ay!... ¿Qué escondía?
Mi amigo me invitó a una pequeña isla. Llevamos bebidas, alimentos y obviamente estaba Jato con nosotros. Jato comía únicamente verduras, abundantes verduras. Fuimos con ropa liviana. Era verano y Jato podía disfrazar su timidez pero no su físico. Tenía un físico de luchador.
Mi amigo había traído unas bebidas "espirituosas" con alcohol. Habré tomado un poco porque no quería estar fuera de mí, de mi sentido de alerta. Por la tarde este amigo me dice: -Te contaré una anécdota. -Dime -le pedí-. -Mira, Trova, mi padre era el mejor padre del mundo y lo traicionaron, lo abandonaron. Lamento no haberlo acompañado, lo dejaron morir. -Pero, ¿por qué me cuentas eso? -Mi nombre es Oleg Bez, mi verdadero nombre… ¡Tú eres una de las personas que has dejado morir a mi padre! ¡Por eso te traje a esta isla! ¡Soy tutor de combate y no precisaré armas para deshacerme de ti! Me puse en guardia y miré hacia mi izquierda y vi que Jato seguía sentado como meditando. Oleg me atacó, me defendí, contragolpeé. Estuvimos cerca de cinco minutos luchando.
Oleg, descolocado, desconcertado, sorprendido de ver cómo una mujer lo podía. En determinado momento lo golpeo con la palma de la mano en la frente y cae aturdido… En ese momento saca un cuchillo: - ¡Aquí está mi ventaja!
Ya me sentía agotada, me sentía algo cansada. Justo en ese momento Jato se para y dice: -¡Ya está bien! Oleg le mira y le dice: -Tú no te metas, te he dejado venir pero también a ti te mataré. Jato se interpuso entre nosotros y repitió: -Ya está, ya está bien.
Oleg le lanzó una estocada con su cuchillo y no sé cómo fue tal la velocidad que el cuchillo pasó a manos de Jato, que en un segundo más tarde lo lanzó, clavándolo en una palmera.
Oleg le lanzó un golpe de puño en el estómago, Jato no lo esquivó y el puño rebotó en el estómago de Jato. Era aún mayor el desconcierto de Oleg. Lanzó uno, dos, tres, cuatro, cinco golpes... Tres golpes con el pie, ocho en total. Todos parados, esquivados. Ni uno solo, ni una sola vez había respondido y repitió: -Ya está bien.
¿Y qué hizo Oleg? Instructor de combate, manejaba todo tipo de armas... Perdió el control.
Un solo golpe de Jato, mano abierta en el cuello... No fue un golpe fuerte. No lo mató pero lo dejó sin conocimiento... un solo golpe.
Jato se volvió hacia mí y me dijo: -Trova, siempre supe quién era él, supe que quería vengarse y me hice amigo fingiendo timidez. Tampoco quería darme a conocer para que tus ojos no se delaten.
Y le hice una pregunta: -Y si tú sabías eso, ¿por qué me dejaste en los primeros cinco minutos combatir? ¿Cómo sabías que no me iba a lastimar?
Sonrió con una sonrisa que me resulto odiosa, irónica, ¡sarcástica! -Bueno, quería ver cómo te defendías. ¡Aún tienes mucho por aprender, niña! -¡No me digas niña! ¡No sé si puedes vencerme! Después me arrepentí de lo que dije porque verdaderamente mi respuesta fue de una niña consentida, no de una mujer madura.
Volvimos a la ciudad. Entregamos a Oleg Bez a las autoridades. Nos enteramos tiempo después que en una reyerta había sido muerto por otros presos.
¿Y qué puedo decir? Empezamos una amistad con Jato que luego se transformó en amor.
Sigo teniendo aventuras, sigo haciendo exploraciones buscando tesoros perdidos pero ahora no sola, ahora con Jato.
Lo más importante es que encontré una persona afín, una persona confiable, una persona que es mi opuesto complementario.
Recuerdo que casi un año después le pedí a Jato si me podía acompañar a Lingenia, a un remoto pueblo donde había un pequeño templo escondido donde estaban aquellos monjes que me habían enseñado a disparar con la ballesta, a combatir con la espada, a practicar artes marciales. Y aquí mi sorpresa cuando varios de los monjes se inclinaron con respeto a Jato. Lo miré sorprendida y le pregunté: -¿Has estado aquí? -Sí, Trova, fui monje y luego me retiré al mundo profano.
La vida te enseña tantas sorpresas… La vida en sí misma es una aventura... y ahora tengo con quien compartirla. Con Jato, cuyo thetán es Raeldan.
Gracias por escucharme.
Sesión 11/09/2015
En su rol se debatía entre dos amigos, amaba a uno cariñoso y odiaba a otro antipático, pero necesitaba a los dos. En Umbro había también moral y respeto para quien se amaba.
Entidad: Pues vaya si somos complicados en el plano físico. A veces pensamos que queremos algo, al rato cambiamos, buscamos otra cosa, al rato cambiamos nuevamente... Se podría decir que somos inconformistas, se podría decir que quizá, inconscientemente, entendemos que la vida física es tan corta que queremos hacer todo. Nos embarullamos, nos atoramos y no hacemos nada, no hacemos nada de nada.
En el rol de Kena había llegado a intimar con Jonus. Jonus era un ser especial, quizás lo mejor que he visto en todo Umbro en el manejo de todas las espadas porque no sólo manejaba una, manejaba dos, una con cada mano. Su rapidez era tanta que era impredecible por dónde iba a venir la estocada o el corte, no había guerrero más diestro ni más rápido. Sin embargo conmigo era tierno suave, respetuoso, dulce, me hacía el amor de una manera, hoy diríais sutil, me encantaba y a la vez, ¡Ay! ¡qué difícil! Y a la vez no. Yo la gran guerrera, la apartada, la amazona inconscientemente es como que quería ser sometida. Me acordaba de Ligor, me acordaba de su risa, de su desdén, de su desprecio, del ignorarme, de su mueca burlona, de que hacía el amor de una manera "avasalladora" y terminaba odiándolo.
Con Jonus tenía seguridad, mi vida era distinta, vivía pendiente, me protegía. Así era solamente conmigo, con los demás era seco, ponía distancia. En los caminos era imposible percibirlo y más de una vez me ha pasado que estando intimando con Jonus pensaba en Ligor pero a veces es como que "Aquel que está más allá de las estrellas" te maneja como si tú fueras un hoyuman, y que me disculpe si soy irrespetuosa.
Jonus me preguntó si podía estar sola unos amaneceres, tenía que ocuparse de algo que tenía hacerlo él solo. Me imaginé mil cosas, todo relacionado con duelos, combates, algo que había dejado pendiente. Yo no era de preguntar, no me gustaba estar encima del varón, ni asfixiarlo. Casualmente -porque todo es casualidad para el que no entiende, para el que sí entiende, todo es causal- me crucé cerca de la zona oscura -donde están los que la leyenda dice que beben sangre-, con Ligor: -¿Tú por aquí? -Pero me habló como si me hubiera visto el amanecer anterior. -¡Hola! ¿Cómo estás tú? -le digo. -¡Aquí me ves! -Siguió bebiendo agua del arroyo como si yo no estuviera. -Pues no nos hemos visto ayer. -No -Siguió bebiendo agua. -Tampoco antes de ayer. -Tampoco.
No sé qué pasó por mi interior, algo reactivo. Me acerqué, lo empujé y lo lancé al arroyo. Me molestó que en lugar de enojarse largara una carcajada. -Mujer, ¡vaya carácter!
Se acercó a mí, vi que no tenía ninguna intención de atacarme y me quedé tranquila. En ese momento me abraza, me levanta y me tira dos líneas y caigo en el medio del arroyo. Ahí sí, cogí una furia tan grande que me lancé contra él, rodamos en el barro, trataba de golpearlo, de morderlo, de atacarlo, de lastimarlo. Me dominaba y en ese momento me besó, me arrancó la ropa e intimamos con una furia tan grande, ¡tan grande! Y allí me sentí relajada y con culpa. -Estoy con Jonus -le dije. -¡Ah! Pues bien, te felicito. -No dices nada. -Me imaginaba. La última vez te vi con él. -Pero hemos intimado. -Buenísimo. -Me quedé callada-. Tienes un cuerpo maravilloso -me dijo. -Tú tienes la costumbre de sacar lo peor de mí -le dije. -Pues no se ha notado, para mí has sacado lo mejor, me has dejado exhausto, niña. -No soy ninguna niña.
Sentí como que mi pasión oscura, densa, hacía que Ligor me quitara energía porque terminaba exhausta, como si hubiera combatido con diez amazonas. En cambio con Jonus es como que luego de intimar con él quedaba desvelada como que me faltaba algo, no era mal amante pero tal vez la energía que Ligor me quitaba yo se la quitaba a Jonus y no sabía cómo descargar esa energía. Y más de una vez estando con Jonus, pensé en Ligor y ahora estaba pensando en Jonus.
Veía que Ligor preparaba su alforja, llenaba de agua su cantimplora y se iba a marchar. -¿Te vas? -Pues mujer, voy a seguir mi recorrido y entiendo que tú tienes que volver a donde tu pareja. -¡Era extraordinario para ofuscarme! -Tú no sabes lo que yo voy a hacer. ¿Puedo seguir contigo? -¿Para qué? ¿Para retrasarme en el camino? Querrás hacer el amor en el amanecer, en el atardecer, en el anochecer y eso me retrasaría muchísimo. -¡Yo no necesito de ti! -¡Pues no lo demostraste!
Amagué con sacar mi espada, me miró con un gesto como diciendo "Es inútil lo que vas a hacer", como que él supiera que me podría vencer. Querría cortarle la cabeza y después poseerlo pero es ilógico mi pensamiento; poseerlo y luego cortarle la cabeza, poseerlo y estrangularlo, poseerlo y sacarle los ojos. Y vi que se marchó, no se dio vuelta ni una vez. Me quedé parada en el camino. Marchó bordeando el arroyo y yo tomé mi sendero. Debería contarle a Jonus lo sucedido porque no soy de ocultar nada.
Cuatro amaneceres después me encuentro con Jonus. Le pregunté: -¿Cómo te ha ido? -Bien, he saldado una deuda. -Fruncí el ceño-. Nada del otro mundo, unos granjeros que me habían ayudado cuando yo era pequeño. Había una horda de salvajes que los atosigaban. Acabé con los once -lo contó como si hubiera tomado una bebida espumante- Acabé con los once. ¿Y tú, Kena? -Estuve con Ligor. -Estuviste con Ligor. -Estuve con Ligor, intimé con Ligor. -Se quedó callado. -¿Por qué? -¡Porque me sacó de quicio! -A ver si entiendo Kena, a ti te sacan de quicio, a ti te sacan de las casillas y te acuestas con la persona que te saca de las casillas. -No, no sé cómo explicarlo. Si tú deseas que no seamos más pareja lo comprenderé. Su cara era indescifrable y me dijo: -Lo hablaremos en otro momento. Vamos a la posada, quiero comer algo caliente. -Y no le dio más importancia al tema, cosa que me descolocó también.
Ligor, Jonus... Por Jonus tenía un sentimiento, no sé si era amor o aprecio... por Ligor, honestamente no tenía amor, sentía una atracción física, pero sé que no era compatible conmigo, aparte sé que él tenía su corazón blindado porque amaba a otra persona. Es muy difícil todo esto. Gracias por escucharme.
Sesión 25/10/2016
En tiempos de guerra fue instruida para guerrera por dos maestros. Más tarde llegaría a cosechar grandes hazañas.
Entidad: No voy a relatar mis vivencias como las escribió la historia, mi trabajo como thetán es descargar engramas y si dentro de ese concepto hay una historia que puede ilustrar, bienvenida sea.
Comentan que nací alrededor del año 1157, hija de una prestigiosa familia de samuráis. Era raro que una mujer se dedicara a la guerra o que fuera instruida en el arte marcial, pero en mi caso fue así, me especialicé en la naginata, en la katana, en el uso del arco y sabía montar muy bien a caballo. Desde que yo era pequeña, muy pequeña, había un maestro samurái de edad indefinida, se llamaba Masaru Renshô. Masaru Renshô, yo lo veía como invencible, entrenaba a la tropa, prácticamente sus movimientos eran imperceptibles. Mientras sus entrenados terminaban jadeando con la boca abierta, Masaru Renshô respiraba como si estuviera reposando. A medida que fui creciendo me interesó tanto el arte samurái que mi padre le pidió a Masaru Renshô que me entrenara. El Maestro, con un movimiento de cabeza, aceptando, comenzó a entrenarme día tras día, día tras día. Su técnica era alentarme, cuando me equivocaba nunca me retaba ni me censuraba. Sólo me decía: -Tomoe, hazlo de nuevo.
Lo único que me pidió que le dijera Masaru, no Maestro. Y fui aprendiendo. Practicaba contra varones hasta llegar a igualarlos, y con el tiempo, vencerlos, ya sea con la naginata, con la katana o incluso luchando montando a caballo, pero siempre quería más, siempre buscaba más. Masaru me decía: -Acostúmbrate a mantener el equilibrio, la naginata tiene que ser parte de ti.
Era una lanza de madera que llevaba acoplada una hoja metálica, Masaru me hacía girar en círculos. Cuentan que Tomoe significaba "círculo perfecto", eso es lo que yo hacía con mi arma y cada día tenía más dominio de mi cuerpo, no tanto de mi carácter. Entendía muy bien lo que era el honor para defender la familia y las casas. Masaru me llevaba lentamente: -Eres una de las pocas mujeres Bushi pero aún no te considero como tal, no se trata de tener una herencia familiar, tú vales por ti misma. No te veo como una bugeisha, una mujer samurái todavía. Finalmente ya me decía el nombre completo, Tomoe Gozen, la historia decía que era el sufijo que se usaba para referirse a las mujeres samuráis.
Por la tarde tenía largas conversaciones con Masaru Renshô: -¿Quién te ha enseñado? -La vida. -¿Pero quién ha sido tu Maestro? -Las circunstancias. -¿De dónde has adquirido tal habilidad? -De los peligros.
Las respuestas del Maestro eran esquivas, o quizá no, quizá las circunstancias, los riesgos, el peligro fueron sus instructores. Pero nadie podía vencerlo, se comenta que siete guerreros de una familia rival lo atacaron en pleno descampado; dejó los siete cadáveres y trajo a la familia las siete cabezas. Era respetado, no temido, porque era la lealtad hecha persona. Disculpaba los errores pero no perdonaba las traiciones. No solamente teníamos conversaciones sobre guerra, sobre historia sino que también conversaciones filosóficas sobre la vida, sobre las mujeres que no eran samurái, como vivían durante la larga ausencia de los guerreros, sobre la guerra entre clanes. Y me fue templando. -Aquí no se trata -me decía Masaru- de ser mujer o varón, guerrera o guerrero, es exactamente lo mismo, no hay ventaja ni desventaja, pero de la misma manera también es lo mismo para el trato, en el entrenamiento no hay piedad.
No es como cuenta la historia. A veces tenía heridas por entrenar, la naginata era peligrosa, al menor descuido podías herirte gravemente, mis mayores cortes fueron en los muslos y en los brazos. En varias ocasiones Masaru Renshô me cosía las heridas. Los días que no practicaba, conversábamos, los días que no conversábamos, él me enseñaba a meditar para que mi mente estuviera clara, absolutamente clara y vacía de pensamientos, me enseñaba a estar alerta.
Siendo más grande conocí a un gran guerrero, Minamoto Yoshinaka. Me impactó, me atrajo. Sé que yo le atraje a él. Le pregunté a mi Maestro Masaru por Yoshinaka y me dijo: -Es un gran guerrero, un buen samurái. El clan Minamoto es un clan fuerte y por sobre todo las cosas honesto. El día de mañana seguramente va a ser un gran general.
Me quedé sorprendida por sus palabras, fue la primera vez que lo vi sonreír a Renshô, éste Maestro de edad indefinida. Renshô habló con el joven Minamoto y le dijo: -Entrena a esta joven, tiene mucho futuro.
Me quedé sorprendida porque Yoshinaka, que era respetado en varias comarcas, tenía un gran respeto por Masaru Renshô. Accedió a entrenarme, Masaru me dijo: -Me dedicaré a entrenar otros jóvenes. Objeté: -Pero, Maestro... ¿Minamoto sabe tanto como tú? -Fue mi discípulo antes que tú. Confía en él cómo has confiado en mí. No significa que dejaré de verte.
Y pasé a entrenar con Minamoto. Al comienzo era torpe porque no lo veía como un instructor, me atraía como persona, como hombre y no avanzaba.
Una vez más me habló Masaru y me dijo: -Vacía tu mente de contenido, hay un tiempo para cada cosa. Cuando entrenas, entrenas. El día de mañana estarás en batalla y tu mente estará clara, no pensarás en tu familia, en tu amado, ni siquiera en tu propia vida, tu mente estará alerta, absolutamente alerta, porque una décima de segundo decidirá si vives o mueres. Asentí con la cabeza y empecé a entrenar con Minamoto. Y lo que pasó después... es otra historia.
Sesión 09/11/2016
La entidad relata sucesos históricos basados en su persona y en sus gestas no para corregirlos sino para hallar la paz al repasarlos y descargar engramas que pueden estar afectando a su parte encarnada.
Entidad: Debo dejar bien en claro que mi relato no es para modificar la historia escrita o reescribirla, honestamente no me interesa en absoluto.
Sé que como Tomoe Gozen he tenido muchos engramas, no por las batallas, por infinidad de factores pero insisto, y esto lo dejo bien claro, mi intención es descargar esos engramas, no modificar lo que muchos, supuestos, investigadores han escrito sobre mi vida. No prescindo de ego pero los roles no me empujan hasta el punto de querer dibujar otro tipo de historia, me ocupo de mi ser, de mi ser espiritual, de los engramas que puedo arrastrar y como le pueden estar afectando a su parte actual. De alguna manera mi parte actual se siente identificada con ese rol en el cual estoy repasando la vivencia, del cual se han escrito muchas irregularidades como que yo había sido concubina de Minamoto. Luego de que el gran Maestro me derivara a que Minamoto siguiera entrenándome, llegué a ser tan buena como él en el arte de la katana, el arco, la naginata y quizá mejor, quizá mejor aunque Yoshinaka no lo iba a reconocer.
Terminamos enamorándonos. Cuando llegó nuestra boda el clan de los Minamoto hizo una enorme fiesta. Como era mi futuro esposo un respetado guerrero vinieron jefes de otros clanes, miles de guerreros del clan custodiaban de que nada ni nadie perturbe la paz, la armonía y la alegría de esa boda. Minamoto me trataba con respeto, no con condescendencia, con respeto porque a diferencia de otras mujeres yo era una guerrera y sobresalía. Sí es cierto que participamos en las conocidas guerras en Pey, que no duró cinco años como dice la historia, entre 1180 y 1185; comenzó a fines 1179 y ya en 1184 la victoria estaba cantada.
La historia cuenta que en un solo combate maté a muchos adversarios. Todos los guerreros hemos matado enemigos y muchos de los nuestros han caído en batalla con la cabeza cortada, con el pecho traspasado y no, no había piedad ni siquiera entre los nuestros, no había posibilidad de recoger a los heridos. Es cierto también que me enfrenté con el líder del clan Genke, Oshida, Shioyotzi, luchamos, me llegó a lastimar en un brazo, mi brazo izquierdo quedó prácticamente inútil en ese momento, hice un giro de 180º y mi katana cortó por completo la cabeza de Oshida. La historia dice que al regresar al clan, le ofrecí la cabeza de Oshida a mi esposo como trofeo. ¿Cómo podría ser eso si él estaba luchando a mi lado?
Luego de esa batalla, la juventud, la tremenda juventud de Minamoto no impidió que fuera nombrado general y me dejó a cargo de parte de su ejército. Algo para destacar es la batalla de Kurikawa, con parte del ejército llegamos a Kyoto. Fue algo encarnizado, tuvimos muchísimas bajas, muchísimas. Me sentía molesta porque habíamos planificado bien la estrategia, aparte mi dignidad o quizá mi orgullo egoico impedía que regresara con un fracaso, era la primera vez que mi esposo me dejaba a cargo de un ejército. Cambiamos la táctica, dividimos el frente en dos partes, volvimos a atacar a Kyoto desde dos extremos y esta vez sí, con casi nada de bajas vencimos al enemigo. Mi segundo quería matar sin piedad a los que quedaban, que eran muchos. -No. -le respondí.
Hablé con quien quedaba a cargo. -Les perdono la vida si me juran lealtad. El guerrero bajó de su caballo, hincó su rodilla derecha en tierra. Agachando la cabeza ofreció su katana exclamando: -Puedes cortarme la cabeza o abrirme el estómago en ceremonia, o tomarme como vuestro leal servidor. Dije en voz alta: -¿Y todo lo que queda del ejército? -Serán tuyos, Gozen. -Que así sea -dije.
Kyoto era nuestro y ahí sí pude volver al clan Minamoto con una victoria. Pero no le mentí a mi esposo, le conté detalle por detalle. Me respondió: -Tomoe, eres un ser humano. Ganar o perder, no es mérito lo primero y desprecio lo segundo. Tu mérito es que en el primer embate perdiste mucha gente y no te has retirado, entiendo que no querías volver con la cabeza gacha pero de diez, nueve lo hubieran hecho porque desprecian la vida de palabra, no en los hechos y tú te arriesgaste, porque aparte de valentía tienes honor y el honor es lo más sagrado en mi clan. Eres digna de ser mi esposa. Tomoe, una digna Gozen.
Me abracé con mi amado en este capítulo y reitero, no me interesa reescribir la historia sino descargar esos conflictos internos.
Gracias por escucharme. Sesión 19/04/2017
La entidad relató una vida pasada donde repetidamente vivía unos sueños violentos. Un gran genetista, Raúl Iruti, encontró que en una vida anterior había sufrido unos ataques físicos que le seguían afectando en aquel presente. Le ayudó a descubrir lo que finalmente ocurrió. Asombroso.
Entidad: Mi nombre era Violena, Violena Di Mauro. Tenía sesenta y nueve años, que es el equivalente a veintitrés años de Sol III, puesto a que el mundo que había encarnado, Ran II orbitaba su estrella cada ciento veinte y dos días, cada año de Sol III equivalía a tres de nuestros años. Desde muy pequeña había sido gimnasta. En Ran no había juegos olímpicos como en Sol III, pero sí había equivalentes, y había ganado en mi categoría de cuarenta y dos años, el equivalente a catorce años de Sol III, pero antes había obtenido premios en mi región, pero haber ganado de pequeña a nivel planetario era lo máximo. Y gracias a mi hermano mayor que yo, Atero, me dediqué a las Artes Marciales Mixtas desde los cincuenta y un años, equivalente a diecisiete años de Sol III, y había avanzado muchísimo porque tenía velocidad, destreza y por sobre todas las cosas lucidez y una mente atenta. No me dejaba llevar por las pasiones, por el contrario.
Pero me pasaba otra cosa, en realidad dos. A mis sesenta años, veinte de Sol III, había conocido a un joven, atento, amable, me había entregado plenamente hasta que descubrí que él me quería pero también quería a otras y era tan básico finalmente que no lo disimulaba, y no es que no quisiera, quería intentaba, pero la torpeza no es solamente manual o verbal, existe la torpeza en actitudes, y nos dimos un tiempo, que sigue hasta el presente. Pero empecé a tener sueños recurrentes haciendo que ese fracaso afectivo pasara a un segundo plano. Soñaba con una violación.
Lo conversé con mi hermano Atero: -Tú has estado siempre conmigo, alguien me ha violado de pequeña y yo no lo recuerdo. ¡Violena! ¡Jamás, por favor! Aparte, por ser mujer has visto a tu doctora, te has hecho todo tipo de estudios, no has sido forzada en ningún momento.
Mis sueños eran cada vez más profundos. Soñaba que en un lugar desconocido, era una especie de facultad, yo hacía la limpieza y varios jóvenes me atacaban y me violaban reiteradamente, me había cogido un ataque de histeria, me empezaban a golpear para callarme y uno de ellos me apretó mi cuello con sus manos hasta que todo se oscureció. Me sobresaltaba, me despertaba con mi ropa mojada de transpiración, cogía los grifos de la ducha y dejaba caer el agua sobre mi cuerpo, el agua templada, me tocaba con mis dedos pulgar e índice la garganta y mi corazón latía más fuerte que cuando iba al gimnasio, hasta que mi pulso se acomodaba. -Tendría que ir a alguien que me vea. -Hay una persona que te analiza. -Ya fui a una persona, Rodavalle, instruida, distante, fría. No me da la devolución que yo quiero. -Hay un tal Iruti -mencionó Atero. -¿Adónde, hermano, adónde? -Fíjate por la red.
Entré a mi holoordenador y pedí una cita. Me asombró la celeridad, estaba citada para el día siguiente en la tarde. Era un hombre grande de rostro afable. Me enteré de que era un gran genetista. Y no soy de callarme, le pregunté: -¿Cómo es que además es asesor analista? -Porque me interesa ser útil, apreciada Violena. Cuéntame... ¿Quieres tomar algo caliente? -Asentí. Me dio un té con unas hierbas aromáticas. -Esto no te relaja, ni te calma, tampoco te excita, es simplemente un té de sabor agradable. Yo compartiré el mismo.
Y mientras bebía un sorbo de ese tan sabroso líquido le conté que noche tras noche tenía sueños. ¿Te animas a permitirme que profundice en tu interior? Lo miré, me daba plena confianza. Asentí. Me llevó con sus palabras a un estado de semidormida y me llevó a ese lugar, a esa facultad.
No eres Violena. Dime quien eres. Susurré: -Carmina, Carmina Urieta. -¿Eres soltera? -Sí. -¿Qué edad tienes? -Ciento ocho años. -Era el equivalente a treinta y seis años de Sol III. -¿Qué haces? -Maestranza, en la facultad de ciencias. Mis padres eran muy pobres, no pude estudiar. -¿Entonces? -Hago la limpieza. -¿Hay claridad afuera? -No, se fueron todos, está oscuro, trabajo con tranquilidad hasta ahora. -¿Y ves a alguien? -Escucho voces. Se acercan cuatro jóvenes riendo, cierran las puertas de salida. Me dan cierta aprehensión sus miradas. -¿Qué edad tienen esos jóvenes, Carmina? -Deben estar por los cincuenta y un a cincuenta y cuatro años. -El equivalente a diecisiete, a dieciocho años de Sol III. -¿Y cómo están vestidos? -Son estudiantes, los conozco, el que está en la cabeza se llama Constantini, es un alumno muy aplicado pero tiene otro rostro, otra mirada, se muestra como es. Me empiezan a manosear, no soporto más, no soporto más... -Relájate, vuelve al presente. Eres Violena. En ese momento abrí los ojos. Estaba recostada, cómoda en un sillón. Me sirvió otro poco de té caliente, que lo tomé, ese sabor agradable. Tenía los ojos llorosos. -¿Te acuerdas lo que me has contado? -preguntó el asesor Iruti. -Me acuerdo algo ilógico, me llamaba Carmina Urieta, soltera, ciento ocho años, trabajaba en maestranza... ¿Qué es, un recuerdo de otro universo? -No, es el recuerdo de una vida pasada. -Pensé que eso no existía. -Estimada Violena, sí que existe ¿Tienes problemas en vernos mañana? -No, puedo volver.
Al día siguiente continuamos. -¿Tiene otro tipo de té más relajante? -Te daré otro, con otro tipo de hierbas, y luego iniciamos la regresión.
Volvió el relato de Carmina Urieta: -Los jóvenes pasaron del manoseo a arrancarme las ropas, el joven, Constantini, me dio una cachetada que me aturdió, me tiraron al piso y los cuatro me violaron reiteradamente. Sentí como una impotencia y miedo y en ese momento me puse a gritar, a gritar, a gritar. Constantini puso sus manos sobre mi garganta apretando, apretando, apretando, apretando, apretando hasta que mi vida quedó en sus manos y desencarné. -Recuérdame la edad de Constantini. -Cincuenta y cuatro años. -El equivalente a dieciocho años de Sol III-. Los cuatro me violaron pero él fue quien me quitó mi vida. Salieron todos indemnes. Se denunció que intrusos entraron a la facultad. No había huellas, ni siquiera con los mejores detectores. Usaron protección, tenían un látex especial en las manos también. Y yo, por mi trabajo, tenía unos guantes gruesos de látex. No había muestras de cabellos ni nada. El ultraje y el crimen quedó impune.
El asesor Iruti me volvió al presente como Violena di Mauro. Me sentía aliviada. No tuve más sueños recurrentes pero de todas maneras el asesor me dijo: -No dejes de venir. No por ahora. Le conté también mis problemas afectivos. Iruti me dijo: -El amor es respeto, el amor es lealtad... -Pero esa persona con la que estaba me quería... -A su manera pero no era amor, no por lo menos lo que yo llamo amor; el amor con hijos, con padres, con amigos se comparte, el amor con la pareja, no. Pasa por respetarte a ti misma. Si tú consientes ese tipo de relación eres cómplice de la falta de respeto que él tenga hacia ti. -¿Y qué hago? -Madura, no seas infantil. Ser infantil no es sólo reclamar, ser infantil es también ser permisiva por temor a perder lo que nunca has tenido. Sé de ti, sé que has ganado la medalla planetaria en gimnasia, sé que eres la hermana del último campeón planetario de artes marciales mixtas, Atero di Mauro, sé que eres buena en lo que haces y sé que además estudias historia y que te gusta, y que también te gusta la geografía, y que también te gusta el fotografiar paisajes... Y eres buena en todo lo que haces. Entonces, ¿por qué consientes que no te respeten?
Asentí, sin emitir palabra, entendiendo que el asesor Iruti tenía toda la razón, porque todo pasaba por mí, el temor a decir no, el temor a perder... ¿A perder qué? Porque en realidad, ¿qué tenía? El agua que se me escapaba de los dedos. Y entendí que el amor era otra cosa y entendí que tenía que resetear mi vida afectiva y empezar de cero sin olvidar, obviamente, lo vivido porque todo sirve de experiencia.
Pensaréis que ahí terminó mi vivencia, no. En un torneo que acompañé a mi hermano fuimos a otra región, una región cercana detrás de una cordillera, y el torneo se hizo en el patio de gimnasia de una facultad. Cuando entré a esa facultad sentí... -apenas puedo hablar...-, sentí que mi corazón palpitaba más y más porque la conocía, era la facultad donde en mi vida pasada había trabajado como Carmina Urieta. Le conté a mi hermano una vez terminada la velada, porque no quería distraerlo, había ganado por sumisión a los cuarenta segundos, era el primer combate que mi hermano ganaba por sumisión, sus catorce combates todos los había ganado por nocaut, el número trece había vencido a un ex-campeón también por nocaut.
Le conté. -¿Te ha sido útil, entonces -me dijo-, ir a lo del asesor Iruti? -¡Absolutamente! ¡Absolutamente, Atero! Me resulta raro eso de las vidas pasadas, pero acá está la prueba, esta es la facultad.
El director, el hecho de que seamos figuras conocidas mundialmente, nos recibió con agrado, y le dije: -Quizás le parezca raro, pero quería saber si aquí trabajó en algún momento una tal Urieta, Carmina Urieta. -No hace falta que me fije en los registros, fue un tema muy lamentable. -¿Y había en aquel entonces un tal alumno Constantini? No sé el nombre... -Fue nuestro mejor alumno. -¿Y qué sucedió con él? -Gracias a la fortuna lo tenemos aquí, es nuestro profesor de ciencias. Ya es un hombre mayor, ciento noventa y cinco años. -El equivalente a sesenta y cinco años terrestres.
O sea, que el joven que me había matado en esa vida anterior, actualmente era el profesor. ¿Pero qué pruebas tenía? Hablé con él, con el profesor. -¿Profesor Constantini? -Sí, joven, no te reconozco de mi clase. Aparte, ¿qué edad tienes? -Sesenta y nueve. -Ya eres grande. ¿Estuviste en alguno de mis cursos? -No. ¿Usted conoció a mi abuela? -Posiblemente, pero hablemos en otro momento. Cerré la puerta del curso. -¡No, hablaremos ahora! Mi abuela se llamaba Carmina Urieta. -No la ubico. -Trabajaba de maestranza. Usted, en aquel entonces tenía -dieciocho- cincuenta y cuatro años. -De Ran II, obviamente. -¡No sé a qué viene todo esto! -Se defendió el profesor. -No sé qué será de esos tres compañeros, pero mi abuela me dio su nombre, me dijo que usted, Constantini, y tres de sus amigos la violaron, y usted personalmente la estranguló y la mató, y no dejó ninguna huella, y las autoridades piensan que fueron asaltantes que quisieron robar y de mala suerte la encontraron a ella y la ultrajaron. -¡Lo que dices es un disparate! -No es ningún disparate y no lo voy a dejar salir hasta que no lo admita. -¡Córrete!
Trató de empujarme con un brazo, le disparé un golpe de puño al mentón y se sentó contra un sillón, quedó mareado. -Seré mujer pero puedo vencerlo y torturarlo hasta que confiese. Usted es un asesino, un violador. Por más que desde esa fecha haya hecho más nada tiene un crimen en su consciencia y sus tres compañeros son cómplices, no importa si en este momento sus alumnos lo quieren, si es respetado en la facultad; es un asesino. -¡Lo que dices es una tontería, te denunciaré por agredirme! -¡Ja, ja! Es un hipócrita, mi abuela antes de morir me dijo su nombre. -¡Eso es imposible, porque nos aseguramos que estuviera bien muerta!
Di un respiro porque su ego, su odio le había hecho hincapié diciendo lo que no tenía que decir. -¡Confesó! -¿Y qué? ¡Es mi palabra contra la tuya! -¡No!
Hice un chasquido de dedos. En ese momento se abrieron las puertas, estaba el rector de la facultad, mi hermano Atero Di Mauro pálido y dos testigos más, dos profesoras. Llamaron a las autoridades, lo presionaron y lo confesó todo, incluso le hicieron decir el nombre de los tres compañeros, uno de ellos ya había muerto. El rector me dijo: -Si es cierto que Urieta es tu abuela, aquí en los registros no me figura, ella era soltera, ella no tuvo hijos. -Señor -le dije al rector-, Constantini confesó. -¡Así es! -O sea, era cierto que él y sus compañeros habían matado a Urieta. -Correcto. Pero niña, ¿cómo lo sabías? -Le conté lo de la vida pasada. Lo negó. Dice: -Eso no existe. -Está bien, rector, usted no cree en eso. Sin embargo Constantini en este momento está detenido y en lo que le resta de vida va a estar preso, y los dos compañeros que están vivos. Tarde, pero se hizo justicia para Carmina Urieta, aunque usted no crea en otras vidas. Se quedó rascando la nuca y nos marchamos.
Esa misma noche hablé por el holovisor con Raúl Iruti. -Son muy pocas cosas las que me sorprenden -dijo el asesor Iruti-, pero esto que has hecho es maravilloso, te has acordado de una vida anterior donde te han ultrajado, has vuelto a encarnar y has encontrado al asesino. ¡Vaya! Gracias por no hacerme perder, querida Violena, mi capacidad de asombro -dijo Iruti.
Y no tuve más sueños. Y mi vida cambió porque me respeté. Y seguí estudiando historia y fotografía y practicando Artes Marciales Mixtas y colaborando con mi hermano. Había encarnado como Carmina Urieta, luego como Violena Di Mauro. Y había vuelto a renacer como Violena Di Mauro, lo que no es poco. ¡Vaya! Lo que no es poco.Sesión 03/05/2017
Interiormente estaba tranquila, serena, equilibrada. Esto ayudaba en positivo a su actividad como luchadora. Ella y su hermano entrenaban juntos para conseguir, cada uno en su modalidad, el título planetario. El esfuerzo hacía que la vida les sonriera.
Entidad: Velocidad, velocidad, más velocidad. Yo era la casi principiante, mi hermano, Atero, era el campeón. Sin embargo lo presionaba una y otra y otra vez: Más velocidad, más velocidad.
Atero se encontraba sorprendido. Me decía: -Violena, tú eres mujer y sin embargo me esquivas la mayoría de los golpes. Y eso no es todo, busco de alguna manera una sumisión y es como que te escurres como si tuvieras aceite en el cuerpo, no me permites amarrarte, sujetarte. -Velocidad, velocidad. Sigue insistiendo. A la noche, en casa, me preguntaba: -¿Cómo te encuentras? -Bien -le respondí-, bien. El hecho de comprobar que existen las vidas pasadas, que yo había sido Carmina Urieta, que me habían ultrajado en esa vida y me habían dado muerte y que el autor principal lo pude ubicar y pude cerrar ese ciclo, para mí fue hermoso, fue algo que no se puede narrar con el lenguaje, que solamente se puede rememorar y verdaderamente sentirse bien. -O sea, de alguna manera lo disfrutas. -No, hermano, no, no, no. Simplemente se hizo justicia pero, no, no ,no, disfrutar no. Disfruto otras cosas; disfruto el presente, disfruto el poder sentirme bien conmigo misma, el entender que, como me dijo el asesor Raúl Iruti, mi aprobación depende de mí y es independiente de éxitos o de fracasos. Atero me dijo: -No seas tan extremista, hermana, uno disfruta del éxito y a uno le molesta el fracaso. No, no, no, no; no estamos exentos de pasiones, de emociones, y no hemos de mentirnos nosotros mismos. -No, eso lo sé. A ver, hermano, muchas cosas me han molestado, los engaños, las traiciones, el estar con personas que fingen ser una cosa y después son otra. Pero hoy, a ver, no puedo decir que lo superé, no se puede superar una traición, pero uno se puede fortalecer interiormente y entender que hay personas que son así y dar gracias de que uno no es así.
Al día siguiente, por la tarde, otra vez el gimnasio, otra vez la práctica: Velocidad, velocidad, velocidad. Había vencido por nocaut a tres de las más importantes contrincantes y sí, sí, por fin iba a pelear por el titulo planetario con Hidden Fazer. Sí, sí, sí.
¡Je, je! Atero no estaba contento. Atero decía: -Debes cuidarte, no quiero que te lesionen, no quiero que te lastimen. Eres buena, eres muy buena luchadora, golpeas bien, golpeas fuerte, eres rápida, pero Hidden es otro nivel, es... -Sé que ha ganado, lo sabe todo el mundo, ha ganado peleas clandestinas a varones. Tiene un golpe extraño -Me quedé meditando-, tiene un golpe extraño. El tema es que yo le dé un blanco fijo, -Me miró-, y no se lo voy a dar, Atero, no le voy a dar ese blanco fijo. -Son seis rounds, es mucho. Es demasiado para Hidden Fazer, para estar en frente de ella -me dijo Atero.
La noche del combate me sentía rara, como calmada, no estaba sobre excitada o ansiosa, no, para nada. Subí al cuadrilátero y allá venía ella, precedida por una música, una música rápida, la misma música que usaría en su entrenamiento, la mirada fija, en nada, en nadie. Subí al cuadrilátero, el árbitro nos dio las instrucciones. Yo la miraba, ella no me miraba, como que yo no existía. Y comenzó el combate. ¡Uff! Muy difícil, yo era la bailarina, me buscaba permanentemente, mi estilo había cambiado, por lo menos en este combate, porque normalmente yo no vivía esquivando o bailando tanto, trataba de zafar de sus llaves, trataba de esquivar sus golpes, iba lanzando jabs, golpes de izquierda en su cara. Al final de ese round, una sola vez me tocó en el hombro izquierdo, nadie se dio cuenta. Llegué al rincón, le dije a mi segundo: -Tengo el brazo izquierdo paralizado. -Subió Atero. -¿Qué pasa, hermana? -No puedo mover mi brazo, no sé con que me golpeó, cómo me golpeó, no puedo mover mi brazo.
Atero, disimuladamente, me golpeó entre el omoplato izquierdo y el hombro, del lado de la espalda, y volví a sentir la circulación de la sangre. Y ahora sí estaba preocupada, solamente me había tocado el hombro y había dejado de sentir el brazo. Cambiaría mi estilo este round, sería yo. Avancé, golpes de pies al rostro. Trataba de devolver, Hidden Fazer no me llegaba. Sí había una cosa muy importante, era el doble de rápida que ella, el doble de rápida. Y notaba, porque sí, lo notaba, que ella empezaba a perder la paciencia. En un momento dado me abraza, como para estrujarme. No permito que se aferre en mi cuerpo, pongo junto mis dos codos sobre mi pecho, afirmo mis dos manos sobre su mentón y empujo hacia fuera. Logro abrir -cuando se separa- nada más treinta centímetros: un golpe corto a su nariz. Me asombra, empieza a perder sangre por la nariz. Retrocedo, avanzo de nuevo, salto y otro golpe a la nariz desde lo alto. Retrocedo, un barrido y cae. Me lanzo encima en el piso y golpeo, una, dos, tres, cuatro, cinco, diez, veinte veces: termina el round. Hidden Fazer estaba sorprendida, había dado vuelta el combate. El tercer round fue distinto, cualquier otro se hubiera ido al ataque inmediatamente, que era lo que Hidden Fazer esperaba. No, volví a bailar, a esquivar, a desconcertarla. En determinado momento, envuelvo con mis pies su cuello, su garganta, la tomo de uno de los brazos, con toda mi fuerza, no permito que se mueva, no permito que se mueva, no permito que se mueva, no permito que se mueva y golpea tres veces la lona. Suelto -estaba mareada del esfuerzo-, me levanto. Me levantan la mano, escucho voces por los parlantes: Violena Di Mauro, nueva campeona planetaria. Le había quitado el invicto por sumisión, por abandono a Hidden Fazer. Había apuestas, yo pagaba cinco a uno, era tremendo, mi propio hermano no lo podía creer. Antes de bajar del cuadrilátero una mano me toca el hombro. Me doy vuelta: Hidden. Me mira a los ojos, una mirada impávida, pero exenta de ira, exenta de rencor, exenta de emociones. Asienta con la cabeza y me dice: -Eres buena, eres muy buena y eres veloz. Y gracias. Frunzo el ceño y con mi rostro hago un gesto de pregunta: -¿Gracias? -Sí, he aprendido, me has enseñado algo nuevo. Y mira que donde yo vivía me habían enseñado todo tipo de lucha pero he aprendido algo y me servirá para perfeccionarme. Le dije en tono de broma: -Espero que no lo uses contra mí. Pero Hidden Fazer es como que no entendía la picardía, la broma. Y me dijo: -Por supuesto que sí, lo usare contra ti, recuperaré el titulo.
Me dio su mano -genuinamente, ¿eh?, genuinamente-, y bajó del cuadrilátero. Una persona rara. Estaba acompañada de Bruno Dosher, a quien mi hermano había vencido. Se enfrentarían en pocos días.
Estuvimos todos los siguientes días conversando del combate, y Atero fue sincero. -No lo esperaba Violena, no me imaginaba que tú le ganaras, no me imaginaba. Pensaba que Hidden Fazer era sobrehumana. Y sí, lo sigo pensando. -Asentí. -Sobrehumana y lenta. Y ahora tú te vas a enfrentar a Bruno. -Atero me miró. -Lo sé, ¿pero qué me quieres decir? -Lo he visto combatir a Bruno, te he visto combatir a ti; eres más rápido, eres bastante más rápido. Y todos estos días, todo este tiempo que hemos practicado velocidad eres más rápido aún que cuando le ganaste. Y tienes una ventaja: has potenciado tu golpe.
Y esta vez me tocó a mí ser espectadora. Bruno estaba mucho más lento que en el primer combate con Atero, mucho más lento. Tan, tan lento que para Atero era fácil golpearlo: el rostro, el estómago, barridos de piernas... Hasta que en el tercer round llegó el nocaut y Bruno Dosher cayó nuevamente derrotado por mí hermano. A diferencia de Hidden, cuando perdió conmigo, Bruno estaba absolutamente molesto, absolutamente molesto. La propia Hidden lo asistió en su rincón y él no quería hablar con ella, le recriminaba. No quise ser indiscreta, así que evité escuchar. Fuimos a festejar. Los hermanos Di Mauro, Violena y Atero, campeones. Y sí, tenía razón mi hermano, ¿por qué no disfrutar si al fin y al cabo la vida son momentos? Eso no impide que podamos ayudar a otros, pero que tampoco nos impida ser felices. Al fin y al cabo, la vida tiene matices. Podemos ser felices a través del servicio y podemos ser felices a través de las vivencias. Y eso es lo que muchos no entienden, ser felices, estar en un estado de euforia no nos impide estar alerta, no nos impide ser permisivos con la bondad y no ser permisivos con el error, una cosa no quita a la otra. Es una lección que aprendí. Gracias por escucharme.
Sesión 24/05/2018
Tomoe tenía una deuda de honor. Pasaría tiempo, pero su deuda no pasaría. Los valores en aquellos tiempos, siglo XXI, eran otros.
Entidad: Había nacido en una familia de samuráis. Me decían que era un círculo perfecto. Todas las mujeres de mi familia se habían entrenado en el manejo de la naginata para proteger el lugar. ¡Oh! ¿Pero cómo un círculo perfecto podía tener tanto odio? Mi energía la volcaba domando caballos salvajes como cuando era más joven, es cierto que cabalgaba por peligrosas pendientes. ¡Oh! Y sí, tenía odio, un odio tremendo. Odio tremendo porque había sufrido una enorme pérdida. Sí.
Me acuerdo al comienzo, cuando Yoshinaka me enviaba como si fuera su primer capitán, me costaba moverme un poco porque estaba equipada con una pesada armadura. La espada era grande, pero no me pesaba, era muy fuerte por ser mujer. -¡Tomoe! -¡Yoshinaka! -Irás al frente. -Iba al frente, sí, y dejaba enemigos en la tierra.
Recuerdo las guerras Gempei contra el clan Taira, un desgaste tremendo, años y años de enfrentamientos, ambos clanes debilitados. El clan Minamoto se había enriquecido con mi presencia, pero mi esposo fue acusado de conspiración por el Shogun Kamakura. ¡Ah! Hubo un enfrentamiento en la batalla de Awazu, allí murió mi esposo. Fue una historia mal escrita, también me dan a mi por muerta pero no. No, para nada. Pero urdí un plan, un plan.
En la última batalla no hubo ni vencedores ni vencidos pero se pactó una tregua con Wada Yoshimori, que algunas fuentes aseguran que me venció. No. Hubo un acuerdo. El acuerdo que después me enteré que él había sido responsable de la muerte de mi esposo. Sí. No había hombre como Yoshinaka. Le tuve siempre respeto, siempre le tuve respeto. Y me hice mujer de confianza de Wada Yoshimori. En el clan Minamoto, ¡je, je!, decían que yo los estaba traicionado por haber pactado con el enemigo. No estando mi esposo no me interesaba, había muchos leales que me seguían. ¡Con su vida!
Pasaron meses, porque no solamente era ganarme la confianza de Yoshimori, sino también de su entorno. Es más, sabía que había un traidor, porque yo lo había visto con mis ojos, en el clan Minamoto, espiando para Wada Yoshimori. Y me hicieron una prueba. -Hemos encontrado un vigía de tu viejo clan. -¡No es más mi clan! -exclamé. -Bien, demuéstralo.
En un segundo tenía una flecha en mi arco, en dos segundos la flecha atravesó el pecho del supuesto traidor que en realidad era espía de Yoshimori. Pero como él y su entorno no lo sabían que yo sabía, allí me gané la total confianza, pues pensaban que yo había ejecutado a un hombre leal del clan Minamoto. Era mujer pero era más astuta que cien hombres. Me invitaron a quedarme en las tierras de Yoshimori. Me dieron manjares, pensando que me compraban por el estómago, ¡ja, ja, ja, ja! No, nunca. Y por las noches soñaba despierta que le abría la garganta con mi puñal. Pero no era lo que yo quería, mi honor pedía otra cosa.
Hasta que un día fuimos a cazar lejos de las tierras con Yoshimori y cuatro guardaespaldas, que para mí no eran número, no tenían ni idea, la rapidez que tenía con mi arco, que en cuatro segundos los cuatro guardaespaldas tenían la garganta atravesada con cuatro flechas. Yoshimori me miró: -¿Qué es esto? -¡Soy Tomoe! Y te reto.
Hizo una sonrisa de suficiencia, una sonrisa estúpida de suficiencia, no se daba cuenta de que a pesar del odio, el mismo no me cegaba. No me dejaría dormir, pero no me cegaba, ni me dejaba manejar por la imaginación, ni de la duda, ni de la incertidumbre, no. Ni siquiera mi mente estaba puesta en el duelo, para mi Yoshimori era uno más y por mi honor debería matarlo en duelo, para vengar a mi esposo. Reconozco, porque no soy hipócrita, no fue sencillo, no fue sencillo para nada. Le abrí el estomago, le herí la pierna, le herí el brazo y le corté la garganta con tal fuerza que casi le separo la cabeza del tronco. Podía haber inventado una historia volviendo a la región Yoshimori diciendo que nos atacaron, no me interesaba. Cogí una bolsa de mi alforja, terminé de separar la cabeza del tronco y puse en la bolsa la cabeza de Yoshimori y marché para las tierras Minamoto. No me recibieron con agrado, pero me dejaron pasar y adelante de todos saqué la bolsa, la abrí y deje caer la cabeza de Wada Yoshimori. Los miré a todos con altivez, ¡sí, con altivez!, y les dije: -Fingí meses, meses enteros hasta que lo logré. Vengué a mi esposo. -Todos reaccionaron bien, pero de distinta manera: algunos bajaron la vista de vergüenza por haberme acusado, otros con asombro por ver la cabeza de Yoshimori, otros con admiración-. ¡Soy Tomoe y soy leal! ¡Y recuperé mi honor! Gracias por escucharme.
Sesión 23/06/2018
Fue en Sol III. La entidad relata la caída del imperio donde fue reina. Vivencias duras, terribles le causaron el imperio romano.
Entidad: Queda grabado en mi memoria el territorio de los icenos, en Inglaterra oriental. ¡Ay, cómo ha cambiado todo! Edificios que no existían... Si los habitantes de Londres supieran que existía una ciudad mucho más pequeña en un costado llamado Londinium... ¡Ah! La he saqueado. Pero no me juzguéis, todo tiene un porqué, todo tiene un porqué.
Mi nombre era Boudica. Sí, fui reina guerrera de los icenos. Acaudillé a varias tribus britanias. Es más, se unieron a mí los trinovantes porque no queríamos la ocupación de los romanos. Sí, Tácito relata algunas cosas, pero ¡je!, no relata las vivencias, los sentimientos, las emociones, la furia, la impotencia, todo. Es cierto que venía de una familia de aristócratas, es cierto también que mi inteligencia era por encima del común denominador. ¿Que mi voz era áspera? No, no era áspera, era grave. ¿Mirada feroz? No. ¡Ay!, Los historiadores qué saben, no me conocieron. Mi mirada era franca, directa. ¿Se atemorizaban? Seguramente, porque como decís vosotros hoy, tenía pocas pulgas. Mi cabello pelirrojo me llegaba casi hasta la cintura, es cierto que llevaba un grueso collar de oro, siempre me interesaron los adornos de los pueblos celtas porque representaban la nobleza.
Recuerdo cuando me casé con Prasutagus. Prasutagus era, a ver cómo decirlo, no era anodino, pero ¡ah!, como decís vosotros ahora, estaba en su mundo; soñaba, pensaba y sí, era el rey de los icenos, sí. Nada que ver la actual Norfolk al este de la Tarracon, aquella zona nunca la reconocerían, era distinta, olor a tierra. Prasutagus era, no introvertido pero sí es como que... despistado tampoco; no podría definirlo, y mirad que yo con sólo mirar un rostro a un desconocido, ¡eh!, enseguida sabía cómo era, qué pensaba, qué planeaba, cuáles eran sus instintos, sus impulsos, sus proyectos, todo, pero con esta persona, Prasutagus... Los historiadores dicen que se llamaba Prasugatus, Esuprastus, ¡ah! Nada, no quiero irme de mi vivencia, no quiero irme de mi vivencia.
Siempre le di gran importancia a mi independencia. Recuerdo cuando el gobernador de Britania amenazó con desarmarnos. Publio Ostorio Escápula. Escápula me suena mucho a crápula. Pero Prasutagus vivió feliz; tuvo riqueza, tuvo larga vida. Era bastante más... más grande que yo y me trataba bien, y yo por respeto evitaba ensombrecerlo, porque honestamente era más inteligente, más aguerrida que él y mucho más carácter que él, pero nunca iba a impedir que él tomara las decisiones. Su única tristeza era que no tenía hijos varones, y aunque el trono podía pasar a las mujeres, según la costumbre celta, no era lo mismo para el imperio romano, no aseguraba la independencia, no una independencia oficial. Para los romanos no existía la igualdad entre el hombre y la mujer como sí existía en los celtas. Entonces quisieron nombrar un emperador romano coheredero del reino. Sí, era habitual, pero ¡ah! mi intuición nunca me engañaba, nunca me engañaba porque la ley romana permitía la herencia por línea paterna y cuando Prasutagus murió la idea esa de preservar el trono fue ignorada. Los romanos anexionaron el reino como si lo hubieran conquistado; confiscaron bienes, tierras y todos los nobles fuimos tratados como esclavos.
Ya lo dije, Prasutagus era un poco despistado, tenía riquezas pero quería más, quería expandirse, expandirse en una ilusión. Pidió dinero prestado a los romanos. Al morir, bueno, todos quedamos obligados a esa deuda y obviamente, yo como reina, no la podía pagar. Viví una violencia tremenda, una impotencia. Ver la violencia que desencadenaron los publicanos romanos. Saquearon aldeas, tomaron esclavos como pago de la deuda. Me quejé, fue un impulso. Me abofetearon, me sacaron la corona, me desgarraron las ropas, me azotaron públicamente. ¿pensáis que eso me molestó? ¡Ja, ja, ja! No, para nada, para nada. La marca del látigo y la sangre caía por mi espalda, una espalda que me ardía al sol enormemente, pero ni una mueca de dolor. Hasta que trajeron a mis dos hijas. Me ataron a un poste mientras las violaban. A diferencia de cuando me azotaron, la furia tremenda que tenía, gritaba, aullaba como una loba. ¡Ay! Odié a Prasutagus. Él había legado al morir la mitad de las posesiones a esta gente perversa y la otra a las jóvenes, a estas niñas que estaban siendo ultrajadas. Pensaba que eso compraba la armonía de la familia. El procurador romano tenía otros planes, se apoderó de todos los dominios nuestros. Cato Deciano. Cómo lo odiaba, cómo lo odiaba.
Volvieron otra vez los legionarios. Quemaron casas, cometieron tropelías contra las mujeres, era la segunda vez que tomaban varones como esclavos. Intenté resistirme de vuelta; por segunda vez me arrancaron la ropa pero esta vez me desnudaron por completo y delante de mi propia gente me volvieron a azotar. Tomaron de vuelta a mis hijas, quería cerrar los ojos, me tiraban agua helada: "No cierres los ojos, mira". Azotaron a las jóvenes, me partía el alma todo eso y esta vez las violaron por turnos. ¡Ay, por favor! Mis pequeñas, mis pequeñas destruidas, mancilladas. ¡Cómo no iba a tener odio, cómo no iba a tener odio!
Estuve diez días para reponerme- La segunda vez me azotaron más, estuve tres días con fiebre. Una anciana con unas hierbas me ponía en la herida para curarme. Diez días pasaron, no estaba repuesta del todo pero hablé con mi pueblo. Trajeron a pueblos cercanos, los trinovantes, y nos armamos. Tenía un odio tremendo, un odio enorme. Los mismos trinovantes decían: -Queremos que Boudica sea nuestra líder, sí. Pregunté dónde estaba el gobernador Cayo Suetonio Paulino. Uno de ellos dijo: -En la isla de Mona. -¡Aja! (Al norte del actual Gales). Bien, bien. Vamos a atacar. Vamos a atacar.
Cuentan cada cosa... (El historiador Dion Casio). Dicen que mediante un método de adivinación yo liberé a una liebre interpretando la dirección en que corría, e invocando a Andraste sabía que ganaría. Jamás fue cierto esto. Era muy cerebral, a ver, yo creía en los simbolismos, en los rituales pero no iba a dejar una guerra a la suerte. No. Atacamos Comodulunun, la antigua capital de Trenobantia, que actualmente era una colonia romana. Sí, sí. Salimos con todo, con toda la furia. Quinto Petilio Cerial, de región novena hispana intentó socorrer a la ciudad con un destacamento pero los vencimos, los emboscamos en una zona boscosa. ¡Ja, ja, ja! ¡Ah! Las noticias llegaron a Cayo Suetonio Paulino. Dirigió a la gente a Londinium pero no llegó a tiempo. Incendiamos la ciudad, reconozco que masacramos a todos los habitantes, pero mi mente estaba puesta en mis niñas vejadas, azotadas. ¡Aaah!
Nos dirigimos a Verulamium. Verulamium era más pequeña y también arrasamos la ciudad, y entablamos combate en Suetonio, en lo que hoy se conoce como Watling Street, entre Londinium y Viroconium. Ganábamos, los quintuplicábamos en número, cinco a uno. Yo estaba enceguecida de furia, de dolor, de ira y al igual que en un combate de espadas, en una batalla no puedes estar enceguecida. Ellos se ubicaron en un terreno rodeado de bosques, era imposible flanquearlos, tampoco emboscarlos ni rebasarlos. Perdimos muchísima gente, muchísima gente. ¡Ah! Con las lanzas cayeron todas las primeras líneas Retrocedieron. -No, no retrocedan -gritaba yo. Los soldados de Suetonio avanzaban a paso lento cubriéndose con los escudos-. Vamos a cargar, vamos, vamos.
Mis atacantes fueron atravesados con las espadas romanas, ellos casi no recibieron daño, en menos de diez minutos dejaron una masacre. Mi gente sintió pánico y empezaron a retroceder, se pisaban unos a otros. -¡Qué hacen! ¡Qué hacen! -Cerrando filas habían niños, mujeres, ancianos que aguardaban el desenlace de la batalla.
No pueden echarme la culpa a mí, mi pueblo era cobarde. Fue una avalancha tan grande... No es cierto como dicen esos historiadores que murieron cuarenta mil aplastados entre los combatientes en desbandada y los vehículos que impedían la retirada, pero más de la mitad, cerca de veinte y cuatro mil almas abandonaron sus cuerpos, y nuestros enemigos no tuvieron piedad, mataron a mujeres encintas, a niños, a terminar de matar a los heridos. ¡Ah! Este historiador Tácito dijo que acabé suicidándome para evitar que los romanos me atraparan. No, no es cierto, no es cierto. Cogí a mis hijas, nos mezclamos entre la gente que se iba y nos marchamos, no se podía hacer otra cosa.
Mis hijas nunca fueron felices, estaban marcadas. Yo ya era grande, no tenía nada que perder, pero ni noble ni granjero se fijaba en ellas, no. ¿Qué la vida fue justa conmigo? Qué puedo decir. De mis hijas puedo decir que lucharon a la par mía, quizá enceguecida por tener en mi mente permanentemente los azotes que recibieron. El ultraje que cometieron con ellas me cegó. La última batalla fue mal planteada, lo reconozco. Y reconozco que dejar en el campo de batalla veinte y cuatro mil cuerpos, no todos muertos por manos romanas sino por cobardes de mi propio pueblo. Pero era lo que había, era lo que tenía. Mis hijas, nunca nadie supo su identidad, las disfracé, las cambié de labradoras, y una pequeña, muy pequeña fortuna que había guardado la dejé en manos de ellas y les dije: -Tengan fe, pero no se apoyen solamente en la fe, apóyense en su sentido común, en su coherencia y desconfíen de todo el que les haga una sonrisa. Nunca revelen sus nombres ni su origen.
¿Si después morí tranquila? No. Cuando te quedas con asignaturas pendientes no, no mueres tranquila, pero más de eso no podía, más de eso no podía. ¿Que la historia me dice guerrera legendaria? No lo sé, yo sólo sé que viví, yo sólo sé que sentí, yo sólo sé que sufrí y yo sólo sé que nunca retrocedí, aunque esto último no es para hinchar el pecho de vanidad porque a veces es necesario retroceder como estrategia, estrategia que no tuve. ¡Ah!
Es todo. Lo demás son pequeños detalles que no... no hacen a la cosa para que descargue mi impotencia. Gracias por escucharme.
Sesión 23/07/2018
En Sigma II desde pequeña era feliz. Aprendió cultura y armas, y participó en torneos de habilidad con arco ganándolos. En un camino se encontró con dos jinetes armados que buscaban a una mujer.
Entidad: Creo que a nadie le gusta que le mientan o que le oculten cosas por la sencilla razón de que yo no lo hago, y me incomoda cuando no hay una reciprocidad entre las partes.
Mi nombre era Una, vivía en la zona meridional del continente Atrio, el mayor continente de Sigma. De pequeñita era feliz, vivía en la campiña con mis padres Asde y Utah, ambos eran labradores, se llevaban muy bien, adelante mío se daban abrazos, besos, muestras de afecto, lo mismo para conmigo, o sea, que el ejemplo de ellos era todo amor, todo afecto, todo respeto y por sobre todo las cosas, todo trabajo. Papá Asde tenía un hermano, el tío Alino. El tío Alino era un poquito menor que papá y era soltero quizá por dos razones, una porque no era una persona que se comprometía fácilmente a nivel afectivo y la otra porque nunca tenía un trabajo estable, iba de aquí para allá, siempre sabía como ganar plata, pero más de una vez salía huyendo de algún poblado porque le gustaba jugar a las cartas y lo descubrían haciendo trampas. Era bueno andando a caballo, entonces escapaba rápidamente de sus perseguidores. Pero honestamente, no era vida. De todas maneras el tío Alino me ayudó muchísimo, me enseñó a leer, me enseñó a escribir, vivíamos en una época medieval, o sea, y más las niñas, casi ninguna sabía leer ni escribir. Y me enseñó algo muy importante: el tiro con arco. Pero no el tiro con arco común, el tiro con arco montando a caballo. Me enseñó también a montar bien a caballo porque era él un excelente jinete. Y obviamente también esgrima. Papá Asde a veces se molestaba, le decía: -¡Alino, es una niña! ¡La niña juega a otras cosas, no con espadas!
El tío se encogía de hombres, era bonachón, de buen humor, divertido y papá, ¡je!, lo toleraba, aparte le tenía un afecto fraternal, obviamente.
Y así fui creciendo. Entre los cinco y seis años ya sabía prácticamente leer y escribir, o sea, bastante niña para aprender tanto, pero bueno, mientras mi mente me lo permitiera, ¿por qué no? A los ocho años ya sabía montar, pero como una de vuestras amazonas y disparaba a gran distancia poniendo la flecha en un árbol, a veinte o treinta pasos de distancia porque no es lo mismo disparar con un arco estando de pie, tomando el tiempo, respirando, tensando la cuerda, conteniendo la respiración y soltando, ¡no!, ¡no!; montando a caballo y disparando en dos segundos y dando en el blanco eso lo hacía uno de cada cien y yo lo hacía a mis ocho años de edad. Y con la espada era bastante, bastante rápida. Y a los doce ni hablar, montaba pero como cualquier varón.
Recuerdo que el tío le insistió a papá: -Asde, anotemos a Una en el torneo. Papá se opuso. Le dice: -¡Alino, se va a lastimar! ¡Se puede caer del cabello y se puede desnucar! -¡Asde! -le dijo el tío-, ¡ni siquiera hace falta que coja las riendas! Aprieta el vientre del caballo con sus piernas, ¡tiene una fuerza tan grande! -¡Es una niña, Alino, es una niña! -¿La has visto montar? -Sí. -¿Has visto lo bien que monta? -Sí, pero no deja de ser una niña. -Y papá no me dejó.
A mis catorce años participé en mi primer torneo. El torneo era correr cien pasos con el caballo, apuntar teniéndome solamente con mis piernas en el vientre del caballo y apuntar a un aro que estaba a cuarenta y cinco grados a la derecha, un aro del tamaño de un rostro, y pasar la flecha por el medio. De los cuarenta participantes solamente cuatro, el diez por ciento, pasamos la prueba. Lo hicimos una segunda vez con el aro a sesenta pasos en cuarenta y cinco grados. Y solamente dos, Ariana y yo, o sea, dos niñas venciendo a todos los varones. A setenta pasos de distancia fallé por, prácticamente, por el largo de una mano y perdí, salí segunda. El tío me felicitó, padre también, pero yo me encontraba frustrada, muy frustrada. No participé más de torneos por lo menos durante dos, tres años. Cuando cumplí dieciocho, recién entonces, participé de otro torneo y ¡oh, causalidad!, las dos jóvenes, ella era un año mayor que yo, llegamos a la final y de vuelta fuimos alejando el aro de costado, alejando el aro de costado y esta vez las dos a setenta pasos de distancia pasamos la flecha por el agujero. Nos iban a dar un premio compartido y le dije a uno de los jueces: -Llevémoslo a cien pasos. El tío Alino me dijo: -Una, está bien, compártanlo. -No es por el premio, es por mí -argumenté.
Todos negaban con la cabeza, pero no en señal de negación si no en señal como diciendo "¡Que joven caprichosa! ¿A cien pasos en diagonal y galopando con el caballo?". Y lo logré y gané. ¿Mi rival? Pero no, ni remotamente estuvo cerca a cien pasos. Y fui una experta en el tema. Y Alino me dijo: -Mira, en la próxima temporada va a haber un campeonato regional, me gustaría que te anotaras, van a venir de otras poblaciones, van a venir de otras regiones. Le dije: -Pero tío, ¿cómo de otras regiones si es regional el campeonato? -Evidentemente en la zona meridional es donde están los mejores arqueros y se ha corrido la voz que la ganadora y la segunda fueron dos jóvenes, dos mujeres. Y sabes cómo es la gente, curiosa, porque desde que yo tengo uso de razón y de mis padres y de mis abuelos, jamás han sabido que una mujer venciera a los hombres en el tiro con arco al aro. Me encogí de hombros y le dije: -¡Está bien!
A diferencia de otros padres, Asde y mamá Utah eran amorosos y no me absorbían, digamos la zona era tranquila, no había asaltantes ni bandoleros por la zona, entonces es como que me daban cuerda. Dar cuerda, en nuestra jerga, significa darme libertad para andar de un poblado al otro. Y allí fue cuando en el camino me crucé con dos jóvenes, ambos apuestos, uno un poco más corpulento y una mirada más firme, el otro lo vi con una mirada más tímida. El de mirada más firme se presentó: -Mi nombre es Duane y éste es mi amigo Beno. -Ambos me dieron la mano. Les pregunté: ¿Qué andáis haciendo por aquí? -Nos enteramos de que había un torneo y queríamos anotarnos. -Lo lamento, llegaron tarde, el torneo ya terminó. Duane, el de mirada firme, me dijo: -Aparte me enteré de que lo ganó una mujer, ¿es tan así? ¿Es cierto? -asentí con la cabeza-. Me gustaría conocerla. Mira, yo también tengo un arco. -¡Aja!, ¡qué bueno!, ¡pues aquí la tienes! -Duane me miró. -¿Tú eres la arquera ganadora? -Así es, mi nombre es Una. -¡Wow! ¡Bien! ¿Hay algún lugar en tu poblado donde se pueda practicar? -Sí, pero no a caballo con el aro, pero hay un campo de tiro al arco donde hay blancos a treinta pasos, a sesenta pasos y a noventa pasos. Si quieres practicar, ya sabes. -Duane asintió con la cabeza. Su amigo Beno le dijo: -¿Pero te parece que podamos? -Es como que titubeaba. Duane le dijo: -¡Sí que podemos! Los observaba a los dos. Duane parecía como, no autoritario... ¿cómo podría decirlo?, lo veía como firme. En cambio a su amigo, Beno, lo veía como tímido, indeciso, pero también buen mozo, sencillamente que su carácter era distinto. Lo miré directamente a Beno y le dije: -¿Tú sabes tirar con arco? -Sí, también, pero no soy tan bueno como Duane. -¡Aja! En ese momento sentía un buen humor que me volcaba para la ironía, y le dije a Beno: -¿Y te gustaría ver como derroto a tu amigo? Beno no respondió, lo miró a Duane como si buscara la aprobación. Duane no lo miró, me miró a mí con una mirada sonriente, no burlona, pero sí sonriente. -Si te parece, Una, déjanos primero satisfacer nuestro apetito. Debe haber un par de posadas en tu poblado. -Recomiendo una, la posada de Álvez, tienen una excelente comida. Y luego podemos ir a practicar.
Y así fue. Le conté a padre Asde y mamá Utah que había dos jóvenes que venían a practicar el tiro con arco. El tío Alino no se lo quiso perder, nos acompañó. Duane le estrechó la mano firmemente. El tío Alino quedó como desconcertado porque rara vez veía un joven con una mirada ten serena, tan firme. Beno no quiso participar. Duane y yo tiramos a un blanco a treinta a pasos, acertamos los dos en el centro. A sesenta pasos, acertamos los dos en el círculo central. -Por hoy está bien -dijo Duane. -¡Espera! -le digo-, hay un blanco un poco más lejos, a noventa pasos. -Tendría que acostumbrarme, hace rato que no tiro. -Pero cómo, ¿no era que venías a participar en el torneo a caballo con aro? ¿Y te preocupa el viento que pueda haber estando de pie? -Le habré tocado el orgullo porque dijo: -¡Está bien! Y disparamos ambos. Yo di en el centro, él pegó en el blanco con su flecha pero casi en el borde. -Empatamos -dijo Duane. -Bueno, tú le llamarás empate -argumenté yo-, pero en realidad yo di en el centro y tú no. Si hubiera sido un blanco más pequeño fallabas. -Sonrió, no se molestó. -Nos quedaremos unos días, Beno, en la posada de Álvez, que arriba hay habitaciones. -Beno asintió, es como que Beno asentía todo lo que decía Duane. -¿Vosotros sois amigos? -dije yo. -¡Pero cuando nos presentamos lo dijimos! -explicó Duane. -No, porque parece que fuera tu lacayo, ¡je, je! -Me reí-. Disculpa Beno, no te ofendas. -No, no señorita, no me ofendo. -No me digas señorita, me llamo Una. -Sí, señorita. -Me encogí de hombros. -Está bien. -Era demasiado cortés o demasiado tímido. Duane se acercó y me dijo: -Yo te llamaré Una, si tú me dejas. -Me encogí de hombros. -No tengo porqué dejarte, o sea, es mi nombre, me puedes llamar así o si no dime señorita como tu amigo Beno. -Lanzó una carcajada. Y comenzamos una amistad.
Comenzamos una amistad. Pero de verdad que nunca había salido con un muchacho, pero me atraía mucho, mucho, de verdad. No puedo decir demasiado, pero a ver cómo lo explico con pocas palabras, tenía miedo de enamorarme y no ser correspondida.
Y a lo largo de mi vida nunca he sufrido. Papá Asde, mamá Utah me han tratado bien, el tío Alino siempre bromista, parecía un joven y tenía el doble de edad que nosotros. Pero tenía miedo al dolor a pesar de que desconocía el dolor. ¿Tenía miedo al dolor o sería inseguridad? ¿Yo una insegura? ¡Por favor!
Vi que también Duane tenía una espada. Estuve a punto de tentarme y decirle si quería cruzar espadas para ver que tan bueno era, pero no quise presionar. Pero de verdad me gustaba mucho. Pero las cosas no siempre son tan buenas... ¡Pero eso es otra historia!
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